¡Sin distinciones!

Casi nunca me había sucedido tener que elegir a uno entre varios temas para escribir. Por lo general la realidad hace aportaciones de todo tipo a mi mente limitada. Sin embargo, no sucede con frecuencia que las mismas tengan un peso específico tal que me permitan ahondar o profundizar en los conceptos. En parte por impericia, o en parte por liviandad, los sucesos rebotan en mi cerebro sin motivarme a escribir sobre ellos. Solo aquellos que me producen estrépitos en mis fibras emocionales adquieren la relevancia tal que me impulsa a detallarlos, desmenuzarlos o cuando menos ponerlos en una crónica.

Los seres humanos nos movemos al ritmo de las emociones las cuales nos acompañan , incluso antes de que evolucionáramos desde nuestras formas más primitivas. Por lo tanto, aquello que nos produce emociones fuertes, queda registrado en nuestro presente, para constituir probablemente nuestra fuente prodigiosa de recuerdos.

Si me remito a recuerdos profundos hay tres que se me vienen como una tromba.

El primero de ellos tiene que ver con mi primera caña de pescar, que me fuera regalada por mi padrino. Esa vara con tanza y anzuelo, fue con la que pesque cuando tenía unos ocho años, mi primera palometa. Un pez que me pareció el más grande del mundo, el más revoltoso e inquieto cuando luego de pescarlo en la pequeña represa de la quinta, lo puse dentro de una palangana con agua, de la cual saltó varias veces buscando su libertad, que conseguiría algunos minutos después cuando lo devolviera a su hábitat natural. De ahí en más, cultivaría la pasión por la pesca deportiva, la cual me ha tenido muchos fines de semana viajando por la geografía argentina, en busca del «gran pez», en compañía de otros aventureros y aficionados por este deporte.

El segundo evento marcado a fuego fue cuando compré mi primer álbum de figuritas, acompañado por el primer paquete, el cual abrí casi sin respirar. Imágenes de jugadores del futbol argentino aparecieron ante mí, provocando una mezcla de asombro y de alegría muy difícil de describir. Ese fue el primer álbum de muchos que trataría de completar durante todo el colegio primario. A causa del horario de los transportes siempre llegaba media hora antes del inicio de clases, por lo que tenía tiempo de sobra para comprar figuritas y pegarlas en las páginas. Esos momentos previos al aula, eran aprovechados, en conjunto con los recreos, para intentar los canjes correspondientes para tratar de conseguir las figuritas difíciles.

Durante los últimos días se habían vivido momentos de zozobra, casi de incertidumbre total por la dificultad de acceder a los álbumes y figuritas del mundial. La empresa proveedora, creo que, a nivel de Latinoamérica, había tenido problemas de aprovisionamiento y logísticos que llenaron de pesar las almas de niños y no tan niños, que recorrían en vano quiosco tras quiosco, para encontrar en cada uno de ellos carteles que rezaban: “no llegaron los álbumes”, “no hay figuritas del mundial”. Los más precavidos, que los habían encargado con anticipación, fueron los primeros en recibir los álbumes y cierta provisión de figuritas a precios elevados. Con el correr de los días la situación de provisión y precios se fue normalizando para la alegría de muchos, los cuales ya contaban con cierta cantidad de casilleros completados. La ansiedad o fiebre por las figuritas fueron mermando, bajando el nivel de criticidad a rangos manejables. Todo parecía indicar que finalmente algunos llegarían al mundial con su álbum lleno, haciendo gala de ese logro como uno de los más importantes del año.

El tercer evento grabado en mi corazón, sucedió cuando conseguí por primera vez un libro prestado de la biblioteca del colegio secundario donde concurría como estudiante. Ese momento mágico se repetiría desde primero hasta sexto año del colegio secundario sin ninguna interrupción. Cada vez que llegaba a ese recinto único, me esperaba la bibliotecaria con una amplia sonrisa. Después de saludarnos, ella me recomendaba sus lecturas predilectas, las cuales por lo general tomaba. Mi mentora era muy amplia en sus gustos literarios y géneros, por lo que mi adolescencia estuvo signada por libros gratamente disímiles y heterodoxos. Clásicos, juveniles, románticos, filosóficos, psicológicos, antiguos, modernos, policiales, reflexivos y obras maestras estuvieron en mis manos, horadando mi cerebro con destellos multicolores, generando en mí esa habilidad tan única como íntima, la de «aprender a distinguir».

El mundo de las palabras nos permite recrear conceptos, abstracciones que sólo los seres humanos somos capaces de hacer. Las distinciones asociadas a nuestro vocabulario son un fenómeno que nos ha permitido construir nuevas realidades individuales o colectivas. La capacidad de expresarnos adecuadamente dentro de cualquier contexto, nos permite incluir una extensa gama de colores, solo para explicarlo de una forma metafórica. Reseñaba un artículo periodístico que un libro antiguo en inglés había sido escrito empleando unas 30.000 palabras diferentes. Ernest Hemingway, autor entre otros libros del afamado “El Viejo y el Mar”, había usado unas 2.000 palabras disímiles en su escritura. Mientras, que en la actualidad cualquier conversación entre jóvenes chateando, empleaba no más de 100 palabras distintas. La reducción en la cantidad de palabras con las cuales nos comunicamos, nos imposibilita en grado creciente “hacer distinciones”, viviendo cada vez más en un mundo de simplificaciones dentro de escenarios cada vez más complejos.

La abreviación de opiniones hasta llegar al nivel de emplear conceptos sólo dicotómicos es una vertiente filosófica desarrollada en el siglo pasado, signado por la división del mundo entre el pensamiento capitalista y el comunista, donde se estaba o de un lado o del otro. Los conceptos antagónicos, de relacionarse con el otro solo desde ser amigo o enemigo, nosotros o los otros, amor u odio, son extremismos que nos deshumanizan y nos dividen sin más. Cuando me alejo a los fines tomar perspectiva de los últimos acontecimientos vividos, no dejo de sorprenderme ingratamente, por los niveles de simplificación de los mensajes, por nuestra incapacidad para asumir los hechos con sentido crítico y común, buscando puntos de encuentro o coincidencias que sólo se logran cuando ampliamos la mencionada paleta de colores.

El sistema educativo tendría que servirnos para recrear o generar nuevas realidades desde el aprendizaje de muchos conceptos que no son necesariamente antagónicos, sino más bien complementarios, suplementarios o variantes amortiguadas o exacerbadas de ideas, abstracciones y proyecciones. La extrema simplificación y facilitación de nuestros sistemas de enseñanza, están creando una brecha cada más grande entre la educación pública y privada, creando más diferencias que concordancias, sin promover la formación de personas preparadas, ilustradas, libres y con capacidad crítica propia, ajena y de los sucesos.

Las distinciones nos han posibilitado disponer de una capacidad de transformación de la realidad. Los países más evolucionados están trabajando hace bastante tiempo en crear un presente de alfabetización tecnológica e innovadora que les permitirá sortear los próximos desafíos. Vale decir, estas empeñados en aprender “NUEVAS DISTINCIONES” para sortear horizontes desafiantes y sumamente exigentes.

Reducir la gama de distinciones, resumiendo todo a blanco y negro, no nos permitirá confluir hacia un mundo más inclusivo y civilizado.

¡Sin distinciones! es casi lo mismo que decir ¡Sin oportunidades!

Para finalizar va una frase que no me pertenece y que nos invita a reflexionar:

“Nuestros sistemas conceptuales expresados a través del lenguaje, son los lentes con los cuales contemplamos el mundo”.

La idea, si se quiere superadora,es la de aprender a usar muchos lentes.

¡De Espectador a Protagonista!

La pregunta que suelo hacerme tantas veces como puedo, se vincula con dos palabras muy usadas en la industria audiovisual:

¿Espectador o Protagonista?

En cualquier obra de cine, teatro, televisión, o en las mismas redes sociales hay un lugar para los que protagonizan y otro para los que observan o visualizan. Cuando una representación tiene éxito el número de espectadores multiplica varias veces al número de protagonistas.

Del mismo modo en esa gran marquesina que es cada una de nuestras vidas, nuestro tiempo se divide en momentos de observación y actuación (entendida como accionar), con un montón de momentos en donde la división no es tan exacta ni definida.

Normalmente asumir un rol protagónico requiere de un camino que conduce «de dejar de ser el espectador para pasar a ser al protagonista». Esto es así porque protagonizar requiere de un proceso de aprendizaje, en donde se conjugan múltiples estadios de observación y actuación.

Desde niños nos especializamos en observar lo que nos rodea de modo tal de abarcar con nuestros sentidos, mente y corazones todo lo que se desenvuelve en derredor nuestro.

Por lo general la vida de un futbolista profesional arrancó cuando siendo niño concurría a la cancha a ver a otros futbolistas, los cuales se desempeñaban como protagonistas dentro del campo de juego.

Desde ese momento se despertó en ese incipiente aprendiz una ilusión en forma de sueño, acompañada de una declaración fundacional:

“Quiero ser jugador de fútbol….”

Los puntos suspensivos obedecen a que esa frase suele estar acompañada por otros aditamentos tales como:

Para parecerme a Maradona.

Para ganar mucho dinero.

Para ayudar a sacar a mi familia de la pobreza.

Para ser el máximo goleador de la liga.

Del mismo modo, cuando uno elige una profesión o vocación, el proceso es muy parecido. Por ejemplo, cuando me propuse estudiar ingeniería, lo hice desde la admiración que sentía por los grandes ingenieros de la historia, aquellos que descubieron y luego construyeron elementos fundamentales para nuestro desarrollo como sociedad.

Vale decir que la cuestión que nos hubimos de plantear al comienzo de este escrito puede ser reformulada de la siguiente manera:

¿Qué tengo que hacer para pasar de ser espectador a protagonista en este campo de mi vida?

Con el agregado de varias inquisiciones más.

¿Qué no estoy haciendo para ser protagonista de….?

¿Cuánto tiempo estoy dilapidando siendo mero espectador de cosas que no me suman valor?

La última pregunta se vincula con un hecho sumamente vigente:

«Horas y horas navegando por las redes, usando muchos mecanismos tecnológicos que nos mantienen embelesados y contemplativos de la vida de otros, siendo simplemente meros espectadores sin ningún objetivo a la vista».

En el proceso para pasar de espectador a protagonista, en un campo específico, encontramos tanto aliados como enemigos:

Entre los aliados:

  • Tener claridad y priorizar con la mayor certeza posible nuestro protagónico.
  • Buscar maestros, referentes y socios en ese campo.
  • Mantenerse siempre con una actitud aprendiente.
  • Organizar los tiempos y los esfuerzos.
  • Buscar recursos y planes alternativos.
  • Trazarse metas de referencia, tales como hitos intermedios.
  • Cultivar la perseverancia, la resiliencia y sostener los estados de ánimo.

Entre los enemigos:

  • Miedo a ser protagonista.
  • Desánimo ante el primer fracaso.
  • Culpar a los demás de mis propias derivas.
  • Ante el primer éxito considerarnos expertos.
  • Vivir episodios de sobreactuación.
  • Creer que el camino es sencillo y no requiere de atención y concentración plenas.
  • Falta de priorización.

En cualquier ámbito o disciplina o área de nuestras vidas en las cuales estemos decididos a PASAR DE ESPECTADORES A PROTAGONISTAS, es altamente recomendable decirnos a nosotros mismos que nuestro potencial es cuasi INFINITO.

Desde el «día cero», que es aquel en donde decidimos emprender el camino de ser artífices de nuestra propia película, nuestras relaciones y como las cultivamos adquieren un cariz decisivo, en la medida que conservemos esa pasión por cumplir con nuestros sueños.

Desde ese mismo «día cero», nuestro primer gran hito puede ser el de transformarnos en actor de reparto, y desde ahí ya con fuerzas renovadas buscar el protagónico de nuestras vidas. Entre el cero y los diferentes hitos atenazados, nuestro porcentaje de crecimiento tiene que ser acompañado por nuestra voluntad y decisión para continuar, esa llama que no tiene que apagarse pese a las grandas borrascas que podemos enfrentar.

No existe cronología aceptable o errada para pasar de ser espectador a protagonista. Tantas veces hemos sido testigos de historias que superación que rompen las “supuestas barreras etarias”, de seres humanos que dan saltos de calidad que nos dejan boquiabiertos. Personas que se convencieron de que todo era posible teniendo confianza en si mismas, superando adversidades y conservando la actitud y fortalezas necesarias, para llegar finalmente a vivir los sueños que a priori parecían tan lejanos.

Al respecto y para simbolizar de que se trata ser protagonista les comparto estas historias de personas que triunfaron en el deporte, pese a sufrir eventos muy desafortunados en su vida. Su gran motivación y ganas de superar todas las adversidades, nos muestran su indeclinable espíritu y la encomiable actitud que los ha definido como «excelsos protagonistas». Sus férreas voluntades nos alientan a perseguir y alcanzar metas inimaginables.

Bethany Hamilton, Surfista

Es una surfista originaria de Hawai, que comenzó en este deporte desde los 7 años, pensar que seis años después le marcaría su vida, a los 13 años un tiburón le arrancó su brazo izquierdo. Pese a este gran accidente Bethany tuvo una mentalidad ganadora y no se rindió. Después de su recuperación pasaron tan solo días y volvió a las olas.

Hoy en día se encuentra dentro de las 50 mejores surfistas del mundo, ganó el primer premio de los campeonatos nacionales NSSA, a pesar que tuvo momentos de frustración a poder adaptarse a su discapacidad.

Su historia de inspiración les a servido como motivación a niñas que han sufrido una amputación, esto a través de la fundación que creó llamada, Friends of Bethany (amigos de Bethany). Su historia cautivó tanto que se creó una película llamada Soul Surfer inspirada en ella.

Kieran Behan, gimnasta

A este deportista apasionado de la gimnasia desde pequeño, a la edad de 10 años los médicos le dijeron que jamás volvería a caminar, tras haberle quitado un cáncer en el músculo estuvo 15 meses en una silla de ruedas hasta volver a la gimnasia, dos años después de haber vuelto resbaló por la barra alta sufriendo un golpe en la cabeza, perjudicando su cerebro.

Fueron tres años los que le costó a Kieran volver a entrenar su cerebro, para después sufrir lesiones y una de las más grande en su rodilla, para la edad que tenía y todas las situaciones por las que pasó este deportista, cualquier otro hubiera abandonado su sueño como atleta.

Sin embargo, Kieran Behan no lo hizo y años después logró convertirse en campeón mundial de suelo, su perseverancia, esfuerzo y dedicación lo llevan a ser motivación y ejemplo de superación.

Michael Jordan, basquetbolista

La leyenda de los Chicago Bulls no siempre fue el hombre exitoso que es ahora, Michael Jordan tiene mucho que enseñar con su forma de vivir; es inspirador y es de gran motivación para muchos.

Jordan no siempre tuvo la aceptación y éxito como en la NBA, en el colegio fue rechazado en el equipo de baloncesto, por ser poco competitivo, en ese momento Jordan jamás quería volver a ser rechazado. Todos los días se levantaba a las cinco de la madrugada a lanzar tiros libres, se exigió, concentró duramente para lograr conseguirlo.

Considera a sus fracasos como base esencial del éxito que logró, con esta frase: ‘He fallado más de 9.000 tiros en mi carrera, he perdido casi 300 partidos, 26 veces han confiado en mí para tomar el tiro que ganaba el partido y lo he fallado, he fracasado una y otra vez en mi vida y es por eso que tengo éxito. Puedo aceptar el fracaso pero, no puedo aceptar no intentarlo.

Usain Bolt, velocista

Este deportista jamaicano Usain Bolt, desde niño soñaba con ser velocista, creció en extrema pobreza, tiene una desviación en su columna vertebral más conocida como escoliosis y una de sus piernas es 1.5 cm más larga que la otra, a pesar de todas estas condiciones el no tenía el rendirse como opción, buscó un entrenador y un médico que le ayudó a fortalecer los músculos de su espalda y convertir su enfermedad como un aliado.

Al inicio de su carrera en el deporte los demás velocistas se burlaban de él porque sus salidas no eran las mejores, pero él recordaba siempre lo que sus padres le decía, que diera lo mejor de él. Hoy en día tiene el título de ser el más rápido del mundo, 11 títulos mundiales, 8 medallas de oro en Juegos Olímpicos.

Para finalizar una pequeña historia que nos muestra el valor de la actitud por sobre la aptitud.

Actitud de vida

Dos hombres, ambos enfermos de gravedad, compartían el mismo cuarto semiprivado del hospital.

A uno de ellos, se le permitía sentarse durante una hora por la tarde, para drenar el líquido de sus pulmones. Su cama estaba al lado de la única ventana de la habitación. El otro tenía que permanecer acostado de espalda todo el tiempo.

Conversaban incesantemente todo el día y todos los días, hablaban de sus esposas y familias, sus hogares, empleos, experiencias durante sus servicios militares y sitios visitados durante sus vacaciones. Todas las tardes, cuando el compañero ubicado al lado de la ventana se sentaba, se pasaba el tiempo relatándole a su compañero de cuarto, lo que veía por la ventana.

Con el tiempo, el compañero acostado de espalda que no podía asomarse por la ventana, se desvivía por esos períodos de una hora, durante los cuales, se deleitaba con los relatos de las actividades y colores del mundo exterior.

La ventana daba a un parque con un bello lago, los patos y cisnes se deslizaban por el agua, mientras los niños jugaban con sus botecitos a la orilla del lago, los enamorados se paseaban de la mano entre las flores multicolores, en un paisaje con árboles majestuosos y en la distancia, una bella vista de la ciudad.

A medida que el señor cerca de la ventana describía todo esto con detalles exquisitos, su compañero cerraba los ojos e imaginaba un cuadro pintoresco.

Una tarde le describió un desfile que pasaba por el hospital y aunque él no pudo escuchar la banda, lo pudo ver a través del ojo de la mente, mientras su compañero se lo describía.

Pasaron los días y las semanas y una mañana, la enfermera al entrar para el aseo matutino, se encontró con el cuerpo sin vida del señor cerca de la ventana, quien había expirado tranquilamente, durante su sueño. Con tristeza, avisó para que trasladaran el cuerpo.

Al otro día, el otro señor, con mucha tristeza pidió que lo trasladaran cerca de la ventana, a la enfermera le agradó hacer el cambio y luego de asegurarse que estaba cómodo, lo dejó solo.

El señor con mucho esfuerzo y dolor, se apoyó en un codo, para poder mirar al mundo exterior por primera vez, finalmente, tendría la alegría de verlo por sí mismo, se esforzó para asomarse por la ventana y lo que vio, fue la pared del edificio de al lado.

Confundido y entristecido, le preguntó a la enfermera, que sería lo que animó a su difunto compañero a describir esas cosas maravillosas fuera de la ventana y ella le respondió que el señor era ciego y no podía ver ni la pared de enfrente, y que seguro: “Quizás solamente deseaba animarlo a usted”.

¡Cuéntanos un cuento!

El almanaque nos marca que este domingo se celebra en nuestra Argentina un día bastante especial. Durante el mes de agosto, a partir del año 1960, se festeja el “Día del Niño”, rebautizado como el “Día de la Niñez” y más recientemente como el “Día de las infancias”. Inicialmente la celebración tenía lugar durante el primer domingo de agosto. En 2002 se pasó para el segundo domingo del mismo mes a pedido de la Cámara del Juguete. A partir del año 2011, a raíz de una coincidencia electoral, se decidió pasarlo para el tercer domingo de agosto, quedando a partir de allí y hasta nuevo cambio como fecha instituida para esta jornada festiva.

Se promueve la denominación “Día de la Niñez” con el propósito de incluir a toda persona que transita la etapa previa a la adolescencia o pubertad.

Es una celebración anual dedicada al reconocimiento y a la comprensión de las infancias en el mundo, en que se efectúan actividades para la promoción del bienestar y de los derechos de las personas en esta etapa temprana. Esta efeméride es festejada en diferentes fechas dependiendo de cada país.

En 1925, el “Día Internacional del Niño” fue proclamado por primera vez en Ginebra durante la Conferencia Mundial sobre Bienestar Infantil, y desde entonces se celebra el 1 de junio en la mayoría de los países.

El día 20 de noviembre de 1959 marca la fecha en que la Asamblea de Naciones Unidas aprobó la Declaración de los Derechos del Niño y la Convención sobre los Derechos del Niño en el año 1989. Esta fecha se considera el “Día Universal de la Niñez” y se celebra todos los años. La legislación argentina declara que el “Día del Niño” puede ser festejado hasta por los niños menores de 18 años de edad.

El origen de esta celebración se vincula con la protección y el reconocimiento de los derechos de los más pequeños, en épocas donde la situación distaba por lejos de ser la ideal.

Tras la Primera Guerra Mundial se comenzó a generar una preocupación y conciencia sobre la necesidad de protección especial para los infantes. Una de las primeras activistas sobre este tema fue Eglantyne Jebb, fundadora de la organización “Save the Children”, la cual con ayuda del Comité Internacional de la Cruz Roja impulsó la adopción de la primera Declaración de los Derechos de los Niños. Esta declaración fue sometida para su aprobación ante la Liga de las Naciones, la cual la adoptaría y ratificaría en la Declaración de Ginebra sobre los Derechos de los Niños, el 26 de septiembre de 1924. Al año siguiente, durante la Conferencia Mundial sobre el Bienestar de los Niños, llevada a cabo también en Ginebra, se declaró, por primera vez, el «Día Internacional del Niño», señalando para tal efecto el 1 de junio.

El 12 de abril de 1952 la Organización de Estados Americanos (OEA) y UNICEF redactaron la Declaración de Principios Universales del Niño, para protegerlos de la desigualdad y el maltrato. En esta oportunidad se acordó que cada país debería fijar una fecha para festejar a los niños.

En 1954, la Asamblea General de las Naciones Unidas, mediante la resolución 836 (IX) del 14 de diciembre, recomendó que se instituyera en todos los países un Día Universal del Niño y sugirió a los gobiernos que celebraran dicho día en la fecha que cada uno de ellos estimara conveniente.

“Recomienda que, a partir de 1956, se instituya en todos los países un Día Universal del Niño que se consagrará a la fraternidad y a la comprensión entre los niños del mundo entero y se destinará a actividades propias para promover los ideales y objetivos de la Carta, así como el bienestar de los niños del mundo, y también a intensificar y extender los esfuerzos de las Naciones Unidas a favor y en nombre de todos los niños del mundo…..”

Entre los principales derechos que se estipulan en la «Declaración internacional de los derechos de los niños», podemos listar:

  • El derecho a vivir.
  • El derecho a tener una familia.
  • Derecho a la educación.
  • Derecho a una religión.
  • Derecho a la salud.
  • Derecho al amor.
  • Derecho a una identidad.
  • Derecho a un nombre.
  • Derecho a ser felices.
  • Derecho a un hogar.

La conmemoración del “Día del Niño” ha adquirido con el paso de los años un cariz bastante comercial o material, dando lugar a los anhelados regalos que todos los niños esperan recibir durante esa jornada maravillosa. Más allá de eso, me parece oportuno recordar que esta fecha se vincula más bien con todo lo enunciado en los párrafos anteriores, siendo una jornada de compromiso y generación de conciencia respecto de la erradicación de muchos flagelos que aún sufren muchos niños en el mundo, tales como: maltrato, trabajo infantil, pobreza, violencia, falta de salud y educación, ausencia de un hogar, sólo por citar los más relevantes.

Puedo decir a título personal que he disfrutado de una infancia feliz, en el marco de un hogar sano, bajo el cuidado y amorosa protección de mis padres.  Con el mismo propósito, nos esforzamos todos los días junto a mi compañera de vida, para prodigar todos los recursos y el cariño, de moto tal que nuestras hijas transiten de la mejora manera posible el camino a su juventud y madurez. Todos los que nos ocupamos día a día de constituir el mejor escenario posible para el desarrollo de nuestros niños o adolescentes sabemos que no es una tarea fácil ni sencilla. Conlleva un enorme grado de compromiso, responsabilidad, sabores y sinsabores, que forman el combo maravilloso denominado “hogar familiar”.

Durante nuestra infancia, quien más quien menos, todos hemos disfrutado de la lectura de cuentos que los mayores nos contaban, ya sea por la lectura de un libro (las más) o por la improvisación de alguna historia inventada. Antes de dormir era común escuchar de boca de nuestros padres algún cuento infantil, donde abundaban los clásicos cuentos de niños. Más allá de la digitalización creciente que lo abarca casi todo, creo que esa costumbre aún se conserva en las familias, siendo un hecho recomendable por varias razones: reforzar lazos estrechos entre padres e hijos, generación del hábito de la lectura, desarrollo de la imaginación y la creatividad, más la conciliación del sueño de los menores.

Terminada mi adolescencia, la familia se vió bendecida por el nacimiento de mi primera sobrina. Mi hermana trabajaba, por lo que todas las tardes Florencia era dejada en mi casa materna para que mi mamá Ana (su abuela) cuidara de ella. En aquellos años yo me dedicaba a estudiar ingeniería, por lo que pasaba bastante tiempo en casa. Mientras ella fue una bebé los cuidados y atenciones eran los normales para ese estadio, pero cuando comenzó a caminar y luego a expresarse, las cosas se fueron poniendo más interesantes. Florencia era una personita que requería atención plena, y sus demandas fueron in crescendo. Yo era uno de los encargados de entretener a Florencia, por lo que gran parte de las siestas le inventaba historias tras historias, a manera de cuentos, «los cuales eran devorados por ella con suma fruición».

Los cuentos la involucraban en la trama, a la cual nunca le faltaban monstruos buenos, niños aventureros, tesoros, cuevas recónditas, mapas, piratas, personajes de fantasía, un inicio desafiante y un final feliz. Se podría decir que el nivel de éxito de mis entregas vespertinas era aceptable, ya que por lo general mi sobrina escuchaba mis historias hasta que se dormía, no sin antes hacer algunas preguntas para las cuales a veces no tenía respuestas convincentes:

¿Por qué el monstruo vivía solo en la cueva? ¿Dónde estaban sus papás?

¿Dónde queda el fin del mundo?

¿Si los ángeles nos cuidan quien cuida de ellos?

¿Decime tío, por qué todas las brujas son malas?

¿Quién es más malo: el lobo feroz o el cazador que lo mató?

Como es bien sabido el dicho “hazte la fama y échate a dormir”, mi facilidad para contar cuentos infantiles trascendió los límites de mi casa materna. De ahí en más, en ocasiones donde se celebraba algún acontecimiento que involucraba a mi sobrina, junto a primos de ella por parte de su padre, yo era el encargado oficial de entretener un rato a los niños, con mis renombrados cuentos.

En presencia de un público más abultado, con una más amplia gama de edades, mis historias tenían que incluir no sólo palabras, sino vívidas representaciones de lo que se trataba de contar. Antes de cada interpretación tenía que buscar algunos elementos acordes que complementaran mi vestuario: sombreros, pañuelos, una espada improvisada, vincha, capucha y varias cosas más. Además, debía tener presente las recomendaciones de los padres respecto de no generar miedo, demasiada angustia, excesivo suspenso, ya que, de ser así, yo sería el causante de que los niños tuvieran pesadillas o no pudieran dormir bien de noche.

Mi efectividad ante un público más numeroso pero repetitivo, tuvo sus altibajos, para luego decaer muy rápidamente. Me resultaba difícil sostener la atención, sobre todo de los varones más grandes, los cuales necesitaban historias más truculentas, con mucha acción y finales explosivos. Fui perdiendo público hasta quedar con un número reducido de niñas, las cuales me pedían historias más sensibles y emocionantes.

Finalmente, mi «carrera de cuentista de ocasión» se fue diluyendo hasta el nacimiento de mis hijas y mis sobrinos, donde recuperé algo de la impronta que me había caracterizado durante «mis épocas de esplendor» (jajaja, para darle un tinte rimbombante) como intérprete de cuentos. Para ser honesto, tuvieron más logros mis cuentos con mis sobrinos varones, que, con mis hijas, las cuales resultaban bastante críticas de mis historias, respecto de que les resultaban poco convincentes, muy fantasiosas o harto repetidas.

“No me digas papá que el dragón no podía tirar fuego. Todos los dragones lanzan fuego y este el único que no lo hace”.

“Papá, ese personaje ya lo vimos en muchos cuentos tuyos”.

“A ver explícanos: si el cíclope tenía un solo ojo como podía tener predecir el futuro”.

“Justo sucedió la explosión, se pudo transformar en un ave y salir volando”.

“No creemos que la casa de chocolate pueda estar de pie con ese tremendo calor”.

En la actualidad mis virtudes como cuentista aparecen de cuando en vez, toda vez que logro captar la atención de mis sobrinos, mientras dejan de lado por un rato las distracciones digitales, tales como el celular, la Tablet, la Play y otros dispositivos tecnológicos que los mantienen atrapados.

Resulta complicado y difícil superar la rapidez y versatilidad de las imágenes y las improntas tecnológicas, por lo que creo que mi carrera de interprete de cuentos infantiles requiere de cambios radicales e incorporación de las herramientas digitales para encausarla.

Con el paso del tiempo, escucho cada vez menos el típico pedido:

¡Contanos un cuento, dale!

Mientras me digo a mi mismo que la esperanza es lo útlimo que se pierde, ya que por ahí tengo la fortuna de ser abuelo, aprovecho esta fecha especial para celebrar junto a todos los niños, en su día, apelando a la conciencia de cada uno para aportar lo mejor de nosotros en beneficio de construir realidades superadoras para las infancias.

Para el final les regalo estas frases que encierran parte del espíritu de lo que quiero transmitir:

“En cada niño nace la humanidad.” (Jacinto Benavente).

“Todas las personas mayores fueron al principio niños, aunque pocas de ellas lo recuerdan.” (Antoine de Saint-Exupéry).

“Muchas de las cosas que nosotros necesitamos pueden esperar, los niños no pueden, ahora es el momento, sus huesos están en formación, su sangre también lo está y sus sentidos se están desarrollando, a él nosotros no podemos contestarle mañana, su nombre es hoy.” (Gabriela Mistral).

“La palabra progreso no tiene ningún sentido mientras haya niños infelices.” (Albert Einstein).

“Protegedme de la sabiduría que no llora, de la filosofía que no ríe y de la grandeza que no se inclina ante los niños.” (Khalil Gibran).

¡Vende humo!

En la semana tuve la oportunidad de escuchar una columna periodística que hacía referencia a la acción de «vender humo», vinculándola con nuestra realidad económica y social. Hacía referencia a los encargados de llevar a cabo este tipo de “venta” dentro de nuestro sistema político de gobernanza. Independientemente del grado de certeza de sus afirmaciones, no es muy difícil llegar a la conclusión que, a lo largo de nuestra historia, y dentro de cualquier sistema político quien más, quien menos, todos los responsables de turno han caído repetidas veces en dos clases de acciones, las cuales resultan por demás tentadoras a la hora de cautivar a los votantes o al público:

  • Vender humo.
  • Vender espejitos de colores.

Si bien existen diferencias entre ambas, ya que la primera se vincula con hechos de ventas de favores que al final no se concretan, y la segunda a realzar las bondades o virtudes de productos que se comercializan, en el devenir se las suele confundir, para ser usadas casi como propuestas con igual sentido.

En cada uno de estas acciones, es posible encontrar elementos comunes:

  • El vendedor que suele estar asociado a una persona con pocos escrúpulos (un cara de piedra como se suele decir).
  • Mucho marketing, palabras grandilocuentes.
  • Una promesa que analizada usando el sentido común luce bastante difícil de cumplir (casi un ideal utópico y un sueño).
  • Ausencia de un plan para….
  • Datos o estadísticas parciales, cuando no, muy difíciles de comprobar.
  • Una estafa moral o real, dado que finalmente la realidad cae por su propio peso.

En la actualidad proliferan en distintas regiones del mundo, casi sin exclusiones geográficas o políticas actividades que pueden ser encasilladas como venta de humo y otras tantas de espejitos de colores.

La realidad que contrasta a la venta de humo son los números, que finalmente nos muestran sin maquillajes los problemas recurrentes de la humanidad:

Pobreza, analfabetismo, falta de educación, corrupción, trata de personas, violencia y guerras asociadas, injusticias, desigualdades y tantas más que las lista sería interminable. Desde hace varias décadas existe un problema que nos afecta a todos que es el cambio climático derivado del calentamiento global, el cual impacta a todo el mundo sin ninguna distinción provocando hoy, por ejemplo, sequías y temperaturas extremas inéditas en toda Europa. La tendencia de esta problemática, sino profundizamos de manera inmediata nuestras acciones de mitigación, nos llevará muy probablemente a que el mundo colapse, derivando en la extinción masiva de las especies de este planeta, lo cual obviamente nos incluye.

Las ventas de humo y de espejitos de colores tienen una vida cada vez más corta, potenciada por la digitalización, la comunicación masiva en línea y acelerada por la exponenciación de los cambios. Los vende humos se van quedando sin creyentes y sin futuro, mientras la humanidad organizada en torno a distintos sistemas de gobernanza no logra resolver sus problemas.

La columna periodística incluía la referencia al origen de la frase “vender humo”. La busqué para verificarla y compartirla con ustedes.

¡Fumo punitor, qui fumo vendidit!

La Venta de Humo ya era conocida en tiempos de los Romanos. Efectivamente, el Derecho Romano recogía el delito de Vendittio Fumi (Venta de Humo), asociado a la corrupción. La figura de Vendittio Fumi legislaba la circustancia mediante la cual un intermediario (generalmente un letrado) recibía de su cliente un dinero a cambio de conseguir los favores de un funcionario público que nunca se llegaban a realizar.

El caso más sangrante de Vendittio Fumi se produjo en el año 282 DC, a cargo de un tal Vetronio Torino, que iba por ahí dándoselas de influencer, presumiendo de que tenía mano con el Emperador y podía conseguir cualquier cosa que se propusiera. Esto llegó a oídos del Emperador, para más señas Alejandro Severo, que le tendió una trampa. Usó un agente a modo de cebo, supuestamente interesado en los favores del Emperador; Vetronio entró al trapo, fue apresado, juzgado y condenado a muerte.

Rodeado de madera y paja húmeda a la que pegaron fuego, Vetronio Torino murió asfixiado por el humo; «Fumo punitor qui fumo vendidit!» cuentan que gritaba en su agonía.

Otra historia vinculada con la venta de humo, se relaciona nada más y nada menos con el libro de Don Quijote de la Mancha. Transcurre en el Capítulo XLVII de la Segunda Parte del Quijote. Sancho Panza está ejerciendo su autoridad en la Ínsula de Barataria y un campesino acude a solicitar mediación para la boda de su hijo con la bella Clara Perlerina. El desarrollo del proceso de marketing que se hace es realmente hilarante, formando parte de la inmensa genialidad de Miguel de Cervantes Saavedra. La primera parte de ese libro y la mencionada segunda parte (se unificarían en un solo libro un poco más tarde de la publicación de la segunda parte) contienen descriptos no sólo este, sino otros tantos comportamientos humanos y sociales, dentro de un desarrollo pleno de ironías, sarcasmos y un humor refinado. Siendo una obra cúspide de la literatura universal recomiendo su lectura y discusiones posteriores.

El labrador de Miguel Turra y la bella Clara Perlerina

Digo, pues -dijo el labrador-, que este mi hijo que ha de ser bachiller se enamoró en el mesmo pueblo de una doncella llamada Clara Perlerina, hija de Andrés Perlerino, labrador riquísimo; y este nombre de Perlerines no les viene de abolengo ni otra alcurnia, sino porque todos los deste linaje son perláticos, y por mejorar el nombre los llaman Perlerines; aunque, si va decir la verdad, la doncella es como una perla oriental, y, mirada por el lado derecho, parece una flor del campo; por el izquierdo no tanto, porque le falta aquel ojo, que se le saltó de viruelas; y, aunque los hoyos del rostro son muchos y grandes, dicen los que la quieren bien que aquéllos no son hoyos, sino sepulturas donde se sepultan las almas de sus amantes. Es tan limpia que, por no ensuciar la cara, trae las narices, como dicen, arremangadas, que no parece sino que van huyendo de la boca; y, con todo esto, parece bien por estremo, porque tiene la boca grande, y, a no faltarle diez o doce dientes y muelas, pudiera pasar y echar raya entre las más bien formadas. De los labios no tengo qué decir, porque son tan sutiles y delicados que, si se usaran aspar labios, pudieran hacer dellos una madeja; pero, como tienen diferente color de la que en los labios se usa comúnmente, parecen milagrosos, porque son jaspeados de azul y verde y aberenjenado; y perdóneme el señor gobernador si por tan menudo voy pintando las partes de la que al fin al fin ha de ser mi hija, que la quiero bien y no me parece mal.

-Pintad lo que quisiéredes -dijo Sancho-, que yo me voy recreando en la pintura, y si hubiera comido, no hubiera mejor postre para mí que vuestro retrato.

-Eso tengo yo por servir -respondió el labrador-, pero tiempo vendrá en que seamos, si ahora no somos. Y digo, señor, que si pudiera pintar su gentileza y la altura de su cuerpo, fuera cosa de admiración; pero no puede ser, a causa de que ella está agobiada y encogida, y tiene las rodillas con la boca, y, con todo eso, se echa bien de ver que si se pudiera levantar, diera con la cabeza en el techo; y ya ella hubiera dado la mano de esposa a mi bachiller, sino que no la puede estender, que está añudada; y, con todo, en las uñas largas y acanaladas se muestra su bondad y buena hechura.

Hasta aquí se hizo la presentación de la bella Clara Perlerina. Como se puede ver, el labrador de Miguel Turra es un artista manejando las expectativas, aunque quizá peca de ser demasiado honesto (o acaso ignorante). El proceso continúa con la primera de las peticiones que el campesino hace al Duque (representado por Sancho) y la descripción del mancebo que la pretende.

-Está bien -dijo Sancho-, y haced cuenta, hermano, que ya la habéis pintado de los pies a la cabeza. ¿Qué es lo que queréis ahora? Y venid al punto sin rodeos ni callejuelas, ni retazos ni añadiduras.

-Querría, señor -respondió el labrador-, que vuestra merced me hiciese merced de darme una carta de favor para mi consuegro, suplicándole sea servido de que este casamiento se haga, pues no somos desiguales en los bienes de fortuna, ni en los de la naturaleza; porque, para decir la verdad, señor gobernador, mi hijo es endemoniado, y no hay día que tres o cuatro veces no le atormenten los malignos espíritus; y de haber caído una vez en el fuego, tiene el rostro arrugado como pergamino, y los ojos algo llorosos y manantiales; pero tiene una condición de un ángel, y si no es que se aporrea y se da de puñadas él mesmo a sí mesmo, fuera un bendito.

Si bien parece que la pareja pudiera ser tal para cual teniendo en cuenta la descripción que se ha hecho de ambos pretendientes, el labrador expone el motivo de la petición: una carta de recomendación para que D. Andrés Perlerino consienta en dar la mano de la doncella. A priori podría parecer que cosa sin mayor implicación en los asuntos del Ducado.

–¿Queréis otra cosa, buen hombre? -replicó Sancho.

-Otra cosa querría -dijo el labrador-, sino que no me atrevo a decirlo; pero vaya, que, en fin, no se me ha de podrir en el pecho, pegue o no pegue. Digo, señor, que querría que vuesa merced me diese trecientos o seiscientos ducados para ayuda a la dote de mi bachiller; digo para ayuda de poner su casa, porque, en fin, han de vivir por sí, sin estar sujetos a las impertinencias de los suegros.

Para tener una idea relativa, en el siglo XVI un médico ganaba 300 ducados al año, un barbero 100, un buey costaba 15 ducados y un cerdo 4. El rescate de Cervantes se fijó en más de 500 ducados. Este hombre estima el valor de la dote entre 300 y 600 ducados, y con las mismas, se las pide a Sancho.

–Mirad si queréis otra cosa -dijo Sancho-, y no la dejéis de decir por empacho ni por vergüenza.

-No, por cierto -respondió el labrador.

Y, apenas dijo esto, cuando, levantándose en pie el gobernador, asió de la silla en que estaba sentado y dijo: -¡Voto a tal, don patán rústico y mal mirado, que si no os apartáis y ascondéis luego de mi presencia, que con esta silla os rompa y abra la cabeza! Hideputa bellaco, pintor del mesmo demonio, ¿y a estas horas te vienes a pedirme seiscientos ducados?; y ¿dónde los tengo yo, hediondo?; y ¿por qué te los había de dar, aunque los tuviera, socarrón y mentecato?

Espero que les haya resultada divertida la historia.

La venta de humo es tan antigua como la humanidad misma.

Es probable que, por error, omisión o exceso de protagonismo, hayamos incurrido o formado parte de alguna venta de humo o de espejitos de colores, ya que creo que ninguno está exento de caer en la tentación.

«Los que detentan mayor grado de responsabilidad más empeñados tienen que estar en accionar sobre bases sólidas, planes, programas y trabajo, guiados por valores como la honradez, el servicio y el compromiso por hacer que las cosas pasen».

La venta de humo tiene cada vez menos cabida. Los datos que contrastan a los cuentos y relatos ya forman parte de nuestro devenir social, cultural y económico.

Una frase memorable de Miguel de Cervantes en boca de Don Quijote de la Mancha nos dice:

“Por la libertad, así como por la honra, se puede y se debe aventurar la vida.”

¡El escritor en su laberinto!

Nuestros proyectos personales se semejan a los viajes en barco: contienen anclas, velas , recursos y herramientas (timón y brújula), los cuales se articulan a los fines de arribar a algún norte planeado. Los barcos necesitan el ancla y la vela para sortear con éxito su recorrido en el mar. Un capitán sabrá con el paso del tiempo interpretar las señales con mayor maestría, de modo tal de soltar anclas para quedarse a la espera de mejores condiciones o levar anclas para echarse a nuevamente a navegar. Las velas aprovechan la potencia del viento, para acercarnos a nuestro norte prefijado. Mientras que el ancla nos permite detenernos, para equilibrar nuestros momentos de ansiedad y sosiego.

«Desde una visión puramente personal, nosotros hemos sido creados como barcos, por lo que necesitamos ponernos en marcha, ya que nuestra vida carecería de sentido sin acción, de la misma manera que un navío carecería de propósito si una vez construido, permanece en el puerto sin nunca partir.» Desde un punto de vista antagónico, no podemos estar en permanente movimiento, pues nuestra energía o nuestros recursos, tanto como los de un barco, se acabarían inexorablemente, sin lograr finalmente arribar al puerto deseado.

Toda vez prefijado el destino, equiparable a algún propósito personal, trazamos un plan de navegación, que tendrá en cuenta el viento (nuestra actitud) y las provisiones (nuestras capacidades y habilidades, que podríamos llamar nuestros recursos), de modo tal que equilibrando con nuestras anclas (poner conciencia de las situaciones) los momentos de accionar y detenernos, avanzamos gracias al timón (que son nuestros valores) en busca de llegar a nuestro puerto de destino, el cual siempre distinguimos por la marcación de nuestra brújula. Todo plan u hoja de ruta es por tanto la visión más probable, que de acuerdo a nuestro leal saber y entender, nos depositará en nuestro objetivo.

Cuando tenemos la ventura (un poquito de suerte nunca viene nada mal) de lograr nuestro cometido luego de tantas horas de recorrido, si nos detenemos a evaluar los desvíos respecto de nuestro plan original, es muy probable que el trayecto casi lineal que trazaron nuestras mentes, se haya transformado en un recorrido semejante a un laberinto, con errores de cálculo , estados de ánimos positivos o negativos que retrasaron o aceleraron nuestra marcha, escasez de algunos recursos, impericias a la hora de soltar o levar anclas. Mi segunda opinión personal, creo que quizás compartida por muchos, es que lo importante es mantenernos activos en el camino, asumiendo y perdonando nuestras derivas, que son tan nuestras, como humanas y valiosas.

Los momentos en los cuales soltamos nuestras anclas, son de una inacción relativa, ya que muchas veces nos sirven para recalcular el recorrido, en función de los recursos disponibles, los resultados parciales esperados, y nos brindan la posibilidad de darnos cuenta si es que no tenemos que cambiar nuestro norte, haciéndolo más lejano o más cercano, más o menos asequible o incluso eligiendo otro, por qué no.

La complejidad de nuestras derivas, y al mismo la riqueza de vivir con pasión los recorridos, adquiere una dimensión única, cuando nuestro plan de navegación es compartido con otros en un mismo barco. El condimento es que cada uno de los tripulantes, aun sosteniendo el mismo propósito final, y validando el plan común, presenta sus propias interpretaciones y visiones respecto de lo que va sucediendo en el trayecto. En ese recorrido compartido que puede ser un matrimonio, el trabajo en una empresa, u otro proyecto que nos vincule con otras personas, aparece una red de relaciones tejida en torno a conversaciones de posibilidad o de no posibilidad, e historias salpicadas por nuestros paradigmas y visiones más arraigadas. La fortaleza de hacer un viaje siendo parte de un equipo con una visión común es que nuestros estados de ánimos pueden ser amortiguados, del mismo modo que nuestra ansiedad por avanzar o nuestra tendencia a la inacción.

Volviendo a un plano más íntimo como para acercarnos más ciertamente al título de mi blog de hoy, vale decir a la esfera de recorridos si se quiere más personales, puedo afirmarles con casi absoluta certeza, que en mi propósito declarado hace ya unos siete años, de escribir un blog semanal con divulgación los días domingos, he estado tantas veces en situaciones muy próximas a un laberinto sin salida que ya casi he olvidado la cuenta.

Este aprendiz de escritor se ha encontrado perdido, indeciso o con falta de ganas de escribir, durante varios fines de semana y por varias cuestiones

  • ¿Qué tema desarrollo?
  • O peor aún, ¿No es repetido el contenido de mi blog?
  • El escrito: ¿tiene que significar algo para mí o para el que lo lee?
  • ¿Acaso tengo obligación de escribir todos los fines de semana?

¿Como he sorteado las dificultades para seguir con mi barco en la mar?

  • Cambiando las preguntas por otras que me sumen posibilidades de seguir.
  • Dándome cuenta que por más que sea un proyecto personal, desde el momento que es compartido involucra a otras personas por lo que la red de relaciones puede ser mi contención, y porque no mi inspiración y mi fuente de provisión de temas.
  • Tratando de poner conciencia y aceptarme en las dificultades y los errores de escritura, sorteando mis desánimos.
  • Pensando en todos los que tienen expectativas por leer algo los domingos por la mañana.
  • Honrando a aquellos que me escriben palabras de aliento para seguir, y a los que decididamente han sostenido críticas constructivas sobre los contenidos.
  • Pensando en mi familia que todos los domingos me apoya fervorosamente para que continué navegando.
  • Tratando de ser coherente con mi propio compromiso personal, con la mirada siempre puesta en el sentido que tiene para mí escribir.
  • Siendo respetuoso de todos los que me escriben para decirme algo como: “lo que escribiste me sirvió para……”
  • Diciéndome que puedo seguir aprendiendo de mis errores para intentar ser mejor cada Domingo.
  • Buscando el equilibrio entre la autocompasión y la autoexigencia.

Más allá de todo esto, les puedo asegurar que, así como he escrito con una sonrisa en mis labios, lo he hecho con varias lágrimas en mis ojos. Les puedo confirmar que he sentido bienestar, placer, conformidad, decepción o frustración, pre, durante y post escritura de las entregas semanales.

El proceso creativo es tan íntimo y rico, como un encuentro cara a cara con tus propios ángeles y demonios, lo que produce sensaciones indescriptibles.

Sostener ese proceso amerita un esfuerzo que sin perder de vista los propósitos, sea capaz de superar el cansancio, el sueño y la falta de ganas, munido de la alegría de ver cada semana un nuevo fruto recogido del árbol de la escritura.

“El escritor en su laberinto”, viene a transformarse en algo así como, “el escritor en sus miles de laberintos”.

En 1996 Rodolfo Braceli, periodista argentino, le hizo una entrevista al genial escritor Gabriel García Marquez. De la misma, he extraído algunas preguntas y respuestas que se relacionan con la última parte del escrito de hoy. Se las dejó a modo de reflexión final.

Y ahora, ¿se puede saber en qué anda?

–Paré tres meses. Tres meses sin crear, pero ya tengo tres historias atrasadas y las tengo como si las hubiera escrito. A mí se me ocurren ideas, historias y no tomo nota, las voy dejando ahí. El método de selección que tengo es que la historia que se me olvida es porque no me interesa más.

–Era olvidable.

–Verdad, era olvidable. Yo pongo a prueba mis historias así: empiezo a contarlas a mis amigos… cuento cuento y cuento. Y algunas van enriqueciéndose a medida que las cuento; otras desaparecen, no me interesan más.

–Usted, ¿por qué sufre más: por la página en blanco o por el exceso de historias pendientes?

–En una famosa entrevista a Hemingway, él da la fórmula para resolver, para siempre, el problema de la página en blanco… éste fue el escritor que más reveló sobre el oficio, sobre la carpintería de la escritura. Durante una época, me levantaba en las mañanas y cuando entraba en el estudio a escribir echaba el desayuno, vomitaba, de la náusea que me daba. Yo escribía cuando podía y como podía, pero a partir de Cien años de soledad se me crearon las condiciones de escritor profesional. Momento de gravísima responsabilidad. Uno ya sabe que es como si fuera el empleado de un banco, y además, es el gerente más feroz y más exigente de uno mismo… Entonces, primero yo siempre fui periodista y escribía de noche y dormía de día. Eso ya no tenía sentido: si era empleado, tenía que trabajar en horas de oficina. Tuve que aprender a escribir de día. Más adelante tuve que aprender a escribir sin fumar, porque me di cuenta de que el cigarrillo me estaba matando.

–¿Cómo hizo para aprender a escribir de día?

–Me impuse el horario de mis hijos en el colegio. Yo los llevaba al colegio a las ocho de la mañana, regresaba, me ponía a escribir y a las dos y media de la tarde iba a buscarlos. Ese horario me quedó para siempre. Me costó mucho, porque para mí la inspiración venía al anochecer. Después, con el cigarrillo, fue igual: nunca había escrito una letra sin fumar. Pero me impuse otra cosa. No lo digo como heroísmo. Tengo la impresión de que el cigarrillo me abandonó a mí. No lo soportaba más. Hice así. Y lo apagué. Por entonces estaba nada menos que en El otoño del patriarca, que es lo más difícil que he escrito.

–Me contaba de sus vómitos cuando empezó a escribir por las mañanas.

–Me aterrorizaba cada mañana, sí, hasta el día que leí la entrevista de Hemingway. El dice que hay que empezar, seguir, hasta que hay un momento que los románticos llaman inspiración… llámalo como quieras, pero hay un momento que es verdaderamente sublime, que es cuando uno se da cuenta de que las cosas salen solas, como si estuvieras contándotelas al oído, como si lo estuviera escribiendo otro… Bueno, cuando estés así, decía Hemingway, y te llegue la hora de terminar, sigue una paginita más, la del día siguiente. Entonces, cuando tú llegas al día siguiente, ya tienes empezado tu día, recopias eso y sigues. Para mí, parece mentira, así se acabó el problema de la página en blanco. Ah, nunca te metas con un libro que no te gusta.

Ni más ni menos que……

“El escritor en sus miles de laberintos”.

Llegó la Hora !

¿Cuán común es tener éxito en un intento?

¿Cuán común es tener éxito luego de múltiples intentos?

Las probabilidades deberían ser mayores cuando mayor es el número de veces que intentamos hacer algo.

El sentido común nos orienta a encontrar ciertos fundamentos, por los cuales la repetitividad relativa tendría que llevarnos cada vez más cerca de los resultados esperados.

  • Aprendemos de los errores que cometemos en cada oportunidad, haciendo foco en las causas, mientras amortiguamos los efectos.
  • Tomamos referencias de otros que ya lo han logrado o asociarnos con ellos para…
  • Con cada intento trazamos nuevas estrategias o elaboramos planes distintos no perdiendo el norte de hacia donde queremos arribar.
  • Abandonamos pensamientos limitantes, mentalidades de escasez y prejuicios respecto de…
  • Revisamos cada fase del proceso de encarar un nuevo intento para buscar puntos débiles, teniendo presente que toda cadena es tan fuerte como lo es su eslabón menos fuerte.
  • Chequeamos nuestra actitud, las herramientas y los recursos, de modo tal que confluyan hacia dónde queremos apuntar.

Las preguntas originales fueron planteadas por la supuesta positiva (éxito), aunque podrían haber sido planteadas por la supuesta negativa (fracaso), tales como:

¿Cuán común es fracasar en un intento?

¿Cuán común es fracasar luego de múltiples intentos?

En lo personal prefiero usar los primeros supuestos por la positiva, por el hecho de que «intentar hacer algo ya implica un éxito en si mismo». Vale decir que salir de la inacción venciendo un estado de ánimo pasivo es válido y un aliciente para continuar.

Hay dos puntos del listado que enumeré que creo que merecen una especial atención.

El primero de ellos es «la actitud», ya que ella es el punto de partida de cualquier iniciativa.

El segundo son los prejuicios o paradigmas, que normalmente confluyen en «ideologías o fundamentalismos», los cuales no hacen más que limitar nuestro campo de pensamiento, palabra y acción, ya que nos quitan un elemento sustancial para lograr finalmente un cometido, ya que:

  • No nos permiten reexaminar consistentemente nuestras decisiones.
  • Limitan el tamaño de nuestra red de relaciones, ubicándonos en un grupo monocular de mirada sesgada.

Para citar un ejemplo personal que se relaciona con este escrito.

Mi objetivo hoy era el de dejarles una mirada acerca de lo que considero importante a la hora de encarar un proyecto o accionar con respecto a algo, sobre todo en momentos en donde estamos atravesando nuestra crisis número….. (no me imagino poner un número) como sociedad.

El título de “llegó la hora” tiene que ver con un recuerdo de las películas de mi infancia, aquellas que devoraba con suma devoción, y que por cierto eran de escasa disponibilidad.

Mi memoria me trae la imagen de un encumbrado militar que, durante una reunión de planificación de una batalla crucial, arrancaba la misma diciendo:

“Caballeros, llegó la hora”.

Esa sola frase que escuchaba de niño aún hoy me moviliza para actuar.

El contenido de este blog estaba claro, asimismo tenía certeza de cómo sería el encabezado o punto de partida.

Para arrancar este escrito buscaría por internet los diálogos de esa película que recordaba, aunque no recordara exactamente el título y los autores.

Hice numerosos intentos de búsqueda, usando frases y palabras distintas, pero todos resultaron infructuosos. Ni la película, ni lo diálogos aparecían. Mi cerebro no era de gran ayuda en este caso, ya que mi memoria no aportaba ninguna pista sustentable.

Gasté una media hora de mi tiempo en los intentos, para dejar sin efecto la búsqueda. El recurso “tiempo” parece que no tuviera valor porque muchas veces no le ponemos un precio, pero si de algo estoy seguro es que lo tiene y mucho.

Después de media hora reexaminé mi decisión, optando finalmente por el encabezado tal cual ustedes lo están leyendo.

Prioricé por tanto el objetivo, dejando de lado la elección de la introducción, aunque eso no fuera mi idea primigenia. La cuestión era arrancar, no con la pompa que hubiera deseado, pero si respetando el tiempo (un recurso escaso) de modo tal de no malgastar mis recursos.

Muchas veces he perdido de vista el objetivo deambulando por las ramas. En esta ocasión hube de sortear el desajuste emocional provocado porque las cosas (encontrar los bonitos diálogos) no se me daban.

Haciendo un parangón con esto de seguir intentando para alcanzar finalmente un éxito relativo, humildemente opino que continuar procurando construir «una sociedad más sostenible requiere de planes que no repliquen lo tantas veces lo ya repetido y que nos llevó a numerosas crisis sucesivas». Los fundamentalismos no son precisamente la mejor receta para tener éxito porque nos alejan del sentido común y de lo posibilidad de contar con varias miradas que amplíen el espectro de las soluciones. Las causas necesitan ser conocidas, abordadas y gestionadas desde una mirada provista de muchas ideas, incluso aquellas que pareciera que no se pueden mezclar tales como el agua el aceite.

Dentro del plan para escribir este blog, el cierre del mismo estaba prefijado desde el mismo momento en que tuve la oportunidad de participar de un evento de difusión y promoción de la industria de los video juegos.

La primera ponencia de la jornada se refería a la necesidad de «Derribar Mitos».

Creo que eso es clave a la hora de encaminar cualquier intento y mucho más ante un problema harto repetido y complejo como el que hoy estamos atravesando como sociedad.

La siguiente exposición fue realmente esclarecedora, respecto de que necesitamos para superar obstáculos de manera conjunta y mancomunada.

La expositora nos traía de manera literal (gracias por permitirme usar estos conceptos).

Lo que es recomendable dejar:

  • Individualismo
  • Pasividad
  • Incomunicación
  • Soberbia
  • Vagancia
  • Y todo el resto que nos impide trabajar en equipo

Lo que es recomendable adoptar:

  • Equipo
  • Proactividad
  • Experiencia
  • Paciencia
  • Trabajo conjunto
  • Profesionalismo global

Creo que esta vinculación como desenlace del propósito con el cual encaré estas reflexiones, nos resulta muy productiva, porque:

He sumado los valores de las miradas de otras personas, en esto de «Derribar mitos» y de «Las recomendaciones para dejar y adoptar».

Y por sobre todas las cosas he empleado mi tiempo, y espero que el tuyo, en algo que creo que suma con la esperanza de que en algún momento pueda multiplicar.

Les regalo estos dos pensamientos, que considero valiosos, respecto del éxito y del fracaso:

«Los resultados negativos son justo lo que quería. Son tan valiosos como los resultados positivos». (Thomas A. Edison).

«Un fracasado es un hombre que ha cometido un error, pero que no es capaz de convertirlo en experiencia». (Elbert Hubbard).

Como broche de oro algunos pensamientos del distinguido científico de la relatividad, «Albert Einstein».

«Trate de no convertirse en un hombre de éxito, sino tratar de convertirse en un hombre de valor».

«No podemos resolver nuestros problemas con el mismo pensamiento que usamos cuando los creamos».

«Locura: hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes».

Comenzar a vivir !

El frío invierno que nos tenía contra las cuerdas ha cesado momentáneamente en su embestida. Sus golpes están amortiguados por estas temperaturas más otoñales, con matices primaverales y rayos de sol en abundancia. Es una invitación clara para salir de nuestras madrigueras, buscando desarrollar actividades al aire libre, deportivas, recreativas o turísticas.

Mi vocación de escritor aficionado me mantiene expectante, como hipnotizado por el entorno y las palabras que no vienen tan fácil a mi encuentro. Escribo observando como el viento arrecia el aire, provocando remolinos y volteando las últimas hojas que resisten estoicas en los árboles.

La lectura de un libro me trajo de regalo un pensamiento del emperador Marco Aurelio. Para ser honesto no sé mucho de él, pero me pareció que la frase amerita tener un valor por sí sola, independiente de su historia personal.

“El hombre no ha de temer a la muerte. Lo que ha de temer es nunca comenzar a vivir “.

El comenzar a vivir sucede como un hecho biológico desde el instante en que nacemos. Está claro que desde ese mismo momento estamos predestinados a morir, más tarde o más temprano. Biológicamente no existe un mecanismo para nacer y morir repetidas veces. Muchos intentos se han hecho para prolongar la vida de manera indefinida lo cual aún no se ha logrado; sin embargo, los avances científicos y médicos han logrado cuestiones impensadas, tales como el reemplazo de órganos enfermos, morigerar los efectos del envejecimiento y próximamente y en un futuro no muy lejano, lograr una especie de juventud prolongada, convirtiendo a nuestra especie en una más parecida al concepto de semi Dios.

El comenzar a vivir desde una perspectiva más existencial, filosófica o trascendental, puede ocurrir muchas veces en nuestras vidas, del mismo modo que el comenzar a morir. Nuestras vidas están plagadas de momentos bisagra donde nos sentimos renacidos, para lo cual metafóricamente tuvimos que morir con antelación. Quizás la frase de Marco Aurelio tenga mucho que ver con esto, el de animarse a vivir sin miedos, con la esperanza de que siempre habrá oportunidades para volver a vivir, de estar de vuelta de los fracasos, de las oportunidades perdidas, de los errores no forzados, de las incoherencias y de tantas situaciones impensadamente malas.

Mi último momento bisagra fue la desaparición física de mi madre, que me fue pegando de a poco, como en cámara lenta. Tuve que aprender a ser huérfano a edad madura. Antes de que este hecho sucediera pensaba que era natural y que estaba preparado para no tenerla más. Las emociones y mis sentimientos me demostraron todo lo contrario.  Con el discurrir de los días, se me hizo muy evidente y muy necesaria su presencia. Los recuerdos me abarrotaron y comencé a extrañarla, soñarla y buscarla en fotos e imágenes conectando muchas historias, que me unen con este presente. Mi vida había dado un vuelco significativo, debiendo buscar las fuerzas para renacer a otra existencia, ahora sin padres. Tantas veces mis lágrimas me acompañaron en silencio, cuando me embargaba la emoción de sentirme como una «especie de ser desprotegido«. Percibirme otra vez vulnerable me sumió al principio en una coyuntura desequilibrante. Con el correr de los días, pude traer de vuelta conmigo tantas cosas que ella y mi padre me legaron, tantas enseñanzas, cariño, bondad y amor. Todo esto me impulsó a sentirme de nuevo en la senda, de la mano de los valores que sembraron con sus ejemplos y acciones.

Tomé acabada conciencia de que este trayecto donde estoy acompañado por mi familia, tiene muchas oportunidades y al mismo tiempo desafíos. No es ni mejor ni peor que antes, sino distinto y particular.

En la semana tuve la oportunidad de saludar a otra persona que había sufrido una pérdida similar hace poco tiempo. En este caso se trataba de su papá y del mismo modo que yo, él ya no tenía padres. La conversación surgió de manera natural. Compartíamos una sensación similar, la de sentirnos parte de otro estadio en la vida, el de ser huérfanos. Su historia tenía matices diferentes porque su padre había estado enfermo desde hacía varios años, con lo que él tenía la sensación de que su padre “sufrió su vida durante sus últimos años”.

Me contó que luego de la muerte de su papá, había responsabilizado a su padre en cierta manera por la situación que parecía haberse autoprovocado, por muchos excesos que había cometido. Sin embargo, su mirada sobre su padre cambió, con todos los saludos post morten que había recibido de muchos amigos y personas cercanas a su padre, los cuales lo habían conocido en otro entorno, donde todos lo destacaban por su generosidad, hombría de bien y el valor de su palabra y sus ayudas para con los demás. Si bien ya lo había perdonado, pudo comprender y luego aceptar la dimensión y figura humana de su papá. Yo pensaba mientras lo escuchaba atentamente, que era una historia que tenía que contar en mi blog, por su calidez personal y por su acabada riqueza humana. La conversación me sirvió para no sentirme solo y al mismo tiempo para no creerme el pupo del mundo, en esto de que solo a mí me pasan ciertas cosas.

Hoy, luego de darle sentido a la frase de Marco Aurelio, puedo resignificar muchas instancias de mi derrotero personal, episodios en los cuales me he animado a vivir y otras tantas donde “sólo me he animado a morir un poco no viviendo a pleno”. Es algo así como que lo que vale es «darse cuenta de lo que verdaderamente cuenta», aquello que nos distingue como esencialmente humanos. Cuestiones tan simples y tan poco rebuscadas, pero que al mismo tiempo cuesta tanto distinguir, en la prisa del día a día.

Siempre hay oportunidad para comenzar a vivir, para lo cual hace falta dejar morir un sinnúmero de prejuicios y preconceptos.

La escritura de estos blogs son un proceso de sanación personal que comparto con el único propósito de poder servir, no como ejemplo, sino en el mejor de los casos, acaso como una llamada para despertar de algunos sueños que nos retienen dormidos.

Para culminar les regalo este hermoso poema, escrito por Litto Nebbia, que me acompaño muchas veces durante mi adolescencia, muy ligado a esto de renacer después de morir.

Sólo se trata de vivir

Dicen que viajando se fortalece el corazón

Pues andar nuevos caminos

Te hace olvidar el anterior

Ojalá que esto pronto suceda

Así podrá descansar mi pena

Hasta la próxima vez

Y así encuentras una paloma herida

Que te cuenta su poesía de haber amado

Y quebrantado otra ilusión

Seguro que al rato estará volando

Inventando otra esperanza

Para volver a vivir

Creo que nadie puede dar una respuesta

Ni decir que puerta hay que tocar

Creo que a pesar de tanta melancolía

Tanta pena y tanta herida

Sólo se trata de vivir

En mi almanaque hay una fecha vacía

Es la del día que dijiste que tenías que partir

Debes andar por nuevos caminos

Para descansar la pena hasta la próxima vez

Seguro que al rato estarás amando

Inventando otra esperanza para volver a vivir

Creo que nadie puede dar una respuesta

Ni decir que puerta hay que tocar

Creo que a pesar de tanta melancolía

Tanta pena y tanta herida

Sólo se trata de vivir

Dicen que viajando se fortalece el corazón

Pues andar nuevos caminos

Te hace olvidar el anterior

Ojalá que esto pronto suceda

Así podrá descansar mi pena

Hasta la próxima vez

Seguro que al rato estaré volando

Inventando otra esperanza para volver a vivir

Creo que nadie puede dar una respuesta

Ni decir que puerta hay que tocar

Creo que a pesar de tanta melancolía

Tanta pena y tanta herida

Sólo se trata de vivir

Descansar para ser más eficientes. ¿Desconectar para conectar?

El mundo vive y debate distintas realidades respecto del uso y distribución del tiempo diario de una persona. Cada porción del tiempo en el cual se divide la jornada diaria, es motivo de análisis y profundización. En un esquema básico encontramos tres segmentos bien diferenciados: horas dedicadas al trabajo, horas de sueño y las horas remanentes de tiempo fuera del trabajo, que son usadas para múltiples propósitos.

En el ámbito de la duración de la jornada laboral, algunos países europeos han ido reduciendo la cantidad de horas de trabajo llegando en alguno de ellos a un período acotado de seis horas. Las discusiones sobre la productividad comparativa entre jornadas cortas o largas de trabajo encuentran fundamentos de uno y otro lado que sólo sirven para argumentar en contra a favor, pero pocas veces para buscar consensos. La tecnología ha posibilitado el desarrollo de las labores bajo el concepto de home office, trabajo remoto y otras modalidades combinadas. Existe un amplio espectro de situaciones dependiendo de la rama o actividad laboral, la necesidad o no de fijar turnos de trabajo y las condiciones propias de la tarea a desarrollar.

Respecto de los esquemas de sueño, el debate no es sólo por la cantidad de horas dedicadas a dormir, sino asimismo por la calidad de las mismas. La problemática adquiere otros ribetes, cuando ponemos en la ecuación las dificultades que tienen muchos seres humanos para conciliar y sostener un sueño reparador de manera consistente y a lo largo de todos los días. Los dispositivos tecnológicos tales como celulares y tablets, más el acceso ilimitado a películas y series por streaming o televisión digital, conspiran contra la conciliación del sueño, aumentando las chances de mantenernos despiertos, expectantes y absorbiendo cantidades voluminosas de información o distracción sin chances de un adecuado procesamiento cerebral. La lectura queda en muchos casos en un segundo plano, opacada por los destellos luminosos, efectos especiales o imágenes que se repiten sin cesar en nuestras retinas, mermando nuestros procesos creativos.

El resto del tiempo que nos queda, se compone de un sinnúmero de actividades, entre los cuales se encuentran entre las principales, el tiempo de traslado desde el trabajo a casa, las actividades rutinarias del hogar, y el cuidado y educación de nuestros hijos. El tiempo efectivo que dedicamos a otras actividades que pueden ser denominadas como de desconexión o de ocio suele ser muy acotado y concentrado durante los fines de semana, en el mejor de los casos.

Una nueva relación entre el trabajo y el ocio está apareciendo con cierta frecuencia y relativa preponderancia en algunas regiones. Para reflejar esta modalidad de abordaje y vinculación entre el hacer y el no hacer, les traigo a continuación un artículo muy interesante de la BBC, en el cual se hace referencia y se explica esta manera de ver y hacer las cosas. Desde otra óptica podemos decir, que se trata de una particular cultura y perspectiva sobre la desconexión para estar mejor concentrados cuando trabajamos.

Descanso activo: cómo lograr que el «no hacer nada» te ayude a ser más productivo en tu trabajo

Por Amanda Ruggeri.

BBC Future.

Cuando me mudé a Roma desde Washington DC, un paisaje me impresionó más que cualquier columna antigua o gran basílica: el de la gente sin hacer nada.

A menudo podía ver a mujeres ancianas apoyadas sobre sus ventanas, mirando a la gente pasar, o a familias en sus paseos nocturnos, deteniéndose cada tanto para saludar a sus amigos. Hasta la vida de oficina resultó ser diferente.

Olviden los sándwichs apurados en el escritorio. En la hora del almuerzo, los restaurantes se llenaban de profesionales que se sentaban a comer apropiadamente.

Por supuesto, desde que los jóvenes del Grand Tour (un itinerario que europeos de clase media y acomodada solían realizar) empezaron a escribir sus observaciones en el siglo XVII, quienes vienen de afuera han estereotipado la idea de la «indolencia» italiana.

Y no es enteramente así. Los mismos amigos que iban a casa en sus motocicletas para un almuerzo distendido a menudo volvían a la oficina para trabajar hasta las ocho de la noche.

Aun así, la aparente creencia de balancear el trabajo duro con il dolce far niente, la dulzura de no hacer nada, siempre me llamó la atención. Después de todo, no hacer nada parece ser lo opuesto a ser productivo. Y la productividad, ya sea creativa, intelectual o industrial, es el uso máximo de nuestro tiempo.

Pero mientras llenamos nuestros días con «hacer» más y más, muchos de nosotros descubrimos que la actividad sin parar no es la apoteosis de la productividad. Es su adversaria.

Los investigadores están estudiando que no solo significa que el trabajo que producimos al final de una jornada de 14 horas es de peor calidad que cuando estamos frescos. Este patrón de trabajo también perjudica nuestra creatividad y cognición.

Con el tiempo, puede hacernos sentir físicamente enfermos, e incluso, irónicamente, como si no tuviésemos un propósito.

«Piensa en el trabajo mental como hacer flexiones», dice Josh Davis, investigador y autor del libro «Two Awesome Hours» («Dos horas geniales»). Digamos que quieres hacer 10.000. La manera más «eficiente» sería hacerlas todas sin pausas.

Pero sabemos, sin embargo, que eso es imposible. En cambio, si hiciéramos solo una tanda en un momento, entre otras actividades y las fuésemos distribuyendo en las semanas, alcanzar la meta sería mucho más factible.

«El cerebro es muy parecido a un músculo en este sentido«, escribe Davis. «Establecer las condiciones inadecuadas a través del trabajo constante nos hace lograr poco. Si establecemos las condiciones apropiadas, hay poco que no podamos hacer».

Hacer o morir

Muchos tendemos a pensar, sin embargo, que nuestros cerebros no son músculos, sino un computador: una máquina capaz de llevar a cabo trabajo constante. No solo es falso, sino que presionarnos a trabajar durante horas sin descanso puede ser perjudicial, dicen algunos expertos.

«La idea de que puedes estirar indefinidamente los tiempos de concentración y productividad a esos límites arbitrarios está muy mal. Es contraproducente», dice el científico Andrew Smart, autor de «Autopilot» («Piloto automático»).

Un metanálisis encontró que trabajar durante muchas horas aumentaba el riesgo de sufrir enfermedades coronarias en un 40%, casi tanto como fumar cigarrillos (50%).

Otro estudio encontró que las personas que trabajaban largas jornadas tenían un riesgo significativamente mayor de sufrir un infarto, mientras que quienes trabajaban más de 11 horas al día tenían casi 2,5 de más probabilidad de experimentar un episodio depresivo en comparación con quienes trabajaban entre siete y ocho horas.

En Japón, esto ha llevado a una perturbadora tendencia llamada karoshi, o muerte por exceso de trabajo.

La joven que falleció en Japón tras trabajar 159 horas extra en un mes y cuya muerte reabrió el debate sobre el «karoshi»

Si te estás preguntando si esto significa que deberías tomarte unas vacaciones atrasadas, la respuesta puede ser sí.

Un estudio sobre ejecutivos en Helsinki (Finlandia) encontró que durante más de 26 años, los gerentes y empresarios que tomaron menos vacaciones en la mediana edad sufrieron de muertes tempranas y una peor salud en la vejez.

Eficiencia, ¿algo nuevo?

Es fácil pensar que la eficiencia y la productividad son unas obsesiones nuevas. Pero el filósofo británico Bertrand Russell hubiese estado en desacuerdo.

«Se dirá que, aunque un poco de ocio es agradable, los hombres no sabrían cómo llenar sus días si solo tuviesen cuatro horas de trabajo de las 24», escribió Russell en 1932.

Dicho esto, algunas de las personas más creativas y productivas del mundo se dieron cuenta de la importancia de hacer menos. Tenían una ética de trabajo fuerte, pero también se dedicaron al reposo y al ocio.

«Trabaja en una sola cosa hasta que la termines», escribió el artista y escritor Henry Miller en sus 11 mandamientos sobre la escritura. «¡Para a la hora señalada!…¡Mantente humano! Ve a lugares, ve a gente, bebe si te provoca».

Hasta el padre fundador de Estados Unidos, Benjamín Franklin, un modelo de diligencia, dedicó gran parte de su tiempo a estar inactivo. Cada día se tomaba un descanso de dos horas en el almuerzo, noches libres y una noche entera de sueño.

En lugar de trabajar sin parar en su carrera como impresor, con la que se mantenía, pasaba «grandes cantidades de tiempo» socializando y practicando pasatiempos. «De hecho, los mismos intereses que lo alejaron de su profesión inicial lo llevaron a muchas de las cosas maravillosas por las que es conocido, como haber inventado el pararrayos y la estufa Franklin», escribe Davis.

Incluso en un nivel global, no hay una clara correlación entre la productividad de un país y el promedio de horas de trabajo. Con una media de 38,6 horas por semana, por ejemplo, el empleado estadounidense promedio trabaja 4,6 horas más a la semana que un noruego. Pero por el PIB, los trabajadores noruegos contribuyen el equivalente de US$78,70 por hora, en comparación con los US$69,60 que contribuyen los estadounidenses.

En el caso de Italia, ¿el hogar de il dolce far niente? Con un promedio de 35,5 horas de trabajo semanales, produce casi 40% más por hora que Turquía, donde la gente trabaja una media de 47,9 horas por semana.

Todos esos descansos para tomar un café, entonces, parecen no ser tan malos.

Entre siestas y descansos cortos

La razón por la que tenemos jornadas laborales de ocho horas se debe a que las empresas descubrieron que reducir las horas de los empleados tenía el efecto contrario al que esperaban: aumentaba su productividad.

Durante la Revolución Industrial, eran normales las jornadas de 10 a 16 horas. Ford fue la primera compañía en experimentar con un día laboral de ocho horas, y encontró que sus empleados eran más productivos no solo en cada hora, sino en general. En un margen de dos años, las ganancias se duplicaron.

Si días laborales de ocho horas son mejores que los de diez horas, ¿podrían ser incluso mejores las jornadas con menos horas? Quizá.

Para las personas mayores de 40 años, una investigación encontró que una semana laboral de 25 horas puede ser óptima para la cognición. Suecia, por su parte, experimentó recientemente con jornadas de seis horas y concluyó que los empleados tenían mejor salud y productividad.

Esto parece corroborarse por la forma en que las personas se comportan durante un día de trabajo.

Una encuesta de casi 2.000 empleados de tiempo completo en Inglaterra estimó que las personas solo eran productivas durante dos horas y 53 minutos en una jornada de ocho horas.

El resto del tiempo lo invertían revisando las redes sociales, leyendo noticias, teniendo conversaciones no relacionadas con trabajo con colegas, comiendo e incluso buscando otro empleo.

Podemos enfocarnos por un período de tiempo todavía más corto cuando estamos empujándonos al límite de nuestras capacidades.

Investigadores como el psicólogo K Anders Ericsson, de la Universidad de Estocolmo, han estudiado que al introducirse en el tipo de «práctica deliberada» necesaria para dominar cualquier actividad, necesitamos más descansos de lo que creemos.

La mayoría de la gente solo puede trabajar durante una hora sin necesidad de tomar una pausa. Y hay músicos de élite, autores y atletas que no dedican más de cinco horas constantes al día a su oficio.

¿La otra práctica que tienen en común? Su «tendencia creciente a tomar siestas para recuperarse», escribe Ericsson. Una manera, por supuesto, de reposar tanto el cerebro como el cuerpo.   

Descanso activo

Pero el «descanso», como algunos investigadores lo señalan, no es necesariamente la mejor palabra para describir lo que estamos haciendo cuando no hacemos nada.

La parte del cerebro que se activa cuando no hacemos «nada», conocida como Red neuronal por defecto (RND), juega un papel crucial en la consolidación de la memoria y la visión del futuro.

Es también la zona del cerebro que se activa cuando la gente está observando a otros, pensando sobre sí misma, haciendo un juicio moral o procesando las emociones de otras personas.   

En otras palabras, si esta red se apagara, podríamos tener dificultades para recordar, anticipar consecuencias, captar interacciones sociales, entendernos a nosotros mismos, actuar éticamente o tener empatía hacia los demás. Todas las cosas que nos hacen no solamente funcionales en el ambiente laboral, sino en la vida.

Quizá lo más importante de todo es que si no nos tomamos el tiempo para dirigir nuestra atención hacia adentro, perderemos un elemento crucial de la felicidad.

«Te ayuda a reconocer la importancia más profunda de las situaciones. Te ayuda a sacar un significado de las cosas. Cuando no estás dándole significado a las cosas, solo estás reaccionando y actuando en el momento, y estás sujeto a muchos tipos de conductas y creencias cognitivas y emocionales no apropiadas para el ambiente», dice Mary Helen Immordino-Yang, neurocientífica e investigadora del Instituto del Cerebro y la Creatividad de la Universidad del Sur de California (EE.UU.).

Tampoco tendríamos la capacidad de pensar en nuevas ideas o conexiones. Las luces de la RND se encienden cuando estás haciendo asociaciones entre asuntos que parecen no estar relacionados o propones ideas originales.

También es el lugar donde afloran esos momentos de iluminación, lo que significa que, si como Arquímedes, tuviste tu última buena idea cuando estabas paseando o en el baño, debes agradecerle a la biología por ello.

Quizá lo más importante de todo es que si no nos tomamos el tiempo para dirigir nuestra atención hacia adentro, perderemos un elemento crucial de la felicidad.

«Estamos haciendo cosas sin darles significado durante mucha parte del tiempo», dice Immordino-Yang.

«Cuando no tienes la habilidad de insertar tus acciones en una causa más amplia, estas se sienten sinsentido con el tiempo, y vacías, y no conectadas con tu sentido más amplio de ti mismo. Y sabemos que no tener un propósito con el tiempo se conecta con no tener una salud emocional y psicológica óptima».

¿Tejer y meditar?

Los que han practicado la meditación saben que hacer nada puede ser sorprendentemente dificultoso. ¿Cuántos de nosotros, después de 30 segundos de reposo, revisamos nuestros celulares?

De hecho, nos hace sentir tan incómodos hacer nada que preferiríamos hacernos daño. Literalmente. En 11 diferentes estudios científicos, los investigadores estimaron que los participantes preferirían hacer cualquier cosa, incluso recibir choques eléctricos, en lugar de hacer nada. Y no fue que les pidieron que se sentaran rectos por mucho rato: entre seis y 15 minutos.

La buena noticia es que no hace falta dedicarte a hacer absolutamente nada para cosechar beneficios. Es cierto que el descanso es importante. Pero también lo es la reflexión activa, masticando un problema que tienes o pensando en una idea.

Cualquier otra tarea que no requiera del 100% de concentración también puede ayudar, como tejer o garabatear.

De hecho, cualquier cosa que requiera de visualizar resultados hipotéticos o escenarios imaginarios, como discutir sobre un problema con amigos o perderse en un buen libro, también ayuda, dice Immordino-Yang.

Si tienes propósito, puedes incluso activar tu red neuronal por defecto si estás revisando las redes sociales.

«Si simplemente estás viendo una linda foto, está desactivada (la RND). Pero si estás tomándote pausas y permitiéndote analizar la historia más amplia de por qué esa persona en la foto se está sintiendo de esa manera, elaborando una narrativa a su alrededor, entonces es muy posible que estés activando esas redes», dice la investigadora.   

Otro método altamente efectivo para reparar el daño es la meditación: tan solo una semana de práctica para quienes nunca hayan meditado, o una sola sesión para los más experimentados, pueden mejorar la creatividad, el humor, la memoria y la concentración.

Cualquier otra tarea que no requiera del 100% de concentración también puede ayudar, como tejer o garabatear. Como escribió Virginia Woolf en «Una habitación propia» (1929): «Dibujar croquis era un modo haragán de cumplir el trabajo inútil de la mañana. Es, sin embargo, en nuestros ocios, en nuestros sueños, que la sumergida verdad suele salir a flote».

Otro modelo de equilibrio entre tiempo de ocio y de trabajo que romperá de manera total o parcial o no podrá hacerlo con paradigmas instalados desde hace siglos.

Para cerrar lo haremos con algo de humor vinculado:

Vengo a presentar mi tesis: “Apatía, desgana y pereza en el marco de la Sociedad Actual”.

Bien, comience por favor.

No me apetece.

¡¡Brillante!!

Los duelistas !

La historia que vengo a contarles encierra en sí mismo un interrogante crucial, casi diría existencial.

¿Cómo es que una «verdadera amistad» puede derivar en un duelo?

Aún hoy no encuentro repuestas, quizás sólo algunas aproximaciones o reflexiones que surgen de la narrativa, qué a más de cuarenta años del suceso, emergen de mis recuerdos, algo distorsionados, endebles y en baja definición.

Con Guillermo Moreno compartíamos todo o casi todo. Habíamos sido compañeros desde primer grado. Nos habían unido los llantos y sollozos comunes, cuando aquel primer día de clases, nuestras madres nos habían dejado en apariencia abandonados, merced de esas señoras con guardapolvos que intentaban contenernos y consolarnos.

Nuestra primera hora en clase, y por esas cosas del azar, nos encontró sentados como compañeros en un banco de a dos ubicado en la segunda fila del aula. Moreno y Bordolini serían de ahí en más un dúo que se mantuvo unido hasta aquel decisivo día, a partir del cual nuestras vidas empezarían a transitar caminos separados.

Durante ese primer recreo, ambos presos de una profunda congoja por el exilio materno, no atinamos a salir al patio y nos quedamos sentados en nuestros bancos, mascullando pensamientos y soportando emociones galopantes. Cada uno garabateaba lo que podía en el cuaderno de clases, mientras una de las maestras, la que permaneció en clase custodiando a los tristes e irresolutos, nos miraba con ternura.

En ocasión del segundo recreo, fue cuando nos animamos a asomar nuestras narices fuera del aula, aunque de manera muy tímida y prudente. Comenzamos a hablar de quienes éramos, dónde vivíamos y cómo se componían nuestras familias. En las siguientes jornadas, la relación crecería en calidad y acciones compartidas. La amistad con Guillermo se fue complementando con otras amistades que fuimos entablando, a lo largo de todo el primario, con las cuales nuestra principal diversión consistía en jugar al fútbol durante los recreos, usando para ello una pelota improvisada con una media, la cual era rellenada con retazos de telas.

Con Guillermo compartíamos aspiraciones, gustos y expectativas similares. Nos unía el placer de poseer las mejores canicas, de muy variados colores y materiales, además de ser compulsivos adoradores de las figuritas impresas y de los álbumes donde se pegaban. Jamás llegamos a completar ninguno porque siempre nos faltaban las figuritas difíciles, pero siempre estábamos ahí, tratando de cambiar y negociar todo lo que se pudiera. Por otro lado, éramos alumnos buenos y aplicados, con notas elevadas y un elevado concepto de las maestras.

Nos juntábamos en la casa de él o en la mía cuando nos daban tareas para resolver en equipo de a dos y hasta cuatro integrantes. Los resultados de nuestros trabajos mostraban que podíamos trabajar muy bien, respondiendo adecuadamente a las exigentes requisitorias y profundidad de los trabajos que nos encomendaban. El colegio era más bien humilde, pero el nivel de enseñanza era riguroso y bastante minucioso. Estudiábamos a tiempo completo. Las horas parecían no ser suficientes para completar todas y cada una de las tareas. Tanto Guillermo como yo pasábamos gran parte de nuestra jornada fuera del aula completando ejercicios, deberes, buscando material y llevando a cabo las tareas de plástica, donde por cierto contábamos con el apoyo incondicional y muy hábil de nuestras madres.

El primario transcurrió de ese modo, dentro de un ambiente escolar apacible, pleno de travesuras, incidentes y episodios hilarantes. Durante el sexto grado, sin mal no recuerdo el grado, el profesor de gimnasia, formó un equipo de fútbol para jugar un campeonato intercolegial, con el cual salimos subcampeones. Guillermo no tenía el nivel de otros compañeros, no siendo convocado a formar parte del equipo. En este momento de la historia detecto el primer quiebre en la relación de Guillermo con varios de nosotros. Los que formábamos parte de ese equipo que fue casi campeón conformábamos un grupo muy unido y feliz, prestando poca o nula atención a los que no estaban dentro de ese círculo de semidioses del fútbol.

La continuidad de los acontecimientos fue muy rápida e inmanejable. Las semanas sucesivas mostraron un cierto distanciamiento de Guillermo, que en mi caso no fui capaz de acortar. Éramos niños traviesos y juguetones que no reparábamos mucho en cuestiones de sensibilidad o exclusión.

La primera confrontación directa ocurrió en un recreo de aquel sexto grado cuando Guillermo nos hizo una trampa aviesa y descarada, cuando dio por ganada una partida a las bolitas, arrebatando el conjunto completo que estaba en juego. Mis ojos no daban crédito a lo sucedido. Claramente su canica era la más lejana del objetivo, opinión compartida por todos los que participábamos del juego. Sin embargo, él sostuvo su condición de ganador, negando todos los reclamos. Mi dolor más profundo es que además de que yo era el ganador, había injustamente perdido en ese juego mi canica más preciada, aquella que me había regalado el doctor Zanón, traída directamente por él de un viaje a Europa.

El segundo suceso imperdonable según mi condición de niño, fue la apropiación por parte de Guillermo de una figurita que hacía más de un mes que estaba tratando de conseguir. Había pactado con otro niño, en una larga negociación, el canje de esa preciada imagen de Bertoni (el jugador de la selección argentina) por otros tres jugadores de la liga local. Cuando fui a efectuar el canje, el otro niño me dijo que Guillermo se la había llevado dándole cinco figuritas en lugar de tres, como era lo que nosotros habíamos convenido. Mi sorpresa fue mayúscula, amén de que Guillermo ya poseía la figurita de Bertoni. Cuando fui a preguntarle porque lo había hecho, negó rotundamente los hechos, culpando al otro niño de la situación. Mis oídos no daban crédito de lo que escuchaba. Me di vuelta y me fui, preso de una profunda decepción.

El distanciamiento con Guillermo era más que evidente. Mi orgullo ponía freno a cualquier intención de mi parte por preguntarle a que se debían las situaciones que él estaba generando, quizás a pedir disculpas por algún hecho que hubiera hecho sin querer, derivando en esas reacciones adversas de él hacia mi persona. Pienso que, debido a mi naturaleza de niño, se tornaba difícil enfrentar algunas situaciones que me afectaban.

Esa mañana de invierno gélida dentro de la clase la historia, se hicieron mención a los duelos que se pactaban como una manera de resolver el honor mancillado o pisoteado por algún contrincante o adversario político, por algún amante despechado o por otras razones que escapaban a la razón pura. En esa clase la profesora hizo reseña de algunos duelistas, que se batían a espada o a tiros, contando cada uno de ellos con la posibilidad de disponer de un padrino en la contienda, una especie de hombre de confianza y en cierta forma un instructor más avezado en las armas elegidas para dirimir la contienda. Si bien no fue el tema central de la clase, que se enfocó más bien en la historia post declaración de la independencia, quedó en nuestra imaginación que ya contenía las imágenes de cine de dos pistoleros del lejano oeste batiéndose a duelo, esta nueva versión de duelistas enfrentándose con otras modalidades en nuestro propio suelo argentino.

El recreo que siguió a esa clase nos encontró a casi todos jugando un picadito de futbol en el patio trasero del colegio. En uno de los tantos cruces o disputas fuertes por la pelota, quedamos enfrentados con Guillermo, en un choque estruendoso y violento que nos dejó a ambos algo maltrechos y tirados. Nos levantamos como pudimos para empezar una danza de empujones y gritos. Imbuidos del espíritu de los duelistas de antaño, luego de que finalizaran los arrebatos, convinimos en disputar un duelo a la salida del colegio. Nos considerábamos estudiosos y disciplinados, y habíamos aprendido que el comienzo de los duelos se daba cuando una persona le arrojaba o golpeaba con un guante la cara a otra, en señal de desafío y ofensa. Por ello, es que nuestro duelo quedaría solo ahí, en el uso de los guantes que nos servían para protegernos del frío, los cuales, habiendo sido mojados en la mezcla de escarcha y barro de la cuneta de la calle, serían usados como armas para propinarnos guantazos. La decisión fue la de no adoptar ningún padrino y más aún no hacer ninguna promoción de nuestro desafío.

Ese día cuando salimos del colegio después del mediodía, la escarcha aún se mantenía en los cordones cuneta de las calles. Los fríos eran intensos y prolongados, provocando varios días seguidos de temperaturas bajo cero. Los compañeros que salieron con nosotros no entendían muy bien de que iba la cosa, cuando nos vieron mojar nuestros guantes de lana en la acera llena de hielo y barro. Los que se quedaron a observar, quedaron atónitos cuando vieron este enfrentamiento a guantazo limpio, entre Guillermo flaco y alto, y Marcelo petiso y algo más morrudo. Recuerdo como si fuera hoy que recibí el primer guantazo en la cara, sin poder atinar ninguno sobre mi rival que fue muy hábil para esquivar todos mis guantazos. Su altura y mayor flexibilidad le sirvieron muy bien para dar la primera estocada y luego evitar recibir alguna de mi parte. La contienda duró menos de un minuto, ya que fuimos separados por nuestros compañeros, que aún no comprendían cabalmente que estaba sucediendo.

Luego nos retiramos cada uno por su lado, sin ningún comentario, cada uno caminando junto a algunos compañeros, que nos preguntaban que nos pasaba, sin encontrar por cierto ninguna respuesta de nuestra parte. Este duelo singular marcó el fin de una amistad que había conocido mejores momentos en el pasado.

Jamás volvimos a hablar del tema, pedimos a la maestra que nos cambiará de banco y los amigos casi inseparables, desunieron sus destinos hasta el final de la primaria.

Mantuvimos de ahí en más una relación más bien fría y de compromiso, sin coordinar acciones conjuntas.

La historia de un duelo simbólico entre niños que seguro nos sirvió para crecer y aprender, pero que en el fondo fue un episodio mucho más negativo que positivo, conforma parte de aquellas cosas de las cuales uno nunca termina de sentirse orgulloso y preferiría que no hubieran sucedido.

Historias como estas, mezcla de cosas serias, travesuras y honores mancillados, conviven con nosotros dejándonos más interrogantes que respuestas.

Por ello es que aún resuena en mi cabeza el interrogante inicial de este relato:

¿Cómo es que una verdadera amistad puede derivar en un duelo?

Es probable que pueda ser reformulada a una pregunta más general:

¿Cómo es que una relación de amistad puede terminar?

O más bien, por la positiva:

¿Cómo es que una relación de amistad puede ser alimentada para que siga siendo fructífera?

Las respuestas son muy personales, por cierto.

Mi afición a las contiendas duró muy poco y me sirvió para entender las diferencias, y la necesaria aceptación de los distintos puntos de vista.

Aún hoy, este ser humano inacabado, pretende lograr un mejor conocimiento de si mismo, para lograr un próspero entendimiento con los demás.

«La tarea no se acaba nunca».

Este cuento que tuvo introducción y desarrollo, tiene un final con condimentos de suspenso que no encuentra las palabras adecuadas para cerrar.

¡Cuanto menos todos nuestros intentos por hacerlo valen la pena!

Tras los pasos de Ana !

Una tarde espléndida nos encuentra recorriendo una hermosa región de Italia. Mis ojos no alcanzan a abarcar la plenitud y la belleza de esas montañas que son parecidas a otras tantas, pero que tienen un encanto especial. Una llamada ancestral reverbera en mis genes invitándome a recuperar parte de mi esencia. Esta geografía friulana es la misma que pisaron mis antepasados, que cultivaban sus tierras, algunos en las cercanías del río Tagliamento, otros en los márgenes del río Noncello. El primero desemboca en el Adriático, el segundo es navegable, hasta desembocar en el río Meduna, el cual llega casi hasta Venecia. Todos estos ríos nacen en los Alpes y tienen un corto recorrido hacia el mar.

Plantaciones de vides proliferan en toda el área, dando un marco esplendoroso, muy rico en aromas y abundante en colores. La región friulana estuvo dominada por varios países y tiene influencias eslavas, austríacas, venecianas y francesas. La combinación de todas estas vertientes culturales hasta cerca del 1900, cuando se consolidó la republicana italiana, derivó en la generación de una región única, que fue atesorando lo mejor de esas culturas, para convertirse en una región con una identidad propia, indescifrable, impactante y poderosamente atractiva. En toda esta región se habla una lengua distinta al italiano, el friulano o furlano que tiene raíces, construcciones y palabras propias de varias lenguas, predominando además del italiano, los influjos eslavos, franceses, alemanes, romaníes y húngaros.

Cuatro provincias componen la región del Friuli-Venezia y Giulia (la contradicción con el nombre es que Venezia no forma parte de esta región). Pordenone es quizás la más cercana a la cultura del Véneto. Próximo a Aviano (lugar de nacimiento de mi bisabuela materna Ana), emerge el monte Piancavallo que es la pista de esquí más cercana, situada en las Dolomitas friulanas. Udine, es la provincia, que al decir de sus habitantes es la que mejor representa la identidad friulana.  En las orillas del Tagliamento, se encuentra la pequeña comuna de Rivé Dárcano, lugar de nacimiento de mi bisabuelo materno Giovanni Giuseppe. Udine es la provincia más extensa y poblada. Limita con varios países, tales como Austria y Eslovenia. Goritzia es una provincia pequeña, y quizás la más eslava culturalmente. Por último, aparece Trieste, la más diminuta de todas y cuya capital homónima supo ser la capital del Imperio Austro Húngaro. Esta ciudad es una pujante economía portuaria del mar Adriático, en la cual es posible encontrar un crisol de culturas e identidades cosmopolitas.

Mientras recorro la ciudad de Pordenone (una ciudad puerto sobre el rio Noncello en la época de dominio Veneciano) me reencuentro con algunos paisajes que me resultan familiares. Esta calle peatonal que estoy transitando, con veredas techadas, es la misma que probablemente caminaron mis ancestros friulanos. En algunos tramos se llama vía Dele vedue (en friulano), o en italiano Della Vedova (como mi apellido materno) o en español “de la viuda”. Me detengo a contemplar una pastelería y chocolatería que me asombra. Se pueden apreciar numerosos objetos de chocolate, confeccionados y pintados de manera artística a la perfección: zapatos, carteras, botines de fútbol, flores y tantos más. Peratoner es el nombre de este paraíso del chocolate, que se encuentra funcionando desde el año 1873.

Imagen de la chocolateria Peratoner.

Protegido del sol, gracias a esta vereda techada, continúo mi recorrido. La calle desemboca en una catedral-iglesia majestuosa. La iglesia catedral y campanario de San Marco se levanta ante nosotros, invitándonos a pasar. No tengo palabras para describir tanta belleza. Me siento en uno de sus bancos siguiendo una llamada interior, que me invita a orar y rezar frente a su altar. Durante unos diez minutos permanecí en un estado de quietud y paz interior como hacia mucho tiempo no estaba. La conexión me sirvió para desenredar esa maraña de pensamientos que me mantenían confuso, para ver con claridad de donde vengo y hacia dónde voy.

Vista interior de la iglesia-catedral de San Marco.

No recuerdo exactamente el momento en el cual me levanté para recorrer nuevamente ese sagrado templo, en el cual viví una experiencia inolvidable. Mis ojos intentaban en vano acumular imágenes mientras mi corazón desbordaba de emociones. A cada paso que daba agradecía la posibilidad de haber conocido este lugar tan caro para mis sentimientos.

En la caminata de regreso nos sentamos un ratito en un banco frente al rio Noncello (el río que no se esconde), donde pude observar sus aguas presurosas que bajan al encuentro del Meduna. Otro momento de calma y contemplación que me hacían falta para completar una siesta-tarde de recogimiento. Algunas gotas caen, tornando el ambiente aún más caluroso y húmedo. Sin embargo, nada me saca de este momento de íntima conexión.

En toda mi estancia en el Friuli encuentro a mi mamá Ana, en cada rincón, cada fragancia, cada destello luminoso o cada detalle de belleza. «Su rostro de muñeca, sus pelos dorados y su impronta femenina son propios de este lugar».

Recorriendo estos lares he podido comprender la naturaleza de su personalidad, sus acciones y sus convicciones más profundas. Ana, es la mujer que buscaba la perfección a cada paso, en todo lo que hacía. Intentaba producir todo con primor, sin máculas, ni detalles. Mientras estaba sentado en ese banco de la iglesia de San Marco, pude recibir algo de su inquebrantable fe y mientras oraba ella estaba conmigo, allí presente.

Ana, la que nos regaló su amor, su compromiso y su abnegada convicción por la vida, tiene un origen lejano y al mismo tiempo tan cercano para mí. A cada paso por el Friuli, todo se hace tan evidente y tan perteneciente a ella, que de solo mencionarlo todos mis sentidos se estremecen.

Ana, la mujer siempre elegante, arreglada y respetuosa, es una proyección escapada de esas tierras que tienen una identidad tan particular e inimitable.

A menos de un año que abandonaras este mundo físico, he podido reencontrarme con tu esencia lejos de casa, en una región italiana singular, que explica bastante tu quehacer y tus ideales.

Cada viaje tiene un significado especial, una marca indeleble. En este caso, jamás olvidaré este reencuentro con parte de mi naturaleza, haber caminado los pasos de mis ancestros y por, sobre todo, haber podido ver los ojos verdes de Ana a cada paso y en cada momento que inspiraba el aire friulano.

Este recorrido por mis tierras ancestrales, me produjo una felicidad sin igual, y muchas ganas de revivir esa posibilidad.

Porque no existe una razón, porque hay cosas que no son fáciles de explicar, esas tierras se han quedado en mi corazón.

Quizás, la única explicación válida sea que esos paisajes, lugares, iglesias, ríos y montañas, me devuelven una imagen desestructurada de Mamá. Esa mujer que me amó por encima de toda dificultad, tejiendo con lana esos perfectos y hermosos abrigos para mí, acompañando mis pasos y siendo feliz con mis éxitos.

Por eso hoy más que nunca, necesito culminar, con este título sobre una parte de mi viaje por Italia, que quizás lo explique todo.

“Tras los pasos de Ana, mi querida Mamá”.