Love Story

La presencia de un magnífico amanecer, era presagio de un día memorable. Ni una gota de viento y unos quince grados de temperatura, le daban un toque de calidez inusual a esa jornada de agosto. Desde que la señorita Olga, dueña de una empatía y dulzura sin igual, me había pedido escribir un discurso sobre la figura de nuestro máximo prócer nacional, Don José de San Martín, mi vida escolar había adquirido un tinte distinto.

Durante casi una semana me mantuve hilvanando las mejores palabras, en oraciones que trataran de reflejar y realzar la encomiable obra de Don José, aquel que cruzó esas inexpugnables montañas, persiguiendo el elevado objetivo de liberar un pueblo, del dominio de la corona española. Que la señorita hubiera reparado en mí, para darme tamaña responsabilidad, no sólo me llenada de orgullo, sino que además me permitía acercarme a ese ángel de la guarda, que nos enseñaba todos los días, munida de una enorme vocación. A partir de ese pedido, ella fue dueña de todos mis mejores esfuerzos, por hacer el mejor discurso del que fuera capaz.

Día tras día, compartía mis borradores, con la señorita Olga, la cual corregía sentidos, oraciones, vocablos, acontecimientos y fechas. Su compromiso con mi tarea era total. El día anterior al acto, la redacción había quedado cuasi perfecta. Mi dedicación y la constancia de la señorita puesta en ayudarme, habían configurado una reseña digna de ese acto escolar. Embelesado por su sonrisa, su manera de hablar y su exquisita figura, durante esos días de preparación me sentí el niño más afortunado, el que había recibido el premio mayor, al poder compartir tanto tiempo con la considerada mejor señorita del colegio.

Ese día, que arrancó con el pie derecho, tendría la tarea de subir al escenario, cuando fuera convocado, para leer en voz alta, la narración sin máculas, que además de hacer honor a nuestro prócer máximo, tenía los destellos dorados, y parte de la esencia de docente de nuestra adorada maestra. La presencia de mamá y papá, agregaba presión a mi participación. Al mismo tiempo, si bien no era mi debut como orador, leer en voz alta algo que habíamos escrito con la señorita, tenía una significación especial para mí.

Los ensayos previos habían sido frecuentes y repetitivos. En cada uno de ellos trataba de mejorar lo que había hecho mal en el ensayo inmediato anterior. El sábado previo al acto, el discurso me salía de manera fluida, sin errores, conteniendo emotividad y un cierre, que yo estimaba, motivaría a las personas por aplaudir a destajo. Esa mañana de domingo, mientras me vestía con esa ropa limpia y perfumada, y mi mamá me acomodaba el cuello de la camisa y la corbata, continuaba en mi mente el ensayo, ya con el contenido del texto casi aprendido de memoria, acompañado de un nerviosismo que se agigantaba en mi interior.

Acto seguido, cuando iniciamos con papá y mamá, el recorrido en automóvil hacia el colegio parroquial, sentí que ya no había vuelta atrás. No podía fallar ni burlar la confianza depositada en mí, por lo que todo debía salir a la perfección. Llegamos a la escuela, y mientras entraba, noté que el colegio desbordaba de clima festivo. El acto arranó puntual, como era costumbre de los directivos. Recibimos a nuestra enseña patria, portada por los abanderados, se entonaron las estrofas de nuestro himno nacional, y luego se sucedieron presentaciones folclóricos y teatrales. Se aproximaba la hora del cierre, momento en el cual mi discurso tendría que servir para recrear un gran final. Esa responsabilidad, me había empezado a provocar dolores de estómago y una cara de preocupación que fue percibida por la señorita Olga. Ella se acercó a mí, como para ver que me pasaba, se paró a mi lado y apoyando la mano en mi espalda, me regaló unas palabras de aliento.

Luego de la representación del cruce de Los Andes, a cargo de unos compañeros de grado, la directora, que oficiaba de maestra de ceremonias, me citó al escenario para hacer el discurso de cierre. Durante el trayecto que me separaba de mi destino final, que incluía una subida por una escalera, que me pareció interminable, no hice más que incrementar mi nerviosismo. Las piernas me flaquearon un poco, pero sacando fuerzas, pude llegar y situarme frente al micrófono, que, si bien había sido corregido en altura, no me resultó para nada cómodo. Mi lectura comenzó con una dicción temblorosa y poco clara. Fui consciente en ese momento que todos mis ensayos, que creí perfectos, no habían servido de nada, ya que a medida que avanzaba parecía enredarme y perderme cada vez más.

La señorita que estaba atenta a mis movimientos más ínfimos, contaba con una copia del texto, por lo que se puso a mi derecha, y sin dudar, comenzó a leer en voz baja, de modo tal de orientarme, corregirme y ayudarme en mi locución. Esa acción repentina y al mismo tiempo primorosa, me insufló una gran dosis de confianza, por lo que pude encausar mi relato, el cual tuvo un acabado y aceptable final.  Recuerdo como si fuera hoy, las dos frases con las que culminaba el texto, las cuales pertenecían al mismo prócer:

“Si hay victoria en vencer al enemigo, la hay mayor cuando el hombre se vence a sí mismo.”

“La soberbia es una discapacidad que suele afectar a pobres infelices mortales que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder”.

El público que se había mantenido expectante y por momentos consternado por mis yerros iniciales, estalló en aplausos, con una emotividad exacerbada y un reconocimiento a la señorita que había sido el sostén del niño locutor. Ella, mientras agradecía sonriendo, se encargó de dejar claro con sus gestos y ademanes, a quien debían dirigirse los aplausos, la gratitud y el reconocimiento.

Esa jornada, en ocasión del desarrollo del acto escolar, sentí en mi corazón, de un modo muy directo, lo que significaba ser querido por alguien y que ese sentimiento fuera recíproco. El amor sincero e inocente no necesita de mucho más, sino solo de esa voluntad inquebrantable por sostener, dar y ofrecer más allá de uno mismo, sin pedir nada a cambio. Mi lectura había acabado, al mismo tiempo que había comenzado otra historia, un sentimiento distinto al cariño filial de mamá, papá y hermanos.

La señorita Olga fue lo más para mí, hasta que terminé mis estudios primarios. La complicidad de una relación, que se fortaleció a raíz de una tarea escolar específica, nos mantendría unidos y con nuevos escritos que se repitieron. Mi apetencia por leer y escribir tiene mucho que ver, con la calidez y dedicación de una maestra de primaria, que confío en mis capacidades, y descubrió en mí esta vocación que me ha acompañado a lo largo de mi vida.

El cariño y la amistad, cuando son complementadas con la constancia, la confianza y el compromiso mutuos, hace mucha diferencia en las personas que se relacionan, de un modo armónico y constructivo.

En este fin de semana, que celebramos el paso a la inmortalidad de Don José de San Martín, siguen vivos en mi corazón, los sentimientos atesorados desde niño, los recuerdos de papá y mamá que ya no están físicamente conmigo, los juegos con algunos compañeros, y la invaluable vocación por enseñar de la señorita Olga.

La simpleza de las personas vinculadas con un objetivo común, que los trasciende, es lo que fortalece y edifica las mejoras relaciones.

Para culminar este blog, que espero les haya gustado, les quiero regalar una última reflexión que no me pertenece, aunque refleja gran parte de mi pensamiento:

“Una mirada silenciosa de afecto y consideración cuando todos los demás ojos se apartan con frialdad, la conciencia de que poseemos la simpatía y el afecto de un ser cuando todos los demás nos han abandonado, es un apoyo, una estancia, un consuelo, en la más profunda aflicción, que ninguna riqueza podría comprar ni otorgar poder». (Charles Dickens)

¡Una cuestión de actitud!

Tantas y repetidas veces hemos escuchado la frase con la que se titula mi blog de hoy, como en tantas otras ocasiones ha llegado a nuestros oídos, sentencias tales como:

  • La verdad, esa persona no tiene actitud.
  • Si sólo cambiará su actitud.

Siempre por supuesto hablando de terceras personas, siendo por cierto menos común, sentencias similares, pero con un sentido autocrítico:

  • Me falta actitud.
  • No hice todo lo necesario.

Y otras tantas veces rehuimos hablar de uno mismo, para incluir a otros en el río revuelto, y de paso le damos un tinte positivista:

  • Hicimos todo lo que pudimos, pero no alcanzó.
  • Con la información disponible actuamos en consecuencia.

Vale decir, que algunas veces preferimos adquirir maestría para excusarnos, en vez de adquirir sabiduría para actuar desde la actitud y la constancia, sintiéndonos cómodos en el resguardo de frases típicas y hechas a la medida, para no comprometernos con la mejora que necesitamos dar desde uno mismo, prefiriendo la inacción al compromiso y la responsabilidad.

Aparece otra sentencia que me revolotea en la conciencia:

“La combinación de un talento razonable y la capacidad de superar las adversidades nos permite obtener resultados extraordinarios”.

La bajo a tierra, sacando lo de superlativo, quedándome con una versión más modesta.

APTITUD + ACTITUD = ALTITUD + RESULTADOS

¿Cuántas personas conocemos que superan el promedio general de actitud positiva y comprometida, en varias áreas de su vida?

Escogen la mejor actitud posible que está disponible en su rango de alcance y a partir de ahí construyen mundos plenos de posibilidades.

Los hechos y las circunstancias no las puedo muchas veces cambiar, pero si puedo elegir la actitud para enfrentarlos.

Interpretar que muchas veces existe la oportunidad de ver y vivir los acontecimientos de otra manera nos pertenece.

Les comparto a continuación un cuento que viene como anillo al dedo, respecto de lo que queremos transmitir hoy:

Tres actitudes frente a la adversidad

Se cuenta que, en una ocasión, un joven que estaba lamentando la amargada vida que llevaba en la que nada le salía bien, se encontró con una anciana sabia sobre la que volcó, como solía hacer últimamente, toda su frustración.

La anciana, después de escucharle atentamente, le hizo un gesto en silencio indicándole que le siguiera. Dos calles más abajo del parque donde se habían encontrado llegaron a la casa de la anciana. Ésta, aún sin mediar palabra, abrió la puerta e invitó con un gesto de la mano y una sonrisa amable al joven a que entrara. Él, sin pensárselo dos veces, lo hizo.

Una vez dentro, la anciana le llevó a la cocina. Allí sacó tres pequeñas ollas, las llenó con agua y las puso a calentar a la vez, una en cada fuego. En ese momento, al joven le vino a la mente un cuento infantil donde una vieja bruja se llevó a unos niños a su casa y los coció en un caldero. Riéndose para sus adentros pensó: menos mal que yo no quepo dentro. Mientras aún reía por ese pensamiento fugaz que le vino a la mente observó como la anciana puso en una olla una gran zanahoria, en otra un huevo y en la tercera un puñado de café.

Le hizo un gesto al joven para que se sentara y observara, y así lo hizo él. La anciana se marchó a hacer sus tareas y un rato después volvió. Apagó las ollas humeantes, y preparó tres cuencos encima de la mesa. En el primero puso la zanahoria cocida, en el segundo el huevo duro y en el tercero el agua que había oscurecido al hervir con los granos de café. Acto seguido le indicó al joven que se acercara.

Una vez el joven estuvo de pie mirando los platos la anciana rompió su silencio. –¿Qué es lo que tenemos en estos cuencos? –le preguntó al joven.

–Una zanahoria, un huevo y un poco de café. –contestó el joven en tono de obviedad.

Entonces la anciana le preguntó –¿qué ha cambiado al cocerlos? Toca la zanahoria.

–Está blanda. –dijo el joven.

A continuación, le pidió que intentara romper el huevo. –Está duro. –comentó él.

Y por último le pidió que probara el café. –Uumm… está bueno –dijo sobre el último elemento.

En ese momento la anciana sabia le dijo unas últimas palabras:

– La zanahoria, el huevo y el café, los tres han vivido el mismo proceso, y sin embargo han sufrido cambios diferentes. Algunas personas son como la zanahoria, que aparentan mucha fortaleza, pero cuando aparece la crisis personal se deshacen completamente. Otras son como el huevo, más frágiles, pero ante la dificultad acaban fortaleciéndose interiormente y pudiendo afrontar muchos más retos. Pero por último están las personas que pertenecen al tercer grupo. Estos son como el café, son las personas que ante la adversidad no sólo evolucionan ellos, sino que además influyen en todo el entorno que les rodea impregnándolo con su sabor. Las personas más grandes son aquellas que deciden actuar sobre las circunstancias que les rodean y, si no consiguen cambiarlas como les gustaría, como mínimo dejan una marca inconfundible en su entorno. ¿Cuál de los tres quieres ser tú?

Aprovecho esta pregunta para disparar otras tantas:

¿Qué actitudes estas adoptando últimamente?

¿A dónde te llevan?  ¿Guían tus acciones hacia la meta elegida?

Mientras repaso mis propias respuestas, agradezco que después de varios días hayamos recuperado el sol, y el frío lentamente nos esté abandonando.

Le tengo que poner ganas y actitud positiva a este fin de semana.

Una serie de dificultades que emergieron, dentro del combo de alegrías y sinsabores que es la vida.

Nada que no se pueda resolver con una buena predisposición para…

Por supuesto que existen adversidades y oportunidades que no tienen comparación con lo que acabo de decir.

En todo caso a mayores desafíos, mejor nivel de conciencia, buenos estados de ánimo, pero por encima de todo:

ACTITUD PARA GANAR ALTITUD.

No puedo afirmar que resulta infalible, aunque sin actitud de seguro no hay acción posible.

Además de que sí que nos da una gran ventaja.

Si te parece, no la desaproveches por favor.

¡Es sólo una cuestión de actitud!

Curiosidad infinita

No bien arribados a este mundo, nos empezamos a valer de una innata condición que compartimos con otros animales que habitan el planeta. La curiosidad es un sentimiento inquisitivo o una inclinación por el saber, es decir, un deseo genuino de averiguar algo o de descifrar aquello que a simple vista no resulta evidente. La curiosidad es un comportamiento instintivo, natural, que el ser humano, como ya dijimos, comparte con muchos animales, siendo el gato quien la encarna culturalmente (de allí el proverbio de “la curiosidad mató al gato”).

En el caso de los seres humanos, la curiosidad es típica de las etapas infantiles y juveniles, y da paso, en el caso de los adultos, al deseo de conocer o a la pasión por conocer, la cual se encuentra detrás de muchos exploradores, investigadores e innovadores en distintas áreas. De hecho, el cerebro humano está configurado de un modo tal que ante situaciones de curiosidad se genera una expectativa de recompensa, que posteriormente activa los neurotransmisores de la dopamina, serotonina y algunos opioides.

Todo lo queremos tocar, oler, sentir, ver, para lo cual estamos provistos de sensores que facilitan la tarea. Nuestro cerebro primitivo nos impulsa a registrar y conocer, quizás mucho más allá de lo que somos capaces de almacenar y accionar.

La cualidad de curioso, que se llama “curiosidad”, es una condición tan única, que valga la redundancia, curioseando en el diccionario, no existe una palabra exacta que pueda ser usada como sinónimo, y para decir lo contrario no existe un único vocablo que pueda ser usada como su antónimo. El diccionario nos habla de “armonía”, como un concepto similar, pero la verdad es que según mi punto de vista no hay una total coincidencia. El diccionario parece basarse en que la palabra “curiosidad” proviene del latín curiositas, derivado del vocablo cura, traducible como “esmero” o “cuidado”. Al añadirse a este último término el sufijo latino de cuantía -osus, tenemos que “curioso” sería “quien tiene minuciosidad o cuidado en demasía”, o sea, quien tiene muchos deseos de averiguar algo, de tomar precauciones y de estar al tanto de lo que ocurre.

Asimismo, se refiere a “fisgoneo”, pero esa palabra se vincula sólo con hechos físicos y no intelectuales. Los antónimos son identificados como desinterés o indiferencia, aunque tampoco existe una total concordancia conceptual.

La curiosidad junto con el asombro y la duda, conforman la triada de orígenes del pensamiento filosófico, aunque en lo personal creo que la curiosidad le saca varios cuerpos de ventaja.

Puede que la curiosidad matase al gato, pero más allá de ese pequeño accidente, lo cierto es que la curiosidad es uno de los motores de la vida. Es el ingrediente indispensable para el desarrollo, la innovación y el progreso. Un concepto que va más allá de chusmear en las redes sociales acerca de los compañeros de trabajo, del colegio o de quien sea.

La curiosidad nos permite explorar nuevas ideas y experiencias. Fue precisamente gracias a ella que nuestros antepasados descubrieron el fuego o la rueda.

¿Y quién si no una persona curiosa se atrevería a probar por primera vez un manjar como la miel? Hay que tener ganas de descubrir y probar cosas nuevas para meter la mano en un panal de abejas.

¿Existen personas más curiosas que otras?

Por cierto, que sí.

Las personas con un “plus de curiosidad” suelen tener una mentalidad abierta y están dispuestas a asumir riesgos para cosechar los frutos de nuevas experiencias. Les motiva explorar, innovar, mejorar y crecer. Esto es lo que impulsa a las personas curiosas a superar los límites establecidos o conocidos.

También son mentes atraídas por resolver problemas, buscar soluciones y ampliar sus conocimientos.  Desean conocer el mundo que les rodea, las personas que lo habitan o cómo funciona la vida tal y cómo lo hace.

Puede parecer obvio, pero las personas curiosas también tienen la capacidad de mejorar el trabajo de un equipo de colaboradores. Su mentalidad abierta hace que se sientan atraídos por lo nuevo o lo diferente y ayuda a formar equipos más diversos y fomentar una cultura organizacional más tendiente a la mejora.

Un equipo de investigadores de la Universidad George Mason, en Estados Unidos, propone cinco dimensiones de la curiosidad:

  1. Exploración alegre: es la tendencia a explorar ideas y conceptos nuevos por puro placer y alegría. Las personas que demuestran esta dimensión tienden a ser de mente abierta y dispuesta a asumir riesgos para obtener las recompensas de nuevas experiencias.
  2. Sensibilidad a las carencias: esta dimensión tiene un componente emocional distinto, más que alegría, aparece la ansiedad al intentar gestionar ideas complejas o abstractas, solucionar problemas o reducir brechas de conocimiento. En este caso uno se adentra en la tensión por saber cómo se resuelve un problema en un examen o por recordar un dato, que no hay manera de que venga a la memoria, por ejemplo.
  3. Tolerancia al estrés: es un rasgo de carácter importante relacionado con la curiosidad. Las personas capaces de tolerar y afrontar el estrés son más propensas a asumir riesgos, superar límites y explorar nuevas ideas sin miedo al fracaso.
  4. Curiosidad social: se basa en la necesidad de un individuo de formar conexiones significativas con los demás. Es la inclinación por interesarse por los demás, especialmente por los que son diferentes de uno mismo. Esta dimensión ayuda a las personas a entablar relaciones, adquirir conocimientos y comprender culturas, creencias, valores y perspectivas diferentes.
  5. Búsqueda de emociones: es la tendencia a buscar actividades que nos hagan sentir que estamos aprovechando la vida al máximo. Estas personas suelen estar dispuestas a asumir riesgos y sobrepasar los límites para experimentar emociones. La curiosidad vinculada a la búsqueda de emociones no tiene que ver tanto con el aprendizaje o el crecimiento, sino más bien con la experiencia y la creencia de que solo se vive una vez.

Desarrollar la curiosidad tiene muchos beneficios tanto para las personas como para las organizaciones. A nivel individual, ayuda a las personas a explorar nuevas ideas y experiencias, establecer relaciones y desarrollar habilidades. La curiosidad también puede ayudar a las personas a ser más creativas y a resolver mejor los problemas.

En el caso de las organizaciones, impulsar la curiosidad puede conducir a la innovación en productos o servicios, el aumento de la productividad y a una mejora en el trabajo en equipo. Mejora la comunicación y colaboración entre los miembros del equipo al fomentar preguntas y discusiones abiertas.

También promueve el aprendizaje continuo y el desarrollo personal y profesional de los empleados. En este sentido, contribuye a un ambiente más motivador y comprometido ya que los empleados sienten que tienen margen para arriesgar. Permite una mayor adaptabilidad al cambio ya que fomenta la exploración de nuevas ideas y enfoques.

Promover el concepto de “curiosidad” enfocada sobre ciertos dominios sobre los cuales queremos crecer o dar un salto cualitativo o cuantitativo, es una tarea constante y continua de aquellas organizaciones que pretendan ser más resilientes a los efectos de los cambios constantes, repetitivos y no optativos, que la digitalización y la globalización están provocando a ritmos inasequibles.

Las organizaciones que pretendan seguir con vida, deben asegurarse que sus integrantes pueden tener la curiosidad infinita de los niños, acompañada de los cuidados y sopesando los riesgos, para que la curiosidad finalmente no mate al gato.

«Curiosidad infinita para accionar versus el letargo de conocimientos y prácticas que ya no sirven».

Bienvenidos a la era de los curiosos, esa emoción positiva que no quita la parálisis y nos posibilita movernos en este mundo de cambios exponenciales.

Para finalizar les dejo las siguientes reflexiones:

Prefiero que mi mente se abra movida por la curiosidad a que se cierre movida por la convicción. (Gerry Spence).

“Se mide la inteligencia de un individuo por la cantidad de incertidumbres que es capaz de soportar”. (Immanuel Kant).

“No tengo talentos especiales, pero sí soy profundamente curioso”. (Albert Einstein).

El desafortunado Cañuelas

Gervasio Cañuelas salió como todos los domingos, en horas tempranas, a visitar a su primo, que vivía en el otro extremo de la ciudad. Iba preparado con su paraguas, por las dudas lloviera, tal y como estaba pronosticado. Mientras caminaba rumbo a la parada de colectivos, y para protegerse del sol, abrió su paraguas a modo de sombrilla. El viento no era intenso, ni mucho menos, pero una ráfaga subrepticia, le arrebató el paraguas de las manos, el cual fue a dar de pura casualidad, sobre el recorrido de un motociclista, el cual se derrumbó de su vehículo, derrapando con su humanidad por espacio de varios metros. Gervasio no lo podía creer, ya que esta como tantas otras veces, había sido víctima de su mala fortuna.

Gervasio corrió presuroso a socorrer al hombre caído, el cual gracias a Dios sólo había sufrido raspaduras menores, no así la motocicleta, la cual estaba bastante destruida, por cierto.  Mientras el hombre se levantaba, un transeúnte que circulaba justo por allí, siendo testigo de lo ocurrido, comenzó a increpar a los gritos al pobre Gervasio, acusándolo de que había tirado el paraguas a propósito, provocando la caída, acusándolo de asesino. La sonoridad elevada de los gritos atrajo a otros vecinos y personas que circulaban por allí, los cuales comenzaron una formar un círculo alrededor del hecho, que tenía en su centro al caído, a Gervasio y al vociferante.

Como era de esperar, la cosa comenzó a agravarse, ya que alguno de los presentes llamó a la policía, otro a la ambulancia y un tercero a familiares del accidentado. Con el correr de los minutos, con los paramédicos presentes, la policía tomando testimonios sobre la base acusatoria del testigo que vió todo, más los familiares del motociclista caído que habían comenzado a insultar a viva voz a Gervasio, la situación se tornó ciertamente inmanejable. Con prontitud vinieron más fuerzas de seguridad, que procedieron a cortar la circulación de la calle en ambos extremos de la misma. Era fin de semana, con escasez de noticias, lo que propició que los medios periodísticos radiales y televisivos acudieran rápidamente al lugar, interesados en difundir la historia del hombre que mediante un paraguas había intentando asesinar a una persona.

La policía secuestró el paraguas destrozado, como evidencia de lo sucedido, con todos los recaudos necesarios para que las huellas dactilares de Gervasio se mantuvieran intactas, sobre lo que ellos ya denominaban como un «arma letal». Al mismo tiempo, que la ambulancia se llevaba al motociclista al hospital más cercano, ya que, si bien no presentaba heridas de consideración visibles, argumentaba estar perdido, mareado y confundido, Gervasio fue detenido, esposado y subido al patrullero que tenía las sirenas encendidas, sospechado de intento de asesinato, y acosado por la muchedumbre presente, los periodistas y los familiares del lesionado, los cuales nos dejaban de gritarle y lanzarle toda suerte de improperios, a la vez que intentaban golpearlo.

El recorrido de Gervasio, hacia la comisaria más próxima no estuvo exento de sobresaltos, ya que los periodistas que siguieron al coche patrulla, al igual que los familiares, unos exagerando el suceso, para llenar espacios vacíos del domingo, y los segundos, para asegurarse que Gervasio pagara las consecuencias, casi chocan entre ellos y con el coche patrulla en reiteradas oportunidades. Finalmente, Gervasio llegó a la sede policial, donde la fiscalía ya alertada de la situación, lo esperaba presto para labrar la acusación por intento de homicidio. Gervasio fu bajado de la patrulla y escoltado a la celda, donde dada la resonancia del caso, fue puesto en soledad, previniendo cualquier ataque de algún recluso que quisiera hacer justicia por mano propia. La policía tomó declaración a los familiares y al testigo vociferante que había venido con ellos, en presencia del fiscal, el cual luego de escuchar lo sucedido no tuvo dudas de que debía imputar a Gervasio del delito que se lo acusaba.

Gervasio, como era de esperar se declaró inocente de todo cargo, pidió un abogado defensor de oficio, ya que no tenía dinero para afrontar un letrado pago, y pidió llamar a su primo, el único familiar con el que contaba. Unas horas después, en presencia del defensor de oficio y de su primo, que había podido concurrir para acompañarlo en estas circunstancias, Gervasio pidió su liberación inmediata, la cual fue negada formalmente por el juez de turno, el cual alertado por la repercusión de los medios de comunicación se había hecho presente presuroso, luego de recibir la imputación de la fiscalía.

Gervasio fue trasladado, desde la sede policial local, a una prisión de máxima seguridad, cita en las afueras de la ciudad, recibiendo en ese trayecto una escolta policial, digna de un delincuente altamente peligroso. Los medios de comunicación, los curiosos y otros tantos, se dieron cita a la salida de la comisaria, generando nuevas escenas de caos y descontrol. Ya lo medios televisivos y radiales, habían agregado a la historia antecedentes de dudosa procedencia respecto de Gervasio, lo cual lo mostraban como un ser humano agresivo, malhumorado y homofóbico, lo que incluyó un reportaje al dueño del local comercial, donde supuestamente Gervasio había comprado el paraguas, el cual decía abiertamente, que el cliente había hecho preguntas específicas acerca de la dureza de la punta del paraguas, que pidió sea metálica, mientras usaba el mismo como si fuera una espada. Gervasio había pagado el paraguas en efectivo, y no quiso recibir la factura, lo cual según la periodista tornaba más sospechosa la conexión. Bastante tiempo después, saldría a la luz que el local comercial, solo quería aprovechar la situación para promocionarse, y no se le ocurrió mejor idea a su propietario que hacerlo de esa manera.

A la tarde del domingo, la vinculación del agresor y su víctima, había sido establecida, ya que Gervasio y el motociclista caído, habían concurrido juntos a la misma escuela de oficios, donde habían aprendido electricidad domiciliaria, oficio al cual se dedicaba Gervasio. La difusión del caso, se hizo aún más grande, cuando en teoría un compañero de ambos, había escuchado hace unos tres años, una acalorada discusión entre ambos. Este señor manifestó al entrevistador y para un medio televisivo, que al final de la discusión que casi terminó a los golpes, Gervasio había amenazado de muerte a su compañero, ahora internado producto de la caída. Meses más tarde se comprobaría que se trataba de otro Gervasio, el violento en cuestión, pero mientras tanto, todo servía para acrecentar «la leyenda del asesino del paraguas».

Con el correr de las horas, a la voz del dueño del local, y del supuesto compañero de la escuela de oficios, se sumaron varias más, todas las cuales no dejaban bien parado a Gervasio. Ante la magnitud de testimonios y de indicios en contra, el abogado defensor recomendó que Gervasio se declarará culpable, buscando un acuerdo extrajudicial, para solventar los costos médicos y los daños a la motocicleta, más un juicio penal abreviado, donde pudiera recibir la mínima sentencia. Gervasio, pese a todo, sostenía su inocencia, por lo que prefirió ir a juicio, amén de que no tenía dinero para solventar ningún gasto, ni contar con mejores herramientas de defensa.

El juicio, fue otro suceso mediático, que se llevó a cabo varios meses después, en presencia de mucho público y un jurado popular. Gervasio fue condenado sin atenuantes, a cumplir una pena de prisión de cuatro años y medio, y el juicio civil le obligaba a pagar todas los costos médicos y particulares del damnificado. No sirvieron de nada, todos los esfuerzos del primo por buscar testigos a favor de su primo, personas que se atrevieran a decir la verdad de lo sucedido, ya que aparte que nadie se animaba, la condena social y mediática ya había sido impuesta.

Luego de más de un año encarcelado, la historia de Gervasio dio un giro inesperado. El mismo motociclista había sufrido un evento similar, pero producto de un perro que venía siendo guiado por un alto comisario policial que estaba de paseo. Los argumentos del motociclista y del supuesto testigo que también lo había visto todo, ya no tuvieron el mismo peso. Todo indicaba que la caída de la moto, era un modus operandi de este señor, el cual lo hacía para ganar dinero fácil. Los testigos que habían hablado en contra de Gervasio, incluyendo al dueño del local comercial y el compañero de la escuela de oficios, revirtieron rápidamente sus testimonios, por lo que el primo de Gervasio, munido de cierto dinero que había conseguido, pudo contratar un abogado defensor apropiado, por lo que a poco más de un año se pudo revisar el caso, y la cámara de casación pudo finalmente liberar a Gervasio, declarando nula la condena anterior.

Una vez recuperada la libertad, los mismos medios que habían condenado a Gervasio, aprovecharon la situación, para llenar amplios espacios de aire, entronizando a Gervasio, como un mártir del sistema judicial y la inoperancia policial, ofreciendo dinero para el ex condenado apareciera en televisión para contar su historia de calvario. Gervasio se negó sistemáticamente, y se recluyó en su pequeño departamento, del cual salía, sólo para hacer las changas de electricidad que lo sostenían económicamente, además de hacer sus compras y de visitar a su primo, el único que había confiado en su inocencia.

Cuenta la historia, que las desventuras de Gervasio no se acabarían así nomás, ya que siguió sufriendo episodios varios de “mala yeta”. También los que lo conocieron un poco más, hablaban de que se trataba de un caso «medio hereditario», ya que su padre había soportado la misma condición de desafortunado. La cuestión es que Gervasio no salió más de su departamento, cuando había lluvia pronosticada, debido a que sufría de fobia a los paraguas y a los paragüeros. Si alguna lluvia lo sorprendía, prefería buscar refugio o directamente mojarse, pero «jamás de los jamases» volvería a portar un arma letal como un paraguas, ya que producto de su manipuleo había quedado encerrado un largo período de tiempo.

Intentó sin éxito alguno, durante muchas veces y por todos los medios posibles, librarse de su «condición de enyetado», concurriendo a varias curanderos y manos santa. Cuando todo hacía presuponer que ya lo había superado, otro evento de infortunio, lo hacía consciente nuevamente de su “mala suerte”.  Incluso, ya de viejo y en circunstancias de su muerte natural, Gervasio fue enterrado un día de verano muy lluvioso, lo que provocó que en el trayecto del coche fúnebre, su ataúd saliera despedido y llevado por la corriente de agua de la calle, durante varias cuadras, no sin antes provocar un accidente múltiple de autos que colisionaron con el afán de esquivarlo.

La mala suerte siempre fue la fiel compañera, del desafortunado Cañuelas y su final no estaría exento de ello.

Un regalo preciado

Mientras transcurre este fin de semana, arropado y frío, las sensaciones de calidez se hacen presentes a cada instante. Estimo que casi nadie es ajeno, a un saludo de alguien por ser amigo de tantos años. Antes los saludos se hacían con una llamada telefónica, una visita, una carta, un saludo enviado a través de alguien. Hoy los dispositivos nos permiten comunicarnos y vernos a distancia.

Más allá de la digitalización de los saludos, las personas preferimos el contacto cara a cara, para demostrar afecto y compromiso con las relaciones. Acompañar o ser acompañado físicamente en un momento alegre o triste, no tiene precio o mejor tiene mucho precio. Tener un amigo o ser amigo de… es “un regalo preciado” que no tiene valor de cambio, pero que si nos hace cambiar y ser mejores habitantes de este camino que llamamos vida.

Es probable que puedas vivir sin tener amigos, aunque también es claro que puedas vivir mejor si los tienes. Las discusiones sobre la cantidad, calidad y duración de los amigos, tiene tantas respuestas personales y únicas, que no podría llegar ni siquiera a resumirlas. En cada cultura y a cada edad existe una percepción distinta de lo que ser amigo, incluyendo una amplia gama de valoraciones.

Por cierto, llega a una edad donde los amigos van desapareciendo físicamente, quedando en el recuerdo de todos los que los llevamos en el corazón, que es donde anidan las grandes amistades.

El más famoso de mis amigos, alguna vez dijo que prefería discutir con un amigo, que congeniar con un enemigo. Al final de cuentas creo que de eso se trata, ya que un amigo es el que nos permite crecer, compartiendo juicios de valor y opiniones disimiles. Mis amigos más cercanos han estado presentes en los momentos más duros de mi vida. Para todos ellos mi eterno agradecimiento. La distancia y las obligaciones ponen a prueba la amistad, mientras la misma se va haciendo cada vez más sólida.

“Cuando un amigo se va queda un espacio vacío, que no se puede llenar con la llegada de otro amigo”, dice la letra de una difundida canción sobre la amistad. Cientos de reflexiones sobre la amistad, que tienen un inmenso valor descriptivo sobre el sentimiento que une a una o más personas que son amigas. Un amigo del alma, es una exquisita definición que no necesita una explicación adicional, ya que es una forma de decir cuanto llevamos a un amigo en nuestro ser.

Las peleas entre amigos, suelen poner a prueba el valor de la amistad y la profundidad de la misma, cuando entran en juego otros elementos como el orgullo y el perdón. Yo he sido testigo, de un sentido perdón de mi papá Ramón a un amigo, semanas antes de que el primero dejara este mundo. El sólo recuerdo de esa circunstancia me estremece, porque jamás he vivido una situación tan profundamente humana. El abrazo recibido de un amigo cuando fue a recibirme luego de haber vivido una situación traumática, es como haber recibido el premio nobel a la amistad.

Tenemos tantas historias para contar sobre la amistad que no alcanzan todos los libros del universo para contenerlas. De hecho, gran parte de los relatos históricos nos hablan de la amistad y la traición. Jesús, tuvo eligió entre sus discípulos a doce amigos, de los cuales hubo uno que lo traicionó. El perdón de Jesús nos muestra la grandeza del perdón a un amigo.

Si les preguntará en estos momentos que es más importante para ustedes, de seguro muchos dirían mi familia y mis amigos, describiendo a los segundos como la familia que se elige. Los seres humanos cometemos muchos errores, que casi siempre los amigos se encargan de disimular. “Yo quiero tener un millón de amigos, y así más fuerte poder cantar”, reza otro éxito musical, el cual va acompañado por “Quiero llevar este canto amigo a quien lo pudiera necesitar” y por:

“Yo quiero amor siempre en esta vida

Sentir calor de una mano amiga

Quiero a mi hermano sonrisa al viento

Verlo llorar, pero de contento”.

Para finalizar esta oda a la amistad, va un texto del escritor uruguayo Mario Benedetti, que resume mucho mejor que yo, lo que significa ser amigo:

La gente que me gusta

“Me gusta la gente que vibra, que no hay que empujarla, que no hay que decirle que haga las cosas, sino que sabe lo que hay que hacer y que lo hace. La gente que cultiva sus sueños hasta que esos sueños se apoderan de su propia realidad.

Me gusta la gente con capacidad para asumir las consecuencias de sus acciones, la gente que arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño, quien se permite huir de los consejos sensatos dejando las soluciones en manos de nuestro padre Dios.

Me gusta la gente que es justa con su gente y consigo misma, la gente que agradece el nuevo día, las cosas buenas que existen en su vida, que vive cada hora con buen ánimo dando lo mejor de sí, agradecido de estar vivo, de poder regalar sonrisas, de ofrecer sus manos y ayudar generosamente sin esperar nada a cambio.

Me gusta la gente capaz de criticarme constructivamente y de frente, pero sin lastimarme ni herirme. La gente que tiene tacto.

Me gusta la gente que posee sentido de la justicia. A estos los llamo mis amigos.

Me gusta la gente que sabe la importancia de la alegría y la predica. La gente que mediante bromas nos enseña a concebir la vida con humor. La gente que nunca deja de ser aniñada.

Me gusta la gente que con su energía, contagia.

Me gusta la gente sincera y franca, capaz de oponerse con argumentos razonables a las decisiones de cualquiera.

Me gusta la gente fiel y persistente, que no desfallece cuando de alcanzar objetivos e ideas se trata.

Me gusta la gente de criterio, la que no se avergüenza en reconocer que se equivocó o que no sabe algo. La gente que, al aceptar sus errores, se esfuerza genuinamente por no volver a cometerlos. La gente que lucha contra adversidades.

Me gusta la gente que busca soluciones.

Me gusta la gente que piensa y medita internamente. La gente que valora a sus semejantes no por un estereotipo social ni cómo lucen. La gente que no juzga ni deja que otros juzguen.

Me gusta la gente que tiene personalidad.

Me gusta la gente capaz de entender que el mayor error del ser humano, es intentar sacarse de la cabeza aquello que no sale del corazón.

La sensibilidad, el coraje, la solidaridad, la bondad, el respeto, la tranquilidad, los valores, la alegría, la humildad, la fe, la felicidad, el tacto, la confianza, la esperanza, el agradecimiento, la sabiduría, los sueños, el arrepentimiento y el amor para los demás y propio son cosas fundamentales para llamarse GENTE.

Con gente como ésa, me comprometo para lo que sea por el resto de mi vida, ya que por tenerlos junto a mí, me doy por bien retribuido.”

¡El delicado arte de enojarse!

El enojo es una de las emociones más presentes desde nuestro nacimiento.

Recuerdo el haber sido un niño con bastante tendencia a la ofuscación. Me producía irritación que otros infantes no quisieran jugar, que mis padres no me compraran un juguete, una mala nota en el colegio, sólo por citar ejemplos comunes.

Durante la adolescencia, los enojos pueden ser más reiterados, impulsivos y derivar en situaciones complejas de violencia o descontrol.

Unida a la frustración y camino previo a la ira, a una edad más madura, el enojo se produce fundamentalmente, por todo a aquello que se interpone con nuestros objetivos personales. Es por ello, que nos molestan situaciones, actitudes de otras personas, pedidos no satisfechos, errores propios y ajenos, metas que no alcanzamos.

Vivir enojado, puede resultar nocivo para mantener relaciones estables, conservar amigos, trabajo. Nos limita la oportunidad de expandir nuestras posibilidades.

En el otro extremo, no enojarse por casi nada, puede implicar la aceptación pasiva de agresiones. La exacerbación de la calma, puede atentar contra nuestra dignidad humana. Vale decir, ante una agresión manifiesta recibida, mantenerse sin decir palabra, puede resultar contraproducente.

La exasperación usada como un mecanismo de manipulación hacia los demás, es inconducente para sostener relaciones humanas sanas.

La calma fingida, utilizada como un mecanismo de simulación para mostrar equilibrio, es una condición de no autenticidad, que se puede caer por su propio peso. Ser una persona absolutamente inalterable, puede esconder una faceta de no involucramiento y de poco compromiso con las situaciones y las relaciones. Manifestar que algo no está bien, con gestos que son sinceros y coherentes con las palabras, es ciertamente legítimo. Acompañarlo de una propuesta de acercamiento de posiciones suele ser absolutamente superador.

Poner conciencia y detectar lo que nos está enfadando, nos permite encontrar una salida para no permanecer en esa emoción. De este modo evitamos entrar en la cólera.

No manifestar enojos a tiempo, puede derivar en el resentimiento, que prolongado en el tiempo nos lleva al odio.

El enojo reduce el espacio de posibilidades para accionar. Es espontáneo y una reacción impulsiva.

Poner conciencia de la limitación que produce, es clave para sortear obstáculos y conseguir metas.

En un sentido práctico, cuando nos disgustamos con alguien, estamos emitiendo una señal de alarma hacia el otro. Le estamos diciendo:

¡Oye esto que estás haciendo es inaceptable!

Ahora bien, si nuestro devenir no es acompañado de otras señales en sentido contrario, de que aceptamos determinadas cosas de los demás, la cuestión se puede tornar insostenible.

Los orígenes del cabreo pueden ser muy variados:

Enojos amorosos en relaciones profundas entre personas.

Enojos en el entorno de la amistad por promesas incumplidas.

Enojos por desavenencias laborales o contractuales.

Enojos por inconductas a la hora de conducir.

Enojos por situaciones injustas.

Así podemos enumerar cientos de razones.

El común denominador de los motivos, es por lo general un disparador o sea algo que no esperaba. No estaba en mi radar.

Mantener una adecuada gestión de lo que nos irrita, nos puede llevar a tomar mejores decisiones.

Si estoy enojado conmigo mismo, porque las cosas no me salen cómo quería o esperaba, entonces puedo:

  • concurrir a terapia, buscando ayuda profesional.
  • buscar la asistencia de un coach.
  • generar nuevas relaciones.
  • indagar en otras personas que hacen lo mismo, para saber cómo lo hacen.

Letras que inspiran !

Escarchando el suelo, el invierno se hizo presente con toda su gélida fuerza.  El frío continuará por varias jornadas más, para tornar desapacible algunos días de las vacaciones escolares. El receso es siempre bienvenido y esperado, aunque hubiera sido preferido por cierto al menos una pequeña cuota de calidez.

Residiendo a media cuadra de un teatro, reviso cada tanto su cartelera. Me sorprende que el afamado escritor inglés, o quizás como refiere Borges, “el menos inglés de los poetas de todos los tiempos”, siga siendo uno de los protagonistas centrales de las marquesinas culturales de calidad. Las obras maestras del Bardo de Avon, son una fuente inagotable de lirismo, de comedia, de tragedia y de filosofía en estado puro.

El maestro de la tragedia, menos conocido por su poesía y por su comedia, es el exquisito titiretero de las «letras que inspiran».

Que nos dice sobre él la enciclopedia británica:

Shakespeare es generalmente reconocido como el más grande de los escritores de todos los tiempos, figura única en la historia de la literatura. La fama de otros poetas, tales como Homero y Dante Alighieri, o de novelistas tales como León Tolstói o Charles Dickens, ha trascendido las barreras nacionales, pero ninguno de ellos ha llegado a alcanzar la reputación de Shakespeare, cuyas obras hoy se leen y representan con mayor frecuencia y en más países que nunca. La profecía de uno de sus grandes contemporáneos, Ben Jonson, se ha cumplido por tanto: “Shakespeare no pertenece a una sola época sino a la eternidad”.

Otro crítico contemporáneo nos dice sobre él:

Ningún otro escritor ha tenido nunca tantos recursos lingüísticos como Shakespeare, tan profusos en “Trabajos de amor perdidos” que tenemos la impresión de que, de una vez por todas, se han alcanzado muchos de los límites del lenguaje. Sin embargo, la mayor originalidad de Shakespeare reside en la representación de personajes: Bottom es un melancólico triunfo; Shylock, un problema permanentemente equívoco para todos nosotros; pero “sir” John Falstaff es tan original y tan arrollador que, con él, Shakespeare da un giro de ciento ochenta grados a lo que es crear a un hombre por medio de palabras.

Shakespeare fue poeta y dramaturgo venerado ya en su tiempo, pero su reputación no alcanzó las altísimas cotas actuales hasta el siglo diecinueve. Los románticos, particularmente, aclamaron su genio, y los victorianos adoraban a Shakespeare con una devoción que George Bernard Shaw denominó “bardolatría”.

En el siglo XX, sus obras fueron adaptadas y redescubiertas en multitud de ocasiones por todo tipo de movimientos artísticos, intelectuales y de arte dramático. Las comedias y tragedias shakespearianas han sido traducidas a las principales lenguas, y constantemente son objeto de estudios y se representan en diversos contextos culturales y políticos de todo el mundo. Por otra parte, muchas de las citas y aforismos que salpican sus obras han pasado a formar parte del uso cotidiano, tanto en inglés como en otros idiomas. Y en lo personal, con el paso del tiempo, se ha especulado mucho sobre su vida, cuestionando su sexualidad, su filiación religiosa, e incluso la autoría de sus obras.

Resulta curioso que todo el conocimiento que ha llegado a la posteridad sobre uno de los autores del canon occidental no sea más que un constructo formado con las más diversas especulaciones. Se ha discutido incluso si Shakespeare es el verdadero autor de sus obras, atribuidas por algunos a Francis Bacon, a Christopher Marlowe (quien, como espía, habría fingido su propia muerte) o a varios ingenios; la realidad es que todas esas imaginaciones derivan del simple hecho de que los datos de que se dispone sobre el autor son muy pocos y contrastan con la desmesura de su obra genial, que fecunda y da pábulo a las más retorcidas interpretaciones.

Casi ciento cincuenta años después de la muerte de Shakespeare en 1616, comenzaron a surgir dudas sobre la verdadera autoría de las obras a él atribuidas. Los críticos se dividieron en “stratfordianos” (partidarios de la tesis de que el William Shakespeare nacido y fallecido en Stratford fue el verdadero autor de las obras que se le atribuyen) y “anti-stratfordianos” (defensores de la atribución de estas obras a otro autor). La segunda posición es, en la actualidad, muy minoritaria.

Los documentos históricos demuestran que entre 1590 y 1620 se publicaron varias obras teatrales y poemas atribuidos al autor William Shakespeare, y que la compañía que representaba estas piezas teatrales, Lord Chamberlain’s Men (luego King’s Men), tenía entre sus componentes a un actor con este nombre. Se puede identificar a este actor con el William Shakespeare del que hay constancia que vivió y murió en Stratford, ya que este último hace en su testamento ciertos dones a miembros de la compañía teatral londinense.

A lo largo del tiempo han existido teorías que subrayan que William Shakespeare era tan solo un alias tras los que podían esconderse otros ilustres nombres como Christopher Marlowe (1564-1593), el filósofo y hombre de letras Francis Bacon (1561-1626) o Edward de Vere (1550-1604), decimoséptimo conde de Oxford. Jacobi asegura inclinarse por Edward de Vere, que frecuentó la vida cortesana en el reinado de Isabel I (1533-1603), y lo califica como su “candidato” preferido, dadas las supuestas similitudes entre la biografía del conde y numerosos hechos relatados en los libros de Shakespeare.

¿Cuál es una de las razones principales por la que se cuestionó la autoría de Shakespeare? El World Book Encyclopedia señala “la negativa a creer que un actor de Stratford on Avon hubiese podido escribir tales obras. Su origen rural no cuadraba con la imagen que tenían del genial autor”. La citada enciclopedia añade que la mayoría de los supuestos escritores “pertenecían a la nobleza o a otro estamento privilegiado”. Así pues, muchos de los que ponían en tela de juicio la paternidad literaria de Shakespeare creen que “solo pudo haber escrito las obras un autor instruido, refinado y de clase alta”. Con todo, muchos especialistas creen que Shakespeare sí las escribió.

La duda sobre la autoría no reduce para nada la calidad de las obras, que además de profusas y decididamente humanas y no humanas a la vez, tienen un refinamiento especial y único, que las hace merecedoras de todos los elogios y la universalidad que han alcanzado.

Ante la falta de manuscritos hológrafos y de fechas precisas de composición, se hace muy difícil el establecer una cronología bibliográfica shakespeariana. El First Folio, que reagrupa la mayor parte de su producción literaria, fue publicado por dos actores de su compañía, John Heminges y Henry Condell, en 1623, ocho años después de la muerte del autor. Este libro dividía su producción dramática en “Historias, Comedias y Tragedias”, y de él se hicieron 750 copias, de las que han llegado a nuestros días la tercera parte, en su mayoría incompletas. Gracias a esta obra se conservó la mitad de la obra dramática del autor, que no había sido impresa, pues Shakespeare no se preocupó en pasar a la historia como autor dramático.

En líneas generales, la crítica ha destacado sobre todo dos aspectos de la obra dramática de William Shakespeare.

En primer lugar, una indiferencia y distanciamiento casi inhumanos del autor respecto a la realidad de sus personajes, que comparte asimismo con la mayor introspección y profundización en la creación de su psicología. Shakespeare no moraliza, no predica, no propone fe, creencia, ética ni solución alguna a los problemas humanos: plantea, y lo hace mejor que nadie, algunas de las angustias fundamentales de la condición humana (ser o no ser, la ingratitud, sea filial ,El rey Lear, o no, la ambición vacía), pero nunca da respuestas: no sabemos qué pensaba Shakespeare, al que el espectáculo del mundo le trae al fresco, por más que su visión de fondo sea pesimista y sombría ante la posición miserable y mínima que ocupa un hombre hecho de la misma materia que los sueños en un universo misterioso, profundo, inabarcable y sin sentido. Mientras que el teatro barroco español privilegia lo divino sobre lo humano, Shakespeare reparte por igual su temor (o, más exactamente, su maravilla) ante lo celeste y ante lo terrenal.

En segundo lugar, la crítica ha destacado el extraordinario poder de síntesis del «Cisne de Avon» como lírico; su fantasía es capaz de ver un universo en una cáscara de nuez; como creador de personajes, cada uno de ellos representa en sí mismo una cosmovisión, por lo cual se le ha llamado Poet’s poet (poeta de poetas). Son auténticas creaciones Ricardo III, Hamlet, Otelo, Bruto, Macbeth, lady Macbeth, Falstaff… Sin embargo, y por eso mismo, se le han hecho también algunos reproches: los personajes de sus obras parecen autistas, no saben escucharse y permanecen cerrados en su mundo a toda comprensión profunda del otro. ¿Qué simpatía existe entre Hamlet y su pobre y torturada novia Ofelia? ¿Se han «escuchado» alguna vez Marco Antonio y Cleopatra, quienes, a pesar de ser amantes, desconfían patológicamente el uno del otro? El crítico Harold Bloom ha señalado esto como una de las diferencias más notables y sensibles entre Shakespeare y Cervantes. En este último existe empatía, amistad y conexión humana entre sus personajes, de forma que estos aprenden de los demás y evolucionan, mientras que los autistas personajes trágicos de Shakespeare son incapaces de comprenderse y realizar este humano acercamiento.

Para cerrar este breve análisis de la personalidad del genial escritor podemos citar sus frases más célebres.

“El amor de los jóvenes no está en el corazón, sino en los ojos” (Romeo y Julieta).

«Morir, dormir… ¿dormir? Tal vez soñar.» (Hamlet).

«Antes que nada ser verídico para contigo mismo. Y así, tan cierto como que la noche sigue al día, hallarás que no puedes mentir a nadie.» (Hamlet).

To be, or not to be, — that is the question. —» (Hamlet).

«Mira que a veces el demonio nos engaña con la verdad, y nos trae la perdición envuelta en dones que parecen inocentes.» (Macbeth).

«El tiempo no vuelve atrás, por lo tanto, planta tu jardín y adorna tu alma en vez de esperar a que alguien te traiga flores».

«Al nacer, lloramos porque entramos en este vasto manicomio.» (El Rey Lear).

“El amor, como ciego que es, impide a los amantes ver las divertidas tonterías que cometen.» (El mercader de Venecia).

“Perder el sueño, que desteje la intrincada trama del dolor; el sueño, descanso de toda fatiga; alimento el más dulce que se sirve a la mesa de la vida.» (Macbeth).

«El que va demasiado aprisa llega tan tarde como el que va muy despacio.» (Romeo y Julieta).

“El pobre contento es rico y bien rico; quien nada en riquezas y teme perderlas es más pobre que el invierno.” (Otelo).

“Ser de tal o cual manera depende de nosotros. Nuestro cuerpo es un jardín y nuestra voluntad, la jardinera”. (Otelo).

Dos que me resultan imperdibles:

Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, que todas las que pueda soñar, imagina tu filosofía. (Hamlet).

La vida es una historia contada por un idiota, una historia llena de estruendo y furia, que nada significa. (Macbeth).

¡ El desafío cultural !

La cultura no es lo que parece ser. No sólo es un conjunto de aspectos que tienen que ver con un cuadro, una muestra artística, un atelier de escultura o la presentación de un libro. La cultura abarca mucho más, ya que según me lo transmitiera un maestro del pensamiento, puede entenderse por cultura, a todas las respuestas que surgen de la pregunta: ¿Cómo se hacen las cosas por acá?

Cuando uno conoce un lugar nuevo, una ciudad, una región, aún dentro de una misma provincia o país, hay rasgos culturales que lo pintan de cuerpo entero: la limpieza de las calles, el saludo amistoso o no de las personas, el orden público, el sistema de transporte, las escuelas, los hospitales, las comidas típicas, donde y para que trabajen las personas, las costumbres generales, comidas típicas, vestimentas particulares, lugares de ocio, los deportes que se practican y así un sinnúmero de quehaceres individuales y comunes que definen “la cultura del lugar”.

En los ámbitos de trabajo dentro de cualquier actividad, existe del mismo modo una cultura o modo de hacer las cosas, el cual define la impronta general y los resultados que se obtienen. Una cultura traspasa la visión individual, dándole a cada sujeto que la conforma, ciertos rasgos de conducta que lo hacen pertenecer o sentirse dentro de esa manera general de hacer las cosas.

El desafío de introducir cambios en una cultura arraigada por años es una de las tareas más complejas, al cual se enfrentan las organizaciones de cualquier nivel que sean. Es difícil a veces definir por donde empezar, pero la peor decisión es no hacerlo. Es bueno trazar un plan, pero aún mejor sumar a todos a ese plan, aunque el mismo no sea perfecto, generando ejemplos claros y concretos de cómo se tienen que hacer las cosas y replicar esa semilla en todos los lugares más escondidos y olvidados de los quehaceres tanto sea rutinarios como extraordinarios. Los valores de esta nueva cultura tienen que ser claros, acompañando al plan trazado y a las personas o no desviarse del camino, o si lo hacen les sirvan de guía para pegar el volantazo de nuevo hacia el camino que nos lleve a cumplir los objetivos, que tienen que ser simples, entendibles y coherentes.

Desarrollar una nueva cultura que sea más sostenible que la anterior es un trabajo que demandará tiempo, recursos y por sobre todo compromiso, ya que modificar cómo operamos es un trabajo en sí mismo. Como en todo proceso, habrá gente extremadamente comprometida, que necesitará menguar sus ansiedades, personas comprometidas dentro del esquema de valores pautado y otras que no la aceptarán por no compartirla. Necesitamos modificar hábitos, creencias y formas de ver las cosas, de ahí la relevancia y el tiempo que se necesita para lograrlo.

Por si faltara poco, “la revolución 4.0 o más bien la nueva sociedad del conocimiento”, viene a dar un condimento adicional a estos escenarios difusos que se presentan y que son un marco de referencia adicional, al cual es difícil de escapar.

A continuación, un extracto de un artículo publicado en el 2017, donde se nos reseña esto de la “sociedad del conocimiento” y su impactos generales y riesgos asociados:

“La sociedad del conocimiento ha cambiado la creencia sobre el saber científico como algo capaz de controlar la naturaleza y contribuir a una verdad objetiva, por un conocimiento distribuido y difuso, que surge como un mosaico sin organizar. Esto unido a la cantidad de información que se genera y a su rápida difusión propicia una mayor democratización y participación en el saber, a la vez que puede someternos a marcos de pensamiento dominantes ante un mundo que se presenta con una mayor complejidad.

Los cambios tecnológicos, en todos los campos, están suponiendo una auténtica revolución basada en el conocimiento y que altera sensiblemente los modos en que trabajamos y convivimos. Precisamente ha sido la revolución tecnológica, asociada al modo de producción capitalista y a la continua expansión del comercio mundial, la que ha provocado la globalización, entendida como; “la interrelación e interdependencia creciente de todas las sociedades del planeta en un único sistema mundial de relaciones económicas, políticas y culturales”.

La globalización de los sistemas políticos y económicos está teniendo consecuencias para el modelo de sociedad que no son siempre positivas. La educación ha pasado de tener sentido en sí misma para la formación de una ciudadanía crítica, aunque también haya servido a la reproducción del orden existente, a ser un instrumento para el desarrollo económico, un productor de riqueza, con los riesgos que esto puede suponer en la formación de las nuevas generaciones.

El conocimiento, en su sentido más restrictivo y fundado en la teoría económica, adquiere hoy valor para la sociedad por su capacidad para generar riqueza. Se incorpora como un nuevo factor de producción junto a la tierra, el trabajo y el capital. Esta instrumentalización del conocimiento y la consideración de su valor de uso nos llevan a confundir la información neutral o especializada, de lo que constituye un conocimiento con sentido, haciéndonos dependientes a los marcos globales económicos. Un segundo riesgo es el exceso de información que puede convertirnos en ignorantes.

Otro aspecto interesante es el exceso de información que puede convertirnos en ignorantes. Las tecnologías han propiciado un incremento de la información, de su acceso y de su distribución a través de la sociedad en red, pero este incremento de información no supone directamente un incremento del conocimiento. Accedemos a informaciones más o menos elaboradas, como pueden ser “El origen del Universo de Hawking” o “el catálogo de Ikea”, que mientras no estén vinculadas a un sujeto, bajo el proceso de elaboración de la mente humana, no son más que informaciones.

Este cambio sustantivo que se produce en las sociedades de la información no nos conduce directamente a una mejor comprensión del mundo y de nuestro lugar en el mismo, como personas libres y autónomas que participan en su construcción. En la medida que la información se amplía y se incrementa el conocimiento especializado para desarrollar actividades tecnológicamente complejas, tenemos una menor comprensión global de la realidad que nos rodea y utilizamos un bajo contenido reflexivo. La sociedad es cada vez más compleja por la acumulación exponencial de información. Sufrimos una intoxicación por exceso de información, que se traduce en una dificultad cada vez mayor de discriminar lo importante de lo superfluo”.

Sin lugar a dudas, la complejidad de la revolución del conocimiento da un condimento extra para todo esto, lo que produce incertidumbre y ansiedades crecientes, presentando aspectos positivos y negativos para establecer un modelo cultural sostenible en las organizaciones.

El desafío de hacer las cosas de otra manera es superlativo, lleva tiempo, esfuerzo y compromiso. Todo proceso transformador de algo es un hecho superlativo en sí mismo.

Para finalizar una frase que refleja el sentido de lo que queremos reflejar, dicha por el poeta y prosista español, Antonio Machado:

“En cuestiones de cultura y de saber, sólo se pierde lo que se guarda; sólo se gana lo que se da”.

Mal de amores !

Julián hacía varios días que dormía nada o casi nada. El pico máximo de su paroxismo lo había sumido en estados similares a los de un orate. Sus amigos, que otrora lo veían alegre, vital y ganador con el sexo opuesto, lo desconocían por completo. El porcentaje de conquistas efectivas era el más alto, considerando a todos los integrantes de la banda de compañeros inseparables. Julián que en el pasado no había errado ningún disparo al corazón de una dama, en este presente se encontraba derrotado, cabizbajo, taciturno y mudo. Preso de episodios de inanición, desprovisto de ganas para continuar con el gimnasio, su porte esbelto y su figura de hombre musculoso, poco a poco se iban desvaneciendo.

Todo comenzó bastante bien o por lo menos así parecía. En una charla, después del habitual partido de fútbol de los sábados por la tarde, Julián les había compartido una extraña confidencia. Había conocido en la semana, una hermosa mujercita llamada Juliana. Yendo a la biblioteca de la facultad, en búsqueda de un libro para estudiar economía, se había encontrado con la homónima, presa de la misma necesidad. Como era su costumbre, se comportó ante todo como un caballero, cediendo el único ejemplar disponible a Juliana. Quedaron en que compartirían horas de estudio para aprovechar la posesión del preciado ejemplar. Si bien no cursaban en el mismo horario, se las habían arreglado para juntarse a estudiar en el departamento de ella, durante varios días seguidos. La rareza, es que Julián ese sábado por la noche no saldría con los muchachos, sino que continuaría con la práctica de aprender junto a su tocaya. Los amigos no lo podían creer. ¿Quién era esta susodicha, como para cambiar los hábitos de un ganador como Julián? ¿Qué le pasaba a Julián que, de golpe, era este ser dominado, estudioso y despreciativo con su grupo?

Los dos compañeros de estudio rindieron el examen con sendas notas sobresalientes. Se tornaron inseparables y muy unidos. Julián no vivía más que para seguir los pasos de Juliana, en todo lo que pudiera. Estaba preso de esos ojos oscuros, esa cara de ángel, y ese cuerpo de bailarina, que eran los rasgos más distintivos de Juliana. Él iba perdiendo a pasos agigantados, la íntima batalla con esos sentimientos que iban creciendo en su pecho, nublando su capacidad de raciocinio. Del otro lado, Juliana si bien había sido clara, respecto de que ella ya tenía una relación previa, es como que le daba ciertas esperanzas de conquista. El novio de Juliana, vivía en el campo y venía cada tanto a visitarla. Cuando eso sucedía, nuestro amigo sufría a mares, aunque conservaba la ilusión de que su adorada rompiera finalmente con él. Los episodios de visita se hicieron más regulares, provocando en Julián una obsesión cada vez más mayor por ella.

Luego de varios meses de idas y vueltas, la situación se torció a favor del ferviente enamorado. Juliana empezó a tener dudas acerca de su relación previa, pidiendo se alejarán por un tiempo, para ver que sentía. En esa charla, el nombre de Julián no apareció, pero a buen entendedor pocas palabras, por lo que la relación de Juliana, abandonó la escena dando un portazo que retumbó en todo el edificio. La alegría de Julián fue completa. Por fin, se le había allanado el camino con la morocha de sus sueños. A la semana siguiente, ambos empezaron una especie de romance no tan definido. Muchas visitas, llamadas, salidas juntos, las cuales era Julián, él que por lo general las propiciaba. Además, era Julián el que buscaba la mirada, las manos y los escasos besos de ella. La balanza no estaba siendo equilibrada, si uno miraba la situación desde afuera.

Así siguió la cosa, durante varios meses, donde el galán se desarmaba en galanteos, mientras que la dama rehuía todo lo que podía. Abundaban los regalos de un lado, mientras que del otro abundaban los disimulados rechazos. Julián no cejaba, empeñándose cada vez más en la empresa, lo que como era de esperar producía el efecto contrario en ella. Los amigos de Julián trataban de hacerle ver por todos los medios, que no había reciprocidad. Julián se enojaba diciéndoles que era cuestión de tiempo para que ella cayera rendida a sus pies. Empezó el deterioro acelerado de Julián cuando Juliana, empezó a distanciarse alegando que necesitaba espacio para sus actividades, sus amigas y su estudio. Julián no sabía que hacer, por lo que seguía haciendo lo que pensaba que era lo mejor, vale decir, más regalos, más invitaciones y más pedidos por estar juntos. En el mientras, descuidó completamente sus estudios, sus amigos, el deporte, su familia y casi todas sus arraigadas costumbres.

La hecatombe final sobrevino, cuando un amigo le vino con el cuento que había visto a Juliana a los besos en un boliche de la zona. En teoría ella le había dicho que saldría con sus amigas a bailar. Julian no sólo que no le creyó, sino que intentó golpearlo preso de un enojo incontenible. El amigo se retiró sin más, no sin antes decirle lo mucho que se equivocaba no confiando en él. El domingo al mediodía, con la excusa de que la invitaba a almorzar, Julián se apersonó en el domicilio de la pretendida. La notó distante, distraída y sin muchas ganas de hacer nada. La conversación derivó en las preguntas de rigor, acerca de cómo la había pasado la noche anterior, y con quienes había estado. Juliana le dio inicialmente algunas respuestas elípticas, pero ante la insistencia del reclamante, tuvo la valentía de decirle que realmente a él no le importaba, ya que ella había sido clara respecto de lo que quería para su vida. Julián sintió como que una daga le atravesaba el corazón, la acusó de mentirosa y traicionera, mientras le relataba todo lo que le había contado su amigo. Juliana, le pidió que se fuera, que no soportaría una vez más tanto atropello a su libertad.

Finalmente, Julián sacó fuerzas de su menguada entereza y haciendo gala de su orgullo herido, se fue de ese departamento, para no volver nunca más. La historia sigue como arrancó al principio. Julián tardó mucho tiempo en recuperarse de ese amor no correspondido. Sus amigos, sus padres y todas las personas que lo querían, intentaban ayudar, pero era una situación harto difícil, cuando del otro lado no había eco, no porque no quisiera, sino porque no podía responder como se esperaba. Algunos incluso sugerían, llevarlo a una curandera de mal de amores, para que destrabara el corazón y la mente del rechazado Julián, el cual repetía lágrimas día a día, mientras escuchaba las canciones que alguna vez disfrutó junto a su amada.

Con el tiempo, Julián se fue sobreponiendo dando pequeños pasitos de recuperado. Evitaba por completo cruzarse en la facultad con Juliana. Los pocos amigos comunes, no le daban conversación, ni preguntaban sobre lo sucedido, con lo que todo se fue diluyendo, como el sol cuando es absorbido por la noche,

Mal de amores, cariño no correspondido, será una lección que Julián no olvidaría jamás. Cada tanto, tuvo algunas recaídas de lágrimas y tristeza, aunque cada vez con menos frecuencia. La linealidad no existe, se decía a si mismo. Aprendió a perdonarse los errores de cálculo en esta y otras relaciones, pensando que muchas personas, finalmente hacen lo que pueden y no lo que quieren. Recordaría por siempre con una sonrisa, la vez que se sentó enfrente a una curandera, para contarle todos sus males, que en realidad se resumía en uno sólo: la mujer que él amaba, no sentía lo mismo por él. Jamás olvidaría las muecas qué en el rostro de la adivina, se dibujaban ante cada palabra emanada de su relato afligido. Tampoco podría dejar de sentir en su boca, el gusto de los brebajes que tuvo que beber, siempre en ayunas, cuidando de que no hubiera luna llena. Alguna vez pensó, que si lo hacía quizás podría transformarse en un hombre lobo o algo de esa naturaleza, eso ahora le daba mucha gracia.

Mientras el amor exista, existirán pocas correspondencias plenas, solo una gama de aceptaciones y rechazos totales o parciales. Una ecuación difícil de resolver, cuando empieza, y cuando termina un amor, y menos aún, develar la incógnita de quien ama más, quien menos, y quien es el que define que es el amor y para qué sirve.

No se puede estar todo el tiempo bien de amores, es casi una regla fija.

Mal de amores, consuelo de pocos o de tontos enamorados.

Julián lo descubrió en carne propia.

Siendo niño… !

En el colegio había vivido una buena semana. Las pruebas que le habían tomado las maestras, las había resuelto con soltura. Los recreos fueron muy divertidos, junto a Coqui, Horacito y otros tantos más. Algunas peleas menores producto del intercambio de figuritas, o en ocasión de la disputa por algunos milímetros de distancia, durante el juego con esas hermosas bolitas de vidrio multicolor. Nada que ameritara la intervención de alguna maestra para apaciguar los ánimos.

El niño de apenas siete años, había adquirido cierto grado de conciencia relativa, desde hacía poco tiempo. Su vida, como la de todo pequeño, transcurría entre la casa, el colegio, algunas salidas familiares y celebraciones de cumpleaños. De pequeño porte, pelo dorado, enérgico y decidido, se las ingeniaba para ser algo inmanejable para mamá. Toda vez que volvía de la escuela, merendaba con su hermana, a lo que seguía la confección de los deberes. Hacer las tareas no le demandaba tanto tiempo, producto de su gusto por estudiar y aprender. No tenía la misma facilidad para ser ordenado y obediente, porque acomodar y hacer caso, no estaban en su lista de preferencias.

Terminadas las tareas, salía a la galería a pelotear, haciendo rebotar la pelota tantas veces, que terminaba siendo molesto. Su mamá le llamaba cien veces la atención, hasta cansarse y rendirse, dejando de lado sus intenciones por corregir sus conductas. «Ya tendrá más años y podrá darse cuenta», pensaba su mamá, hecho que casi nunca pudo ser comprobado. Su condición de buen alumno, y que no necesitará atención de mamá, le daba algunos créditos para mostrarse rebelde, indisciplinado y caprichoso. Aprendía de su hermana, contenidos de segundo grado, por lo que cuando pasará de año, ya sabría prácticamente todo.

Otra cosa que le gustaba hacer era leer. Se devoraba todos los libros que le regalaban, incluyendo que leía y releía los tomos de la enciclopedia británica que estaban a su disposición. Estudiaba a fondo cada país, con su mapa, sus estadísticas y su bandera. A menudo se preguntaba, que se sentiría haber nacido en suelo ruso, polaco, italiano, español o inglés. Comparaba tamaños, costumbres y lenguas de cada nación, mientras leía con sumo interés las historias de guerra que habían provocado la muerte de tantas personas. La imagen de Napoleón, le resultaba inabarcable, lo mismo que la de Julio César.

Cerca de la hora de cenar se preparaba para recibir a su papá que volvía de su trabajo en el centro. Su mamá le había contado detalles de lo que hacía papá: «lleva las cuentas de algunos negocios, porque es contador». Con los años entendería que significaba eso, por ahora todo lo que hacía papá le parecía maravilloso. El soñaba con parecerse, poder manejar un auto y trabajar en algo importante, para poder luego, ya siendo grande, «ser otro papá, pero igual a este». Casi siempre a la misma hora, minutos más, minutos menos, las luces del auto alumbraban la cochera abierta.

Se apagaba el ruido del motor, sintiéndose a los pocos segundos que la puerta del auto se abría y se cerraba. El niño y su hermana, se paraban esperando detrás de la puerta de casa, para que cuando se abriera, pudieran recibir de papá, la sorpresa que les traía todas las noches. La ceremonia consistía en adivinar en que bolsillo del saco se encontraba el chocolate que venía con un muñequito adentro. El saco tenía dos bolsillos, por lo que siendo dos las sorpresas e iguales, no había margen para el error. Sin embargo, cada noche el acto de papá se repetía inexorablemente, llenando de felicidad a los pequeños.

El arribo de papá tranquilizaba al pequeño niño, ya que luego de que papá se cambiaba, para vestir una ropa más de entrecasa, ayudaban ambos a preparar y llevar la comida a la mesa. Durante la cena, el sonriente papá, les consultaba a los pequeños, sobre lo que había pasado en el colegio, como había sido el día y las tareas. Charlaba con mamá, acerca del comportamiento, sobre todo del pequeño. Los informes casi nunca eran buenos, pero papá no hacía más que disfrutar del momento, salvo algún ceño fruncido producto del relato de mamá. Mientras eso sucedía, el pequeño solo pensaba en el momento posterior a la cena, cuando toda vez que los platos estuvieran lavados y secos por las manos de ambos mayores, él pudiera disfrutar de los frecuentes peloteos con papá. Cada fría noche después de cenar, el living era usado para practicar pegarle a la pelota, mientras papá hacía de arquero. Mamá no aprobaba, ni reprobaba estas prácticas, porque era unos de los pocos momentos del día, en donde padre e hijo compartían un momento de distensión, el cual, si bien duraba apenas unos minutos, le permitía a ella liberarse un rato del cuidado de ese inquieto hijo.

Papá y mamá se adoraban, pensaba el niño mientras se acostaba a dormir por las noches. Casi siempre exhausto, producto de vivir jornadas agotadoras no demoraba en dormirse, no antes sin desear profundamente, que en el futuro se transformará en alguien como papá. Con el tiempo aprendería cosas de él, tratando de parecersele, todo lo que más pudiera. Había algo mágico en papá, que lo hacía ver como un ángel sonriente, predispuesto a jugar como si fuera un niño.

La vida discurría plácidamente, toda vez que papá estuviera presente físicamente o no, omnipresente, gigante a los ojos del pequeño. Saber que se podía contar con él, y con mamá, era lo mejor que le podía suceder. Con los años caería en la cuenta de que un buen papá no se puede comprar, ni sustituir, ni dejar de tener. Las sorpresas de chocolate eran el mejor regalo de ese ser bondadoso y tierno al cual los hermanitos llamaban “Papá”.

En la quietud de la noche, cuando reinaba el silencio y existía la sensación de que todo estaba inmóvil, cada tanto una mano salvadora volvía a poner la colcha encima del pequeño, para que no pasara frío. Del mismo modo, cuando el travieso se enfermaba, esos ángeles cuidaban de él. En particular había uno, que le traía libros para leer y sobrellevar la convalecencia. Papá en todo momento estaba a disposición, sin egoísmos, comprometido con el oficio de ser Papá.

Al final de cuentas y del cuento, siempre fue bueno para el niño, tener un papá como aquel que le había tocado en suerte. No lo cambiaría por nada, ni por nadie. Solo quería a ese papá, que lo hacía sentir protegido, feliz y querido.

Siendo más grande extrañaría tantas veces haber sido ese pequeño niño. La vida tiene eso, a veces las cosas buenas no duran para siempre. Mas allá de eso, el corazón atesora los recuerdos y los devuelve cada tanto, como para que un abrazo de papá vuelva a ser sentido y revivido.

Quizás, ser papá se trate en parte de eso. Quedar en el corazón de los hijos.