Buenos ánimos, mejores resultados !

Si bien se trata de una situación que se repite casi todos los años, no deja de alegrarme mucho, que una vez más mi amigo de tantísimos años, el docente y director de escuela Ricardo, haya sido nuevamente postulado para participar en un concurso que premia las buenas obras que, desde los colegios, se impulsan para favorecer a la comunidad en donde están radicados. En este caso, el promotor es un importante grupo de medios a nivel nacional.

El concurso ya se encuentra en su etapa de definición de finalistas, instancia a la que confió plenamente mi amigo tenga grandes chances de acceder, por sus invaluables antecedentes y acciones comprometidas y responsables en sostén de la comunidad. En este caso particular, su colegio abre sus puertas para una feria de emprendedores comunitarios y sus familias cuyos hijos asisten a la escuela, dando un marco de contención, asistencia y proyección para el desarrollo de las actividades cercanas.

Es un proyecto más que se suma a un sinnúmero de otros tantos liderados exitosamente por Ricardo en el pasado, que demuestra que la influencia del sistema educativo puede ir más allá de la formación pedagógica sumamente necesaria para los niños, expandiendo su benéfica influencia a la comunidad entera. De la mano de líderes comprometidos, responsables e interesados en el bien común todo es posible, inclusive la ruptura de viejos paradigmas por los cuales, se aumentaron las distancias entre la comunidad educativa, las familias, el sistema productivo y la gobernanza política. Ricardo sabe muy bien lo que esto significa, y pone todos los días su energía, su cuerpo y su inmensa voluntad, para que las cosas sucedan, dejando de lado sola la mera descripción de los hechos, para ponerse manos a la obra en primera persona. Valga una vez más mi reconocimiento que es el de muchos para Ricardo y otros educadores de corazón pujante y buenas obras, que no buscan elogios ni premios, sino multiplicar con sus acciones el positivismo y la confianza en que se puede construir todos los días algo mejorado.

Esta breve pero sentida introducción me sirve para contarles que “La Hormiguita Viajera” era mi apodo en el colegio primario. El porqué de los sobrenombres a menudo no tiene una explicación concreta, pero supongo que el diminutivo era por mi tamaño, y el calificativo siguiente por mi condición de inquieto, algo hiperactivo, buscando participar de todos los juegos durante los recreos, y aparecer y desaparecer de cada lugar en un santiamén.

Alumno aplicado y mimado por las maestras, semejaba al estudiante que muchas docentes quisieran tener, habiendo recibido de mis educadoras de primer y segundo grado repetidas muestras de cariño, y de ser su tesorito.  En el tercer grado nos tocó en suerte la señorita Leticia Costilla, una maestra que tenía dos predilecciones muy manifiestas, una por la enseñanza comprometida y otra por la disciplina. Su pequeño físico, cumplía a la perfección el más famoso postulado físico de Einstein, energía es igual producto de la masa por la velocidad de la luz al cuadrado. Era tal su despliegue por educar y mantenernos animados, que sus clases, donde nos hacía participar sí o sí, eran como una obra de teatro, donde el desánimo no tenía cabida, y donde aprendías o aprendías, ya que la viva representación del compromiso por educar se encargaba de ello. En ese grado no había lugar para la queja, para no interesarse al menos por alguna de las materias, porque la señorita estaba a tu lado a cada instante, para ponerse a tu servicio.

Ese año no hubo alumnos que repitieron, y nuestra maestra mantenía charlas preventivas con los padres, donde aclaraba que necesitaba de cada uno de nosotros, y daba recomendaciones para que los papás y mamás colaboraran en casa, y para mantener el orden en clase; asimismo nos mostraba a cada rato la importancia de ser solidario, buen compañero, y por supuesto pasar los deberes cuando alguien faltaba por enfermedad. Cuando caí en cama producto de la escarlatina, y falté ese año dos semanas seguidas al colegio, si bien la primera semana no pude recuperar las clases perdidas, debido a que tuve cerca de cuarenta grados de fiebre, la segunda semana ya más saludable, pude ponerme al día, gracias a mis compañeritos, Moreno, Ruiz y Picca, los cuales me acercaron gustosos las tareas y lo hecho en el aula.

 Recuerdo sus clases, donde por lo general estábamos todos muy concentrados, debido a que Leticia las hacía entretenidas, y claro no te podías descuidar ya que aparecía, cuando menos lo pensabas para chequear primero con cierto ceño fruncido y luego con una sonrisa, que estabas haciendo, y verificar si necesitabas alguna clase de ayuda. Su interés por que aprendiéramos era superlativo, y su estado de ánimo era casi siempre para arriba, con esa energía que superaba los escollos, propios y ajenos.  Algunos días traía al aula a su pequeña hija Lucía, una niña de hermosos ojos marrones, tez blanca y pelo castaño, y me gustaba observar como la maestra la cuidaba, le daba besos y la abrazaba.  A veces cruzaba mi mirada con ella, y nos sonreíamos, cómplices de compartir el afecto de su mamá.

Leticia amaba enseñarnos, y tenía la inmensa virtud de irradiarnos de manera permanente con su buen estado de ánimo, sus ganas, su manera de ser comprometida, por lo que no había forma de escapar a su encanto y su tenacidad. Su para qué era la docencia, y ponía una actitud para elegir los mejores humores para hacernos brillar…. brillando primero ella, siendo nuestro ejemplo que seguir. No recuerdo verla con algún bajón anímico, salvo cuando Lucía enfermó de cierta gravedad y ella nos lo contó preocupada, aunque incluso esa jornada no tuvo una entrega menguada; así era nuestra Costilla, 100% actitud para elegir los mejores estados de ánimo para vivir, para enseñar, para ser mamá, para…… conectar con los otros.

Cada vez que recuerdo a Leticia, esa añoranza me invita a mirar adentro y registrar mis estados de ánimo. Allí estarán presentes con distintos colores, y ritmos musicales, la alegría, las ganas, la resignación, la paz, el enojo, el desgano, la apatía, sentirte fuerte, y muchos más,  cada uno de ellos con su correspondiente contracara;  entonces elijo estirar mi mano para vestirme , con el que siento que tengo más posibilidades para ser, y mostrar lo mejor de mí, haciéndome responsable de irradiar buenas intenciones,  y de contagiar a mí mismo y a los demás, con ese estado de ánimo que me puso en acción, y me conectó positivamente con las personas.

Ricardo, Leticia, y varias personas más son faros que irradian emociones positivas, que se transmiten y multiplican. Hago enormes esfuerzos tanto en lo rutinario, como en lo especial, como en los proyectos que encaro, para copiar esos modelos de coherencia en la acción, con éxitos y fracasos, pero no dejo de intentarlo.

La música de fondo que pretendo elegir a menudo es aquella que contagia lo mejor de mí, intentándolo tantas veces como mis energías me lo permitan. Caigo en la cuenta de que no depende de nadie más que de mi mismo, con el complemento de alguna otra persona que me acompañe, y a la quien le haya dado autoridad o confianza para decirme: ¿te parece que vale la pena que estés así por esto?

Percibo claramente que sigo teniendo la libertad de decidir, que es lo última frontera de mi condición humana, y me propongo que mientras pueda trataré de contagiar y contagiarme con lo más trascendente y fervoroso que encuentre, porque simplemente me posiciono como responsable de hacerlo.

Agradezco enormemente que mi vida haya tenido una Leticia, y tenga un Ricardo, que me contagian con su energía, invitándome a no claudicar.

Un sentido aplauso para mi gran amigo, cuyo mayor premio es hacer que todos los días un grupo de más de mil niños, tengan un lugar decoroso, bien mantenido y con educación de calidad disponible para que puedan aprender y formarse cívicamente.

Creo que es necesario que este y todos los premios se otorguen en vida, a personas extremadamente competentes y comprometidas, como una manera de decir: por aquí va la cosa.

¡Mucha suerte, querido amigo!

¡Te mereces este y mil premios más!

Filosofía práctica: Estoicismo !

La nieve cae en varias latitudes de nuestro suelo, cubriendo con su gélido manto blanco diferentes geometrías, suavizando los contornos de aristas punzantes, de hojas afiladas y promoviendo que todo o casi todo deba moverse más lento, acompasado y cuidadosamente.

El invierno tuvo momentos de acercamiento al calor, olvidando su esencia que parece haber recuperado con mucha fuerza. Mientras esto sucede, los recuerdos me llevan como en un túnel del tiempo, a la sonrisa permanente de Marochi, esa persona tan entrañable y querible, artesano de la tierra, de los árboles, los frutales y los cultivos. Hermano de mi padre, y por ende mi tío, concentraba en sus acciones gran parte de todo lo bueno que un mortal puede promover. Nobleza, lealtad, humildad y don de gente eran sus virtudes más reconocibles. Aún siendo niño o mejor dicho gracias a serlo, era capaz de ver en él cualidades que inspiraban mucha confianza, denotaban transparencia y riqueza de espíritu. Marochi o tío Berto, era capaz de vivir con muy poco, en las antípodas de lo material y con gran acercamiento a las emociones positivas. Nada lo afectaba tanto como para que se mostrara irritado o fuera de control. Me emociona mucho recordarlo.

En esto de promover la filosofía aplicada como una manera de crear prácticas saludables para la mente y la vida en general, cada tanto se van poniendo de moda vertientes filosóficas novedosas para la gente menos cercana a su estudio, aunque para los más entendidos, sean casi tan antiguas como la presencia del hombre sobre la tierra. Últimamente, el “comportamiento estoico” arrecia en los portales de noticias, de la mano de filósofos o personas que profesan o impulsan esta manera de ser y actuar en lo individual y social.

Soy un convencido que cada ser humano tiene, o es capaz de vivir según una única y personal filosofía, que es la resultante de factores heredados, educación parental y escolar, modelos y paradigmas aceptados, influencias sociales y ambientales, espiritualidad y esfera de posibilidades en las que se mueve. También puedo afirmar que el ser humano, es una sucesión de estadios de ser o estar siendo, que, conservando su esencia, le suman o restan posibilidades de ser de una manera distinta, de crecer, desaprender y aprender de nuevo.

Es por ello, que según mi punto de vista no existen individuos que pueden ser un reflejo exacto de una teoría filosófica, sino más bien aproximaciones bastante concordantes, con los principios que rigen tal o cual vertiente de pensamiento.

Si busco esas concordancias mayoritarias, puedo concluir que Marochi era en su génesis una persona estoica, con matices agregados como el cariño, la bondad y la modestia. Esa es una de las grandes ventajas de profesar la filosofía: no hace falta ser una persona ilustrada, pudiente o socialmente acomodada (de hecho, Marochi no cabía en ninguna de estas categorías), para vivir practicando tal o cual filosofía, sea ello de manera consciente o no.

Mi admiración por su manera de ser y actuar encuentra después de tantos años, una raíz filosófica, que me anima a decir que fue grande mi fortuna, de disfrutar siendo niño de una persona tan entrañablemente buena, serena y moral.

El estoicismo es una escuela filosófica fundada a principios del siglo III a.C por Zenón de Citio. Este filósofo, nacido en Chipre, sobrevivió a un naufragio, pero perdió en él todo lo que poseía. Llegó a Atenas, donde ofrecía sus lecciones en público, pero donde, como extranjero, no podía participar en la política de la ciudad. Precisamente, el nombre de su filosofía proviene del lugar en el que difundía su pensamiento; una “stoa” o galería cubierta que se encontraba junto al Ágora de la ciudad.

La palabra estoico, en su uso moderno se refiere a aquella persona que es indiferente al placer, la alegría, así como la pena o el dolor. No en vano, el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (RAE) define estoico en su primera acepción como “Fuerte, ecuánime ante la desgracia” y lo mismo sucede con el diccionario de Oxford que lo viene a definir como una persona que sufre dolor o problemas sin quejarse o sin mostrar lo que siente. Sin embargo, la doctrina estoica se basa más bien en guiarse por la razón y, debido a que no se puede controlar lo que sucede a nuestro alrededor, controlar lo que se piensa al respecto de lo que sucede.

Por ello, el estoicismo se fija especialmente en las emociones, a las que se refiere como pasiones, y que divide en buenas, malas e indiferentes. Las buenas hay que potenciarlas, las indiferentes obviarlas y hay que lidiar con las malas. La reflexión que hace el estoicismo al respecto es que a las personas no las perturban las cosas que pasan sino las opiniones que tienen sobre esas cosas que pasan. Por ello, se trata de enfrentar esas opiniones y antes de asumirlas, cuestionarlas como si se trataran de hipótesis y no de hechos firmes. De esta forma, se pueden refutar buscando una perspectiva más productiva y obteniendo una respuesta racional a esas pasiones para convertirlas en emociones saludables.

El objetivo de los estoicos no era otro que alcanzar la felicidad o la autorrealización, un concepto al que se referían como eudaimonia. A ella se llega a través de la virtud moral (o areté) y de la serenidad (o ataraxia).

La virtud en los estoicos tiene que ver con la excelencia y con alcanzar el potencial al que se está destinado. Para ello, hay cuatro cualidades que destacan: la sabiduría, la justicia, el coraje y la disciplina. Todas ellas tamizadas siempre por la razón que llevaría a buscar la sabiduría, actuar con justicia, emplear el coraje y alimentar la disciplina.

 Si la virtud es uno de los ángulos del triángulo que encumbra la felicidad, el otro es la serenidad o ataraxia. Se trata de una suerte de serenidad mental que permite que las emociones negativas no dominen y de esta forma sea más fácil actuar con virtud. Y es que, según los estoicos, son precisamente las reacciones emocionales a situaciones negativas las que provocan que se tenga una percepción distorsionada de la realidad, ya que se tiende a confundir pensamientos con hechos. Esto, según esta escuela filosófica, es inevitable que termine llevando a la agitación mental.

La llamada dicotomía del control es uno de los términos más relevantes del estoicismo y que ha ido evolucionando desde los orígenes de esta corriente filosófica hasta la actualidad. Se trata de conocer qué cosas están dentro del control de cada uno y cuáles no lo están. Dentro de las primeras se encontrarían por ejemplo las opiniones, juicios o acciones que se adoptan y es en ellas en las que habría que focalizar la atención teniendo en cuenta que existen otras cosas que no se pueden controlar. En palabras de Séneca: “El hombre sabio se preocupa por la intención de sus acciones, no por sus resultados”.

El estoicismo moderno propone que esta dicotomía se convierta en una tricotomía y se añada una tercera opción que serían las cosas sobre las que se tienen un control parcial. Un ejemplo sería un partido de tenis en el que el resultado no está bajo un control total ya que influyen variables como la habilidad del contrario, las condiciones atmosféricas o la pericia del árbitro. Por ello, en este ejemplo, el objetivo no debería ser ganar el partido sino jugar de la mejor manera posible ya que eso sí se puede controlar.

Una de las características del estoicismo que lo convirtió en una de las corrientes filosóficas dominantes fue su carácter práctico, la entendían como una suerte de caja de herramientas que les permitía avanzar hacia la autorrealización. Por ello, y asumiendo que el verdadero estoico es un ideal al que dirigirse, no una meta, un estoico en la vida presente, profesaría lo siguiente para esgrimir coherencia en el pensar, decir y hacer:

  • Identificar qué es lo que se puede controlar y que no.
  • Lidiar con las emociones negativas y analizarlas usando la razón.
  • Concentrarse en el momento actual y evitar el sufrimiento emocional por el pasado o el futuro.
  • Preocuparse por los pensamientos, evitando depender de cosas externas.
  • Escribir un diario estoico donde apuntar las cosas importantes de cada día para analizar cuáles se hicieron bien, cuáles mal y qué queda por hacer.

Vivir estoicamente no es una utopía.

Yo conocí una persona muy cercana, que aún no sabiendo leer ni escribir, profesaba virtudes estoicas.

¿Te animas a poner una cuota de estoicismo en tu vida?

El gobierno de la Queja !

Sucedió que de tanta y reiterada queja las personas fueron mutando, a tal punto que los bebés cuando nacían, en vez de esgrimir su primer llanto, sinónimo de su contacto con este nuevo y desconocido escenario, ya nacían hablando y exponiendo sus disgustos.

El mundo había cambiado definitivamente porque las pocas decisiones que se tomaban provenían de nuevos motivos para reclamar, disgustarse y pelear sin ningún sentido.

La energía vital que antes impulsaba a las personas para llevar adelante sus proyectos, ahora se empleaba para poner mejores y más acabados lamentos o protestos, que ahora eran el sentido y propósito de la vida.

El sueño político de algunos visionarios se había cristalizado sin máculas en el “Ministerio de la Queja”, el cual estaba abierto de continuo y llevaba los registros en forma bastante precisa. Cientos de ordenadores trabajaban sin descanso, registrando voces, lamentos de personas que competían para ver quien se imponía con su mejor y más acabada querella.

Había secretarías bastante bien organizadas, según la naturaleza de estas:

» Económicas, sociales, culturales, físicas, religiosas, científicas, literarias, vecinales, relacionales, laborales, jurídicas, climáticas, sólo por citar las más relevantes «.

Cada una de ellas tenía, asimismo, subsecretarías o divisiones específicas.

Para los reclamos físicos había oficinas dedicadas a:

Exceso o falta de peso, calvicie, baja o alta estatura, pelo graso o seco, acné, sarpullido, cejas caídas, huesos grandes, cabeza grande o chica, orejas desproporcionadas.

Los reclamos climáticos tenían agencias por:

Exceso de temperatura inusual, frío a destiempo, polvo en el interior de casas, noches demasiado frías, exceso de humedad para secar la ropa, lluvia excesiva que no permite jugar al fútbol.

Las quejas vecinales:

Ruidos molestos, exceso de silencio, canto de pájaros a cualquier hora, música desagradable, excremento de perro, aullidos de gatos, robo de canastos de basura, mucho o poco saludo matutino, nada o demasiada pulcritud.

Las quejas relacionales:

Poco o demasiado afecto, escasez o abundancia de compromiso, desinterés o interés desmedido. La más concurrida, la del veraz relacional, donde había largas colas.

Las quejas sobre excusas:

Excusas a destiempo, pretextos muy creíbles, coartadas para amores ocultos que no lo eran tanto, evasivas para no hacer.

Esta última secretaría, la de las excusas fue subida de rango al poco tiempo debido al gran éxito y presupuesto que manejaba. Se extendían certificados y se daban cursos para encontrar rápidamente la excusa perfecta.

El “Ministerio de la Excusa” casi fue igual de importante que el de la queja.

Ambos guiarían los destinos de la sociedad por largo tiempo, pero al final se armonizaron en uno solo, que fue envestido como:

 “Gobierno soberano de las Reclamaciones y Demandas”

La primera medida que tomó este nuevo Poder Ejecutivo fue el de reglamentar todo lo concerniente al quehacer del ciudadano, o más vale decir de los cada más expertos en el disgusto y actividades afines.

Los requisitos para formalizar la queja:

  • Presentar certificado de no haber hecho ningún pedido previo, expedido por autoridad competente.
  • Llenar el formulario de ingresos mínimos producto de pretextos y quejas.
  • Completar el registro único de asistencia a los entrenamientos para quejas, inconformismos, excusas y actitudes equiparables.

El mundo se había transformado en un conglomerado de personas, que perseguían los siguientes propósitos:

Nada es mi responsabilidad.

Problemas son sólo los míos.

Para qué decidir algo, si alguien lo puede hace por mí.

Si no puedo, no puedo, que se le va a hacer.

Más vale una queja, que cien propuestas.

Las personas que sólo vivían en el mundo descriptivo de la crítica daban opiniones sin fundamento, siendo meros relatores de los hechos. No había programas, porque eso implicaba salir de la queja permanente.

Los líderes de todo tipo habían desaparecido, luego de que cientos de miles de personas se quejarán de ellos. Algunos habían sido desterrados a islas desiertas para que aprendieran a buscar pretextos y excusas.

A este mundo de nuevos y consabidos quejosos, protestones, descontentos, cada tanto en tanto le aparecía algún individuo fuera del estándar: desarrollaba habilidades para proponer, pedir, ofertar, trazar planes, acertar, errar, retroalimentar y seguir.

Estas personas eran alojados en unidades de atención y cuidados intensivos, donde se los dejaba con pocos y escasos recursos, para que progresaran rápidamente en las competencias requeridas para vivir en el mundo permanente de la reclamación.

Así y todo, algunos no se corregían más.

No había caso, no les salía el modo de ser del quejoso.

Conseguían entonces, una salida decorosa: ir al destierro junto con los líderes de antaño.

El arte de quejarse en su máximo esplendor gobernaba este mundo, imponiendo su tinte de disgusto e inacción como perpetuo distintivo de una nueva cultura.

Aún no tenía claro que papel cumplía en ese nuevo orden mundial. Me sentía como ahogado y al mismo tiempo liberado de tantas responsabilidades.

Cuando de repente, una sonrisa amplia con dientes relucientes apareció en mi vista algo nublada.

Al principio no sabía bien de qué se trataba. Apenas atinaba a ver algo detrás de mis ojos aletargados.

Alcancé a escuchar:

“Se te cayó el libro Papi”.

Como pude fijé mi mirada en algún lugar del piso. Efectivamente, ahí estaba medio desparramado “El misterio del último Stradivarius”.

“¿Que te pasa Papi?”

Nada Lucía, está bien. Sólo estaba teniendo una pesadilla o algo parecido.

“Bueno Papi, ¿venís a jugar a los penales?”.

Si por supuesto, me levanto y voy.

Mientras me preparaba, pensé para mis adentros:

«Capaz no me tenga que quejar tanto, dejar los pretextos y profecías autocumplidas de lado».

Los primeros peloteos me sacaron el amargor de la boca, mientras un pelotazo en el estómago me sacaba el aire.

Hay tanta energía contenida en una persona que se multiplica por miles de millones que resulta inabarcable entender, cómo no caemos en la cuenta de que todo esta ahí tan cerca de poder ser algo diferente.

Un segundo pelotazo esta vez en el pecho me despertó casi por completo.

A veces pasa esto, sólo despertamos cuando algo nos pega.

O nos caemos, casi sin poder levantarnos.

Para despertar y salir de la queja.

Hace falta convicción y entereza.

No parió la abuela !

Un invierno que ahora no parece invierno, pero que amaga de a ratos con volver, luego de habernos dado varios días seguidos durante los cuales se batieron récords tras récords de bajas temperaturas, nos regala, con su desacostumbrado calorcito, la posibilidad de que vuelvan a aparecer las ropas livianas y primaverales. El cono sur latinoamericano, tiene tantos climas y geografías, que nos invita a conocerlo profundamente y de punta a punta.

Siendo niño, investigué sobre conocimientos globales a través de las enciclopedias de papel, aquellos voluminosos y numerosos libros, que nos describían lo que había en cuanto a regiones, países, historia, desarrollo económico, social, religioso, cultural y político. Para comparar el tamaño de los países no sólo usaba el tamaño de superficie, sino además la cantidad de personas que lo habitaban y en especial me gustaba cotejar la densidad poblacional. Sentía curiosidad por saber cómo hacían tantos japoneses para vivir en una isla tan pequeña.

Del mismo modo, captaban mi atención aspectos vinculados con las grandes mortandades y calamidades que había sufrido nuestra especie humana, y el resto de los animales y vegetales que habitan este planeta, durante su historia reciente. Entonces aparecían pestes, guerras, terremotos, glaciaciones, y varios más, con su distinto grado de impacto sobre el número de personas que habitaban la tierra.

Recuerdo, casi como si fuera hoy, que estaba tan absorbido por la aventura del conocimiento, que pasaba horas y horas, encerrado en la pequeña biblioteca familiar, leyendo y releyendo datos, estadísticas e historia, que se me olvidaba comer, lo que provocaba que Ana mi madre tuviera que recordármelo, al principio bien, y al rato de llamarme varias veces, ya no tanto. Cuando llegaba al frente de mi plato de comida, por lo general durante la cena, era muy común que ella me dijera que debía agradecer y devorar todo, ya que había un montón de niños en el mundo que no corrían con la misma suerte, provocando que sufrieran de hambre. Entiendo que esto fue un latiguillo común de muchos papás y mamás a lo largo de la historia más reciente, al cual se sumaba lo del cuco, lo de las orejas de burro, solo para citar los más relevantes.

Esta información extraoficial que venía de los canales más cercanos me hacía pensar que tarde o temprano, el mundo estaría tan poblado y sobreexplotado en sus recursos naturales, que acabaría colapsando. Me imaginaba un mundo donde todo sería semejante a Japón en cuanto a densidad poblacional, pero con estándares de vida como los del África subsahariana. Cuando iba por la calle y veía familias numerosas, compuestas por madre, padre y un número de hijos mayor a tres, pensaba que eso no estaba bien, porque estaba colaborando con la posibilidad de que en un futuro no hubiera recursos para todos. La proyección de ese momento daba que la población mundial rápidamente pasaría los 10.000 millones, provocando hambre y guerras por los recursos naturales.

«Unos cincuenta años después, mis miedos de los cinco años han sido gestionados por mi cerebro más maduro y despojado, aunque han aparecido nuevos temores y por cierto las guerras continúan».

Lo concreto es que la tendencia mundial de que cada vez seamos más se ha estancado y próximamente, si no se revierte esa tendencia, entraremos por primera vez en toda nuestra historia humana, en un período de contracción poblacional, lo que traería aparejado un sinfín de nuevos problemas, vinculados con la escasez de personas.

A continuación, les comparto de manera literal un artículo publicado el año pasado en la revista “The conversation”, que nos muestra esta realidad. Por las dudas, aclaro que es una transcripción literal, y que algunas opiniones vertidas no son compartidas en su totalidad por quien escribe este blog, sobre todo en la relación entre el cambio climático, los sistemas productivos y la posible crisis demográfica derivada.

¿Se está produciendo un colapso demográfico mundial?

En un número creciente de países, los políticos expresan su preocupación por el descenso de la tasa de natalidad y la fertilidad, estableciendo los términos de una nueva narrativa.

Mientras que el mundo académico es consciente desde hace relativamente mucho tiempo de la tendencia a la baja de la fecundidad mundial y de sus consecuencias en términos de dinámica demográfica en el umbral del siglo XXII, las clases políticas y los medios parecen centrarse en plazos más cortos, representaciones más catastrofistas y medidas tan voluntaristas como limitadas.

Panorama demográfico mundial

Según la definición del Instituto Nacional de Estudios Demográficos francés, la tasa de natalidad es el número de nacidos vivos en un año determinado dividido por la población media de ese año, mientras que la tasa de fecundidad es la relación entre el número de nacidos vivos en un año determinado y el total de la población femenina en edad fértil (entre 15 y 50 años).

Las tasas de natalidad y de fecundidad, que a menudo se intercambian, son indicadores interrelacionados en el sentido de que la fecundidad es, de hecho, una condición de la tasa de natalidad, por lo que permite un análisis más rico.

Según las Naciones Unidas, el aumento de la esperanza de vida y el desfase entre el descenso de la natalidad y el de la población –conocido como inercia demográfica– provocarán un aumento de la población mundial durante unos cincuenta años más, especialmente en las zonas de crecimiento demográfico persistente, sobre todo en el África subsahariana.

Sin embargo, es probable que el descenso masivo de la fecundidad que se observa actualmente frene esta tendencia, o incluso la detenga a principios del próximo siglo. Esta dinámica, que hace que el número medio de hijos por mujer descienda progresivamente por debajo de la tasa de reemplazo de 2.2, presenta algunas características muy específicas y arroja luz sobre los retos sociales, económicos y ecológicos de nuestro mundo moderno.

En primer lugar, no tiene precedentes en la historia –aparte de pandemias o hambrunas a gran escala, como las del siglo XIV– en la medida en que, sin dejar de ser un fenómeno colectivo, se basa cada vez más en decisiones personales y opciones reproductivas menos “restringidas” a nivel individual o familiar, que se traducen en la limitación y el espaciamiento de los nacimientos como anticipación y reacción a las dinámicas económicas, sociales, culturales y antropológicas.

Esta tendencia también es universal, aunque la escala y el ritmo de su despliegue sean diferenciados y aún muy limitados, como puede verse sobre todo en el África subsahariana.

A escala mundial, el descenso de la fecundidad se ha acelerado en los últimos 50 años. La tasa global de fecundidad mundial era de 2.3 en 2021, frente a 5.1 en 1965, 4.8 en 1970, 3.7 en 1980, 3.3 en 1990 y 2.8 en 2000. Esta tendencia a la baja se aceleró después de 2015.

Por último, esta tendencia parece imparable, resultado de factores de importancia variable en los distintos contextos, que a menudo son difíciles de aislar o incluso de cuantificar.

La fecundidad se retrasa cada vez más en los países de la OCDE y en algunos de los gigantes demográficos. Durante el periodo 1995-2014 en todos los países de la OCDE sin excepción la edad media del primer nacimiento ha aumentado.

¿Hacia una globalización de los comportamientos reproductivos?

Al igual que los países “viejos” han abrazado el modelo de desarrollo del Antropoceno y tienen tasas de fecundidad muy bajas (Europa, Japón y gran parte de Estados Unidos), algunos países se han sumado a esta tendencia más tarde y a un ritmo más rápido que los primeros, especialmente en Asia (Turquía, Irán, Corea del Sur) y Sudamérica (Colombia, Brasil). Estos países de muy baja fecundidad, más la Federación Rusa, representan casi el 40 % de la población mundial. Si añadimos los países de baja fecundidad (entre 1,7 y 2,1) del cono sur de América Latina, la periferia china, India y el sudeste asiático, casi dos tercios de la población mundial participan de estas claras tendencias a la baja.

Más allá de la correlación entre los niveles de desarrollo económico y la evolución de la fecundidad, existen varias explicaciones posibles. La primera y más importante es la expansión, en casi todo el mundo, del modelo de familia nuclear con una fecundidad baja o moderada, resultado a su vez de cambios en las normas socioantropológicas, en particular los avances mundiales en la igualdad entre mujeres y hombres en términos de educación y el reconocimiento gradual, por y para las mujeres, del derecho a una existencia social fuera del hogar, a través del estudio, el empleo y la participación en la comunidad, por ejemplo.

Hay otros factores determinantes, como el desarrollo y la financiación del acceso a productos y servicios de salud reproductiva y derechos conexos (anticoncepción e interrupción voluntaria del embarazo), la aceleración de la escolarización (sobre todo de las niñas) y la urbanización global, que limita la vivienda de las familias numerosas y el acceso al trabajo de los jóvenes. Y, por último, la convergencia de los patrones de consumo y las normas globalizadas de comportamiento sociocultural que transmiten las redes sociales.

Dramatización de las narrativas

Desde el siglo XIX en adelante, comenzando con las teorías de Malthus y continuando hasta hoy, se ha desarrollado una narrativa en torno a los términos “explosión demográfica”, “bomba demográfica” y “superpoblación”. Una narrativa que sigue siendo relevante hoy en día y que se utiliza ampliamente para describir la dinámica del crecimiento de la población, especialmente en el África subsahariana.

Más recientemente, y en sentido contrario, el énfasis puesto en la ralentización o incluso el descenso de la fecundidad sigue transformando dinámicas demográficas objetivamente verificables en narrativas catastrofistas servidas por un léxico altamente connotativo, dominado por expresiones como “declive demográfico”, “inflexión demográfica”, “invierno demográfico”, o incluso “colapso demográfico”.

Así, tras la narrativa de Malthus sobre el espectro de la explosión demográfica, es la narrativa del colapso demográfico y civilizatorio la que se está imponiendo gradualmente, proponiendo soluciones que van desde la vuelta a la religión a marchas forzadas de la teocracia iraní (sin éxito real en otros lugares) hasta importantes incentivos financieros en China y apelaciones al patriotismo y al “rearme demográfico”.

Cuando se trata de demografía, el vocabulario siempre ha tenido un papel significativo que va más allá de los datos objetivos para traducir las representaciones políticas, sociales y antropológicas subyacentes. El momento actual parece resonar con sentimientos de angustia civilizatoria en países desarrollados y emergentes, correlacionados con la creciente marginación económica y geopolítica de Occidente, que se asocia a “valores” ampliamente cuestionados (democracia, igualdad de género, derechos humanos).

Por último, los descensos diferenciados de la fecundidad en el mundo también pueden analizarse como respuestas individuales y colectivas a la crisis global del cambio climático.

Si bien optar por tener menos hijos para salvar el planeta puede representar una actitud ecorresponsable a nivel individual, ¿no es más crucial replantearse colectiva y radicalmente los modelos de producción y consumo, y sus consecuencias en términos de despilfarro, agotamiento de los recursos, contaminación masiva y degradación del clima y la biodiversidad?

Es un hecho que este sistema económico es cada vez menos sostenible y que exige las necesarias políticas de descarbonización a escala mundial. Un sistema así no puede ser racionalmente un modelo de desarrollo para todos los habitantes del planeta. Los retos que hay que resolver son mucho más ecológicos, climáticos, medioambientales y sociales que puramente demográficos.

En lo personal y siendo padre de tres hijas ya adolescentes, pienso que estoy por encima de la media de lo que el mundo necesita para continuar. Desde mi perspectiva individual, pude superar mis miedos de niño de que se genere una tierra superpoblada, aunque permanezcan en mí otros temores.

La especie humana que siempre encontró soluciones a sus crisis más profundas, quizás pueda hacerlo en caso de que cada vez seamos menos, quizás acompañados por robots y entidades virtuales.

No creo, aunque lo desearía, estar presente en el 2100 para verlo.

Por ahora, el dicho «sobre que eramos muchos, encima parió la abuela», parece haberse transformado en:

«No parió la abuela».

El gran simulador !

Estoy leyendo muy repetitivamente en las redes y sitios laborales, comentarios sobre un fenómeno que se presenta como nuevo, pero que en realidad es tan viejo como el trabajo mismo.

En aquellos entornos laborales en donde no existe una producción de unidades físicas que resulte útil para medir la productividad de las tareas con números reales, se hace difícil adoptar una unidad de medida para verificar la efectividad de las tareas globales o individuales, de un conjunto de personas.

En tareas de oficina, marketing, liderazgo y otras tantas, se ha tratado de suplir esta falta de medida productiva, con la implantación de objetivos, indicadores y metas de cumplimiento, pero la realidad es que incluso estos parámetros pueden ser difusos, alterables e inconsistentes.

Es por ello por lo que desde siempre se han presentado tres tipos de situaciones típicas, dentro de los entornos de trabajo:

  • Personas que trabajan denodadamente, a destajo sin horarios, marcando una brecha enorme con el resto, con cierta tendencia a una adicción laboral o esfuerzo desmedido.
  • Personas que equilibran trabajo, dan resultados y al mismo tiempo se dedican a cuidar de su persona, sus intereses y los de los demás.
  • Personas que no trabajan cumpliendo sus compromisos mínimos, exigiendo por este medio que el trabajo sea cubierto por el resto.

Un líder debe ser manejarse con un equipo en donde una amplia gama de situaciones se puede presentar, buscando en todo momento, lograr que los más comprometidos no se quemen antes de tiempo, los equilibrados puedan sostener ese equilibrio y los que ofrecen poco, puedan ir creciendo en actitud y aptitud para no generar problemas con los demás.

No es sencillo, armonizar un entorno de trabajo con personalidades, habilidades y conductas diferentes.

Volviendo al punto de partida inicial, el fenómeno que se trata de revelar como actual, aunque repito que es bastante antiguo, es el de “hacer o parecer que se trabaja”.

Entonces esto abriría una cuarta tipología laboral, a los que yo denominaría como la de los “grandes simuladores” o seguidores de la “falsa productividad”.

Como dijo dijo Groucho Marx “el secreto de la vida es la honestidad y el juego limpio, si puedes simular eso, lo has conseguido.”

En los foros de noticias ya hay muchos comentarios escépticos sobre la validez de los datos en general, pero la vida no necesariamente es lo que es sino lo que parece, y a este efecto contribuyen de manera notable las estadísticas.

Muchas personas parece que trabajan mucho y se quejan de sus jornadas laborales maratonianas, pero una gran parte de estos sufridos asalariados lo que realmente quieren decir es que se pasan todo el día en sus empresas.

Es difícil medir si alguien trabaja mucho pero realmente lo parece, y eso puede bastar en muchas ocasiones porque la evaluación de la productividad y de la utilidad que hacen las empresas es inadecuada o inexistente.

Visto el panorama, muchos profesionales se han percatado hace tiempo de que simular o parecer que se trabaja puede ser homologable a trabajar, es más, incluso puede dar una mejor imagen si cabe sin el riesgo de cometer un error intentando hacerlo bien. Y es que aparentar que se es un gran experto y/o que se trabaja suele ser más fácil que ponerlo en práctica.

El sistema no suele destinar muchos recursos a averiguar la diferencia, a lo que se suma que el personal de recursos humanos encargado de detectar a los grandes simuladores y perezosos de la organización, puede ser que también se dediquen gran parte del día a aparentar que realizan su trabajo más que a efectivamente hacerlo.

Además, algunos piensan que, si se ponen a trabajar de verdad, puede ser que hasta descubran que es ineficaz e inadecuado para ese puesto de trabajo. Y por lo general nadie quiere poner en juego su empleo.

Se pueden culturizar entonces como habituales las virtudes de la vagancia y del management de la desidia, en donde lo mejor es seguir directamente el consejo de los expertos que recomiendan la tranquilidad y la lentitud.

La psicoeconomista Corinne Maier que en su Elogio de la Pereza (“del arte y la necesidad de hacer lo menos posible en la empresa”) dice que la vida no está en el trabajo, sobre todo cuando el trabajo no es vida, alegando cuestiones como:

1. Nunca aceptes un puesto de responsabilidad porque estarás obligado a trabajar más.

2. Muéstrate simpático con los cargos temporales porque son los únicos que realmente trabajan.

3. Circula por los pasillos y la cafetería, pero siempre con un montón de carpetas bajo el brazo.

4. Nunca vayas a las reuniones con una idea nueva porque tendrás que explicarla y, si funciona, ponerla en práctica.

5. Si no tienes más remedio que decir algo, utiliza la jerigonza de las escuelas de negocio, que no significa absolutamente nada.

6. Cuando oigas hablar en la oficina de “cultura de la empresa” y otros patriotismos de sociedad anónima, mira para otro lado y hazte el empleado invisible.

Parece que el slogan preferido de los grandes simuladores es una frase extraída del personaje de Garfield:

“No hay que confundir la pereza con la apatía. Nosotros los perezosos no somos apáticos. Los apáticos no se interesan por nada. Nosotros nos interesamos, pero no hacemos nada”.

Está breve descripción de lo que conforma la manera de proceder de los simuladores profesionales en el trabajo, ayuda a comprender que no se trata de un fenómeno que no haya ocurrido tiempo atrás, aunque sin disponer de datos concretos, después de la pandemia el proceso de parecer que se trabaja se ha multiplicado.

Mientras esto sucede el avance de las tecnologías deja a más profesiones fuera de combate, hasta que quizás la inteligencia artificial que en teoría copia comportamientos humanos, elija simular que es productiva, generando una brecha que ya nadie sabrá resolver.

La presión por obtener resultados, sin una contraprestación equivalente, es quizás uno de los motivos que inviten a que cada vez más personas se sumen a la idea de la gran simulación laboral.

Como siempre, el devenir humano se encargará de develar el misterio hasta llegar a un punto donde las viejas preguntas filosóficas continúen sin ser respondidas.

Inteligencia no biológica: vanguardia, retroceso u oportunidad ?

Encontrar el título para esta entrega se hace difícil. Me ha pasado en numerosas ocasiones, aunque sin tantas sensaciones encontradas. Es probable que ustedes lean el epígrafe finalmente elegido con cierto grado de desilusión o desesperanza. Eso a mí no me resulta cómodo, ni placentero, ni halagador. Siempre es mejor dar buenas noticias, ornamentadas con ciertos disimulos y positivismo que honrar la honestidad intelectual.

Por otro costado, siendo autocrítico con la sucesión de temas que mi escueta mente ha podido seleccionar, caigo en la cuenta de que después de casi diez años, de escribir de manera ininterrumpida todos los fines de semana, con la de hoy llegando al total de cuatrocientas veintiséis entregas, el desafío de encontrar nuevas ideas se complica. La probabilidad de ser repetitivo se incrementa bastante. Con la posibilidad de resultar cada vez menos atractivo con mis escritos resulta lo mismo. Que alguno de mis lectores piense en la famosa frase “otra vez sopa” termina siendo algo lícito, aunque no deseado. Errores no forzados como en el tenis, porque les aseguro que le pongo mucho esmero y dedicación.

Más allá de todo, incluyendo esta mañana lluviosa y fría, elemento extraño para una región cuasi tropical, es que he juntado fuerzas y ánimos, para elegir hablar otra vez o que otros hablen mejor de que lo que pueda hacerlo yo, respecto de este intríngulis social y humano que está siendo la inteligencia artificial o si se quiere no natural. Desprovisto de cualidades inteligentes superlativas y provisto de un sinnúmero de fallas naturales, es que como nos debe pasar a muchos, el avance tecnológico produce un poco de miedo, fastidio y frustración por no poder abarcarlo, controlarlo o incluso disfrutarlo. Cuando aprendemos a manejar o gestionar algo tecnológico, parece ser que al día siguiente ha sido superado de nuevo, en una serie continuada de irrupciones digitales, que nos exponen como analfabetos en grado creciente.

Llegado a este punto es que le voy a ceder la autoridad a un pensador que se puede prestar a que alguno lo pueda catalogar de “comercial”. Más allá de esta calificación que no comparto, él como tantas otras veces se ha expresado en torno a la IA, y sus implicancias en la vida humana tanto positivas como negativas.

Harari desvela los riesgos de la revolución de la inteligencia artificial

“La inteligencia artificial no es una herramienta, es un agente que puede tomar decisiones independientes”, advierte Yuval Noah Harari en el CEO Council del Wall Street Journal en Londres. El historiador y escritor israelí subrayó durante su intervención en el WSJ News Leadership Institute la urgencia de abordar los problemas humanos de confianza y cooperación antes de esperar que la inteligencia artificial resuelva los desafíos de la humanidad.

Harari instó a los líderes empresariales y sociales a asumir la responsabilidad de “educar” a la IA, advirtiendo que su desarrollo podría transformar radicalmente la economía, la religión y la sociedad.

Durante la conversación moderada por Poppy Harlow para Wall Street Journal, Harari explicó que la IA representa una ruptura fundamental respecto a todas las invenciones tecnológicas previas. “No es una herramienta como todas las invenciones humanas anteriores. Es un agente, en el sentido de que puede tomar decisiones independientemente de nosotros. Puede inventar nuevas ideas, aprender y cambiar por sí misma”, afirmó el historiador.

Harari ilustró la diferencia con ejemplos históricos: mientras que la imprenta o la bomba atómica requerían de la intervención humana para operar y tomar decisiones, la IA puede actuar y evolucionar sin supervisión directa.

“Una imprenta no puede escribir libros por sí sola ni decidir cuáles imprimir. Una bomba atómica no puede inventar la siguiente generación de armas ni decidir a quién atacar. Un arma basada en IA puede decidir por sí misma qué objetivo atacar y diseñar la próxima generación de armas”, detalló.

Esta capacidad de agencia convierte a la IA en un actor autónomo, capaz de competir con los seres humanos en ámbitos que hasta ahora eran exclusivos de la inteligencia biológica. Harari advirtió que, por primera vez en la historia, la humanidad enfrenta una competencia real en el planeta, lo que plantea desafíos inéditos para la supervivencia y el desarrollo de la especie.

El historiador comparó el proceso de desarrollo de la IA con la educación de un niño. “Podemos pensar en la IA como un bebé o un niño, y podemos educarlo lo mejor posible, pero siempre nos sorprenderá, para bien o para mal”, señaló Harari.

Y subrayó que, al igual que en la educación infantil, lo que más influye en la formación de la IA no son las instrucciones explícitas, sino el ejemplo y el comportamiento de quienes la rodean.

“Si le dices a tus hijos que no mientan, pero ellos te ven mentir, copiarán tu comportamiento, no tus instrucciones”, explicó. Trasladando esta lógica al ámbito de la IA, Harari advirtió que no se puede esperar que una IA sea benévola si quienes la crean y la alimentan con datos no lo son. “Las personas que piensan que pueden dirigir una gran corporación de IA y, mientras mienten, enseñar a sus IA a no mentir, están equivocadas. La IA copiará su comportamiento”, afirmó.

Harari enfatizó la enorme responsabilidad que recae sobre los líderes empresariales y sociales, ya que la IA aprende observando el mundo y replicando los patrones de conducta que detecta, especialmente los de las figuras más influyentes.

Uno de los grandes debates actuales gira en torno a la “alineación” de la IA, es decir, cómo garantizar que estos nuevos agentes actúen en beneficio de la humanidad y se mantengan alineados con los objetivos humanos. El historiador y escritor israelí señaló que, aunque existen numerosos esfuerzos para programar principios éticos y objetivos en la IA, este enfoque enfrenta dos problemas fundamentales.

En primer lugar, la propia definición de IA implica la capacidad de aprender y cambiar de manera autónoma. “Si puedes anticipar todo lo que hará una IA, por definición, no es una IA”, explicó.

En segundo lugar, incluso si se logra educar a la IA con los mejores valores, su independencia puede llevarla a tomar decisiones inesperadas, algunas de las cuales podrían resultar preocupantes o incluso peligrosas.

El historiador también reflexionó sobre la tendencia humana a acumular poder sin traducirlo en sabiduría o felicidad. “La mayor parte de la información no es verdad; hay una confusión entre información y verdad”, sostuvo Harari en la entrevista con WSJ.

Señaló que, aunque la humanidad ha logrado avances extraordinarios en términos de poder y productividad, sigue sin poder responder a las grandes preguntas existenciales: “¿Quiénes somos? ¿Qué deberíamos aspirar a ser? ¿Qué es una buena vida?”.

Harari argumentó que la acumulación de poder no ha ido acompañada de un aumento proporcional en la felicidad o el conocimiento. “Podemos volar a la Luna, dividir el átomo, pero no parecemos ser significativamente más felices que en la Edad de Piedra”, observó. Añadió que la inteligencia no garantiza la verdad ni la sabiduría, y que los seres humanos, a pesar de ser la especie más inteligente, también son los más propensos a las ilusiones y creencias autodestructivas.

En cuanto al impacto sectorial, Harari anticipó que la IA transformará de manera profunda ámbitos como las finanzas y la religión. “Uno de los primeros campos donde veremos grandes cambios es el financiero. La IA va a tomar el control del sistema financiero muy rápidamente, porque es un terreno puramente informacional”, explicó.

A diferencia de los vehículos autónomos, que deben lidiar con la complejidad del mundo físico, la IA puede dominar el sector financiero al operar únicamente con información.

El Wall Street Journal detalló que Harari también prevé cambios significativos en las religiones basadas en textos, como el judaísmo, el islam y el cristianismo. Hasta ahora, los textos sagrados requerían de intermediarios humanos para su interpretación, pero la IA puede recordar y analizar todos los escritos religiosos de la historia y responder preguntas directamente. “Por primera vez en la historia, existe algo capaz de recordar cada palabra de cada rabino en los últimos 2.000 años y hablar contigo, explicar y defender sus puntos de vista”, afirmó.

Además, señaló que millones de personas ya recurren a la IA para recibir asesoramiento psicológico o apoyo emocional, lo que anticipa una transformación en la manera en que los individuos buscan guía y consuelo.

Uno de los escenarios que más preocupa a Harari es la posible aparición de una «clase inútil“, es decir, un segmento de la población desplazado por la automatización y la IA, especialmente en empleos de oficina y profesiones intelectuales. Recordó que, aunque la tecnología puede utilizarse para crear sociedades muy diferentes, la clave reside en las decisiones humanas sobre cómo desarrollar y desplegar la IA.

“No creo en el determinismo histórico o tecnológico. La misma tecnología puede usarse para construir regímenes totalitarios o democracias liberales”, afirmó.

Asimismo, insistió en que la humanidad aún conserva la mayor parte de la agencia sobre el futuro de la IA, siempre que se reconozca que se trata de agentes y no de simples herramientas.

El principal obstáculo, según Harari, es la dinámica de competencia entre empresas y países líderes en IA, que se ven atrapados en una especie de “carrera armamentista”. Esta situación dificulta la adopción de medidas de seguridad y precaución, ya que existe el temor de que cualquier desaceleración permita a otros actores tomar la delantera.

Harari identificó el colapso de la confianza y la cooperación humana como el problema central que debe resolverse antes de esperar que la IA aporte soluciones. “El principal problema es la confianza y la cooperación humana; sin resolver esto, no habrá IA confiable”, advirtió.

El historiador subrayó que la esperanza de que la IA pueda salvar a la humanidad de sus propios conflictos es infundada. “En un mundo donde los humanos compiten ferozmente y no pueden confiar entre sí, la IA producida por ese mundo será igualmente feroz y poco confiable”, explicó.

Harari instó a invertir primero en la reconstrucción de la confianza entre personas, países y sociedades, como condición indispensable para desarrollar una IA que actúe en beneficio de todos. “Demasiadas personas piensan: ‘Primero resolvamos cómo desarrollar la IA, y luego esto resolverá el problema de la confianza humana’. No funcionará. Hay que invertir el orden de prioridades”, afirmó.

En la parte final de la entrevista, Harari abordó la cuestión de la multiplicidad de IA y la imposibilidad de prever sus interacciones. “No será una sola gran IA. Hablamos de millones o miles de millones de nuevos agentes con diferentes características, producidos por distintas empresas y países”, explicó. Esta proliferación generará competencia en todos los ámbitos, desde la religión hasta las finanzas, y plantea un escenario sin precedentes en la historia humana.

La entrevista con WSJ recogió la analogía de Harari sobre la IA como «inmigrante digital“. Comparó dicha llegada masiva a la sociedad con las crisis migratorias humanas, señalando que los temores habituales —pérdida de empleos, choque cultural, agendas políticas— se aplican también a la IA, pero con la diferencia de que estos “inmigrantes digitales” no necesitan visados ni cruzan fronteras físicas, sino que llegan a la velocidad de la luz.

Harari concluyó que la humanidad se encuentra ante el mayor experimento social de la historia, sin precedentes ni capacidad de simulación en laboratorio. “Estamos ante el mayor experimento social de la historia, y nadie sabe cómo se desarrollará”, advirtió, reiterando la urgencia de priorizar la confianza y la cooperación humana como base para enfrentar el desafío de la inteligencia artificial.

Verdad, parte verdad o mito, lo concreto es que cada vez más la IA está en el foco de tensión de distintos comportamientos humanos y extrahumanos.

El tiempo dará mayor claridad a todos los interrogantes.

Liderazgo imperfecto !

En todos los ámbitos de las ciencias sociales, surgen cada tanto movimientos o escuelas de pensamiento que marcan una época, hasta que son destronadas, complementadas o cambiadas por otras. Por lo general, todos los modelos de pensamiento consiguen con el tiempo, un nivel de aceptación o rechazo, que los posiciona como tendencia durante un período de tiempo, en el cual un grupo de eruditos se encarga de desmenuzarlos, para encontrarles fortalezas y debilidades, fundamentos o vacíos, que permiten un mayor conocimiento y difusión, que lo que originalmente pensaban su o sus creadores.

El accionar concreto y aplicado de estas tendencias, es lo que finalmente le da vida, más allá de las palabras, acortando las brechas entre la idealidad del modelo y la realidad posible que se puede conseguir a partir de ellos.

Respecto del liderazgo es mucho lo que se ha hablado, escrito y promovido a lo largo de la historia. Sería posible escribir varios libros respecto de la materia y de la figura de los líderes, pero no es lo que quiero transmitir o encausar en este blog, que tiene la intención de ser acotado y de lectura relativamente rápida.

Lo que, si me gustaría dejar claro, es que a lo largo de mi vida personal y profesional he ocupado posiciones de liderazgo de áreas y de empresas (no propias), y que, de alguna manera, este hecho de vivir tratando de ser el mejor líder posible, me otorga un permiso para poder hablar sobre la materia, sin ser un experto profesional en ello.

Primer punto para recalcar es que una de las críticas que hago a los que intentan dar consejos o recomendaciones acerca de liderar, es que alguno de ellos, no se han enfrentado a la difícil tarea de hacerlo de manera concreta, ejerciendo ese distinguido y comprometido rol al frente de un equipo de personas. Es lo mismo que si yo me pusiera a dar instrucciones para hacer una empresa personal eficiente, cuando en realidad yo no he sido dueño de mi propia empresa, salvo si se pudiera considerar una empresa sin fines de lucro, a esta de llevar adelante los fines de semana este blog. Quizás les pudiera hablar del sacrificio, compromiso y dedicación que he puesto en sostener esta publicación semanal, a lo largo de varios años y de manera ininterrumpida, pero no sería honesto intelectualmente si lo hago desde una concepción de autoridad en la materia que no tengo.

Por otro lado, un segundo aspecto a destacar es que los que escriben acerca del rol de liderar, no toman en cuenta que el acto de liderar no es un acto desprovisto de los aportes buenos, malos y regulares, del ambiente o ecosistema en donde se ejerce ese rol, ni de la cultura imperante en donde se pretende o trata de sostener un modelo de liderazgo. Gran parte de las fallas o errores de los líderes provienen del hecho de que no se toman en cuenta varios aspectos de cómo se hacen las cosas en determinado equipo, de modo tal de poder adaptar o flexibilizar el modelo, para no generar una resistencia que torne su aplicabilidad imposible. Cambiar una cultura de trabajo, no es una tarea sencilla, y requiere de una preparación bastante más compleja que solo ejercer liderazgo, por lo que esta es la primera condición que debo tener en cuenta.

Tercer aspecto que necesitamos tener en cuenta es definir el enfoque del liderazgo. No es lo mismo liderar o gestionar actividades de personas, que liderar cosas o procesos, en donde las personas están inmersas, pero donde lo más importante son las cosas. A veces confundimos a las personas, pidiendo a un técnico que lidere personas, cuando por lo general lo que hace bien es liderar procesos, o pedimos a un líder de gestión de equipos, que se ponga a liderar la producción de un complejo asegurando resultados. Son pocas las personas que tienen una capacidad equilibrada para líder en los dos campos, prevaleciendo siempre una habilidad natural de una sobre la otra.

Aclarados estos puntos es donde ahora quiere enfocarme en una reciente corriente de análisis del liderazgo, aquel que se define como “liderazgo imperfecto”. Para ello voy a compartirles el concepto, trayendo extractos de una publicación de uno de sus promotores, el conferencista y humanista Jordy Alemany, quien además es el autor del libro titulado (valga la redundancia) “Liderazgo imperfecto”.

Liderazgo imperfecto: desmontando el falso mito del super líder

En el devenir de los tiempos, la cultura empresarial ha edificado un monumento a un mito, el super líder, un ser que, para muchos, es la imagen inmaculada de la sabiduría y la clarividencia, que se eleva sobre la humanidad en un pedestal de perfección inalcanzable. Llevamos siglos, desde la antigua Grecia, incluso antes, definiendo al líder como esa criatura mítica e impecable, que habita más cerca de los Dioses del Olimpo que del común de los mortales.

Algunos todavía defienden esa manida teoría del “liderazgo innato”, que no hace más que contribuir a ensanchar la brecha entre aquellos que nacen predestinados a convertirse en líderes (unos pocos elegidos) y el resto del populacho, que carecemos del gen necesario para poder liderar.

Es fácil tropezarse en internet con esas interminables listas de habilidades y virtudes, enmarcadas bajo atractivos títulos como “Las 7 habilidades del líder” o “Las 10 virtudes del líder excepcional”, que dibujan una imagen icónica de líderes a los que todo el mundo debería aspirar a parecerse.

La televisión y el cine han contribuido a extender esa imagen de perfección a través de los personajes de ficción que nos muestran en películas y series. Personajes ficticios como Tony Stark o Bruce Wayne, que siempre parecen tener todas las respuestas, más allá del tamaño del reto o la dificultad del problema, nos han hecho creer que el liderazgo es una ciencia exacta, donde cada paso es medido y calculado. Nos han llevado a crear una imagen del líder que se asemeja más a la de un superhéroe, que a la de un ser humano corriente. Pero, y si te digo que todo lo que mucho de lo que te contado hasta ahora acerca del liderazgo es mentira.

En las siguientes líneas vamos a tratar de acercar el liderazgo a las personas, desmontando ese absurdo estereotipo del líder “superhéroe” que tanto daño hace a los miles de seres humanos que cuentan con la actitud para liderar en el mundo real. Vamos a hablar del auténtico liderazgo, de ese que ejercen personas corrientes, que deciden dar un paso adelante cuando nos encontramos en un momento de dificultad, anteponiendo el interés colectivo al suyo propio, y guiándonos, con entusiasmo y pasión, hacia un lugar mejor. En eso consiste liderar. Nada más, ni nada menos.

El mito del super líder coloca una carga insostenible en los hombros de los líderes y fomenta la creación de una cultura del miedo y de falta de transparencia. El culto a figuras de líderes «quasi» divinos, que nunca se equivocan y tienen la respuesta a todas las preguntas, es un fenómeno absurdo y peligroso por varias razones:

En primer lugar, deshumaniza al líder alejándolo de aquellos a los que tiene la responsabilidad de liderar. El liderazgo tiene que ver con conectar con los que nos rodean y ayudarles a convertirse en una versión mejorada de ellos mismos. Un líder deshumanizado y poco cercano difícilmente podrá cumplir con esa función.

Por otra parte, esperar que los líderes sean infalibles e inhumanamente perfectos solo conduce a la decepción y la desilusión. Nadie puede cumplir con tales expectativas, lo que puede provocar desconfianza y descontento entre aquellos a los que lideramos.

Además, un líder que considera que todo lo sabe asume que no tiene nada nuevo que aprender o mejorar. Esto impide, no solo el desarrollo personal y profesional de la persona que ocupa el rol de líder, sino también el de los que le rodean.

Y lo más lamentable de todo es que, cuando un líder es idolatrado como un héroe, puede comenzar a creer que es infalible y que sus decisiones están más allá de la crítica. Esto puede generar un comportamiento autoritario y una falta de disposición para escuchar a otros, lo que debilita la colaboración y la innovación, además de generar dependencia y pasividad.

En lugar de idolatrar al líder por aquello que hace bien, es fundamental reconocer y valorar su humanidad, sus imperfecciones y sus capacidades para crecer y aprender.

Un liderazgo auténtico y efectivo se basa en la empatía, la humildad y la capacidad del líder para crear más líderes. Para crecer, y como resultado, hacer crecer a los demás. En ese sentido, reconocer nuestros errores y aprender de ellos es fundamental para convertirnos en líderes.

El liderazgo real es orgánico o, dicho de otra manera, debe ser transmisible y sostenible, más allá de quién desempeñe el papel de líder hoy. Ninguna organización que aspire a sobrevivir en el largo plazo puede, ni debe, hipotecar su futuro en la figura de una única persona. Un auténtico líder sabe que su principal función no es lograr resultados, sino dejar un legado que trascienda de él mismo una vez concluya su periodo al frente de la organización.

De ahí que, si tuviéramos que elegir dos habilidades que nos ayudan a convertirnos en líderes, sin duda esas serían la inteligencia emocional y el pensamiento crítico:

La inteligencia emocional nos permite reconocer y gestionar nuestras propias emociones y las de los demás, y es fundamental para establecer relaciones sólidas y saludables con nuestro equipo.

El pensamiento crítico nos ayuda a analizar y evaluar información de manera objetiva y a tomar decisiones informadas y razonadas.

Ambas habilidades nos permiten abordar nuestras propias imperfecciones y aprender de ellas, en lugar de intentar mantener una falsa fachada de perfección.

Si hay algo que un líder hace a lo largo del día es, sin duda, tomar decisiones que afectan a otras personas, y para tomar buenas decisiones se requiere de un pensamiento crítico sólido. El pensamiento crítico es un proceso mental que nos permite analizar, evaluar y sintetizar información para llegar a una conclusión lo más informada, racional y objetiva posible desde 3 puntos de vista: el del retorno, el de la legalidad y el de la ética.

De los líderes no se espera que nunca se equivoquen o que satisfagan las necesidades de todos, ya que eso es literalmente imposible. De un líder esperamos que tome decisiones justas y equilibradas, y que antes de hacerlo analice las posibles repercusiones para todas las partes implicadas, anteponiendo el bien común a su interés individual. Por eso, un líder que no ha trabajado su pensamiento crítico corre el riesgo de tomar decisiones basadas en emociones o en información sesgada, lo que puede llevar a la organización a un auténtico desastre.

Espero te haya gustado, este concepto humanizado de la figura de un líder.

Recordemos para finalizar, que liderar es fundamentalmente un acto de servicio.

El culto al super líder ha generado un panorama en el que la autenticidad y la humanidad se desvanecen en pos de una ilusión de perfección que nos ha llevado a olvidar que liderar es un arte que brota de la humildad, el aprendizaje y la empatía.

Abandonemos la idea de que la perfección es una meta a alcanzar y comencemos a abrazar la imperfección de nuestra propia humanidad. No olvidemos que, cuando el líder se vuelve más humano, los humanos a su alrededor se vuelven más líderes.

Humor de Padres !

Este domingo celebramos el día del Padre en varios estados de distintos continentes. Este día de celebración varía según el país y la costumbre; algunos países lo festejan en un día que corresponde a una tradición religiosa, y otros que han establecido una fecha basada en el calendario civil.

En la tradición católica se conmemora originalmente el 19 de marzo, día de San José, padre de Jesús, si bien muchos países europeos y la mayoría de los iberoamericanos, entre otros, adoptaron la fecha estadounidense, celebrando el tercer domingo de junio (algunos toman como ejemplo de hombre y vida a San José). La realidad es que en un poco más de cincuenta países, se levantarán copas para brindar y festejar “la paternidad”.

Un domingo en el cual una corriente positiva unirá emocionalmente a millones de personas, en torno a mesas servidas en familia, en restaurantes u otros lugares a donde se llevé a cabo la celebración. Honrar al padre con la entrega de un presente es lo más típico. Honrar al padre desaparecido físicamente, pero muy vivo en nuestros recuerdos y corazones es otra costumbre, y es cuando por lo general afloran las más íntimas sensibilidades.

Esta celebración es aprovechada por algunos para hacer una mirada retrospectiva respecto de quien es o quién fue su papá, respecto de su manera de ser, sus enseñanzas, sus virtudes, sus aciertos y errores. Ese análisis nos lleva muchas veces a una comparación con nuestro accionar como padres o bien como hijos. En escritos anteriores, me he centrado en la figura emotiva, sustancial y formadora de la figura paterna, compartiendo recuerdos acerca de mi papá Ramón. En cada ocasión que me he referido a mi papá, lo he hecho con una mezcla de alegría, lágrimas y recuerdos muy profundos.

La imagen del padre ha ido cambiando con el correr de las generaciones. De un padre rígido que imponía respeto desde la distancia y la educación sin tanta demostración de afecto, hoy hemos migrado a una figura de más compañía, cariño y soporte emocional para los hijos. La cultura, las costumbres y los procederes cambian e impactan en nuestras vidas de manera inexorable.

Más allá de esta transformación en la semblanza paterna, quiero compartirles que tuve la fortuna de tener un padre presente, cariñoso y algo desestructurado, si lo comparamos con una persona que nació hace casi una centuria. Siempre he valorado positivamente esa situación. Además he de destacar la rectitud y hombría de bien de mi papá, la cual venía acompañada por un gran sentido del humor y una sonrisa por demás contagiosa. Descendiente de italianos, heredó la melancolía y la nostalgia que se trajeron a cuestas los que bajaron de los barcos, muchos sin ninguna posesión, salvo su inmensa voluntad y ganas de emprender y trabajar. Su partida a una edad relativamente temprana fue una instancia muy difícil de superar para la familia toda, y para mí con poco más de veintiún años cumplidos.

En este domingo especial, en donde algunos tendrán la dicha de dar un abrazo a su papá o recibir ese gesto de parte de sus hijos, mientras que otros podrán dar rienda suelta a las remembranzas y al afecto por el que ya no está físicamente, quiero detenerme en esto del sentido del humor y el desparpajo que tenía mi padre para vivir ciertos momentos. También los quiero invitar a que ustedes revisen aquellas situaciones hilarantes que les tocaron vivir juntos, generadas por él o compartidas como picardía o broma.

La primera de estas situaciones que recuerdo se vincula con el hecho que mi padre era ciertamente una persona de vestir elegante y decoroso. Si se puede mencionar una obsesión, era la que él tenía por los zapatos. Para él, constituía una devoción disponer de varios zapatos de cuero, bien lustrados y con suela de cuero, no de goma como se estila ahora. Una amplia gama de marrones y de negros, eran alternados en su uso todos los días, antes de concurrir a su estudio contable. Un sábado por la mañana, día en el cual por lo general yo lo acompañaba a su trabajo, toda vez que dejamos el vehículo estacionado, y comenzamos a caminar hacia su estudio, empecé a notar que la gente miraba a mi papá y esbozaba una sonrisa. Me fijé detenidamente y caí en la cuenta de que él estaba calzando dos zapatos de distinto color y forma. Un zapato negro opaco más redondeado, y uno marrón tono medio algo brillante y con una punta algo más pronunciada.

Rápidamente le dije lo que estaba sucediendo, pensando que él tomaría la decisión de concurrir a alguna zapatería de la zona céntrica de Córdoba donde caminábamos, para enmendar su error comprando un par nuevo, pero esto no sucedió. Seguimos haciendo el recorrido, con la salvedad de que cada vez que alguien lo miraba y se reía de su error, él no sólo que no trataba de disimularlo o de sentir vergüenza, sino que establecía un diálogo con el transeúnte que se había percatado de su yerro. En ese recorrido intercambiamos palabras y sonrisas con no menos de veinte personas, de todos los sexos, siendo esa experiencia inolvidable.

Durante el recorrido de regreso de la oficina al coche, una vez culminada la jornada de trabajo, y como hacíamos todos los sábados, pasamos por el mercado Norte, a hacer las compras habituales del fin de semana. Allí la situación se tornó aún más graciosa, ya que, si bien mi papá era muy conocido y respetado por los puesteros, era capaz de bromear y conversar con todos ellos de manera muy abierta. Ese recorrido por los puestos fue por demás bizarro, ya que mi papá no sólo no ocultaba, sino que mostraba sin tapujos su elección equivocada, siendo objeto de bromas y charlas de todo tipo. Cuando llegamos a casa, le mostré a mamá Ana, los pies de papá, lo que provocó su sonrisa y un reto cariñoso de parte de ella.

La segunda situación hilarante que recuerdo fue cuando la punta del zapato de su socio y amigo contador quedó atrapada por la rueda de un auto en un semáforo. Por razones que desconozco. el Flaco (apelativo que él le había puesto) se acercó mucho al auto que estaba frenando por la luz roja del semáforo, en una esquina de una avenida de Córdoba. El solo atinó a recoger el pie dentro del zapato, cuya punta quedó pisada por la rueda del auto.  Mi papá preso de una risa incontenible le golpeó la ventana al conductor del vehículo, advirtiéndolo de lo que estaba sucediendo. El señor adelantó un poco el coche, para que el flaco pudiera sacar su zapato de debajo de la rueda. La punta del zapato del pie derecho quedó decididamente deteriorada, por lo que mi padre continuó con las risas y las chanzas con su amigo, durante toda esa jornada. Unos días después le regaló al Flaco un par de zapatos nuevos, en virtud de que a ellos los unía una relación de amistad y respeto mutuo, que iba mucho más allá de una mera sociedad de trabajo. Ese zapato fue guardado en el estudio contable, en un lugar donde cada tanto ambos lo miraban, y volvían a sonreír y disfrutar del recuerdo del momento. No fue menor el hecho de que su pie hubiera salido indemne de ese incidente, como tampoco fue menor todas las risas que provocó ese hecho a lo largo de los años.

Puedo seguir contando un montón de anécdotas más, las cuales seguirían mostrando que mi padre era una persona con un sentido del humor por encima de la media. La idea no es aburrirlos con esto, pero sí invitarlos a que cada uno de ustedes pueda revisar este tipo de circunstancias graciosas, que conforman parte de la naturaleza humana de la paternidad.

Para muchos de nosotros nuestro papá fue con el tiempo nuestro super héroe, aquel que nos marcaba el rumbo, nos introdujo en algún deporte, o nos escuchó y nos dio su opinión cariñosa ante algún problema. Estar siempre orgulloso de los logros de sus hijos, sintiéndolos como propios, disfrutando de vernos crecer y aprender de la vida, es algo común y compartido del ser papás.

Hoy quiero recordar con mucha dignidad a mi papá Ramón, decirle que conservo gran parte de su esencia, y agradecerle porque que además de todo lo que hizo por nosotros, era capaz de agregarle ese humor positivo, que hacía que fuera capaz de reírse de él mismo y de las coyunturas que le tocó atravesar. Esto me ha servido como ejemplo para sobrellevar mis propias penurias y disfrutar de mis mejores momentos como padre.

Por su sonrisa, y por la sonrisa de todos los papás en su día.

¡Un gran cariño para todos!

Competencia / Incompetencia !

Existen numerosas herramientas para medir la competencia de las personas, en relación con los trabajos que desempeñan o las responsabilidades que asumen, o bien a su desempeño personal en cualquier área.

Lo primero que necesitamos definir es lo que se entiende por competencia:

“La competencia puede definirse como la aptitud que tiene una persona, formada por capacidades, habilidades y destrezas con las que cuenta para realizar una actividad o cumplir un objetivo dentro del ámbito laboral, académico o interpersonal».

El término competencia, es usado también para referirse a ciertos contextos en los que dos personas, equipos o empresas se relacionan en un medio e intentan superar una a la otra. Por ejemplo: una competencia deportiva en la que cada competidor intentará llegar a la meta antes de que otro lo haga.

Además, la competencia puede ser de tipo biológica cuando se enfrentan uno o más individuos de igual o diferente especie para obtener un mismo recurso.

La competencia laboral refiere a la capacidad que tiene un individuo para realizar una tarea específica y cumplir los objetivos demandados por la empresa u organización en la que se desempeña.

Las habilidades, aptitudes y actitudes del trabajador son factores que influyen a la hora de medir el desempeño y desarrollo de este en el contexto laboral. Estos factores se clasifican en:

Actitudinales. Son las competencias que un trabajador tiene relacionadas con la actitud, los valores y la predisposición.

Instrumentales. Son las habilidades que un trabajador tiene, aquello que sabe hacer.

Cognitivas. Son las competencias que un trabajador tiene en el ámbito del saber, es decir, aquello sobre lo que sabe o conoce. Este conocimiento puede provenir de la experiencia personal, de los estudios o experiencia laboral previa.

El desarrollo de competencias laborales suele convertirse en un motor de crecimiento, genera entornos laborales dinámicos y pujantes. Además, resulta clave para enfrentar retos y cumplir objetivos.

El avance tecnológico está provocando que la información y el conocimiento se encuentren asequibles a cada instante, mientras que el desarrollo de habilidades, que surgen de la aplicación empírica de estos conocimientos se vea infravalorada (desde la mirada del ser humano como un operador manual) o bien esas habilidades sean reemplazadas por automatismos, máquinas, y otros elementos que conforman la denominada revolución 4.0.

En la década pasada y en vistas de aportar algo a este entramado que conforman las competencias, es que surgieron algunas ideas, postuladas en forma de principios, que pueden sonar en cierta medida como graciosos, sobre todo el segundo, pero que a la postre nos entregan una mirada acerca del poder y las competencias.

Principio de Peter / Principio de Dilbert

Cuando, en 1960, el profesor Laurence J. Peter, expuso por primera vez el célebre principio que lleva su nombre, probablemente no se imaginaba lo popular que se haría con el tiempo, hasta el punto de convertirse en un clásico del mundo empresarial y los recursos humanos.

Impregnado por un indudable sentido del humor, pero también por una gran agudeza, el Principio de Peter nos muestra algunas contradicciones del ser humano y de la empresa que nos convendría tener en cuenta.

Vamos a conocer el Principio de Peter, pero también una divertida derivación suya, creada más de 30 años después y conocida como Principio de Dilbert.

El Principio de Peter, también conocido como Principio de incompetencia de Peter, viene a afirmar que las personas que hacen bien su trabajo son ascendidas hasta puestos de mayor responsabilidad, y así sucesivamente, hasta que alcanzan un puesto para el que son incompetentes, y en el que se quedan estancadas.

El Principio de Peter viene formulado en la obra de 1.969 del mismo nombre, escrita en colaboración con el periodista Raymond Hull, y del mismo se derivan dos deducciones:

Con el tiempo, todo puesto tiende a ser ocupado por un empleado que es incompetente para desempeñar sus obligaciones.

El trabajo es realizado por aquellos empleados que no han alcanzado todavía su nivel de incompetencia.

Aunque parezcan conclusiones cómicas, y de hecho el propio Peter las formule con un indudable sentido del humor, lo cierto es que con demasiada frecuencia se corresponden con la realidad. Dada la organización jerárquica de las empresas, no es extraño que algunos puestos de responsabilidad terminen siendo ocupados por personas que podrían ser tremendamente competentes para otros puestos que ocuparon en su origen, pero que podrían no serlo tanto para los puestos a los que han promocionado.

En su obra, Peter expone un buen número de ejemplos para ilustrar su teoría.

Por ejemplo, el de un mecánico muy dedicado que es ascendido al puesto de encargado. Desde su nuevo papel, no para de entorpecer la labor de sus subordinados; es incapaz de quedarse quieto y se mete continuamente a hacer sus reparaciones, no permitiéndoles trabajar. Finalmente, ni él puede hacer su trabajo, ni lo pueden hacer sus subordinados, que acaban totalmente frustrados.

O el de una maestra de niños que, muy exitosa en su trabajo, pasa a ser supervisora de escuela primaria. Al dejar de tratar con niños y pasar a hacerlo con maestros, las técnicas que tan buen resultado le habían dado se muestran estériles, lo que causa problemas con los profesores.

Además, el profesor Peter extiende los efectos de su Principio no sólo al mundo empresarial, sino también a otro tipo de organizaciones, como las Administraciones Públicas, las instituciones de educación como la Universidad o incluso el Ejército.

Para paliar los efectos del Principio de Peter, algunas empresas optan por soluciones como devolver a los directivos a los puestos que ocupaban anteriormente, o como premiar a los trabajadores más productivos con una mejora en su salario en lugar de hacerlo con un ascenso. Otra opción, es la de capacitarse para dejar de ser incompetente en el nuevo puesto que se va a ocupar; eso sí, para lograrlo lo primero que hay que hacer es ser consciente de la propia incompetencia (en este sentido, conocer la existencia del Principio de Peter puede ser de ayuda).

No obstante, también hay que entender el Principio de Peter en su contexto. Cuando fue formulado (en 1.960) era más habitual que las personas permanecieran muchos años en la misma empresa, ascendiendo desde los peldaños inferiores hasta puestos de mayor responsabilidad, lo que hacía que se encontraran con mayor frecuencia los efectos propios del Principio de Peter. En la actualidad, suele existir una mayor movilidad durante la carrera laboral, lo que hace que sea menos habitual alcanzar un puesto para el que no se está capacitado. Además, la competencia y la formación suelen ser mayores, por lo que resulta tal vez más difícil que en los años 60 el encontrar directivos incompetentes. Aun así, evidentemente, algún caso se encuentra de vez en cuando, y es muy probable que conozcamos algunos.

Derivado del Principio de Peter, encontramos el Principio de Dilbert.

“Dilbert”, creada por Scott Adams, es una tira cómica que gozó y goza de una gran popularidad (seguro que la hemos leído alguna vez). En una serie de viñetas publicadas a lo largo de los años 90, se acuñó este término. Tal éxito tuvo el concepto, que en 1.996 dio lugar al libro “El Principio de Dilbert”, todo un éxito que terminó superando el millón de copias vendidas.

Como ya dijimos el Principio de Dilbert es una variación del Principio de Peter- Sostiene que los empleados incompetentes son ascendidos intencionadamente para evitar que produzcan daños (algo que, como el Principio de Peter, no hace ninguna gracia). Pero pese a que parezca sólo un chiste, el Principio de Dilbert tiene su fundamento; según su autor, los ascensos se darían porque los puestos superiores tienen realmente muy poca relevancia en la producción de la empresa, y la mayor parte del trabajo realmente productivo se haría por parte de las personas empleadas en los puestos bajos de la escala. Por tanto, promocionar a puestos superiores a las personas menos productivas haría que dejaran de ser un estorbo para los trabajadores que sí ofrecen un buen rendimiento y son los que realmente sacan adelante la empresa.

Como se puede suponer, y a pesar de su éxito, el Principio de Dilbert tiene muchos detractores que opinan que no tiene más valor que la diversión que pueda ocasionar. No obstante, también existen algunos gestores que le dan credibilidad y mantienen que está mucho más presente en las empresas de lo que la mayoría cree.

Para finalizar este breve blog respecto de la competencia e incompetencia es que te facilito algunas frases icónicas, sobre el trabajo:

“Tenemos tantas reuniones que siento que mi trabajo es ser un oyente profesional.”

“Las fechas límite no me dan miedo. Son solo pequeñas líneas que alguien dibujó en el calendario.”

“¿Quién inventó la frase ‘trabaja más inteligentemente, no más duro’? Obviamente esa persona nunca vio mi bandeja de entrada llena.”

“Le dije a mi jefe que nuestro proyecto es como un apocalipsis zombie: siempre hay sobrevivientes, pero todos mueren un poco.”

“Mi trabajo es como una misión: cada día nuevas tareas y se ha perdido el manual de instrucciones.”

Ser mejores !

Amante de las disciplinas deportivas y en especial del fútbol, hoy fui espectador televisivo de una final europea, entre dos equipos del viejo continente. La superioridad de una escuadra sobre la otra fue evidente desde el minuto inicial del partido. La estadística numérica reflejará una diferencia abismal en todos los órdenes. Los datos no mienten, y son el reflejo de nuestras acciones. No las tengo a mano, pero además de la diferencia numérica de goles, de 5 a 0, que es lo que a la postre, es el indicador que determina un vencedor y un vencido, es probable que la escuadra ganadora, haya sido mejor que su rival en otros indicadores de juego, que finalmente derivan en esta abultada cifra final de goles a favor del ganador.

La alegría desbordante del vencedor al final del partido es el producto (no la suma) de todos los estados de ánimo positivos de todos sus integrantes. Estas motivaciones para actuar o no actuar, que son las emociones, son el motor que impulsa a una persona o un grupo de personas, y la sincronización complementaria de todas, en torno a la consecución de objetivos, es lo que la postre consolida un grupo con la fisonomía de «un equipo”, siendo este último la versión operativa u eficiente de un conjunto de personas agrupadas.

Escuchando opiniones y testimonios de los ganadores, parece ser que la idea madre o propósito, que el entrenador transmitió a sus dirigidos, luego de algunos fracasos consecutivos fue la de: “nosotros trabajamos para ser mejores, que lo que fuimos ayer”. Parece un cliché o una verdad glamorosa, pero si uno analiza el crecimiento como equipo humano de este conjunto de jugadores, que fue hoy campeón, es capaz de comprender, que esta poderosa declaración, sobre la cual se encolumnaron las voluntades de todos, fue suficiente como para servir de trampolín para el aprendizaje y la superación de varias frustraciones seguidas.

Cuando uno habla de ser mejor como individuo, la comparación más efectiva es con respecto a uno mismo. La referencia más efectiva, casi siempre se ubica en los resultados que uno mismo obtiene. La referencia colectiva, a veces nos puede engañar, si estamos en un contexto de poca exigencia o superación. Del mismo modo, cuando el entrenador se refería a “trabajamos para ser mejores”, no lo decía con respecto a sus rivales, sino con respecto a la potencialidad de su propio equipo.

En lo personal opino que trabajar para ser mejores, es la base del desarrollo, el aprendizaje y la actitud que hay que tener para ganarnos a nosotros mismos. El valor de compartir este propósito se notó en la cancha, ya que más allá de la destreza deportiva, física o técnica, en donde creo no existían grandes diferencias, entre un equipo y otro, si hubo una multiplicación de elementos esenciales, que demuestran el trabajo hecho para ser mejores: solidaridad, compromiso, actitud positiva, entrega, aliento y constancia, sólo por nombrar os más relevantes.

Se hizo palpable que el propósito de trabajo de un equipo fue más ambicioso, alejado de los egos triunfalistas y con la humildad de saberse inferiores con respecto a lo que ellos podían y debían dar.

La historia está plagada de ejemplos de superación tanto personal, como de equipos, y en todos los casos, amén de que pueda existir un componente azaroso, la declaración fundamental, que pudo ser expresada, de manera literal o no tanto, tuvo que ver con la decisión de mantener la coherencia, la constancia y accionar para salir del estatus quo, la queja y la frustración, para perseguir la idea “de ser mejores”.

En las funciones de liderazgo, es clave tener presente que para pretender escalar nuevas cimas, superar otros retos, cambiar y aprender ante la adversidad, el primer abanderado de la causa, debe ser necesariamente el líder, quien, a través de sus pensamientos, palabras y acciones, debe ser capaz de convencerse a si mismo y a los demás de que se puede “ser mejores”. Como todo proceso, esto involucra transitar un camino, que no está exento de éxitos y fracasos. Lo relevante es mantener fija la proa del barco, en el destino final objetivo.

Ser mejores, o superarnos a nosotros mismos en un conjunto de personas, que abraza esta misma frase es una experiencia inolvidable y enriquecedora. Hoy fue plasmada en un terreno de juego por un equipo inobjetable en su funcionamiento. En otros equipos, por ejemplo, de trabajo, la misma motivación puede servir para alcanzar resultados fuera de lo ordinario y rutinario. No se trata de vivir de la ilusión, sino de poner los pies sobre la tierra, accionando para lograr metas que nos van llevando hacia lograr el objetivo final.

Para algunos quizás solo fue un partido de fútbol, lo cual es una mirada respetable. Para mí, además del logro deportivo, es la materialización de un propósito compartido en torno a:

“nosotros trabajamos y seremos mejores”.

Y vaya si lo fueron.