El viaje había sido organizado con algunas semanas de anticipación. El programa consistía en compartir una jornada completa de outdoor, entre varios integrantes de la empresa.
Partimos de Río Cuarto, cerca de las 7.30 horas, veinte compañeras y compañeras de trabajo (Teresa, Patricia, Carla, Mercedes S., Mercedes V., Lina, Cecilia, Diego C., Diego F., Diego M., Martín, Matías, Manuel, Germán, Tristán, Juan, Juan Pablo, Pedro, Marcelo y Agustín, el anfitrión), distribuidos en cuatro camionetas con cinco integrantes a bordo cada una. Nos acompañaban dos apacibles y juguetones border collie, Pampita y Cachafaz, expertos en el juego de devolver pequeñas ramas tiradas a cierta distancia.

Nuestro destino final, un campo de la serranía de comechigones, propiedad de la familia de Agustin, uno de los viajeros (como ya mencionara nuestro hospedador), dedicado a la crianza de bovinos (fundamentalmente), equinos y ovinos. Una labor bastante compleja y rigurosa, debido a la dificultad no sólo de acceso y traslado para los animales, sino además para el desarrollo de las actividades en general, lo que califica de encomiable la tarea de Agustín y sus puesteros.
El camino para llegar a ese lugar, que parte desde el Chacay, es estrecho, empinado, pedregoso, con curvas cerradas, implicando una baja velocidad de tránsito, lo que por contrapartida nos permite ir observando bellos paisajes serranos, matizados con la presencia de árboles autóctonos, que van desapareciendo a medida que se asciende, debido al frío clima invernal que no les permite susbistir. Arroyos que serpentean la sierra, como un abanico de venas hidrantes, hacedoras de vida, bajan al encuentro del rio Cuarto o en lengua indígena Chocanchavara.
Había llovido con abundancia, hacía unos pocos días atrás, por lo que el verde proliferaba con toda su magnificiencia, y la más amplia gama de tonalidades. Abundaban pintorescas flores amarillas, otras rosáceas menos frecuentes, que brotaban de aguerridos, redondeados y petisos cactus.
El plan trazado para la mañana, implicaba dejar las camionetas en un lugar bajo sombra y hacer una caminata de unos 4 kms (en bajada) hacia el casco de la estancia.
Un camino ameno, que transitamos charlando, riendo y disfrutando de los más diversas chanzas entre nosotros. El que escribe, Marcelo, sufrió una caída aparatosa y bastante poco convencional, producto de la involuntaria zancadilla de uno de los caninos. Fue motivo de risas y varios ocurrentes comentarios de Germán, Patricia, Diego C. sólo por citar los más relevantes.
Luego de 45 minutos de caminata, arribamos a un lugar de ensueño, una casa construida hace cien años con paredes de piedra, estilo alpino, sólida, elegante y espaciosa. A la vera de la cascada de un arroyo y rodeada de árboles, en su mayoría coníferas, aparece este oasis, que fuera sacudido hace poco por la inclemencia de un inusual tornado. Aún se divisan sus efectos desbastadores, ya que muchos centenarios árboles fueron arrancados de raíz, mutilados por el temporal.
La idea era hacer una parada para un almuerzo campestre, para lo cual personal del campo, nos cocino unos ricos chorizos y lomos a la parrilla.
Antes de la comida, Manuel, nos compartió como disparadores de conversación, algunos temas relevantes, que había extraído de un último libro que había leído:
El primero, acerca de la importancia de elaborar una estrategia personal que, arrancando por la mañana, nos ponga en modo on, para planificar días a pleno: actividad física aérobica desde temprano, meditación y lectura, para potenciar nuestra mente y cuerpo. Rutinas que promueven dormir 7/8 horas, levantarse temprano, alimentarse sanamente, cuerpo saludable, que nos impulse a imaginar cómo construir un día exitoso. Definir qué objetivos tenemos que alcanzar para considerar que fue un día a pleno, y reexaminar nuestra hoja de vida.
El segundo, referido a cómo, las tecnologías de la información y la hiperconectividad, identificadas como armas de distracción masivas, nos impiden la concentración, nos dispersan la energía en cuestiones que no son productivas, para nosotros mismos y los demás. La necesidad de recuperar la conexión real y de contacto entre personas, generando espacios de conversación productivos y con un sentido concreto.
El tercero, vinculado a identificar aquellas oportunidades que aún tenemos para desarrollar nuestro máximo potencial, considerando que más allá de nuestras habilidades innatas, la actitud aprendiente, el compromiso, la dedicación y la responsabilidad, alineadas a través de determinados propósitos, nos pueden permitir alcanzar alturas intelectuales, de trabajo, de proyectos, que parecen inalcanzables, pero que en realidad sólo necesitan de un plan y nuestra constancia, para ser logradas. El éxito no depende tanto de una función o posición dentro de una estructura organizacional, sino de la energía que pongamos, para crear la mejor versión de nosotros mismos.
Los tres temas fueron compartidos y debatidos, hasta que el olorcito de la carne asada, empezó a distraer a los concurrentes.
No faltó la picadita de salame, una cervecita, jugo de limón, como previa a degustar la exquisitez de los chorizos y las porciones de lomo. De postre, exquisito queso y dulce de membrillo, o la opción de frutas, ya disponibles en todo el recorrido.
Finalizado el almuerzo, muy agradecidos con nuestros cocineros y las atenciones de Agustín y Cecilia, nos tocó el turno de subir la cuesta, es decir de desandar el trayecto que nos había llevado hasta allí.
Durante el trayecto, Agustín nos iba previniendo que, de alguna manera, esto no era lo más difícil. En el grupo iban compañeros muy entrenados, Martín, Diego M. Germán, a los cuales esto les resultaba un paseo. Para otros, entre los cuales me incluyo, la subida implicaba un esfuerzo importante. Los restantes integrantes, caminaban cuesta arriba con un grado normal de exigencia.
Llegamos de vuelta a las camionetas, nos hidratamos porque el calor había hecho de las suyas, partiendo hacia un nuevo punto de partida. Luego de unos 10 minutos arriba de las camionetas, de bajada por la ruta inicial, estacionamos a la vera del camino. Agustín, nos señaló para abajo, hacia una hondonada lejana, donde circulaba un arroyo. La idea era bajar, por un sendero bien de sierra, para dirigirnos hasta una cascada profunda.
El itinerario hacia el nuevo destino, era de una pendiente moderada, en el primer tramo, para ir ganando verticalidad en los tramos siguientes. Allí se pusieron a prueba nuestras rodillas, talones, tobillos, pies y equilibrio. Una vez en el arroyo, donde se movían escurridizos algunos peces pequeños, nos quedaba un tramo por la orilla para arribar a la cascada natural que nos esperaba. Tanto allí, como en todo el recorrido se sumaban los brazos para ayudar a saltar, a pisar en una piedra suelta o resbalosa, y las voces para avisar de algún peligro en el suelo, y sobre la presencia de ramas a la altura de la cabeza.
Finalmente, transcurrida una hora de caminata, unos 3 kms de caminata serrana, arribamos a un lugar imposible de describir por su belleza. Una pileta natural de varios metros de profundidad, alimentada por el agua que cae desde unos diez metros de altura, golpeando la piedra, plena de musgos. Parecía una pintura viva, con sonido y colores cambiantes.

Muchos aprovecharon para sumergirse y nadar en ese espejo único, degustando mates, charlas y compartiendo la paz de ese paraíso energético
Cerca de esa olla magnífica, se distinguían morteros tallados en la roca, donde los indios hace cientos de años, molían su maíz para comer.
Permanecimos allí, por espacio de tres cuartos de hora. Emprendimos el regreso, donde varios de nosotros comprendimos a Agustín, cuando nos decía que la exigencia física mayor estaba por llegar. Si bien la bajada, significaba esfuerzo para no resbalar y caer, la subida nos puso a prueba, el cuerpo, la fuerza, la voluntad de asistirnos y alentarnos para llegar, y nuestro espíritu de equipo. Hicimos varias paradas para hidratarnos y recuperar energías. Como en la subida anterior, los compañeros entrenados, la pasaron bastante bien. De hecho, cuando tocamos destino final, Martín y Diego M. bajaron corriendo por el camino que nos trajo hasta el Chacay.
Hicimos juntos un merecido aplauso final, para cerrar una jornada inolvidable. Habíamos superado una prueba de trabajo común, sin ningún lesionado, y con mucha alegría.

Se me ocurre pensar, que quizás habíamos descubierto sin haberlo predefinido, un concepto superador, que trasciende el ámbito de nuestra individualidad:
«Llegar a la meta es un hecho personal y tiene sus beneficios, pero el arribar acompañados nos potencia y enriquece mucho más.»
Las relaciones y conversaciones para articular acciones simples y complejas, algunas generadas y otras naturales durante el trayecto, exceden con creces la meta en sí mismo. La importancia de llegar en equipo, es una instancia que excede la importancia del hecho individual.
Gracias a los que llevaron agua en sus mochilas, cargando peso adicional, los que abrieron tranqueras y sirvieron de ayuda a los que nos costaba algún tramo, los que sirvieron la comida y la bebida.
Gracias a Agustín por permitirnos ingresar a conocer parte de su vida.
Muchas gracias a todos, por la jornada compartida.
Por este día a pleno!
Y por muchos más!
Beautiful memories,»By honoring feelings, thoughts, and motives, we establish our most rewarding connections.»
Me gustaMe gusta
Thank you Selvam. Good week end!
Me gustaMe gusta