Sin Palabras

Érase una vez que las personas quedaron sin palabras.

El lenguaje se había ido perdiendo. Las conversaciones se fueron apagando.

Esto tuvo un principio, cuando los seres humanos comenzaron a distinguir de manera diferente, lo que otrora significaba lo mismo.

Lo que para unos era una mesa, para otros empezó a ser una silla.

Entonces hubo personas sentadas sobre la mesa, comiendo alimentos sobre sillas.

Lo que para unos era una fruta, para algunos resultaba un árbol.

De este modo hubo personas subidas a frutas, degustando cortezas.

Lo que para unos era un número, para otros era una letra.

Así algunos sumaron letras, mientras los demás escribieron palabras hechas de números.

Lo que para unos era agua de un río, resultaba arena fresca para muchos.

Debido a esto, los sembradíos fueron grandes desiertos, que a su vez fueron lagos.

Lo que para unos eran preguntas, para casi todos eran respuestas.

Esto provocó que muy pocos se cuestionaran. Por lo tanto, ya nada sería creado.

La sucesión de desacuerdos, generó tamaña confusión, que la materia prima de la comunicación, que servía para identificar las cosas, los hechos, las acciones, los pensamientos, las emociones, los acuerdos, los compromisos, se hizo tan pero tan inasequible, que fue desapareciendo.

Como las personas no pudieron sostener palabras comunes, se hizo tan difícil entenderse, que las obras quedaron inconclusas, las relaciones acabadas.

Este apocalipsis de la palabra, que había sido anunciado por algún profeta, allá a lo lejos, ocurrió lenta pero inexorablemente.

Ya casi nadie pudo leer, porque los libros resultaban harto incompresibles.

Así el hombre volvió a su primitivismo original, aunque bastante más perdido, debido a tamaña involución.

Lo que muchos vaticinaban que ocurriría luego de un tremendo cataclismo, efectivamente hubo de suceder, pero de una manera mucho menos catastrófica, si se quiere. Al perder la palabra, el hombre extravió la descripción de los hechos, las declaraciones de amor y gratitud, las opiniones, las promesas.

Quedo aislado en su propio lenguaje, inaccesible para el resto, en una torre de babel de cuatro mil millones de idiomas.

Las personas perdían toda su energía en tratar de descifrarse infructuosamente.

Se escuchaban gritos ahogados, que sonaban como vocablos olvidados y derruidos, encajados en las cuerdas vocales.

Los muertos vivientes, eran zombies que no conjugaban ningún verbo.

De repente, el sonido estridente del despertador del celular que se sentía lejano, fue cobrando fuerzas. Me hizo recobrar de a poco mis sentidos.

Todo había sido una terrible pesadilla.

Revisé el móvil, por las dudas. Allí había palabras.

Prendí el televisor. En efecto aún sonaban en sus altavoces, audibles y disponibles, bellas y significativas palabras.

Sin embargo, me quedé un rato pensando.

¿Cuántas palabras nuevas he incorporado últimamente?

¿Cuáles términos he olvidado, reemplazando los mismos por emoticones?

¿Qué pensamientos que intentan expresar algo, no puedo concebir del todo, porque se me han ido perdiendo voces?

¿El insumo crítico para describir lo que acontece, ha perdido sinónimos, antónimos, expresiones centrales y de todo tipo?

La terminología técnica se está incorporando a velocidades agigantadas.

¿La terminología más humanizada se pierde a la misma tasa?

La simplificación de las expresiones:

¿Nos suma o nos resta posibilidades?

En un extremo tanto Gre Gre para decir Gregorio.

En el mismo sentido los maestros del discurso, esos oradores interminables, con sus adornos e inflexiones.

En el extremo opuesto, la expresión a través de símbolos binarios y muy poco sofisticados.

Con este mismo carácter, oraciones que no se entienden, ni cierran una idea.

En el medio, personas que intentamos comunicarnos, sosteniendo conversaciones, observando y observándonos con nuestros propios anteojos, individuales, únicos e irrepetibles.

Postulado social del lenguaje: construir una red de relaciones sostenidas por conceptos comunes identificados por palabras.

Desde expresiones tan simples, como un no, un sí, un te amo, un te perdono, un te agradezco, se articula la vida, la cual adquiere dimensión en los detalles profundos, de verbos que se conjugan para la convivencia.

Por eso el lenguaje, edificado a través de la palabra, puede recrear un mundo nuevo delante de nuestros ojos.

Terminó de despertar de la angustia del tremendo sueño. El de las expresiones ya no más disponibles.

Hurgo en mi cerebro, en busca de este bello retazo del libro, Confieso que he vivido, de Pablo Neruda, el cual define a las palabras de esta manera:

…Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan… Me prosterno ante ellas… Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito… Amo tanto las palabras… Las inesperadas… Las que glotonamente se esperan, se acechan, hasta que de pronto caen… Vocablos amados… Brillan como perlas de colores, saltan como platinados peces, son espuma, hilo, metal, rocío… Persigo algunas palabras… Son tan hermosas que las quiero poner todas en mi poema… Las agarro al vuelo, cuando van zumbando, y las atrapo, las limpio, las pelo, me preparo frente al plato, las siento cristalinas, vibrantes ebúrneas, vegetales, aceitosas, como frutas, como algas, como ágatas, como aceitunas… Y entonces las revuelvo, las agito, me las bebo, me las zampo, las trituro, las emperejilo, las liberto… Las dejo como estalactitas en mi poema, como pedacitos de madera bruñida, como carbón, como restos de naufragio, regalos de la ola… Todo está en la palabra… Una idea entera se cambia porque una palabra se trasladó de sitio, o porque otra se sentó como una reinita adentro de una frase que no la esperaba y que le obedeció. Tienen sombra, transparencia, peso, plumas, pelos, tienen de todo lo que se les fue agregando de tanto rodar por el río, de tanto transmigrar de patria, de tanto ser raíces… Son antiquísimas y recientísimas… Viven en el féretro escondido y en la flor apenas comenzada… Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos… Estos andaban a zancadas por las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, butifarras, frijolitos, tabaco negro, oro, maíz, huevos fritos, con aquel apetito voraz que nunca más se ha visto en el mundo… Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus, idolatrías iguales a las que ellos traían en sus grandes bolsas… Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra… Pero a los bárbaros se les caían de la tierra de las barbas, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes… el idioma. Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se lo llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras.

Sencillamente.

SIN PALABRAS.

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