¡Te vi campeón, Matador!

La sesión de vuelo de barrilete quedó concluida con el inicio del partido de fútbol. A mis diez años, hace ya algunas décadas, no existía transmisión televisiva masiva de encuentros deportivos. Solo de vez en cuando, se podía ver la transmisión de algún partido importante por Copa Libertadores. Por lo que la radio y a pilas, era la fiel compañera de los escuchas del fútbol. Acomodé el barrilete en un lugar en el suelo del camino que desembocaba en el fondo de la chacra. Sentado en el borde de este, sintonicé el dial, en esos entonces en la LV3, con el volumen regulado a la mitad, para que no se gasten tan rápido las pilas, y me dediqué a escuchar atentamente la formación de los equipos.

Siempre fui fanático de Talleres de Córdoba, desde que tengo uso de razón. Sentía admiración por ese equipo fantástico que había perdido la final del torneo nacional con Independiente, en esa noche calurosa de la Córdoba del 78. Este hecho nos había dejado una sensación muy amarga, porque todos los hinchas estábamos convencidos de que ese logro no se nos podía escapar. Ese equipo tenía jugadores de mucha riqueza técnica, que luego formaron parte de la selección argentina de César Luis Menotti, que ganó el campeonato mundial, tales como Galván y Valencia, por citar los más conocidos. Sin embargo y a pesar de la calidad, no hubo suerte y ese equipo resultó vencido, frente a un rival que tenía dos jugadores menos.

Esa tarde-tardecita estando ahí sentado, escuchando la formación confirmada, recuerdo que se me cayeron algunas lágrimas, que con el correr de los minutos y con el triunfo abultado de Talleres, fueron menguando y se transformaron en sonrisas. El fútbol, para él que lo vive intensamente, tiene esa mezcla de emociones muy difíciles de explicar, que lo hacen único e irreproducible.

Mi relación con este deporte se inició desde pequeño, cuando todos los domingos mi padre y un tío se encargaban de llevarnos a todos a la cancha, cualquiera que sea donde jugará en Córdoba Capital, algún equipo de Córdoba. Siendo hincha de Talleres, mi papá de Belgrano, como mi tío y primo, íbamos a ver a Belgrano, Instituto, Talleres y Racing de Córdoba. El domingo el ritual impostergable era ir a la cancha. Nada hacía que se cambiaran los planes, salvo una tempestad o una celebración familiar importante. Además de jugar como aficionado, practiqué en las inferiores de Racing de Córdoba, un tiempo, hasta que mi papá me pidió que decidiera: o estudias o jugas al fútbol, no se pueden hacer las dos cosas. Así que decidí estudiar, dejando de lado mi práctica semi profesional del fútbol.

Mi vinculación con Talleres, como la de muchos hinchas de este deporte, trasciende más allá de los resultados, no tiene fronteras geográficas, y te impide razonar a conciencia, acerca de qué pueda ser o no una pérdida de tiempo o sobre qué te hace ganar. Tamaño fanatismo. Siendo socio del club, fui a la cancha durante muchos años. Durante ese período, tuve la enorme satisfacción de verlo campeón de una copa internacional en el año 99. También lo vi en segunda y tercera división, mientras yo habitaba distintas ciudades, lejos de mi terruño, por lo que no lo podía ir a ver de manera presencial en la cancha. Ese período fue sin dudas, el más triste, incluso con la sensación concreta de que el club podía desaparecer, luego de una gestión calamitosa de un presidente. Como contrapartida, estando en la tercera división, el club aún seguía llenando con adeptos la cancha, todos los días y a cualquier hora que jugara. Eso alentaba al hincha del club, a creer que alguna vez la mala fortuna y las gestiones desastrosas se acabarían. La constancia y coherencia del hincha siempre estuvo, siendo uno de los capitales más grandes de esta institución deportiva.

Estando lejos, tuve la oportunidad de verlo en distintas canchas de nuestro país, donde por lo general me regalaron un triunfo, que muchas veces no pude gritar porque estaba en la tribuna visitante, medio camuflado. El hincha del fútbol, al que les gusta disfrutar de esta fiesta deportiva en este coliseo moderno, que es un estadio de fútbol, conoce bien, como se siente ver a tu equipo, en la soledad de una tribuna, en una ciudad foránea, de la cual uno se siente parte, pero no es la ciudad que te vio nacer. Es una alegría inmensa, romper la monotonía y las rutinas, para celebrar un partido de fútbol, ya sea como jugador o como espectador.

En el año 2016, y luego de doce años, finalmente Talleres volvió a primera. Desde ese año, es que volvió a recuperar la magia y parte de la grandeza, que siempre conservó su fanaticada. En este último período, ha alternado más buenas que malas, siendo protagonista de varias finales que no pudo ganar, acrecentando su mote de gallina, para los rivales de Córdoba, además de participar en varios torneos internacionales. La cosecha de puntos, el capital deportivo y otros aspectos humanos e institucionales, han crecido de la mano de una gestión eficiente, con más aciertos que yerros. Nosotros los hinchas de Talleres, no somos conformistas, queriendo cada vez más, pero lo cierto es que no se puede comparar la realidad actual, con la que vivía el club hace una década.

La falta de una copa, la que fuere, era la deuda más grande que el club tenía en lo deportivo. Pasaban entrenadores y jugadores, y el club siempre estaba ahí del logro deportivo de una copa, pero no se daba. El último campeonato nacional lo dejó a Talleres nuevamente subcampeón, casi campeón, y cada vez con mayor frustración, para el club y sus hinchas. Talleres jugaba de igual a igual con cualquiera, incluyendo clubes grandes como River o Boca, a los cuales en la última década y con un presupuesto de plantilla menor, les ganó varias veces, inclusive de visitante.

Los procesos, cuando son buenos, traen en el mediano plazo satisfacciones. Eso es lo importante, vivir y ser parte del proceso que te lleva a alcanzar lo anhelado. Más allá de esto, el arranque deportivo de Talleres esta temporada no había sido el mejor desde los resultados. Cuando se anunció que la final entre el equipo campeón del 2023, que fue River y el que había sacado mayor cantidad de puntos durante ese año, que también fue River, por lo que se dio lugar a Talleres que fue segundo, se jugaría este 05 de marzo en Asunción, en el estadio La Nueva Olla de Cerro Porteño, se renovaron las esperanzas, pese a que el equipo no venía bien en las estadísticas.

Dio la enorme casualidad, que no es la primera, por cierto, de que yo me encontraba justo para esa fecha (miércoles por la noche), en la ciudad donde se disputaría el encuentro. Talleres iba muy abajo en las apuestas, por cierto. Pocos puntos en el año, muchas jugadas de pre gol, pero muy poca efectividad, y una defensa que ofrecía ventajas. Por el otro lado estaba River, que tampoco venía del todo entonado, pero cuyo plantel y como su nombre lo indica, duplica en valor al de Talleres, contando en sus filas, con dos finalistas del mundial de Francia, campeones del mundo.

Ilusionado y diciendo que podíamos ganar, fui convencido a la cancha que vería a mi equipo ganar esa final y coronarse finalmente campeón. El hermoso estadio asunceño, con capacidad para 45 mil personas, estaba al 60 % de su capacidad, y de esa cantidad los hinchas de River nos triplicaban, ya que River tiene hinchas en todos los países latinos, incluyendo las regiones cercanas de Argentina. Había unos 5 mil cordobeses, que alentaron todo el encuentro y no dejaban de tocar los bombos y el resto de sus instrumentos.

La final fue en extremo tensional. Friccionada, con algunos pincelazos de buen juego, y con algunos tiros que el arquero de River sacó al corner, más una tapada fenomenal de un defensor de Talleres para evitar la caída de su arco. No fue más que eso, con lesionados del lado de River y varios cambios durante los 120 minutos que duró el tiempo regular más los alargues.

Los penales, que fue la manera como se definió la copa, fueron una ruleta rusa. Los arqueros de los dos equipos atajaron penales, uno más el de River, pero la deficiencia estuvo en los pateadores. Por cansancio o por nervios, algunos no atinaron ni siquiera al arco. Fue increíble ver a un jugador de River y de selección que le dio la tercera presea mundial a Argentina, tirarla bien alta y desviada. River estuvo dos veces match point y no pudo ganar. Terminada en igualdad la serie de cinco, la definición pasó a la instancia, de que gana el mejor de a un penal por bando. Jugador de River, volvió a errarle al arco. Luego, en segunda instancia, le tocó el turno al de Talleres, que selló la historia, clavándola al ángulo. David había vencido nuevamente a Goliat.

Se desató, en esa noche pesada de mucho calor de verano paraguayo, la fiesta del albiazul, su primer título nacional, en sus 102 años de historia. Una noche maravillosa, donde se coronó el que más quiso ganar durante el partido. Esta vez el proceso dio sus frutos. Mientras eso sucedía, te recordaba papá Ramón, como aquella bella persona, que me enseñó a disfrutar del deporte, a respetar a los rivales y a ser ante todo una buena persona. Me veía de niño pequeño, primero de tu mano, luego a tu lado, yendo esos domingos a ver el fútbol, sin importar de que club se tratara. Me vi de nuevo sentado en el borde de ese camino de chacra, con mi pequeña radio a pilas, imaginando las jugadas, que los relatores dibujaban con sus palabras. Recordé que mi infancia fue muy feliz, y que hube y hubimos de esperar mucho tiempo para verte campeón.

Honrar el deporte y la esencia del deportista es un camino virtuoso, que sana y hace trascender a las personas. Es un mecanismo mágico y único, que une a clubes, instituciones y personas, en pos de un objetivo común. Por eso, alentar el deporte y la competencia digna y respetuosa, es un gran valor social y comunitario, que necesitamos conservar y acrecentar.

Ojalá todos podamos compartirlo y promoverlo.

Pero volviendo a los sueños cumplidos…..

En esta noche asunceña….

Yo te vi campeón, Matador.

Gracias por esta inmensa alegría.

¡Quemar las naves!

La decisión de “quemar las naves” que trajeron a los expedicionarios españoles desde Cuba hasta Veracruz, tomada a principios de agosto de 1519 y generalmente atribuida a la voluntad individual de Hernán Cortés, es tan famosa que se ha convertido en un dicho en el español de México. Cuando una persona toma una determinación radical de romper con su pasado solemos decir, en efecto, que “quemó sus naves”, haciendo alusión a esta temeraria acción llevada a cabo hace 500 años.

Claro que las propias historias españolas aclaran que, en verdad, el capitán no quemó literalmente ninguna de sus naves, una imagen romántica inventada siglos después. En vez de eso, las barrenó o les dio de través, es decir las perforó para inutilizaras para la navegación. Posteriormente, dispuso de partes de la madera con la que estaban construidos los navíos para construir parte de las fortificaciones de la recién fundada Villa Rica de la Vera Cruz. Preservó, sin embargo, todos los aparejos de metal, indispensables para cualquier navío y que serían imposibles de sustituir en la tierra en la que habían desembarcado, a diferencia de la madera que podía ser obtenida sin tanta dificultad. Por otro lado, los historiadores afines a Hernán Cortés le atribuyeron la responsabilidad y el mérito de esta decisión, además del ardid con que la realizó. Lo más probable, sin embargo, es que no la tomara solo, sino con el consentimiento y apoyo de sus principales capitanes y aliados, Gonzalo de Sandoval, Pedro de Alvarado y otros.

Vista más allá del refrán romántico, desarmar las naves fue una compleja decisión política y estratégica que sirvió para varios fines. De manera directa, inutilizar los navíos impedía que pudieran huir y regresar a Cuba los numerosos miembros descontentos del contingente español: todos los que sentían miedo justificado ante la temeraria empresa de conquista que estaban a punto de iniciar y aquellos que aún apoyaban a Diego Velázquez, gobernador de esa isla. Cortés y sus capitanes se rebelaron contra este poderoso gobernante a principios de 1519, al rechazar sus instrucciones de realizar una expedición de exploración y comercio en las nuevas tierras y no una de conquista; habían fundado una ciudad propia, Veracruz, para sustraerse a su autoridad, y acababan de enviar una embajada a España para defender su posición ante el mismo rey. Con la destrucción de los navíos impusieron de manera definitiva su voluntad sobre los expedicionarios que estaban descontentos con estas acciones. Con esa misma intención, en las semanas anteriores, Cortés y sus hombres habían juzgado y ejecutado a varios miembros leales a Velázquez.

Al mismo tiempo, conservar los aparejos de metal de las naves abría la posibilidad de volver a construirlas en diversas circunstancias. En primer lugar, los expedicionarios habían recibido informaciones fidedignas por parte de sus aliados indígenas de que la ciudad capital del imperio de los culúa, como llamaban a los mexicas o aztecas, estaba rodeada de agua. Por eso, los capitanes españoles no descartaban la necesidad de utilizar naves para asaltar esa capital. Esto fue precisamente lo que sucedió un año y medio después, cuando resolvieron asediar y asolar México-Tenochtitlan y construyeron una pequeña flota de bergantines diseñados especialmente para navegar en el lago de Texcoco, aparejados con las piezas de metal rescatadas de la flota marítima destruida en 1519. En otro caso, los aparejos también podrían ser usados para construir naves que los llevaran de vuelta a Cuba, a otra isla del Caribe o a la misma Península Ibérica.

La acción de desarmar las naves fue además una atrevida apuesta, a la altura de las circunstancias en que se encontraban los expedicionarios. Su rompimiento con el gobernador Velázquez, el representante legítimo y directo de la Corona en Cuba, era un acto de rebeldía que los hacía merecedores de una sentencia de muerte, que el airado gobernante no vacilaría en aplicar. En esta situación, la única salvación posible para los rebeldes era perseverar en su empresa y conquistar riquezas y territorios suficientes para convencer al rey de que perdonara su traición. En este sentido, podemos decir que Hernán Cortés y los capitanes doblaron su apuesta, en una estrategia de todo o nada, una medida también de lo desesperada que era en verdad su situación.

Sin embargo, “quemar las naves” no fue un salto al vacío. Después de vivir en las costas de Veracruz durante tres meses, los expedicionarios habían construido vínculos fuertes con los cempoaltecas y su gobernante, el llamado Cacique Gordo y podían confiar en su amistad y su apoyo. Además, habían conocido a otros enemigos de los poderosos mexicas que habían dado muestras claras de su disposición a apoyarlos. Es por ello por lo que al desarmar sus navíos Hernán Cortés y los suyos apostaron, en verdad, por sus alianzas con los naturales de Mesoamérica y se pusieron, por así decirlo, a su merced. Esta confianza, justificada por la lealtad de los aliados en los siguientes años, fue la verdadera ganancia de la temeraria apuesta de los expedicionarios.

Esta historia, sirve para que muchos usemos esta metáfora de “quemar las naves”, para dar significancia a decisiones estratégicas, avalados por los siguientes hechos, que son parte de mi pensamiento personal:

  • Decidir es una acción que puede llevarnos a muchos lugares, pero no decidir casi siempre nos deja en el mismo lugar.
  • Tiene que haber un tiempo para realizar análisis previos a las decisiones que necesitamos tomar, pero ese tiempo no puede ser infinito, ya que no prosperamos en base a escenarios analíticos (salvo que nos dediquemos a eso, vendiendo consultoría), sino en base a la ejecutividad de nuestros actos.
  • “Quemar las naves” no puede ni debe ser sólo una decisión basada en la temeridad, sino en que cuando nuestro proyectos o proyectos adquieren una solidez suficiente en lo financiero, técnico, comercial y humano, está bueno declarar esa frase, para que todos los que están en el barco sepan, cuál es nuestro nuevo rumbo, ese propósito que nos diferencia de nuestro estado anterior.
  • Hay momentos para quemar naves y momentos que no. Avalados por datos podemos tomar la mejor decisión de cuando hacerlo. En un proyecto que ya está desarrollado en un 75 %, “quemar las naves” es casi una decisión que no se puede postergar.
  • “Quemar las naves” es ante todo un estado anímico derivada de una declaración fundamental: “vamos a llegar a lo que nos proponemos dando lo mejor de nosotros y a toda costa”. Acelera los procesos internos personales y de equipo que nos permiten llegar a lo que anhelamos.

Quemar las naves no es condición suficiente para garantizar el éxito de un proyecto o de lo que estemos decidiendo, pero orienta a todos sobre el rumbo común e inequívoco que estamos dando. En mi vida, hubo varios episodios de “quema de naves”, de los cuales por lo general salí fortalecido, aunque el proceso no haya sido del todo sencillo, producto de las emociones que atravesamos.

Para finalizar algunas reflexiones ligadas:

“Si no sabes a que puerto zarpa tu barco, ningún viento te será favorable”. (Séneca).

“Un barco está seguro en el puerto, pero no es para ello que fueron construidos los barcos” (Paulo Coelho).

“El pesimista se queja del viento, el optimista espera que cambie y el realista ajusta las velas” (George Ward).

La plenitud de la vida !

En una comunicación telefónica sostenida durante la mañana de hoy, mi interlocutor, luego de hacerme una pregunta, me disparó una sentencia, que hace mucho que no escuchaba: “está bueno lo que haces porque vos estás en la plenitud de la vida”.

Para ser honesto hacía mucho que no escuchaba ese concepto de “la plenitud de la vida”. Me recordó que era mi madre, la cual casi siempre la usaba, en los cotilleos habituales con otras mujeres o cuando me quería dar a entender, que no podía hacer algo porque eso me llegaría cuando yo estuviera en la plenitud de la vida.

Recuerdo, frases tales como:

“se fue en la plenitud de vida, que pena”.

“esas cosas vienen solas cuando estés en la plenitud de la vida”.

“desperdició la plenitud de la vida y ahora no tiene nada”.

“fue perdiendo su plenitud de vida, hasta ser lo que es hoy”.

“no seas ansioso, ya vas a llegar a la plenitud de la vida”.

El número de veces que, siendo pequeño, mi madre u otras personas mencionaban esta idea, producía en mi la sensación, de que “la plenitud de la vida” era una especie de montaña que se debía escalar, casi como un mandato, para llegar y valga la redundancia, a una vida plena. En paralelo, esta sensación o mejor aún emoción, estaba acompañada por otra más incapacitante, que era la de no poder saber, donde estaba ese cerro que había que escalar, para alcanzar la tan ansiada plenitud.

Como contrapartida, se mencionaba, quizás no tan repetidamente, el concepto “del ocaso de la vida”, aplicable por cierto a las historias de nuestros próceres máximos.

“ya en el ocaso de la vida, que queda por hacer”.

“estoy en la última etapa de mi vida, en el ocaso, demasiado fue lo hice”.

“que se le puede pedir, está en el ocaso de la vida”.

En ese caso, con pocos años de vida, “el ocaso de la vida”, me semejaba a un pozo profundo y oscuro, en donde no te quedaba más opción que esperar al desenlace.

La idea de la vida plena me parecía ciertamente inalcanzable, porque como saber donde estaba y qué había que hacer para ubicarla, y el ocaso, me producía una tristeza y bajón, que me costaba superar, sumado a que lo vinculaba con un vacío de vida (plena igual a lleno, ocaso igual a vacío).

Estuve varios años para madurar la posibilidad de que, en realidad, ambas etapas no son más que fases de nuestras vidas, y un poco más tarde, caí en la cuenta, que en realidad no existen como tal, sino como una combinación permanente de plenitudes y ocasos, una gama de colores, que se va encendiendo y apagando, según nuestra actitud y compromiso con nuestras vidas y las de los demás.

Hoy me considero pleno, quizás más lleno y menos vacío, que hace unos años. Menguado un poco físicamente, pero más entero emocionalmente y con más ganas de hacer. Paradójicamente, el balance me cierra más ahora, que cuando estaba más pleno de vida.

A continuación, les comparto un escrito que no me pertenece.

Vivir en plenitud, una decisión importante, por Valeria Sabater.

Vivir en plenitud es posible gracias a la valoración de lo que tenemos, con todo lo vivido y con lo que somos. Ahora bien, el arte de sentirnos plenos nos capacita también para ser emprendedores, exploradores de mejores caminos al sentirnos habilitados por la experiencia, el amor propio y la seguridad personal. Pocos estados psicológicos son tan enriquecedores como poderosos.

Decía el poeta T. S Elliot que “la plenitud que ansía el corazón humano siempre está disponible”. Sin embargo, no la vemos. Aún más, tampoco sabemos cómo alcanzar esa dimensión porque en muchos casos no alcanzamos a entender un aspecto clave: la plenitud fluye en nosotros solo cuando nos vaciamos.

Hablamos de dejar ir la ansiedad por no tener ciertas cosas, para darnos cuenta de que tenemos más de lo que pensamos. Apagar el miedo por perder ciertas dimensiones, personas u objetos para descubrir que a veces se está mejor sin muchas de esas realidades. La plenitud es, al fin y al cabo, un despertar y, ante todo, una toma de conciencia sobre quién somos para vivir con mayor equilibrio.

Suele decirse aquello de que esta dimensión llega en cierta etapa de nuestro ciclo vital, que es producto de la madurez. En los últimos años se está poniendo la atención en esa década comprendida entre los 50 y los 60 cuando el ser humano, supuestamente, alcanza mayor grado de bienestar psicológico. Bien, cabe decir que en tema de edad nada es absoluto.

Cada uno llega a esa cumbre del desarrollo personal y la plenitud en su día y en su momento, más pronto o más tarde. Otros, en cambio, jamás alcanzan esa cúspide.

Vivir en plenitud no es un estado. No es llegar a ese pico de la pirámide de necesidades de Abraham Maslow, lugar donde reside la autorrealización y pensar que todo acaba ahí, que hemos conquistado la felicidad. En realidad, vivir en plenitud en realidad es un proceso: formar parte del movimiento de la vida sintiéndonos fuertes y capacitados para lo que pueda venir.

Por tanto, no estamos ante una dimensión del desarrollo personal fácil de alcanzar o conquistar. Es más, desde las ciencias sociales se vive un constante interés por comprender cómo afrontamos las personas estos devenires en épocas tan complejas. La psicología social desea comprender, más que nunca, cuáles son nuestros recursos internos para alcanzar el bienestar.

Así, el psicólogo de la Universidad de Princeton Daniel Kahneman suele decir que gran parte de estas investigaciones tienen un curioso problema: las personas no sabemos definir con exactitud qué es la felicidad. Sin embargo, en un estudio que él mismo llevó a cabo, y que publicó en la revista Sciencie bajo el título ¿Seríamos más felices si fuéramos ricos?, demostró algo muy interesante que, al parecer, la mayoría tenemos claro.

En este trabajo el doctor Kahneman nos hizo ver que, por término medio, las personas sabemos que el dinero no da la felicidad. Y sabemos también que felicidad no es lo mismo que realización personal. En realidad, algo a lo que aspiramos gran parte de las personas es precisamente a esta última dimensión: a sentirnos plenos, realizados, en equilibrio con nosotros mismos y la propia vida.

Vivir en plenitud es lo opuesto a vivir en el vacío. Este último estado se experimenta cuando crece el desánimo, la angustia, el miedo y la sensación de soledad. Queda claro que, de algún modo, siempre estaremos lidiando con estas realidades psicológicas; sin embargo, la persona que trabaja a diario su plenitud está mejor habilitada para manejar esas situaciones.

Rara vez nos hacemos esta pregunta: “¿qué es lo que traemos en nuestro ser?” A menudo, solemos definirnos a nosotros mismos por lo que hacemos o lo que hemos vivido (yo soy enfermera, yo soy mecánico…). Ahora bien, para vivir en plenitud haríamos bien en tomar conciencia de aquello que llevamos en nuestra personalidad y que nos define:

Yo soy pasión, soy esperanza, optimismo, soy determinación, yo llevo conmigo mi compasión como enfermera, yo llevo mi amor por mi familia, llevo la satisfacción por lo que soy y he conseguido….

Vivir en plenitud no es un estado, es más bien un proceso y ante todo una actitud. Es tener muy claro qué es lo que llevamos en nuestro interior y, con ello, sacar el máximo partido del presente, al aquí y ahora.

Si llevamos pasión, conectemos con nuestra realidad para disfrutar de ella. Asimismo, si llevamos el afecto cuidemos de los nuestros, conectemos con nuestros seres queridos en el momento presente. Si nuestro interior se define por la curiosidad, el aprendizaje y la experiencia, aprovechemos cada segundo para seguir experimentando y sintiendo la vida.

Se trata como vemos, de alcanzar una armonía entre lo que somos y lo que hay a nuestro alrededor. Vivir en plenitud no es lamentar lo que nos falta o sufrir por lo que nos sobra. Es sentirnos capacitados para aceptar lo que no se puede cambiar, tener valor para transformar lo que sí puede cambiarse y seguir progresando sin perder ese equilibrio personal.

Las lágrimas necesarias !

Cada tanto hay que pegar un pleno. Los que han jugado a la ruleta u otros juegos de azar saben a que me refiero. Para los que no tienen idea, el concepto que quiero transmitir, es que es muy reconfortante vivir acontecimientos que nos emocionen hasta las lágrimas. Con el devenir del relato, quizás pueda ser capaz de transmitir lo que quiero y ojalá emocionarlos. Muchas veces, incluso los maestros más grandes de la escritura se quedan con uno o varios debes, respecto de lo que desean expresar. Lejos de esa maestría, de seguro mi caso no será la excepción. Las palabras son un contenedor, que se puede expandir muchísimo, pero no pueden llegar al infinito o al abismo más profundo, porque dejarían de ser ese concepto limitado y efímero, perdiendo su significancia. La torre de Babel es un riesgo que no estamos dispuestos a afrontar, porque no estamos preparados para entendernos del todo.

La vertiginosidad de la vida a veces nos impide vivirla. Parece una frase equivocada, que carece de sentido tamaña contradicción, pero a muchos, y por más que intentemos que no sea así, la sucesión de eventos nos supera, en varios momentos nos deshumaniza, dejándonos desprovistos de sentimientos que nos caracterizaban hasta no hace mucho. Nos asombramos poco, dudamos menos y la curiosidad la matamos navegando horas y horas en los mares superficiales de las redes sociales, preguntando a la inteligencia artificial, y buscando respuestas sin haber preguntado. La filosofía de los grandes pensadores no encuentra en este hombre, que ya no se pregunta mucho por su origen, ni por su destino, y ha dejado de sentir misericordia y paz, el consuelo necesario para sí mismo y para los demás. Aristóteles, sería cuanto menos ignorado, tapado por la tecnología, mientras alguien sube un video gracioso que tiene millones de me gusta.

Cada tanto, y disculpen que use de nuevo este latiguillo, suceden cosas imprevistas, que nos ponen a vivir en serio, aunque sea por un rato. Algún acontecimiento imprevisto, no tan deseado, pero que, dentro de la continuidad de la acción, nos corre un poco del eje que hace girar nuestro trompo.

Una casa ahora deshabitada, a 1000 kilómetros, que alguna vez fue testigo del nacimiento de mi familia. Donde mis hijas mellizas dieron sus primeros pasos, aprendieron a decir mamá y papá, que fue construida desde el deseo ferviente de ser parte de algo que signifiqué trascendencia. Muchos recuerdos, y una deuda siempre pendiente con las mellizas (Emilia y Paula) y las más pequeña (Lucía) y no saldada: “papá nos fuimos de esa casa cuando nosotras (las mellizas) teníamos cinco años y Lucía recién nacida y jamás volvimos para nada”. Frases que se dicen, dentro del contexto del año escolar, el trabajo, las amistades y todas las obligaciones contraídas y por contraer.

Tuvimos que ir, a corroborar su estado, luego de muchos años de ausencia, en donde fue habitada por otras personas, que eran como nosotros, familias en busca de ser eso. Lejos de las familias de origen, en esa casa empezamos a construir nuestra identidad de hogar, y vivir a la distancia con otros afectos: parientes que tuvimos la suerte estuvieran desde antes en ese Valle del Rio Negro, otrora plagado de peras y manzanas, y ahora de petróleo. La presencia de Anabel, la señora que cuidó como nadie a las mellizas, les enseñó a leer y fue la compañera de Eugenia, mamá primeriza de dos seres demandantes.

Hay que clavar un pleno y recuperar algunas cosas que estaban perdidas. Los recuerdos de mi mamá Aná que ya no está, de los hermanos de Eugenia que fueron a colaborar como podían con la crianza, de Coqui, su abuela aún presente, y de Rodolfo el abuelo al que mis hijas llamaban “abuelo papi”. Todo eso estaba contenido en esa casa, y había que despertarlo, porque por más que la vida no implique mirar para atrás, nos recuerda que necesitamos recordar de donde venimos, para saber a dónde vamos.

Como dijo don Antoine Exuperi: “lo esencial es invisible a los ojos”. Hacía falta hacer este cierre, o más bien esta apertura, hacia aquellas vivencias que por cierto no volverán, pero que forman parte de nuestra esencia. No importa mucho más que eso, el resto es moneda de cambio.

Cuando percibí la emoción de mis hijas, que se reencontraron con esa casa, con Anabel y con todo eso que tenían arraigado en su corazón, caí en la cuenta de mi error, de haber demorado tanto nuestra vuelta, de no haber tenido en cuenta durante tanto tiempo ese pedido dicho a media voz, amortiguado por las tareas y responsabilidades.

Tantas lágrimas necesarias, que estuvieron contenidas durante más de diez años, tuvieron la oportunidad de correr y brotar libremente, que la sola mención me estremece.

Por eso, la vida cierta es la de los momentos plenos, sin tantos matices cosméticos. La simpleza de querer saber donde dimos nuestros primeros pasos, en donde recibimos nuestros primeros arrumacos, y oímos nuestra primera canción de cuna.

Existen vivencias que generan un antes y un después. Momentos bisagra que no se repetirán. La intención de desprendernos de esa casa quedó arrumbada. Algunos nos dirán, quizás con razón que es mejor soltar y hacer lo que más convenga. Por el momento, valoramos mucho más el hecho de saber que ese valle de ríos grandes y caudalosos, en conjunción con esa casa son un ambiente mágico, del cual no hay que desprenderse. Porque no pensar que quizás en un futuro cercano, pueda ser habitada por alguna de ellas, en busca de nuevos horizontes, dentro de las fronteras de esta nación.

Entonces, no es tan difícil volver a ser un poco más humano, agradecido y respetuoso con nuestros sentimientos. Solo hay que parar la pelota, hacer un alto y permitirse vivir de hechos relevantes.

Las emociones que habitamos nos definen como personas, más que nuestro raciocinio y conciencia sin sentir.

Cada tanto hay que pegar un pleno.

Verter en nuestras mejillas “las lágrimas necesarias”.

¡De caballos vivos y no tanto!

Mi vinculación con estos animales fue siempre desde el respeto real y tangible. Criado en una granja familiar, había caballos que servían para hacer varias labores de campo, en donde la maquinaria era improductiva o directamente no se podía usar. Esta bella especie ha acompañado al ser humano desde tiempos remotos, luego de ser domesticado o entrenado, formando parte de muchas actividades, vinculadas a su fuerza o su destreza, incluyendo la práctica de varios deportes, alguno de ellos olímpicos. En el hipismo son tan famosos y costosos tanto los jinetes, como los de pura sangre de carrera, constituyendo duplas históricas invencibles, que resultaron una verdadera leyenda.

La cinematografía mundial ha filmado cintas memorables, en donde la presencia estelar de estos animales les ha dotado de un condimento especial y difícil de igualar, salvo por el protagonismo de algún can, que los haya opacado o superado. Hay muchísimos acontecimientos históricos en don un corcel ha sido solicitado, venerado, llorado o sepultado con grandes honores. El más famoso de todos tiene como protagonista nada menos que a un rey de Inglaterra.

En 1485 Inglaterra se encontraba en medio de la guerra de las Rosas. En la batalla de Bosworth, el rey Ricardo III combatía en primera línea cuando su caballo tropezó y dio con su jinete en tierra. De pronto, el monarca se encontró rodeado de enemigos y, según cuenta Shakespeare, gritó angustiado: “¡Un caballo, mi reino por un caballo!”, lo que aparentemente fueron sus últimas palabras antes de ser ultimado por los hombres de la Casa de Lancaster. Que un caballo se caiga en plena batalla no parece muy raro, menos que el jinete quede en el suelo desamparado ante el enemigo, y que lo maten ni qué decir. 

Como se ve la figura del caballo y su significación, estuvieron, están y estarán presentes en nuestra cultura, y de hecho, algunos de han valido de la figura de este noble y sacrificado animal, algunas disquisiciones teóricas, sobre la gestión de proyectos, ideas o gestión en las organizaciones humanas.

¿Está muerto el caballo?

La pregunta responde a una metáfora humorística que se utiliza a menudo para ilustrar la inutilidad de seguir invirtiendo tiempo, esfuerzo o recursos en un esfuerzo fallido o improductivo. La teoría se basa en una antigua sabiduría tribal de Dakota que dice: “Cuando descubres que estás montando un caballo muerto, la mejor estrategia es desmontar.”

A pesar de su simplicidad, esta teoría destaca un problema común en muchas organizaciones y aspectos de la vida: la reticencia a abandonar prácticas ineficaces. La teoría se complementa con ALGUNAS ESTRATEGIAS GENERALMENTE INÚTILES PERO QUE MUCHAS PERSONAS Y ORGANIZACIONES SUELEN UTILIZAR EN LUGAR DE DESMONTAR EL CABALLO MUERTO:

  • Comprar un látigo más fuerte: Intentar forzar más productividad de un enfoque ya fallido.
  • Cambiar de jinete: Asignar a alguien nuevo a la misma tarea fallida.
  • Formar un comité para estudiar el caballo: Gastar tiempo y recursos analizando el problema sin tomar acción.
  • Visitar otros sitios para ver cómo montan caballos muertos: Buscar validación o inspiración externa sin abordar el problema central.
  • Aumentar los estándares para montar caballos muertos: Elevar las expectativas sin cambiar el problema subyacente.
  • Nombrar un equipo para revivir el caballo muerto: Crear un grupo de trabajo para abordar un problema insoluble.
  • Reclasificar el caballo muerto como “con discapacidad vital”. Usar eufemismos para evitar enfrentar la realidad de la situación.

Como dijo Albert Einstein:

“Locura es hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes.”

Esta cita resume perfectamente la esencia de la Teoría del Caballo Muerto.

Otra cita relevante proviene de Peter Drucker, gurú del management:

“No hay nada tan inútil como hacer eficientemente lo que no debería hacerse en absoluto.”

Esto nos recuerda que la eficiencia es inútil si se aplica a las tareas incorrectas.

La Teoría del Caballo Muerto sirve como un recordatorio para reconocer cuándo es el momento de dejar de lado los esfuerzos improductivos y redirigir nuestra energía hacia soluciones más viables. Es un llamado a abrazar el cambio, innovar y estar dispuestos a pivotar cuando sea necesario.

Así que, la próxima vez que nos encontremos atascados en una tarea engorrosa e improductiva, es lícito preguntarnos ¿Estamos montando un caballo muerto? Si es así, podría ser el momento de desmontar y encontrar un nuevo camino a seguir.

¿Y si el caballo no está muerto, sino que solo parece estarlo?

Las frases y teorías organizacionales nos ayudan a identificar estrategias fallidas, pero, puede suceder que un proyecto, una empresa o una idea no están realmente muertos, sino que simplemente parecen estarlo porque no cumplen con nuestras expectativas inmediatas.

A veces, un negocio o iniciativa es desahuciado prematuramente, no porque haya llegado a su fin, sino porque quienes lo lideran pierden la paciencia o no interpretan correctamente las señales de vida. En estos casos, abrumados por las señales de enfermedad, el problema no es aferrarse a lo imposible, sino asumir que algo está acabado cuando aún hay margen para la reinvención y el crecimiento.

Si a una semilla no se le da tiempo, espacio y nutrientes, no germinará. Las empresas requieren diversas bases: sostenibilidad, rentabilidad, reinversión y un equilibrio entre sus stakeholders. Sobreexplotar recursos sin permitir su regeneración asfixia al caballo; negar incentivos a los dueños para sostenerlo lo condena a la inanición. Darlo por muerto antes de tiempo lo matará irremediablemente.

¿Hay forma de saber si tu caballo sigue vivo?

Insistir en una estrategia fallida es un error, pero también lo es abandonar algo con potencial solo porque no ha alcanzado su máximo desempeño.

Para diferenciar entre un caballo realmente muerto y uno que necesita atención, podemos considerar lo siguiente:

¿El problema es estructural o solo requiere ajustes?

A veces, un proyecto necesita un cambio estratégico, no su liquidación. ¿Está el caballo respirando, agonizando o realmente ha muerto sin posibilidad de recuperación? El rendimiento por debajo de lo esperado puede tener diversos factores y distintas causas. Una visión unilateral y limitada puede terminar por matarlo, aunque su potencial sea enorme.

¿Existen señales de mejora, aunque sean pequeñas?

Si hay indicios de recuperación en tendencias o indicadores, aunque sean mínimos, es posible que lo que se necesite sea paciencia. El simple hecho de revertir tendencias negativas, o disminuir su inercia, y resistir tiempos difíciles, puede ser una señal positiva que no se debe soslayar. En carreras largas, la resistencia importa tanto, o más, como la velocidad.

¿El entorno ha cambiado y tu caballo necesita adaptarse?

El problema no siempre es la idea, sino su ejecución en un contexto en constante evolución. Factores como normativas, mercado, competencia y tecnología pueden requerir ajustes en lugar de una declaración de fracaso. La velocidad con la que las cosas cambian en la sociedad actual requiere de prudencia y criterio. Si se conoce el medio y se ha corrido al caballo con buenos desenlaces, una mala carrera no implica que se agotó esa fórmula.

¿Qué hacer con este caballo? ¿Es momento de cambiar de enfoque o de jinete?

Si el problema es el equipo, la estructura o los recursos, ¿se han tomado las medidas necesarias para fortalecerlos? Cambiar el jinete sin atender al caballo y otras causas estructurales sólo se agrava la situación.

¿Se ha explorado otra forma de hacerlo funcionar?

Si la caballeriza tiene problemas recurrentes sin importar los caballos o jinetes, el problema puede estar en el sistema y no en los individuos. Los análisis simplistas pueden atraer peores resultados. Un caballo muerto puede salir mucho más caro que uno enfermo, y si se quiere vender al caballo, se venderá mejor, en cuánto más sano esté.

La tentación de enterrar caballos vivos

Muchas innovaciones estuvieron a punto de ser descartadas por parecer inviables. Empresas como Apple o Tesla enfrentaron periodos donde fueron consideradas fracasos seguros. Sus líderes, en lugar de abandonar, encontraron nuevas formas de hacerlas prosperar.

Esto no sólo aplica a negocios, sino también a nuestros proyectos. Tal vez estemos a punto de renunciar a un proyecto, una relación o una meta porque aún no vemos resultados inmediatos. La paciencia y la reinvención pueden transformar una causa perdida en una historia de éxito.

Menos emocionalidad más datos y objetividad.

Es necesario reevaluar con datos, no con frustración.

No es recomendable tomar decisiones desde la desesperación, sino desde el análisis objetivo.

Explorar nuevas estrategias alineadas con los recursos disponibles.

El problema no siempre es la idea en sí, sino cómo se implementa. Si las aspiraciones no son realistas, los esfuerzos serán en vano. Sin una estrategia clara, podremos estar montando al Cid sobre un caballo muerto, y aunque eso a veces gane batallas, no es sostenible a largo plazo. Si no le hemos dado tiempo, dinero y esfuerzo suficiente, no podemos aferrarnos a un diagnóstico fatalista.

Consultar con otros es una salida.

Obtener distintas perspectivas y contar con indicadores objetivos puede ofrecer una visión más amplia y certera de la situación.

Darle tiempo.

No todas las ideas generan resultados inmediatos; algunas requieren madurez, ajustes y perseverancia.

Antes de abandonar el caballo, asegurémonos de que realmente está muerto. Tal vez solo necesite atención, un cambio de dirección o simplemente alguien que vuelva a creer en él.

¿Alguna vez te ha pasado dar por muerto un proyecto que luego revivió?

De caballos vivo y muertos todos hemos montado al menos un poco.

¡El mundo de las distinciones!

Casi nunca me había sucedido tener que elegir a uno entre varios temas para escribir. Por lo general la realidad hace aportaciones de todo tipo a mi mente limitada. Sin embargo, no sucede con frecuencia, que las mismas tengan un peso específico tal que me permitan ahondar o profundizar en los conceptos. En parte por impericia, o en parte por liviandad, los sucesos rebotan en mi cerebro sin motivarme a escribir sobre ellos. Solo aquellos que me producen estrépitos en mis fibras emocionales adquieren la relevancia tal que me impulsa a detallarlos, desmenuzarlos o cuando menos ponerlos en una crónica.

Los seres humanos nos movemos al ritmo de las emociones las cuales nos acompañan, incluso antes de que evolucionáramos desde nuestras formas más primitivas. Por lo tanto, aquello que nos produce emociones fuertes, queda registrado en nuestro presente, para constituir probablemente nuestra fuente prodigiosa de recuerdos.

La vinculación emocional del hombre como especie, con sus decisiones, resulta por cierto ineludible, provocando que la elección de compra de un automóvil nuevo, se deba en cierta manera, más asociado a su color y su forma, que a sus prestaciones técnicas.

Si me remito a recuerdos profundos hay tres que se me vienen la memoria, con la fuerza de una tromba.

El primero de ellos tiene que ver con mi primera caña de pescar, que me fuera regalada por mi padrino. Esa vara con tanza y anzuelo, fue con la que pesque cuando tenía unos ocho años, mi primera palometa. Un pez que me pareció el más grande del mundo, el más revoltoso e inquieto cuando luego de pescarlo en la pequeña represa de la quinta, lo puse dentro de una palangana con agua, de la cual saltó varias veces buscando su libertad, que conseguiría algunos minutos después cuando lo devolviera a su hábitat natural. De ahí en más, cultivaría la pasión por la pesca deportiva, la cual me ha tenido muchos fines de semana viajando por la geografía argentina, en busca del «gran pez», en compañía de otros aventureros y aficionados por este deporte.

El segundo evento marcado a fuego fue cuando compré mi primer álbum de figuritas, acompañado por el primer paquete, el cual abrí casi sin respirar. Imágenes de jugadores del fútbol argentino aparecieron ante mí, provocando una mezcla de asombro y de alegría muy difícil de describir. Ese fue el primer álbum de muchos que trataría de completar durante todo el colegio primario. A causa del horario de los transportes siempre llegaba media hora antes del inicio de clases, por lo que tenía tiempo de sobra para comprar figuritas y pegarlas en las páginas. Esos momentos previos al aula, eran aprovechados, en conjunto con los recreos, para intentar los canjes correspondientes para tratar de conseguir las figuritas difíciles.

Durante los últimos días se habían vivido momentos de zozobra, casi de incertidumbre total por la dificultad de acceder a los álbumes y figuritas del mundial. La empresa proveedora, creo que, a nivel de Latinoamérica, había tenido problemas de aprovisionamiento y logísticos que llenaron de pesar las almas de niños y no tan niños, que recorrían en vano quiosco tras quiosco, para encontrar en cada uno de ellos carteles que rezaban: “no llegaron los álbumes”, “no hay figuritas del mundial”. Los más precavidos, que los habían encargado con anticipación, fueron los primeros en recibir los álbumes y cierta provisión de figuritas a precios elevados. Con el correr de los días la situación de provisión y precios se fue normalizando para la alegría de muchos, los cuales ya contaban con cierta cantidad de casilleros completados. La ansiedad o fiebre por las figuritas fueron mermando, bajando el nivel de criticidad a rangos manejables. Todo parecía indicar que finalmente algunos llegarían al mundial con su álbum lleno, haciendo gala de ese logro como uno de los más importantes del año.

El tercer evento grabado en mi corazón, sucedió cuando conseguí por primera vez un libro prestado de la biblioteca del colegio secundario donde concurría como estudiante. Ese momento mágico se repetiría desde primero hasta sexto año del colegio secundario sin ninguna interrupción. Cada vez que llegaba a ese recinto único, me esperaba la bibliotecaria con una amplia sonrisa. Después de saludarnos, ella me recomendaba sus lecturas predilectas, las cuales por lo general tomaba. Mi mentora era muy amplia en sus gustos literarios y géneros, por lo que mi adolescencia estuvo signada por libros gratamente disímiles y heterodoxos. Clásicos, juveniles, románticos, filosóficos, psicológicos, antiguos, modernos, policiales, reflexivos y obras maestras estuvieron en mis manos, horadando mi cerebro con destellos multicolores, generando en mí esa habilidad tan única como íntima, la de «aprender a distinguir».

El mundo de las palabras nos permite recrear conceptos, abstracciones que sólo los seres humanos somos capaces de hacer. Las distinciones asociadas a nuestro vocabulario son un fenómeno que nos ha permitido construir nuevas realidades individuales o colectivas. La capacidad de expresarnos adecuadamente dentro de cualquier contexto, nos permite incluir una extensa gama de colores, solo para explicarlo de una forma metafórica. Reseñaba un artículo periodístico que un libro antiguo en inglés había sido escrito empleando unas 30.000 palabras diferentes. Ernest Hemingway, autor entre otros libros del afamado “El Viejo y el Mar”, había usado unas 2.000 palabras disímiles en su escritura. Mientras, que en la actualidad cualquier conversación entre jóvenes chateando, empleaba no más de 100 palabras distintas. La reducción en la cantidad de palabras con las cuales nos comunicamos, nos imposibilita en grado creciente “hacer distinciones”, viviendo cada vez más en un mundo de simplificaciones dentro de escenarios cada vez más complejos.

La abreviación de opiniones hasta llegar al nivel de emplear conceptos sólo dicotómicos es una vertiente filosófica desarrollada en el siglo pasado, signado por la división del mundo entre el pensamiento capitalista y el comunista, donde se estaba o de un lado o del otro. Los conceptos antagónicos, de relacionarse con el otro solo desde ser amigo o enemigo, nosotros o los otros, amor u odio, son extremismos que nos deshumanizan y nos dividen sin más. Cuando me alejo a los fines tomar perspectiva de los últimos acontecimientos vividos, no dejo de sorprenderme ingratamente, por los niveles de simplificación de los mensajes, por nuestra incapacidad para asumir los hechos con sentido crítico y común, buscando puntos de encuentro o coincidencias que sólo se logran cuando ampliamos la mencionada paleta de colores.

El sistema educativo tendría que servirnos para recrear o generar nuevas realidades desde el aprendizaje de muchos conceptos que no son necesariamente antagónicos, sino más bien complementarios, suplementarios o variantes amortiguadas o exacerbadas de ideas, abstracciones y proyecciones. La extrema simplificación y facilitación de nuestros sistemas de enseñanza, están creando una brecha cada más grande entre la educación pública y privada, creando más diferencias que concordancias, sin promover la formación de personas preparadas, ilustradas, libres y con capacidad crítica propia, ajena y de los sucesos.

Las distinciones nos han posibilitado disponer de una capacidad de transformación de la realidad. Los países más evolucionados están trabajando hace bastante tiempo en crear un presente de alfabetización tecnológica e innovadora que les permitirá sortear los próximos desafíos. Vale decir, estas empeñados en aprender “NUEVAS DISTINCIONES” para sortear horizontes desafiantes y sumamente exigentes.

Reducir la gama de distinciones, resumiendo todo a blanco y negro, no nos permitirá confluir hacia un mundo más humanizado y civilizado.

¡Sin distinciones! es casi lo mismo que decir, sin oportunidades!

Para finalizar va una frase que no me pertenece y que nos invita a reflexionar:

“Nuestros sistemas conceptuales expresados a través del lenguaje, son los lentes con los cuales contemplamos el mundo”.

La idea, si se quiere superadora, es la de aprender a usar muchos lentes.

El mundo es y será mejor transitado por aquellos que sean hábiles para convivir con muchos matices, aportando soluciones y trabajando para generar nuevas y desafiantes realidades.

El valor de aprender !

Intento repasar los eventos que están en el escenario mundial y la verdad que es sólo puedo atinar a relevar cuestiones parciales y segmentadas. Mi cerebro limitado tiene registros y evaluaciones que surgen de mi propia capacidad de observación, que es asimismo exigua y acotada.

Los aspectos más salientes que percibo de esta realidad que nos atraviesa están signados por:

  • Calentamiento global y gases de efecto invernadero.
  • Crecimiento exponencial e inabarcable de las tecnologías en todos los ámbitos.
  • Desarrollo de inteligencia artificial.
  • Persistencia de la pobreza y condiciones infrahumanas para una proporción de la humanidad.
  • Hiper comunicación y fronteras entre países desdibujadas.
  • Guerras y conflictos persistentes por recursos y motivos religiosos.
  • Carrera espacial de nuevo en el radar.
  • Modelos políticos radicalizados y en pugna.

El mundo tal cual presenciamos, se mueve como una rueda desequilibrada, en esta era que yo en lo personal bautizaría como “la era entrópica”, ya que el desorden es una clave que vincula como característica común a todos estos temas emergentes.

En conversaciones internas, me suele decir y ya casi definir como un ser analfabeto. Gran parte de lo que aprendí durante mi formación académico hoy resulta obsoleto y desencajado. Solo me salva y rescata mi actitud aprendiente, adaptativa y flexible, de no quedar en ridículo muchas veces.

El desarrollo vertiginoso e imparable generara en el mediano plazo, personas escolarizadas, pero ciertamente incompetentes para operar una realidad inabarcable. Es probable, aunque suene a ciencia ficción, que los seres humanos en conjunto tendremos que definir como seguir para que esta realidad no sea inmanejable, dejando a millones de personas en condiciones cada vez paupérrimas y deplorables.

No alcanzo a distinguir como las personas, podrán achicar la brecha del desconocimiento tecnológico, siendo solamente meros consumidores en un planeta en donde las ofertas abundarán, si es que sobrevivimos al calentamiento global.

Hoy el aprendizaje tiene múltiples facetas, que la educación en su conjunto tiene la obligación de incluir, si es que quiere gestionar adecuadamente el impacto de los emergentes que liste precedentemente.

¿Qué es aprender?

Aprender es un proceso que implica la adquisición de conocimientos y habilidades nuevos: o bien, la modificación o mejora de aquellos que ya se tienen a través de la educación formal, la experiencia práctica, la investigación independiente y muchas otras formas.

El aprendizaje es una parte fundamental para el desarrollo personal de un individuo y para su adaptación a un mundo en constante cambio. Es un proceso continuo, es decir, que ocurre a lo largo de toda la vida.

¿El futuro o presente del aprendizaje cuál es?

Frente a un contexto altamente dinámico y evolutivo, pensar y anticiparse al futuro del aprendizaje es de vital importancia para poder gestionar adecuadamente la formación de las personas y prepararlas para su desarrollo laboral.

Al comprender y prever las tendencias educativas, podemos diseñar sistemas de enseñanza más efectivos, asegurando que los estudiantes adquieran los conocimientos y las habilidades necesarias para enfrentar los desafíos actuales y próximos.

Además, la anticipación al futuro del aprendizaje permite a los educadores y formuladores de políticas públicas, preparar para una participación activa y exitosa en una sociedad en constante transformación.

A medida que la tecnología continúa avanzando, los procesos educativos para los próximos años incluyen las siguientes modalidades (extracto de publicaciones especializadas).

1) e-Learning + tecnologías emergentes

Si bien no se trata de una modalidad novedosa -teniendo en cuenta que ya lleva más de dos décadas de desarrollo y alcanzó su madurez en pandemia, la educación en línea seguirá creciendo e integrando otras tecnologías, como la inteligencia artificial generativa y la realidad extendida (virtual y aumentada.

El e-learning desempeña un papel fundamental como integrador tecnológico al posibilitar la convergencia de la tecnología en la educación, y facilitar el acceso a la educación de alta calidad de manera flexible y global.

Esta modalidad fomenta la adquisición de habilidades digitales y promueve la adaptación a un mundo cada vez más tecnológico, garantizando que los estudiantes estén preparados para enfrentar los desafíos y oportunidades del siglo XXI. Además, permite una constante actualización de contenido y métodos de enseñanza, impulsando la innovación y la eficiencia en el sector educativo.

2) Aprendizaje adaptativo

El aprendizaje adaptativo es un enfoque educativo que utiliza la tecnología y la inteligencia artificial para personalizar la experiencia de aprendizaje de cada estudiante de acuerdo con sus necesidades, habilidades y ritmo de aprendizaje individuales.

A través de la recopilación y análisis de datos, ajusta el contenido, la dificultad y el estilo de enseñanza en tiempo real para optimizar la comprensión y el progreso del estudiante.

Este enfoque busca mejorar la eficiencia y la efectividad de la educación al proporcionar a cada estudiante una experiencia de aprendizaje más relevante y personalizada, lo que puede conducir a un mayor compromiso, retención y éxito académico.

3) Realidad virtual y aumentada

La realidad extendida continuará creando entornos de aprendizaje inmersivos, que permitirán a los estudiantes interactuar con conceptos abstractos y prácticos de una manera más vívida y efectiva.

La Realidad Virtual (RV) y la Realidad Aumentada (RA) desempeñan un papel crucial en la educación al enriquecer significativamente la forma en que se adquieren conocimientos y habilidades:

La RV sumerge a los estudiantes en entornos virtuales tridimensionales, permitiéndoles explorar conceptos abstractos de una manera más concreta y participativa.

La RA complementa el mundo real con información digital, lo que permite una interacción más rica y contextos de aprendizaje más inmersivos.

Ambas tecnologías fomentan la colaboración, ya que los estudiantes pueden compartir experiencias de aprendizaje de RV o explorar objetos y escenarios de RA juntos, independientemente de su ubicación física.

De igual modo, tienen el potencial de hacer que el aprendizaje sea más atractivo, interactivo y personalizado, lo que puede aumentar la motivación y el rendimiento.

4) Microaprendizaje

Tanto los cursos como los recursos de aprendizaje se fragmentarán en unidades más pequeñas y digeribles, lo que facilitará el aprendizaje continuo y la adquisición de competencias específicas.

El microaprendizaje permite una flexibilidad extrema en la programación del aprendizaje, lo que facilita la integración de la educación en la vida cotidiana de los alumnos. Estos fragmentos de conocimiento se pueden consumir en momentos cortos de tiempo, como descansos o tiempos muertos, lo que hace que el aprendizaje sea más accesible y adaptable a horarios ocupados.

Además, fomenta la retención de la información, ya que se basa en la repetición y la revisión constante de conceptos clave en pequeñas dosis. Esto mejora la memoria a largo plazo y garantiza una comprensión más profunda del material.

También es efectivo para mantener la motivación, ya que las metas y los logros se pueden lograr rápidamente, lo que proporciona un refuerzo positivo.

El microaprendizaje es particularmente valioso en un mundo que se mueve a un ritmo vertiginoso, donde la información se actualiza constantemente. Permite mantenerse al día con los avances y las tendencias de su campo, en forma optimizada.

5) Gamificación

Los juegos continuarán incorporándose al aprendizaje para hacerlo más atractivo y motivador. Incluso, con la incorporación de las tecnologías emergentes a los procesos lúdicos, las experiencias formativas serán cada vez más estimulantes.

La gamificación aporta significativas ventajas a los procesos educativos al combinar elementos lúdicos con el aprendizaje.

En primera instancia, aumenta la motivación y el compromiso de los estudiantes al convertir la educación en una experiencia más atractiva y divertida. Esto estimula el interés y la participación activa, lo que a su vez mejora la retención de conocimientos.

Además, proporciona un entorno seguro para cometer errores y aprender de ellos, fomentando el pensamiento crítico y la resolución de problemas.

También promueve la competencia saludable, la colaboración y la autonomía, lo que desarrolla habilidades sociales y de toma de decisiones.

La gamificación permite una evaluación más precisa y constante del progreso del estudiante, lo que facilita la adaptación del contenido y el enfoque de enseñanza para satisfacer las necesidades individuales de aprendizaje.

6) Evaluación y seguimiento en tiempo real

La tecnología permitirá la evaluación y el seguimiento en tiempo real del progreso del estudiante, favoreciendo una retroalimentación instantánea y una adaptación rápida del plan de estudios.

Su incorporación a los procesos educativos reviste una importancia fundamental por varias razones:

Proporciona información inmediata sobre el progreso de los alumnos, permitiendo a los educadores identificar rápidamente las áreas de fortaleza y debilidad de cada estudiante. Esto facilita la adaptación del enfoque pedagógico para satisfacer las necesidades individuales, lo que mejora el aprendizaje y la retención del conocimiento.

Ofrece a los educadores la oportunidad de intervenir de manera oportuna si se detectan dificultades o retrasos en el aprendizaje, para prevenir problemas mayores a largo plazo.

Brindan retroalimentación a los estudiantes, lo que les permite comprender mejor su propio progreso y tomar medidas correctivas si es necesario.

Permite a las instituciones educativas ajustar sus programas y metodologías en función de resultados, contribuyendo a una mejora continua de la calidad.

La evaluación y el seguimiento en tiempo real son esenciales para garantizar que los procesos educativos sean efectivos, personalizados y orientados al éxito de los alumnos.

7) Integración de IA en la enseñanza

Sumar inteligencia artificial a los procesos educativos aporta numerosos beneficios. que transforman la forma en que los estudiantes aprenden y los educadores enseñan:

Permite la personalización del aprendizaje, adaptando el contenido y la metodología de enseñanza de acuerdo a las necesidades y el progreso de cada estudiante. Esto fomenta un aprendizaje más efectivo y eficiente.

Ofrece la posibilidad de automatizar tareas administrativas y evaluativas, liberando tiempo para que los docentes se concentren en la instrucción y la interacción con los alumnos.

Puede proporcionar retroalimentación instantánea, lo que acelera el proceso de aprendizaje, y ayuda a identificar y corregir errores de manera oportuna.

Facilita la identificación de patrones y tendencias en el rendimiento de los estudiantes, lo que permite a los educadores anticipar desafíos y diseñar estrategias de intervención temprana.

Contribuye a la creación de contenido educativo más dinámico y atractivo, a través de la generación de material multimedia y la adaptación en tiempo real a las preferencias de los estudiantes.

Yendo a un caso puntual, los asistentes virtuales y chatbots basados en inteligencia artificial ayudarán a los estudiantes a responder preguntas y acceder a recursos de manera eficiente.

8) Aprendizaje basado en datos

También conocido como Data-Driven Learning, se trata de un enfoque educativo que aprovecha el análisis de datos y la recopilación de información para personalizar y mejorar la experiencia de aprendizaje.

A través de la recopilación de datos sobre el rendimiento y el comportamiento de los estudiantes, este enfoque permite a los educadores tomar decisiones informadas sobre cómo adaptar el contenido, la pedagogía y los recursos para satisfacer las necesidades específicas de cada alumno.

Al utilizar tecnologías de seguimiento y análisis, busca optimizar la enseñanza, mejorar la retención de conocimientos y brindar una educación más eficaz y personalizada.

Será cada vez más habitual la recopilación y análisis de datos sobre el desempeño de los estudiantes, con el objetivo de identificar áreas de mejora y ajustar estrategias de enseñanza.

9) Énfasis en habilidades blandas y reskilling

Además del conocimiento técnico, se pondrá un mayor énfasis en el desarrollo de habilidades blandas como la comunicación, la resolución de problemas y la creatividad.

Se trata de skills fundamentales para desarrollarse en el mercado laboral, que la educación puede promover para mejorar las condiciones de empleabilidad futura de las personas.

A medida que cambian las demandas laborales, se profundizará un enfoque creciente en la formación para el trabajo y el desarrollo de habilidades específicas para mejorar las posibilidades de desarrollo profesional de los alumnos.

10) Location Based Education

Los servicios basados en localización (LBS, por sus siglas en inglés, Location-Based Services) aplicados al aprendizaje, ofrecen oportunidades innovadoras para mejorar la educación y la formación. Entre ellos se destacan:

Aprendizaje móvil y geolocalizado

Juegos educativos basados en ubicación

Excursiones y visitas virtuales enriquecidas

Geocaching educativo

Aplicaciones de navegación educativa

Aprendizaje basado en geodatos

Evaluación y seguimiento de la asistencia

Se trata de uno de los enfoques orientados a la personalización del proceso formativo.

11) VR Phygital

La realidad virtual «Phygital» es un concepto que fusiona lo físico y lo digital, creando experiencias inmersivas en las que el mundo real y virtual se entrelazan de manera fluida.

Esto se logra mediante el uso de tecnologías de realidad virtual y aumentada que permiten a los usuarios interactuar con objetos y entornos digitales en tiempo real, mientras se encuentran en un espacio físico.

De esta manera, se abren nuevas posibilidades en campos como el entretenimiento, la educación y el marketing, al brindar experiencias altamente envolventes y personalizadas que combinan elementos del mundo tangible y el virtual.

Si comparamos nuestros conocimientos y habilidades con estos 11 elementos descriptos caeremos en la cuenta de cuánto realmente ignoramos y cuan analfabetos estamos siendo.

Arboles de vida !

Una tarde demasiado cálida en Asunción, con una temperatura que llega a los cuarenta y dos grados, pero se siente como de cuarenta y seis, según lo que marca la denominada “sensación térmica”. Tanta temperatura y radiación solar, acompañada de lluvias regulares, propenden a un verde lleno de vida e inigualable. Verde de hojas de gramíneas, plantas, frutales y portentosos árboles, legendarios y ancestrales. De hecho, su árbol nacional es el tajy o lapacho, que engloba a varias especies. La palabra guaraní tajy, significa “fuerte y resistente”. En otoño florece el lapacho rosado de hojas anchas, en primavera florece el tajy hû, que también tiene flores rosadas, aunque a veces puede tener una mutación de flores blancas.

También en primavera empiezan varias especies de lapachos con flores amarillas. En todas las especies la floración dura poco, aproximadamente cinco a diez días, extendiéndose un poco con temperaturas bajas, y acortándose un poco con altas temperaturas.

El tajy hû o lapacho negro (Handroanthus heptaphyllus) es una especie famosa por tener una madera muy dura, resistente y estable, que perdura a la intemperie y prácticamente es eterna bajo techo. Los demás lapachos del género Handroanthus también tienen maderas duras, pero las especies de lapachos con flores amarillas cuentan con una madera más blanda y como sus árboles son de menor porte. Se utilizan apenas en algunas pequeñas aplicaciones de carpintería rústica para interiores.

El tajy hû es uno de los árboles más altos de la región tropical y chaqueña, que puede llegar a tener 30 a 35 m, excepcionalmente hasta 40 metros de altura. Las demás especies como el lapacho rosado de hojas anchas y los lapachos amarillos tienen porte más reducido, entre 15 a 20 metros de altura.

Mi vinculación con los árboles se remonta a épocas tempranas, esto motivó que le dedicara hace ya un tiempo, esta breve historia autorreferencial y plena de nostalgia.

Quercus Robur

Esa tarde no es como otras tantas. Hoy el niño de pelo lacio dorado está decidido a cumplir con su cometido. Rodea con sus manos el tronco del portentoso árbol cuyas primeras ramas lucen tan distantes y fuertes. Siendo casi un experto escalador de especies vegetales arbóreas, donde se incluyen paraísos, ceibos, durazneros, ciruelos, granadas, sauces, siempre verdes, este árbol altivo, aún no ha recibido ninguna visita humana en sus ramas. El pequeño de brazos, manos, torso, piernas y pies acordes a su condición parece una ardilla flaca en comparación con el tamaño de su copa, su porte y frondosidad general.

El niño se acerca casi sin hacer ruido, quizás piense que puede despertarlo de su letargo, y apoyando suavemente sus manos, acaricia su corteza buscando una señal que le diga por donde subir. La circunferencia de su tallo es totalmente inabarcable para sus diminutas extremidades, por lo que el pequeño intenta aferrarse cual lagartija, poniendo su máximo empeño. A pesar del todo el esfuerzo realizado, sólo alcanza a subir un poco más que medio metro; altura totalmente insuficiente para llegar a las primeras ramas, que se encuentran a unos cuatro metros desde el piso. Luego de varios intentos el pequeño está agitado, acalorado y algo decepcionado. Mientras intenta aquietar el ritmo de su corazón, escucha el canto armonioso de lo que parece ser un jilguero, que eleva su vos desde una rama muy alta. Se imagina que siendo un pájaro todo resultaría más sencillo.

Finalmente recuesta su espalda en el poderoso tronco, sentado sobre el piso. Luego de unos minutos de pensamientos limitados, se levanta presuroso, toma su pelota de fútbol, pegándole con el pie sin dirección prefijada. La pelota cae en la alcantarilla llena de agua, flota y se tranca en la base de la magnolia, que ese verano ha dado tantas flores blancas y perfumadas que inundan con su exquisito aroma varios metros a la redonda. Rodeando el diminuto curso de agua, recupera su balón, lo seca en su remera y lo deja reposando a la sombra del inaccesible árbol. Ya casi anochece cuando su mamá lo llama para bañarse antes de cenar. Una vez más, los intentos por subir a la copa del árbol más alto de la quinta han sido infructuosos. Muchas veces, a lo largo del tiempo, el niño pensará que puede usar una escalera, pero no la considerará, porque eso sería algo así como hacer trampa, o burlar la pureza de la acción y la confianza.

La escena se repetirá a lo largo de los años, incluso más allá de la adolescencia, hasta que su familia se hubo de mudar a la ciudad, perdiendo la posibilidad de superar el desafío. Ese árbol conoce tantos secretos que el niño le ha contado, mientras urdía planes para escalarlo, que se ha transformado en su mejor confidente. Mientras se aleja el día de la mudanza, siente que deja gran parte de su vida, que ya no será la misma, sobre todo porque en esa quinta ha sido inmensamente feliz. El muchacho se emociona hasta las lágrimas, cuando da una última mirada a la casa, que seguirá siendo custodiada por ese inmenso roble, de hojas verdes y azuladas, bellotas e inmenso porte, que ha continuado creciendo a lo largo de los años, mucho más que él por cierto.

Las historias de los árboles suelen ser dramáticas, ya que muchos sucumben siendo derribados, antes de morir producto de la vejez. El derrotero del muchacho que dejó la quinta familiar, lo ha llevado por muchos caminos, en donde ha sido premiado con una hermosa familia, esposa e hijas maravillosas, mientras ha ido perdiendo todo aquello que lo vinculaba aferrado a esa infancia memorable: padres, tíos y otros ancestros ya no están físicamente, se han ido llevando las tazas con chocolate caliente, las exquisitas tortas, los duraznos y ciruelas que el niño degustaba en las tardes de verano, la libertad de correr y sentir el viento en la cara, las juntadas de los domingos, las tareas del colegio, el cariño y los abrazos de tío Marochi, la pericia de mamá, el cariño de papá, las travesuras con hermanos y todas las aventuras con los amigos de la infancia.

Las historias de los árboles suelen ser fantásticas, ya que muchos se mantienen vivos, conservando en su madera, antiguas reseñas y nuevas vivencias, que no saben de presente, pasado y futuro, ya que al final de cuentas, terminan siendo atemporales. La devoción del niño por ese árbol, le ha permitido descubrirlo en el vino añejado en barricas, en exquisitos muebles, y otros usos, donde su dura y noble madera ha servido como mártir. Con el tiempo, se ha dado cuenta que no vale la pena matar árboles para lucir muebles o degustar vinos, y agradece que las conciencias hayan cambiado. No es necesario destronar la altivez de un Quercus Robur (robur, deviene del romano, robusto, fuerte como un roble, y quercus, es de origen celta, y significa árbol hermoso) para hermosear los ambientes o para agregar firmeza a los vinos, ya que la belleza reside en disfrutarlos plantados sobre el suelo, con sus más de cuarenta metros de gallardía y su insondable follaje.

¿Cuánto vive un árbol? Es una pregunta que me estoy haciendo luego de que más de treinta años después, he vuelto a pasar por lo que era la quinta familiar, ya transformada en un conglomerado de galpones y empresas, que borraron por completo la casa, los frutales, y todo el entorno añorado. Los nuevos dueños han transformado con su impronta, las facciones físicas de lo que otrora fuera un vergel de frutas y hortalizas. Toda la zona, ha sido impactada por el cambio y el desarrollo, cediendo su fisonomía rural, a esta versión mucho más industrializada. Cuando poso mi vista en el nuevo entorno, no veo la realidad actual, sino imágenes confundidas por la nostalgia, los recuerdos y el infinito cariño. Es como si todo siguiera igual, sobre todo cuando diviso que el indestructible roble, aún continúa oxigenando el lugar, con un porte tan grande como nunca me hubiera imaginado. El invierno ha hecho caer sus hojas, pero sigue respirando ufano y portentoso.

La bibliografía nos dice que este roble puede llegar a vivir unos doscientos años. Es muy probable entonces, que se quede más allá de mi existencia. Les muestro a mis hijas, el árbol que ha sido testigo callado, pero no ajeno a tantas cosas. Les cuento todo lo que nos une y las invito a quererlo como a uno más de la familia. A lo lejos los sonidos que produce el viento en sus ramas me dicen cosas que sólo yo entiendo. Es un lenguaje común que hemos compartido desde que empecé a caminar por debajo de su espesura, cuando incluso los silencios transmitían algo.

Aquel sobre el cual no pude trepar aún conserva todo su esplendor, invitándome a pensar que no es tan complejo mantener la esencia, mientras todo o casi todo cambia alrededor.

Mi árbol amigo se resiste como puede al paso del tiempo. Un vigía de las tormentas, un eco del canto de los pájaros, un compañero en la soledad. Al final de cuentas es un orgulloso Quercus Robur. Ni más, ni menos que eso.

Alfredo con Mayúsculas!

Hoy no me cuesta tanto escribir. Lo hago con una mezcla de muchas emociones, recuerdos y varias sensaciones que son difíciles de poner en palabras. Si me está costando en demasía, encontrar un título. Estoy redactando y probablemente el fluir de las palabras me regalé una frase que haga el honor.

Para los lectores, que comparten el sufrimiento creativo, pueden saber a qué me refiero. Más allá de eso, ustedes empezaron leyendo un encabezamiento al cual he dedicado mucho tiempo. Muchos dirán, y con razón, que es algo muy simple, que lo que importa es el contenido. Para mí y sobre todo en este caso, el cómo empezar lo es todo.

Transcurrido poco tiempo de recibido, tuve la suerte de participar como integrante de un equipo de proyecto, para la construcción de una planta industrial completa, dedicada el embotellamiento de bebidas gaseosas y aguas minerales. La parte del proyecto que me correspondía se centraba en el diseño y contratación de la provisión de todos los servicios centrales: agua, aire comprimido, vapor y sistema de refrigeración. Este último era el de mayor envergadura y complejidad técnica.

Para ser honesto con apenas 27 años, y sin experiencia previa en el diseño de sistemas de refrigeración, a lo que se sumaba la presión existente por definir rápidamente los proyectos, para desarrollar la ingeniería conceptual, de detalle y ejecutiva, parecía que el mundo se me venía abajo. En un lapso menor a los 30 días, todo debía estar listo para salir a cotizar la provisión de los equipos, el montaje y todo el resto de los elementos (electricidad, tableros, automatismos, cañerías) vinculados con el sistema que enfriaría nuestra bebida, para que pueda ser carbonatada eficientemente en nuestro proceso industrial.

Comencé a buscar proveedores que pudieran proveer el sistema, pero no había uno que pudiera abarcarlo todo. Mi jefe, me tiró un salvavidas, cuando luego de un par de días, en los cuales aún no había encontrado la solución, me habló de una empresa de Mar del Plata, asociada con una de Buenos Aires. Me pasó dos contactos: uno, que ya no recuerdo, de la parte radicada en la Capital y otro que lideraba la empresa en Mar del Plata, cuyo nombre no olvidaría: Alfredo García. Conversa con ellos no bien puedas, por favor. Ya estamos atrasados.

Intuición o fruto del azar, a lo que se sumaba cierto resquemor provinciano por conversar con personas de la capital, me incliné por contactar telefónicamente con Alfredo. A fines de la década del 90, los celulares no abundaban, existían los famosos zapatos y ninguno de nosotros disponía de ellos, por lo que la primera llamada y las sucesivas se hicieron mediante línea fija.

El ingeniero García, desde esa primera comunicación, demostró ser una persona interesada más en colaborar que en vender, en enseñar que en demostrar y en la transparencia de mostrar todo, que en ocultar detalles para generar adicionales y sobreprecios. Me ayudó a diseñar todo el sistema, aunque finalmente no le comprara a su empresa, generando conmigo toda la documentación necesaria para salir a cotizar.  Estoy seguro de que voy a ser el más competitivo, repetía.

Hicimos dos reuniones en Buenos Aires. Una de apertura y otra de cierre del proyecto, junto a su socio. Finalmente, salimos a licitar, con todo el pliego de condiciones técnicas terminado. Efectivamente su propuesta resultó ser la más económica, y que cumplía con todos los parámetros solicitados, entre cuatro que se presentaron, por lo que compramos el sistema a la empresa de Alfredo.

Sucedieron después varias etapas, en donde seguimos interactuando, con visitas de Alfredo a Córdoba, donde hubo que hacer algunas correcciones del proyecto en la etapa del montaje, hasta llegar finalmente a la puesta en marcha del sistema, en donde Alfredo se hizo presente durante varias jornadas seguidas.

El sistema que manejaba amoníaco como fluido refrigerante, resultó tener una performance muy buena. Estaba muy bien diseñado y funcionaba cumpliendo con creces el propósito de enfriar la bebida para carbonatarla. Fundamentalmente gracias a Alfredo, es valioso acotar. Recuerdo las charlas con Alfredo, respecto de la peligrosidad del amoníaco, los cuidados que se había de proveer en materia de manejo y seguridad, pero al mismo tiempo recuerdo las fortalezas que él mencionaba de este fluido, respecto de la eficiencia energética y del cuidado del medio ambiente y la capa de ozono. Durante ese período nadie hablaba aún del problema climático, sin embargo, Alfredo ya lo hacía, demostrando una vez más, su solvencia técnica y profesional.

Entablamos una relación, que en ese momento no se podía catalogar como amistad, ya que era más bien técnica. Transcurrido un año, sobrevino mi decisión de abandonar la empresa, por razones varias, que no vale la pena mencionar. Mi decisión era de abrirme camino de manera independiente. Sobrevino una de las tantas crisis políticas y económicas, que me dejó un poco a la deriva. Alfredo se enteró de mi situación a través de otra persona, que continuaba en contacto con él, y me llamó un día para ofrecerme trabajo en su empresa, en este caso como empleado para el desarrollo de proyectos y comercialización de equipos. Recuerdo que me dijo que me ofrecía la posibilidad, no sólo por mi condición técnica, sino por mi condición como persona. Eso hablaba mucho de él, de su compromiso y don de gente, de su honestidad y generosidad, por encima siempre del resto. Los que han recibido una mano de alguien, en momentos difíciles, saben muy bien lo invaluable que es eso. Lo esencial que es que alguien te tienda un puente y te anime a recuperar tu valor.

Hicimos varias cosas juntos, que afianzaron nuestra vinculación, pero la crisis no cejaba de golpear y mis planes de formar una familia apremiaban, por lo que decidí emprender otro camino. El, nuevamente me apoyó en la decisión, quedando al servicio en caso de que algo resultara mal. La vida nos fue distanciando, con algunos contactos esporádicos, en donde me contaba cosas de su vida laboral y personal, del crecimiento de sus hijos, de como estaba su padre de salud, entre otras cosas. Del mismo modo, yo le compartía mis avances profesionales y personales, los cuales lo llenaban de orgullo. Desde su humildad, bajo nivel de juicios, sus consejos siempre iban en la línea correcta. Un ser humano con todas las letras, por encima de toda mezquindad y egoísmo.

Los compromisos laborales y personales crecientes de ambos nos incomunicaron por varios años, en los cuales no tuvimos más novedades el uno del otro. Hace poco más de un año, alguien comenzó a seguir este blog dominical, pidiéndome mi número de teléfono. Era nuevamente Alfredo, ya retirado de su empresa, la cual había vendido por problemas de salud. Volvimos a encontrarnos, ya en una faceta completamente distinta, mucha más humana que profesional. Se transformó en un lector asiduo de mis escritos, le gustaba mucho lo que yo trataba, además de que podía escucharlos, ya que se le dificultaba mucho leer. Me dijo algo que atesoro en mi corazón: “Marcelo, realmente admiro lo que haces”. No será para tanto, le dije, pero él insistía con su indefectible apoyo y ganas de reconocer al resto, más que a él mismo.

En una de las tantas charlas telefónicas, me contó de una pérdida muy trágica que hubo de sobrellevar, además de la de su padre. Por respeto, y porque él se encontraba algo triste aún, jamás ahonde en lo sucedido. Lo importante era volver a conversar y relacionarme con una persona de un nivel humano poco común, muy por encima de la media.

Todos los domingos comentaba mis escritos, con palabras halagadoras y llenas de positivismo. En noviembre del año pasado dejó de hacerlo, y le escribí algunas veces ya sin respuesta de su parte.

La penosa confirmación de su desaparición física me llegó de su esposa Cristina, hace unos domingos atrás. Le pedí permiso para poder hablar de Alfredo, a lo cual accedió gustosamente. Me dijo que estaban consternados porque no lo esperaban, y que estaban tratando de asimilar su pérdida. Además de lamentarlo profundamente, le dije que era comprensible, producto de la calidad humana de Alfredo, de la buena persona que realmente era.

Para mí, como creo que, para muchos, nunca será una despedida, ya que en cada cosa que hago o decido como ingeniero, se encuentra parte de la impronta de quien supo ser un maestro para mí. Además, en cada situación humana, muchas veces me digo a mi mismo: ¿Qué pensaría Alfredo sobre esto?. Sus cualidades y virtudes morales, éticas y humanas, que me superan con creces, son realmente inalcanzables para quienes lo hemos conocido. Es un regalo que no tiene precio.

Nuestras últimas conversaciones siempre fueron de posibilidad, de positivismo y de ganas de vivir. Alfredo era un gran luchador, pero por sobre todas las cosas “un gran tipo”.  Este escrito, ni todos aquellos que les pueda dedicar hacen honor a sus inmensas dotes personales que lo distinguían: prudencia, don de gente, ganas de ayudar, honestidad, amorosidad con su familia e hijos, solidaridad, responsabilidad al extremo, compromiso y bondad.

Ojalá algún ingeniero me recuerde como yo lo hago en este momento a Alfredo. Ojalá pueda despertar en alguien, una mínima porción de lo que despertaba él con cada tema que hablaba, sin esconder nada, abierto, sincero y genuino.

Hoy me toca contarle a gente que no lo conocía, lo que significada Alfredo para las personas que habían tenido la suerte de cruzarse en su camino.

Disculpas si me fallaron o faltaron algunas palabras. Como ya di a entender, no resulta sencillo.

Lamento no haberlo honrado en vida, como realmente correspondía. Me queda el consuelo de haberle agradecido en vida. Eso cuanto menos, aunque me suene a poco.

Gracias por todo, querido amigo.

¡Hasta siempre!

¡Mortales, pero oportunos!

Desde que el ser humano encerró el tiempo en una pequeña caja, ya no hubo vuelta atrás. Era posible medir el discurrir de la vida, en segundos, minutos y horas. Nuestro reloj natural y primitivo se puede contar con los latidos de nuestro corazón, los cuales nos dan poco más de 90 pulsaciones por minuto, pero no existe precisión, sino emoción contenido en ese órgano vital. Es por ello, que esos hechos en donde nuestro corazón se acelera, los solemos vincular con situaciones que nos marcan, ya sea por trágicas, o por placenteras, dependiendo de cuales hormonas se liberan, para acompañar el momento. En esos momentos podemos decir que nuestra vida se acelera, se pone en una marcha elevada, veloz o forzosa. Del mismo modo, cuando nos relajamos, nuestro tiempo natural se ralentiza, pareciera que se alarga, expande o enlentece. Es allí cuando nuestro corazón pulsa menos, dado que el ritmo cardíaco se pone a mínimo, provocando sensación de calma, paz y relajación. Nuestra respiración, que es nuestra batería, se acelera o reduce su ritmo, de modo tal de acompañar con oxígeno, el momento que estamos viviendo. Respiraciones profundas, suelen ser el primer paso, para lograr condiciones de quietud y ralentización de nuestra máquina humana.

Los momentos, en alta, baja y marcha normal, no son para todos, ya que por ejemplo en mi caso , que soy un abonado a la actividad o múltiples actividades a plena marcha, los momentos de relajación son muy escasos y no deseados. Si hubiera de medir mi ritmo de vida, según mi ritmo de marcha, respiraciones y pulsaciones, es probable que este bastante desequilibrado, para el lado de estar por encima del promedio. Es como si estuviera consumiendo el tiempo, a un ritmo voraz y por momentos frenético. Mi hija menor me acompaña en esa versión del uso del tiempo natural: «ella no para nunca», ni de manera física, ni mental, ni emocional. En el caso de mis hijas mellizas, el contraste es notorio, ya que una tiene tendencia a la pachorra, mientras la otra a la celeridad, aunque sin llegar a los niveles de mi hija más pequeña.

El hombre desde que descubrió como medir el tiempo, en una escala por fuera de la natural, creo un marco de referencia único, aplicable a todo el mundo, sin distinciones, ni consideraciones de ningún tipo. Desde el ritmo natural propio de los animales, pasamos a este ritmo único, y cada vez más presente en nuestras vidas, desde el mismo momento en que se puso en práctica esta manera de encerrar el tiempo. Los ritmos naturales primitivos de cosechas, ciclos estacionales y tiempos de espera naturales, se cambiaron por el minutero, que tuvo adquirió más protagonismo que el sol y la luna. Los calendarios, tales como el juliano y el gregoriano, este último aplicable hasta nuestros días, marcan el ritmo de los trabajos, actividades y oportunidades. Medimos nuestro ciclo de vida en años, y estamos coqueteando siempre con la idea de ser inmortales, vale decir manejar definitivamente al tiempo.

Estamos desde hace bastante tiempo (que paradoja), obsesionados con la idea de que finalmente podremos vencer el paso del tiempo, ganando la batalla a la vejez y a la inexorable muerte. La fuente de vida, la piedra filosofal, fueron conceptos elegidos para tratar de perdurar, transformándonos en dioses. Mientras esto sucede, abandonamos deliberadamente la idea de que somos un animal más del reino animal, despojándonos todo vestigio de nuestra antiquísima pertenencia, con objetivos claros de conquistar otros mundos.

El tiempo no se detiene, por más que lo intentemos, por lo que por momentos bailamos desacompasados, inquietos y con un sinfín de actividades, que nos suman stress y requisitos por fuera de nuestro ADN.

La puntualidad se ha transformado en un requisito esencial de la era digital y exponencial, en donde las ventanas de tiempo para hacer algo son bastante comunes, en todos y cada uno de los episodios de nuestra vida diaria.

La primera persona que conocí en mi vida, poco afecto a la puntualidad (salvo para el trabajo) fue mi padre. Experto en manejar sus propios ritmos de vida, priorizaba una cosa sobre otra, haciendo que fuese impensado, planificar o programar algo, ya que por lo general llegaba tarde a todo, salvo en donde obligadamente debía hacerlo. Conservaba su propio ritmo lento, meticuloso, campero y preciso, para todas las tareas que emprendía, incluso en su trabajo como contador.

Era un impuntual responsable y comprometido con su propio patrón de tiempos. No admitía que fuera de su trabajo, alguien le impusiera un ritmo determinado, y sus planes de actividades podían cambiar dependiendo su humor, el clima u otros motivos que ciertamente nunca pude entender. Eso exasperaba a mamá, la cual muchas veces tuvo problemas sociales, ya que no llegaban temprano a sus compromisos. «No se puede coordinar nada, solía decirle, mientras enojada, corría tras él acercándole cosas para acelerar su preparación».

Antiguamente la puntualidad quizás fuera medida por fenómenos naturales como el amanecer, el cenit, la puesta del sol, la aparición de una estrella, el brote de primavera, la presencia de tal o cual flor, la migración de los animales, entre otras cosas. Nunca sabremos si alguien fue castigado, despedido, premiado o ascendido en la escala social, producto de su apego a presentarse al alba, al ocaso o a la caza exitosa de animales migratorios. Es probable que sí, porque está en nuestra condición, la búsqueda incesante de la perfección y en cierta manera la gestión del tiempo es parte de eso.

Generar un tiempo de calidad, distinto, capturando oportunidades y proyectos, se denomina Kairós o Cero (en griego Kαιρός, Kairós). Se trata de un concepto de la filosofía griega que representa un lapso indeterminado en que algo importante sucede. Su significado literal es «momento adecuado u oportuno», y en la teología cristiana se lo asocia con el «tiempo de Dios». La principal diferencia con Tiempo o Crono (en griego antiguo, χρόνος, chrónos) es que, mientras Kairós es de naturaleza cualitativa, Cronos es cuantitativo. Como dios, Kairós era semidesconocido, mientras que Cronos era la divinidad por excelencia de la época, siendo a veces asociado como el hermano y otras como el hijo de Tiempo.

El término utilizado en la antigüedad varía en los diferentes textos y aparece con significados ligeramente distintos. Así, Hesíodo lo define como «todo lo que es mejor que algo», y Eurípides dice que es «el mejor guía en cualquier actividad humana». Por eso, no se pueden unificar todos sus usos y el significado exacto debe extraerse del contexto en el que se emplee. Ni siquiera es siempre asociado con el tiempo, pero sí con la eficiencia y aparentemente siempre juega un papel decisivo en las situaciones imprevisibles e inusuales. En ciertos contextos es empleado para nombrar esa condición necesaria para lograr el éxito en una empresa.

El hombre que pretende temporizar todo, no cae en la cuenta de la relevancia vital de los tiempos de calidad, que abarcan eventos y proyectos que nos marcan de manera individual y como especie. Al final de cuentas, mi padre vivía sus propios y oportunos mecanismos de trascendencia más allá de los cronos. Era un impuntual oportuno, decidido a emprender su especial camino.

Celebro a todos los seres atemporales, que aunque no llegaron a ser eternos, contribuyeron a conseguir un mundo revalorizado para todos, optando por aportar sus obras y cosmovisiones, más allá de la puntualidad (probable la practicaban), y de las reglas del tiempo.

El deseo de la vida eterna, que no es más que un sueño irrealizable por el momento, tiene como contrapartida, dejar una huella con los objetivos hechos realidad, sin medir lo que no se puede medir, ni poner en números lo que perdura.

«Mortales, pero oportunos, las personas que crean eras que no tienen fin«