Tu Equilibrio

Desde pequeño me sentí profundamente atraído por el concepto de libertad. Nacido y criado en una quinta provista de numerosas vías de escape, habitualmente caminaba, observaba, y procuraba por todos los medios encontrar cosas nuevas, ansiados descubrimientos en la naturaleza, en las hojas, en el viento, en el agua, en la escarcha, en los pájaros, en los reptiles. Allí andaba yo entre los árboles, las plantaciones diversas, el maizal, los senderos, la tierra seca o húmeda,  y me sentía libre de infinito albedrío que atesoraba en mi interior.

Luego de mis mañanas en el colegio, almorzaba con mamá, hermanos y tíos, y una vez llegado mi papá de su trabajo en la ciudad, lo saludaba y lo acompañaba en su comida; a posteriori, para qué dormir la siesta? si era la tarde la que me procuraba ese infinito regocijo del explorador.  Dependiendo de la estación, salía más o menos abrigado, no olvidando mi sombrero de tela, una cantimplora con agua de lluvia del aljibe, y mis bastante gastadas zapatillas de aventurero. Salía a disfrutar de lo que se me presentaba; en primavera era común me detuviera un largo rato en el alfalfar, bellísimo con sus flores pequeñas y azuladas, imanes de numerosas variedades de mariposas, de amplia gama de colores y tamaños. Volaban y danzaban al perfume del alfalfar, mientras mis ojos captaban atónitos su fragilidad y su encanto.

Mis actividades de niño explorador, duraban de  cuatro a cinco horas, en las cuales me proveía de la quinta, y de sus riquezas, para degustar por ejemplo, una zanahoria fresquita recién arrancada del suelo, que comía previa limpieza en el pantalón; o varias plantas de hinojo silvestre, sabroso e intenso. Moras, higos, duraznos, ciruelas, habas, damascos, completaban la provisión de verano, y fundamentalmente nueces en el otoño- invierno.

Cuando descubrí el encanto de la pesca, una vez que mi padrino Armando me regalara una caña de pescar de bambú,  entonces agregué a mi derrotero, las represas y canales de riego, donde pescaba bagres, dientudos, mojarras y anguilas,  las cuales me causaban mucha impresión.

Entre paseos, caminatas, observaciones de pájaros, iguanas, serpientes, lagartijas, sapos, ranas, y con Pipo mi perro que casi siempre me acompañaba, discurrían mis tardes, a veces en soledad, otras veces en compañía de amigos, muy a menudo feliz, con esa sensación de libertad plena, de ese tiempo donde mis decisiones me pertenecían. Esos momentos preciados, y aprovechados al ciento por ciento, era mi portal hacia el bienestar y a una situación emocional placentera que ahora distingo como EQUILIBRIO.

Una vez agotadas mis energías, de tanto caminar, recorrer, investigar y procurar ver más allá de lo que podían mis ojos, me esperaba a mitad de camino hacia nuestra casa, un hermoso árbol de paraíso, que había crecido  recio y frondoso al borde de una canaleta de riego. Me subía fácilmente al mismo, parecía hecho para mí. Sentado sobre una gruesa y confortable rama, apoyada mi espalda en una horqueta,  me quedaba charlando conmigo mismo, al menos por espacio de media hora.

foto de niño en arbol

Este santuario árbol, me dio cobijo y frescura por espacio de muchos años, y mis pensamientos y conversaciones debajo de sus hojas, me daban calma y tranquilidad. Su acogedor encanto me permitía mantener mis conversaciones sin muchas vueltas. Hoy caigo en la cuenta, de que me posibilitaba estar más cerca de mi equilibrio emocional, más cerca de perdonarme y perdonar determinadas cosas, me alejaba de mi tormenta de expectativas. Su oxígeno sacaba lo más profundo de mí y me lo devolvía a flor de piel, y hacia lo más recóndito de mi corazón, como gotas de lluvia en una tórrida tarde de verano. La música que generaba el viento acariciando sus ramas, era el marco ideal para soñar, pensar en crear y trazar planes para mí.  

Durante esos años descubrí como salir afuera de mí, para divisarme como un reflejo, para escudriñar mi real e imperfecta condición humana. La costumbre de refugiarme en este santuario de espiritualidad me acompaña hasta estos días, y fue migrando desde ese árbol amigo, a la lectura de una novela, o a estar sentado por las tardes mirando el horizonte, dejando que fluya la vida, y dancen las emociones hasta cansarlas, para llegar a un estado de ánimo ligado a la serenidad y el equilibrio.

Ven conmigo,  sólo sintiendo el latido de tu corazón,  respirando honda y acompasadamente; acércate despacito a este bocallave, para  que podamos encontrarnos con nosotros mismos, con nuestra esencia , nuestro equilibrio personal. Libérate de tus pensamientos, deja que tus emociones afloren, y busca armonizarlas en tu cuerpo, para que en ese santuario elegido y profesado , te devuelva la paz y la serenidad, para seguir adelante y recobrar las energías,  justo ahí en tu centro.

El ruido del mundo exterior desaparecerá,  poco a poco tu ruido interior se irá aplacando, para dar paso a la música que te define, esos compases que te equilibran y te brindan la calma necesaria, para ser y convivir…….

Entonces me pregunto y te pregunto,

  • Ya tienes tu santuario?

Si la respuesta es afirmativa,

  • Con qué frecuencia lo visitas?

No puedo poner en palabras lo que extraño mi árbol paraíso, ese que recibió mis lágrimas, y recogió mis sonrisas, ese que me escuchaba sólo moviendo sus ramas, al ritmo de su amigo el viento…….

En esto de buscar el oxígeno necesario y de mejor calidad que te permita respirar mejor, encontrarte más libre, practicando tu humanidad sin las cadenas de tantos mandatos, sociales, familiares, laborales, o de cualquier tipo,  sólo basta un espacio del día, tu propio comodín de unos pocos minutos, para sentir que se siente ser uno con uno mismo…..

Saboreo de nuevo la inmensa calma de mi Paraíso, y pateando el tablero  al inicio de ese breve lapso de tiempo del cual hablamos, recojo las piezas y las acomodo nuevamente en mi interior, para ser de nuevo ese Adulto, que reconoce al Niño, y le pone límites al Padre……

Ahora se me ocurre preguntarte,

Ya encontraste tu Paraíso?

 

 

 

 

 

 

 

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