La sesión de vuelo de barrilete quedó concluida con el inicio del partido de fútbol. A mis diez años, hace ya algunas décadas, no existía transmisión televisiva masiva de encuentros deportivos. Solo de vez en cuando, se podía ver la transmisión de algún partido importante por Copa Libertadores. Por lo que la radio y a pilas, era la fiel compañera de los escuchas del fútbol. Acomodé el barrilete en un lugar en el suelo del camino que desembocaba en el fondo de la chacra. Sentado en el borde de este, sintonicé el dial, en esos entonces en la LV3, con el volumen regulado a la mitad, para que no se gasten tan rápido las pilas, y me dediqué a escuchar atentamente la formación de los equipos.
Siempre fui fanático de Talleres de Córdoba, desde que tengo uso de razón. Sentía admiración por ese equipo fantástico que había perdido la final del torneo nacional con Independiente, en esa noche calurosa de la Córdoba del 78. Este hecho nos había dejado una sensación muy amarga, porque todos los hinchas estábamos convencidos de que ese logro no se nos podía escapar. Ese equipo tenía jugadores de mucha riqueza técnica, que luego formaron parte de la selección argentina de César Luis Menotti, que ganó el campeonato mundial, tales como Galván y Valencia, por citar los más conocidos. Sin embargo y a pesar de la calidad, no hubo suerte y ese equipo resultó vencido, frente a un rival que tenía dos jugadores menos.
Esa tarde-tardecita estando ahí sentado, escuchando la formación confirmada, recuerdo que se me cayeron algunas lágrimas, que con el correr de los minutos y con el triunfo abultado de Talleres, fueron menguando y se transformaron en sonrisas. El fútbol, para él que lo vive intensamente, tiene esa mezcla de emociones muy difíciles de explicar, que lo hacen único e irreproducible.
Mi relación con este deporte se inició desde pequeño, cuando todos los domingos mi padre y un tío se encargaban de llevarnos a todos a la cancha, cualquiera que sea donde jugará en Córdoba Capital, algún equipo de Córdoba. Siendo hincha de Talleres, mi papá de Belgrano, como mi tío y primo, íbamos a ver a Belgrano, Instituto, Talleres y Racing de Córdoba. El domingo el ritual impostergable era ir a la cancha. Nada hacía que se cambiaran los planes, salvo una tempestad o una celebración familiar importante. Además de jugar como aficionado, practiqué en las inferiores de Racing de Córdoba, un tiempo, hasta que mi papá me pidió que decidiera: o estudias o jugas al fútbol, no se pueden hacer las dos cosas. Así que decidí estudiar, dejando de lado mi práctica semi profesional del fútbol.
Mi vinculación con Talleres, como la de muchos hinchas de este deporte, trasciende más allá de los resultados, no tiene fronteras geográficas, y te impide razonar a conciencia, acerca de qué pueda ser o no una pérdida de tiempo o sobre qué te hace ganar. Tamaño fanatismo. Siendo socio del club, fui a la cancha durante muchos años. Durante ese período, tuve la enorme satisfacción de verlo campeón de una copa internacional en el año 99. También lo vi en segunda y tercera división, mientras yo habitaba distintas ciudades, lejos de mi terruño, por lo que no lo podía ir a ver de manera presencial en la cancha. Ese período fue sin dudas, el más triste, incluso con la sensación concreta de que el club podía desaparecer, luego de una gestión calamitosa de un presidente. Como contrapartida, estando en la tercera división, el club aún seguía llenando con adeptos la cancha, todos los días y a cualquier hora que jugara. Eso alentaba al hincha del club, a creer que alguna vez la mala fortuna y las gestiones desastrosas se acabarían. La constancia y coherencia del hincha siempre estuvo, siendo uno de los capitales más grandes de esta institución deportiva.
Estando lejos, tuve la oportunidad de verlo en distintas canchas de nuestro país, donde por lo general me regalaron un triunfo, que muchas veces no pude gritar porque estaba en la tribuna visitante, medio camuflado. El hincha del fútbol, al que les gusta disfrutar de esta fiesta deportiva en este coliseo moderno, que es un estadio de fútbol, conoce bien, como se siente ver a tu equipo, en la soledad de una tribuna, en una ciudad foránea, de la cual uno se siente parte, pero no es la ciudad que te vio nacer. Es una alegría inmensa, romper la monotonía y las rutinas, para celebrar un partido de fútbol, ya sea como jugador o como espectador.
En el año 2016, y luego de doce años, finalmente Talleres volvió a primera. Desde ese año, es que volvió a recuperar la magia y parte de la grandeza, que siempre conservó su fanaticada. En este último período, ha alternado más buenas que malas, siendo protagonista de varias finales que no pudo ganar, acrecentando su mote de gallina, para los rivales de Córdoba, además de participar en varios torneos internacionales. La cosecha de puntos, el capital deportivo y otros aspectos humanos e institucionales, han crecido de la mano de una gestión eficiente, con más aciertos que yerros. Nosotros los hinchas de Talleres, no somos conformistas, queriendo cada vez más, pero lo cierto es que no se puede comparar la realidad actual, con la que vivía el club hace una década.
La falta de una copa, la que fuere, era la deuda más grande que el club tenía en lo deportivo. Pasaban entrenadores y jugadores, y el club siempre estaba ahí del logro deportivo de una copa, pero no se daba. El último campeonato nacional lo dejó a Talleres nuevamente subcampeón, casi campeón, y cada vez con mayor frustración, para el club y sus hinchas. Talleres jugaba de igual a igual con cualquiera, incluyendo clubes grandes como River o Boca, a los cuales en la última década y con un presupuesto de plantilla menor, les ganó varias veces, inclusive de visitante.
Los procesos, cuando son buenos, traen en el mediano plazo satisfacciones. Eso es lo importante, vivir y ser parte del proceso que te lleva a alcanzar lo anhelado. Más allá de esto, el arranque deportivo de Talleres esta temporada no había sido el mejor desde los resultados. Cuando se anunció que la final entre el equipo campeón del 2023, que fue River y el que había sacado mayor cantidad de puntos durante ese año, que también fue River, por lo que se dio lugar a Talleres que fue segundo, se jugaría este 05 de marzo en Asunción, en el estadio La Nueva Olla de Cerro Porteño, se renovaron las esperanzas, pese a que el equipo no venía bien en las estadísticas.
Dio la enorme casualidad, que no es la primera, por cierto, de que yo me encontraba justo para esa fecha (miércoles por la noche), en la ciudad donde se disputaría el encuentro. Talleres iba muy abajo en las apuestas, por cierto. Pocos puntos en el año, muchas jugadas de pre gol, pero muy poca efectividad, y una defensa que ofrecía ventajas. Por el otro lado estaba River, que tampoco venía del todo entonado, pero cuyo plantel y como su nombre lo indica, duplica en valor al de Talleres, contando en sus filas, con dos finalistas del mundial de Francia, campeones del mundo.
Ilusionado y diciendo que podíamos ganar, fui convencido a la cancha que vería a mi equipo ganar esa final y coronarse finalmente campeón. El hermoso estadio asunceño, con capacidad para 45 mil personas, estaba al 60 % de su capacidad, y de esa cantidad los hinchas de River nos triplicaban, ya que River tiene hinchas en todos los países latinos, incluyendo las regiones cercanas de Argentina. Había unos 5 mil cordobeses, que alentaron todo el encuentro y no dejaban de tocar los bombos y el resto de sus instrumentos.
La final fue en extremo tensional. Friccionada, con algunos pincelazos de buen juego, y con algunos tiros que el arquero de River sacó al corner, más una tapada fenomenal de un defensor de Talleres para evitar la caída de su arco. No fue más que eso, con lesionados del lado de River y varios cambios durante los 120 minutos que duró el tiempo regular más los alargues.
Los penales, que fue la manera como se definió la copa, fueron una ruleta rusa. Los arqueros de los dos equipos atajaron penales, uno más el de River, pero la deficiencia estuvo en los pateadores. Por cansancio o por nervios, algunos no atinaron ni siquiera al arco. Fue increíble ver a un jugador de River y de selección que le dio la tercera presea mundial a Argentina, tirarla bien alta y desviada. River estuvo dos veces match point y no pudo ganar. Terminada en igualdad la serie de cinco, la definición pasó a la instancia, de que gana el mejor de a un penal por bando. Jugador de River, volvió a errarle al arco. Luego, en segunda instancia, le tocó el turno al de Talleres, que selló la historia, clavándola al ángulo. David había vencido nuevamente a Goliat.

Se desató, en esa noche pesada de mucho calor de verano paraguayo, la fiesta del albiazul, su primer título nacional, en sus 102 años de historia. Una noche maravillosa, donde se coronó el que más quiso ganar durante el partido. Esta vez el proceso dio sus frutos. Mientras eso sucedía, te recordaba papá Ramón, como aquella bella persona, que me enseñó a disfrutar del deporte, a respetar a los rivales y a ser ante todo una buena persona. Me veía de niño pequeño, primero de tu mano, luego a tu lado, yendo esos domingos a ver el fútbol, sin importar de que club se tratara. Me vi de nuevo sentado en el borde de ese camino de chacra, con mi pequeña radio a pilas, imaginando las jugadas, que los relatores dibujaban con sus palabras. Recordé que mi infancia fue muy feliz, y que hube y hubimos de esperar mucho tiempo para verte campeón.
Honrar el deporte y la esencia del deportista es un camino virtuoso, que sana y hace trascender a las personas. Es un mecanismo mágico y único, que une a clubes, instituciones y personas, en pos de un objetivo común. Por eso, alentar el deporte y la competencia digna y respetuosa, es un gran valor social y comunitario, que necesitamos conservar y acrecentar.
Ojalá todos podamos compartirlo y promoverlo.
Pero volviendo a los sueños cumplidos…..
En esta noche asunceña….
Yo te vi campeón, Matador.
Gracias por esta inmensa alegría.









