Soy un profesional de la Ingeniería Química, con un entrenamiento certificado de Coach Profesional. Casado con Eugenia, tres hijas Maria Emilia, Ana Paula y Emma Lucia.
Los sistemas políticos de gobernanza predominantes en el mundo son las democracias, con todas sus variantes y modalidades. Uno de los principios básicos que comparten la mayoría de las democracias es el de “la libertad de expresión”, englobando por tanto “el derecho a opinar” sobre todo aquello sobre lo cual se nos ocurra expresar un juicio de valor. Las democracias garantizan que el derecho de cada uno de nosotros a expresarnos con absoluta libertad sea respetado, o lo que es lo mismo decir no sea objeto de censura total o parcial. Las cartas magnas de estos sistemas de gobernanza tienen por lo general incluido este principio que garantiza la libertad de expresión, como uno de los más fundamentales, sobre el cual no existen dudas, ni consideraciones de aplicación.
Por el contrario, un sistema político, del tipo antidemocrático, no tiene como premisa fundamental el respeto por la libertad de expresión, sino más bien la uniformidad de opiniones, sobre la base de un pensamiento rector y organizador supremo, que representa la conciencia colectiva o pública, en una especie de masificación de las opiniones. Todo lo que este alineado con las ideas rectoras, puede ser sancionado censurado, llegando a incluso a considerarse un delito verter opiniones contrarias a los principios que rigen el gobierno, los cuales no suelen estar limitados al ámbito político, sino que abarcan otras esferas, tales como el derecho, la familia, el trabajo y muchos más.
En un plano vinculado con las relaciones humanas, vale decir la esfera individual o social, verter una opinión sobre algo o alguien, tiene otros condimentos, relacionado con los juicios de valor, los cuales pueden ser fundados, infundados, o disolutivos. Una opinión fundada es, por ejemplo, si decimos que una persona es poco comprometida con los horarios, producto de que reiteradamente llega tarde, hecho evidenciado por la marcación de relojes de ingreso. Por tanto, una opinión fundada lo hace sobre hechos, en un dominio acotado y un tiempo especificado. Por otro lado, un juicio de valor infundado no tiene estos tres aspectos cubiertos en su totalidad. Refiriéndonos al mismo caso anterior, yo no podría decir lo mismo, si la persona en cuestión sólo hubiera llegado tarde una sola vez, en un lapso de un año. La tercera clasificación de las opiniones o juicios es cuando, mi opinión no sólo no tiene ningún fundamento, sino que busca destruir la credibilidad, la buena honra o a la persona o hecho en si mismo. Por ejemplo, un juicio disolutivo es cuando sin mediar ningún fundamento expreso que la democracia es una porquería que no sirve para nada, o me refiero a tal o cual persona como un ladrón o asesino.
En este mundo de las opiniones y de la libertad para expresarlas, la única garantía que existe es esa misma, pero esto no debe confundirse con que esa opinión deba ser compartida, validada o respetada por otras personas, aun cuando haya sido libremente expresada. Para ponerlo en ejemplo, una persona puede opinar que las personas calvas total o parcialmente, no deben ser tomadas en ningún trabajo, porque eso afecta la imagen corporativa de la empresa. Yendo más lejos aún, alguien puede opinar que los que no piensan como ellos, deben ser desterrados y puestos en prisión. Nadie puede ir en contra de que una persona exprese esas opiniones, pero al mismo tiempo esas opiniones por lo general no son validadas, porque ponerlas en práctica, implica violar otros derechos humanos o sociales, que tienen igual jerarquía fundamental. Esa opinión que atenta contra otros principios fundamentales puede no ser digna de respeto para otras personas, las cuales pueden condenar no la libertad de expresarlas, sino el contenido de estas.
Las democracias tienen el trabajo esencial de garantizar el derecho de opinar libremente, del mismo modo que tienen la obligación de custodiar que otros derechos individuales no se vean afectados por las opiniones de algunos. Los pensamientos unilaterales que se desprenden de los regímenes totalitarios impiden la libertad de expresión, por lo tanto, la discusión no queda en torno a si una opinión vertida es respetable o no, según lo que manifiesta, sino que esa instancia se cierra en un estamento previo. Solo puedo opinar en la medida que mi opinión no contradiga el espíritu de la idea rectora que conduce a la sociedad en su conjunto.
El respeto para expresarse en disenso sobre los temas que son de interés público, en las esferas sociales e individuales, es la base sobre la cual la sociedad evoluciona, siendo obligación del sistema de libertades el garantizar que ese disenso puede ser comunicado. El no respeto por ese derecho diferencia un régimen basado en la libertad de otro basado en las expresiones alineadas y únicas.
El mundo está polarizado en sistemas políticos en donde hay o no hay respeto por las libertades humanas y eso incluye el derecho a expresarse libremente.
En lo personal fui educado en el seno de una familia en donde este principio de libertades era aceptado y promovido. Siendo joven mi padre perdió su trabajo de ese momento en un organismo público, por no aceptar llevar obligatoriamente el luto por la muerte de un personaje político público. Prefirió la coherencia a pesar de las consecuencias.
El derecho a opinar no puede ser censurado de ninguna manera según mi punto de vista.
Mi opinión por otro lado me puede valer el respeto o no, dependiendo del contenido que se vierte en la misma.
¿De cuántos momentos relevantes se compone la vida?
Si equiparamos la vida a una narración, podríamos decir que existe un inicio (nuestro nacimiento), un desarrollo o nudo (los años que vivimos), y un desenlace (nuestra muerte o desaparición física). Allí dos hitos, el inicio y el final, sobre todo el primero, no están en nuestro control. Sobre el final podemos decir muchas cosas, respecto del cuidado que le damos a nuestro devenir para llegar lo más entero y con muchos años encima a ese punto, pero nuestro final es incierto y la fecha de expiración desconocida. La teoría de que nuestro destino está trazado no fue nunca demostrada, como tampoco sabemos que existe para nosotros más allá de la frontera de la muerte, que pasa con nuestra energía, quien se la queda.
Respecto del desarrollo o devenir, allí si podemos decir que desde el momento que adquirimos cierta conciencia, somos en cierta manera artífices de nuestro propio destino, dentro de nuestras limitaciones físicas, sociales, emocionales y racionales, sobre las cuales asimismo podemos trabajar y mejorar.
La suerte nos puede acompañar, como también lo hace la mala fortuna. Ante ambas circunstancias podemos reaccionar de tal o cual manera, de modo tal que no son los hechos, sino como reaccionamos a los mismos, los que nos definen en cierta medida como seres humanos, como víctimas o protagonistas.
En esta dinámica de decisiones acertadas, erradas o a medias, nos movemos en un mundo con las antenas emocionales alertas, dentro del espectro racional y social. Los hitos relevantes y sustanciales, aquellos que marcan un antes y un después en nuestras vidas, no son tantos si los comparamos con otros tantos, que son más rutinarios y comunes. Nos ha sido dado el regalo de vivir, como una oportunidad única de ser y dejar un legado.
La dinámica de celebrar o festejar esos logros no puede ser minimizada.
Cada estadio educativo alcanzado, es un hecho superlativo, como lo son nuestro primer trabajo, nuestro primer amor, nuestra formación de una pareja, las promociones laborales, la consecución de un proyecto por el cual trabajamos mucho, nuestra empresa, nuestros hijos y el más habitual de todos nuestro cumpleaños.
También es muy bueno sentir felicidad por los logros de otros. Celebrar que otros hayan alcanzado los objetivos es gratificante. Hacer un alto en el camino para festejar es uno de los acontecimientos más edificantes.
La dicha es aún mayor cuando esos otros, son tus hijos. Sin duda alguna, que tus hijos alcancen objetivos de realización personal es todo un acontecimiento en sí mismo.
Esta semana como papá y mamá, nos tocó cerrar el ciclo secundario de nuestras hijas mellizas, Emilia y Paula. Una gran fiesta que unión a todos los papás, familiares y egresados. Terminar el colegio secundario, no es un fecho menor, ya que después se da inicio por lo general a la vida laboral y de estudios universitarios.
Eugenia mi esposa, nos compartió un collage de fotos desde su niñez más temprana, hasta sus dieciocho años recién cumplidos. Es muy reconfortante saber y palpar su progreso personal, y aún más caer en la cuenta de que con tan corta edad, han adquirido valiosas cualidades como persona. Son mellizas con expectativas diferenciadas, y con el propósito común de iniciar sus ciclos universitarios, Emilia en relaciones internacionales y Paula en ciencias económicas. Además, han evolucionado y mucho en el aprendizaje de idiomas, dentro de las distracciones propias de la adolescencia.
Mención especial, para Eugenia que ha sido durante estos años la base de sustentación de su desarrollo, con su presencia, dedicación y amor incondicionales.
Los agradecimientos son una especie de reconocimiento de nuestras propias debilidades, que otros se encargan de disimular y acompañar con su presencia. Por eso festejar y ser agradecido es una distinción que nos eleva por encima de nuestras propias carencias, destacando lo mejor que sabemos hacer, aunque muchas veces no lo hagamos: vivir con alegría.
En este nudo mezcla de conciencias e inconciencias, que definimos como vida, reconocer los momentos únicos e irrepetibles y celebrarlos, resulta ser una bendición.
Como papá siento orgullo por el crecimiento de mis hijas, por sus logros, sus grandes aciertos y sus errores.
Esta breve reseña de hoy es muy personal y sentida. Desde la escritura que es una de mis pasiones escondidas, intento poner en palabras, lo que el corazón siente, ese inmenso amor y cariño por esas pequeñitas que vinieron juntas a compartir nuestras existencias.
Un reconocimiento especial, para Lucia las más pequeña, ese ser lleno de luz que pone su energía todos los días, para hacer a cada minuto algo nuevo.
Para culminar una poesía que dio origen a una excelsa canción, que resume lo que quiero transmitir:
Vivimos inmersos en un mundo urbano plagado de sonidos y ruidos. La sensación de que nuestros niveles de ruido son más altos en la era moderna que en la antigua, tienen su correlato en datos comparativos que muestran nuestro grado de exposición creciente al ruido.
Si hacemos una comparación en dB (unidad de medida) de la intensidad sonora, los porcentajes de incremento son realmente importantes.
Vida Antigua (antes de la industrialización)
– Entorno natural/rural: ~20–40 dB
– Sonidos de pájaros, viento en árboles, agua de río → 20–30 dB.
– Hogar promedio (TV, aire acondicionado, refrigerador): 40–60 dB
– Tráfico urbano (autos, motos, camiones): 70–85 dB
– Cafetera, aspiradora: 70–80 dB
– Conciertos, clubes: 100–120 dB
– Ambiente de oficina abierta: 55–65 dB
¿Por qué la diferencia?
– Mecanización y tecnología: Motores, vehículos, maquinaria pesada, electrodomésticos.
– Densidad poblacional: Más gente, más actividades simultáneas.
– Urbanización: Construcción, tráfico, sistemas de transporte.
Un dato curioso:
El oído humano percibe un aumento de 10 dB como el doble de volumen. Pasar de 40 dB (vida antigua) a 80 dB (ciudad moderna) no es solo el doble, ¡es 16 veces más energía sonora!
El ser humano vive en un mundo de comunicaciones, sonidos incesantes, sin lugar para el silencio, el cual cada vez tiene menos adeptos.
¿Podemos oír el sonido del silencio? ¿O es el silencio la mera ausencia de sonidos?
A pesar de siglos de reflexión, estas preguntas siguen siendo difíciles de responder. Sin embargo, en un estudio reciente, los investigadores han abordado el debate desde un punto de vista científico y sus conclusiones sugieren que el silencio es, de hecho, un sonido.
Históricamente, la naturaleza del silencio se ha dividido en dos perspectivas. La perceptiva y la cognitiva. La perceptiva sostiene que realmente oímos el silencio, mientras que la cognitiva postula que simplemente juzgamos o inferimos su presencia a partir de la ausencia de otros sonidos.
Hasta ahora, hasta que surgió esta investigación, no había habido una prueba empírica clave para esta cuestión. Y eso es lo que se intentó hacer.
Para poner a prueba el silencio, los investigadores trabajaron en una serie de ilusiones sónicas para ver si la gente percibe el silencio igual que oye los sonidos, desde una perspectiva cognitiva.
«La estrategia era comprobar si algunas de las ilusiones auditivas que se producen con el sonido también ocurren con el silencio».
Al igual que las ilusiones ópticas, que engañan a la gente con lo que ve, las ilusiones auditivas pueden hacer que la gente oiga los sonidos como si fueran más largos o cortos de lo que realmente son. Un ejemplo es la ilusión de «uno es más», en la que un pitido largo parece más largo que dos cortos consecutivos, aunque las dos secuencias sean igual de largas.
En pruebas realizadas con más de mil participantes, y para comprobar empíricamente la naturaleza del silencio, el equipo cambió los sonidos típicos de la ilusión «uno es más» por momentos de silencio, transformando la ilusión auditiva en lo que denominaron «la ilusión «un silencio es más»».
La ilusión «un silencio es más» presentaba a los participantes pistas de audio que reproducían entornos bulliciosos como restaurantes, mercados y estaciones de tren. En ellos, el equipo insertó momentos de interrupción repentina, que daban lugar a breves silencios. A continuación, se pedía a los participantes que midieran cuál de los silencios era más largo, a pesar de que ambos tenían la misma duración.
La gente pensaba que un silencio largo era más largo que dos silencios cortos. En otras palabras, la ilusión de un silencio es más produjo los mismos resultados que la ilusión original de uno, es más.
Uno de los investigadores afirmó: «Vaya, esto sí que funciona. Lo hice, lo programé y sabía que la duración de las secuencias de silencio era la misma, pero cuando lo oí, parecía que la secuencia de silencio era más larga».
El hecho de que estas ilusiones basadas en el silencio produjeran exactamente los mismos resultados que sus homólogas basadas en el sonido sugiere que las personas oyen el silencio igual que oyen los sonidos, porque implica un procesamiento cognitivo similar entre ambos.
«El planteamiento era preguntar si nuestros cerebros tratan los silencios igual que tratan los sonidos. Si con los silencios se obtienen las mismas ilusiones que con los sonidos, entonces eso podría ser una prueba de que, después de todo, oímos literalmente el silencio”.
«El mismo procesamiento cognitivo que se produce con el sonido también se desencadena con los momentos de silencio. Y dado que el sistema auditivo trata estos momentos de silencio igual que un sonido, esto sugiere que podemos tener experiencias auditivas del silencio».
Los resultados podrían explicar «por qué cuando uno camina por una calle concurrida y entra en un espacio silencioso, se siente como golpeado por el silencio, y por qué los momentos de silencio durante una representación teatral o una pieza musical ejercen una fuerza tan intensa».
«Hay al menos una cosa que oímos que no es un sonido, y es el silencio que se produce cuando los sonidos desaparecen».
«Los tipos de ilusiones y efectos que parecen exclusivos del procesamiento auditivo de un sonido, también los tenemos con los silencios, lo que sugiere que realmente también oímos las ausencias de sonido».
Aunque el estudio no permite comprender cómo procesa el cerebro el silencio, los resultados sugieren que las personas perciben el silencio como un tipo de «sonido» propio, no sólo como un espacio entre ruidos.
Los investigadores planean seguir explorando hasta qué punto las personas oyen el silencio, incluyendo «lo que podríamos llamar silencio puro, que son silencios que no se oyen en contraste con el sonido».
«Por ejemplo, los silencios que se oyen durante la meditación o cuando se mira por la ventana y se escucha la tranquilidad de la noche».
Parecer ser que los sonidos del silencio existen de manera cognitiva, en un mundo donde los silencios no abundan, produciendo estrés sonoro de manera creciente.
Recuperar los espacios de silencio o niveles de sonido bajos, es la clave para escuchar “los sonidos del silencio”.
Practicar el pensamiento y ponerlo en acción no es sólo para intelectuales. Filosofar no es un ejercicio vedado a una élite de elevado coeficiente intelectual, o de una determinada clase social o un club al cual se ingresa por invitación, un ingreso económico base o por la aceptación de ciertos preceptos o dogmas. Al contrario de todo esto, filosofar es un acto de libertad pura y dura, tal que, si después de filosofar esto se ha transformado en una corriente firme que no deja lugar a dudas ni disensos, ya se convierte en una elección, dejando de lado el propio origen de la entraña filosófica: el asombro, la duda o la curiosidad.
¿Entonces, para qué sirve la filosofía? Se podría responder esta pregunta apelando a frases de reconocidos pensadores y encumbrados filósofos; pero eso, no sería nada filosófico de mi parte. No creo razonable abordar una temática si al menos no se practica o conoce. Y para responder esta pregunta es preciso hacer un ejercicio personal de crítica y pensamiento. Al menos algo está claro: la filosofía como ya dijimos se trata de pensar.
Una pregunta tan sencilla conlleva desde las respuestas más sosas a las más crípticas. Por lo general, todo intelectual se siente filósofo: aquel que formula preguntas que nadie más hace; que no teme a enfrentarse a cuestionamientos o temáticas que rocen el absurdo. Sin embargo, esta cuasi definición es tan funcional para describir a Platón como para describirnos a nosotros mismos con dos tragos de más y embelleciendo palabras para seducir a una dama. Si fuera así, tendría que conceder a la filosofía el dominio sobre el reino de las cosas inútiles.
Salvo algunos afortunados, pocos han sido los filósofos a quienes se les ha atribuido algún resultado concreto. Trátese de Camus o de algún pensador de taberna, filosofar ha devenido un ejercicio lúdico. Ante cualquier acusación de futilidad se alega como defensa que “la mayoría es demasiado ignorante como para preocuparse de las preguntas que verdaderamente importan”. El problema es que “el Ser”, “el sujeto”, o la irremediable dicotomía entre fenómeno y esencia no sirven para cocinar, vestirse, o salir de paseo.
Por más de varias décadas se ha pensado en la filosofía con la tozudez del romántico, pero no se ha sido capaz de digerir la idea de que algo que amamos (los que la amamos) tanto sea tan lúdico o inútil. Nada ha logrado convencer ha nadie para explicar de fondo a la filosofía y ahí está su magia.
Yendo a la etimología de la palabra filosofía de “filos” y “sophia” significa “amistad al conocimiento”. A diferencia del sabio, el filósofo no se las sabe todas. Es un humilde receptáculo. La verdad o utilidad de las cosas no es una cuestión que dependa de su criterio. Esta idea etimológica por supuesto está enraizada a la imagen que nos llega del primer proto-filósofo Sócrates: un viejito supuestamente andrajoso que se dedicaba a hacer preguntas incómodas a gente desconocida.
Al pobre Sócrates por ser tan incómodas sus preguntas lo condenaron a muerte. Vivir cuestionándolo todo no es un modo de vida recomendable. Tampoco hacer lo contrario. No te ganas el pan así; no produces nada así. Cuestionar es una forma de destrucción y la destrucción indiscriminada, salvo en la guerra, nunca ha sido un buen oficio. No nos extrañe que alguien que se dedique al cuestionamiento sea tratado en la mayoría de los casos (siempre que no triunfen sus cuestiones) como un enemigo. De hecho, la construcción de la sociedad se basa en ejercicios antagónicos de ideas en pugna, amparados por verdades filosóficas que a nadie le conviene tanto discutir.
De lo anterior se deduce que por más filósofos que existan, no existe tal cosa como el oficio de filosofar. Nadie se dedica a filosofar para vivir (sino más bien para morirse de hambre). Pero también hay una realidad muy aplastante: no hay ningún ser humano que en su haber cotidiano no se haga cuestionamientos a sí mismo o a las demás. Por lo que filosofar termina siendo un arte, que hay que saber en dónde cuándo y cómo practicar.
Si filosofo es el que filosofa, y filosofar tiene que ver con formular preguntas incómodas, entonces todo ser humano durante su vida se comporta filosóficamente. Esta idea pone en entredicho que la Filosofía sea un arte o ciencia creada por los griegos y cultivada en occidente. Incluso demerita la idea de que la Filosofía se originó en Oriente. Continuar esta línea de pensamiento supondría una comprensión más amplia.
No existe un solo avance de la humanidad que no haya partido de un cuestionamiento. Cuando leemos (o intentamos leer) los estudios de Einstein sobre la Teoría de la Relatividad vemos que pone en entredicho a la física de su época; lo mismo pasa con otros científicos, con las ciencias técnicas, con los oficios, y así sucesivamente hasta llegar a preguntas tan simples peo complejas, como “¿por qué sigo enfrascado en situaciones que no me traen rédito?”.
Asumiendo esta idea podemos entonces identificar al primer filósofo de la historia humana; incluso visualizar el momento exacto en el que hizo su primer descubrimiento: “contemplando un árbol fulminado por un rayo, sintió el calor del fuego, los miembros de su tribu les temían a las llamas, pero él cuestionó la naturaleza salvaje del fuego. Se aproximó al árbol. Tomó una rama. Encendió la primera hoguera. Calentó a su familia, iluminó la noche y espantó a las fieras”.
Pensar no es algo que se pueda arrancar del ser humano. Un niño de apenas 5 años puede hacer más de 300 preguntas en un día. Y más de 300 veces en la vida un adulto se hace preguntas cual si fuera un niño. Filosofar es atreverse a descubrir algo nuevo en lo conocido. Es plantearnos aquellas preguntas que (parafraseando a un amigo) nos preguntamos con la aspiración de no caer en las mismas preguntas. Escribir es para mí un ejercicio de filosofía y una terapia que sigo todos los fines de semana. Eso no me convierte en un filósofo, aunque al menos me acerca a un pequeño oasis de cordura o de locura, según como se vea.
Durante siglos la filosofía ha sido concebida como una carrera cuyo contenido se apoya fundamentalmente en las ideas de los filósofos conocidos. No forma pensadores, sino antologadores del pensamiento. Y es importante estudiarlos, pero también darles salida. Se ignoran otros campos del conocimiento que sirvan para encaminar inquietudes, y la vacuidad de la investigación se disimula con la rareza o la oscuridad. Esto es fruto de un sostenido problema de enfoque.
Hegel u otros filósofos no sirven para nada por sí solos, como tampoco sirve para nada saber resolver problemas matemáticos que devengan en ecuaciones de “3 con 3”. Pero sirven para entrenar la capacidad de identificar problemas y de resolverlas. Por algo Platón, al fundar la Academia instituyó como requisito obligatorio que los estudiantes dominasen la matemática.
Filosofar es como correr: todos podemos, pero eso no quiere decir que todos somos atletas; enfrentar la calidad de nuestras ideas contra los grandes hombres y mujeres de la historia del pensamiento es como competir contra campeones olímpicos, lo bueno está en replicar algunas de sus conductas.
La calidad de las ideas puede ser medida en la práctica misma del pensar. Usualmente la gente se confunde y valora como filosófica cualquier reflexión por lo oscura y bizarra que sea. No. Las preguntas filosóficas son aquellas que ponen en duda la utilidad de preguntas inútiles. Y así como cambia la vida y el cosmos, lo hacen los problemas. Por ende, siempre harán falta nuevas preguntas ya sea para resolver problemas nuevos o para recordarnos los límites de lo contestable.
Es un hecho: aquellas personas que leen a consciencia tratados de filosofía son capaces de sacar los enfoques más increíbles o de ver lo que nadie más ha visto. A veces el problema se encuentra en las cosas más obvias y las soluciones, a la vuelta de la esquina.
Mirar el mundo con ojos renovadores, poner en entredicho lo obvio, dejar de canonizar lo establecido: todas estas actitudes son necesarias en la vida de cualquier individuo o sociedad. Cuestionar es vital para avanzar y sobrevivir. La filosofía no se halla enclaustrada en las palabras de personas que ya no existen. Es, por el contrario, fluencia; hacer correr la mente al ritmo de los latidos del corazón.
¿Para qué sirve entonces la Filosofía entendida como la acción de filosofar? Sirve para identificar y resolver problemas. Tan sencillo como eso. Si no identifica y no resuelve, pues ni sirve, ni es Filosofía.
El arte de filosofar no es ni más ni menos que eso, un conjunto de pensamientos que nos ayudan o intentan ayudarnos para resolver problemas, colaborando para que tomemos las que creemos son las mejores decisiones.
Se puede vivir sin filosofar, por cierto que sí.
Se puede vivir mejor aplicando la filosofía: es probable que sí.
Admirador de la física, incluyendo a su más joven rama, la denominada “física cuántica”, es que a menudo me pregunto, en qué consiste que dos cosas (una pelota con el suelo, la rueda de un auto con el pavimento) se toquen. Cuando nos damos un abrazo, realmente se trata de algo que realmente sucede o es una aproximación lo más cercana posible que nuestros sentidos alcanzan a percibir como un contacto. Hasta que punto dos elementos se atraen o se repelen, en el momento de la proximidad que denominamos contacto.
Cuando comenzamos a estudiar la estructura de los átomos ves que la capa más externa de TODOS es una nube de electrones cargados negativamente. Si ahora intentas mirar a tu alrededor intentando imaginar esos átomos en todo lo que ves, podrías llegar a una pregunta muy lícita:
Si las cargas del mismo signo se repelen, y la parte más externa de todos los átomos tiene la misma carga (negativa), ¿se repelen los átomos entre sí? ¿Significa eso que nunca llegan a tocarse?
O en otras palabras más dramáticas…
¿NUNCA HEMOS TOCADO NADA?
Una fuerza es una interacción en dos cuerpos cuyo resultado es la modificación del estado de reposo o movimiento uniforme de estos (aunque no coincida esto con Aristóteles).
Dicho en palabras llanas, llamamos fuerza al agente que aplicado sobre un objeto lo acelera (y acelerar implica tanto ganar velocidad como perderla y también cambiar la dirección de esta).
Por ejemplo, hace falta una fuerza para mover el carrito de la compra (venciendo el rozamiento del suelo), para empujar un coche que se ha quedado sin batería o para tomar una curva con la moto (en este último caso, el rozamiento con el suelo te ayuda a no seguir en línea recta con una fuerza centrípeta).
Todos estos ejemplos tienen algo en común: la fuerza se produce como resultado del contacto entre dos cuerpos. Por eso se les llama fuerzas de contacto.
Por contra, cuándo una manzana cae al suelo desde el árbol, la Luna orbita a la Tierra, o dos imanes se repelen, no es necesario el contacto entre dichos cuerpos para que la fuerza aparezca. Hablamos, pues, de fuerzas a distancia.
Si volvemos al párrafo de inicio: si realmente la materia está hecha de átomos, y la interacción entre átomos ha de ser eléctrica (fuerza a distancia), ¿realmente existen las fuerzas de contacto?
Lo que realmente ocurre cuando empujamos algo, es que los electrones de los átomos más externos repelen a los electrones de los átomos más externos de ese algo. Esta repulsión los acerca a la siguiente capa de átomos, que se sienten repelidos a su vez, etc. Finalmente, ese algo se siente empujado como un todo ya que sus átomos están ligados entre sí, pero a escala atómica… ningún átomo ha contactado con ningún otro. Las fuerzas de contacto no existen, todas las fuerzas de contacto son fuerzas eléctricas vistas desde una perspectiva macroscópica.
Podríamos decir: bueno, si hago mucha fuerza, conseguiré que haya contacto entre átomos, de igual manera que consigo que dos polos iguales de dos imanes se toquen si aprieto lo suficiente.
La cosa es que la ley que gobierna la fuerza con la que se repelen (o atraen) las cargas es la ley de Coulomb:
Y como podemos comprobar, si la distancia entre las cargas r tiende a cero la fuerza F tiende a infinito.
Lo que quiere decir es que lo que llamamos “tocar” es, en primera aproximación, que tus electrones más externos repelan a los electrones más externos del otro objeto.
Si los electrones simplemente se repelieran, no podríamos sostener cosas. Piensa en un objeto en un plano inclinado: los electrones del plano repelen a los del objeto y viceversa y entonces el objeto caería por gravedad.
Pero gracias a la materia (que es más hueca que llena) es que existe la fricción.
Un primer acercamiento a la fuerza de fricción entre dos superficies sería apelar a las numerosas irregularidades que se manifiestan a escala microscópica.
Pero realmente la fuerza de fricción es mucho más complicada y no se debe (únicamente) a estas irregularidades. Cuando la distancia entre átomos es muy pequeña se repelen, pero resulta que a distancias mayores se pueden atraer (por ejemplo, por fuerzas Van der Waals, entre otras). Esto es lo que explica que los átomos puedan mantenerse juntos entre sí (pese a que no se toquen), y que cuando dos superficies deslicen una sobre otra aparezca una fricción debido al ingente número de atracciones entre átomos que surgen para luego desaparecer, pero efectuar a nivel macroscópico una fuerza que llamamos fricción.
La idea simple, que surge de combinar la estructura de la materia con lo que sabemos de las fuerzas eléctricas, es que no existe el contacto tal y como lo imaginamos.
El problema es que la estructura de la materia a nivel atómico no es tan sencilla como la hemos presentado (o como se suele presentar cuando se discute esta idea).
Ya hemos visto en el blog que los electrones, y en general todas las partículas, no son bolitas de radio y bordes definidos. Se pueden entender más bien como nubes (de probabilidad) dispersas por el espacio, con regiones donde es más probable encontrarlas y regiones donde menos (aunque se manifiesten como partículas cuando los detectamos).
Cuando dos átomos se enlazan, las nubes de probabilidad de las partículas implicadas se llegan a solapar, y por tanto, en cierto sentido, ocupan regiones del espacio comunes (sin que esto signifique que se “toquen”).
Pero es que aun podemos ir más allá, ya que la física moderna nos ha dado una nueva visión de cómo son las interacciones a nivel fundamental.
Cuando dos partículas interactúan, lo que realmente está ocurriendo es que intercambian partículas mensajeras de la interacción en cuestión. Por ejemplo, cuando dos electrones interactúan repeliéndose lo hacen mediante el intercambio de un fotón. Realmente lo hacen de muchas más maneras, siendo la descripta la más importante, es decir, la que más contribuye a la probabilidad de que dos partículas se enlacen.
Pareciera que aquí sí que está teniendo lugar un contacto, pero hay que recordar que estos famosos diagramas de enlace no representan realmente los procesos, son formas de transcribir ecuaciones a diagramas y viceversa para facilitar el cálculo.
Más aún, cuando transcribimos a ecuaciones el proceso de enlace, debemos tener en cuenta la posibilidad de que la emisión de la partícula mensajera haya sido con cualquier velocidad (momento realmente). Y encima, las partículas que conectan dos vértices en estos diagramas no tienen “realidad física” al mismo nivel que el resto: se les llama partículas virtuales por ser indetectables ya que no cumplen la relación de Einstein entre masa, momento y energía.
En resumidas cuentas, nunca hemos tocado nada, pero también podemos decir que realmente lo hemos tocado todo. Simplemente tocar, a nivel fundamental, consiste en la interacción por intercambio de partículas mensajeras entre nuestras partículas y las del objeto tocado. No existe otro tipo de interacción, todas las fuerzas son “a distancia” (entendiendo que son mediadas por partículas mensajeras).
Parece que tocamos, pero lo estamos haciendo en un nivel tal que nuestros sentidos definen como tal, pero al mismo tiempo, como estamos construidos de átomos, que emiten partículas mensajeras todo el tiempo, podemos manifestar que por más distancia que nos separe de alguien que esté en las antípodas, lo estamos tocando. Entonces el mundo tal como lo conocemos es una entramada y compleja de red que partículas cuánticas mensajeras que están en constante interacción.
La física del contacto para nuestros sentidos limitados, parece ser finalmente sólo una ilusión.
Esa mañana de noviembre había amanecido luminosa y algo calurosa, dentro de una primavera decididamente seca. Arrancaron las horas de actividad bajo las pautas de las rutinas acostumbradas. Mamá Ana ejecutaba a la perfección una sinfonía compuesta de múltiples partituras, en la cual ella era directora, música ejecutora de varios instrumentos, acomodadora y por momentos público de sus propias creaciones.
Sus manos volaban mientras nos acomodaba los útiles, carpetas y cuadernos en el portafolio de cuero, al mismo tiempo que sacaba las tostadas, servía té y servía en platitos esas porciones riquísimas de dulce de durazno casero. El tiempo en la mañana siempre era escaso, limitado por el horario del único colectivo interurbano (el 155) que nos llevaba desde la zona de quintas al colegio de la ciudad. Luego del rápido desayuno, terminaba de ponernos prolijos, acomodando los uniformes escolares e intentando peinarnos. Los peinados no eran repetitivos, quizás más el mío de pelo corto, que el de mi hermana más largo, lacio y enredado, el cual costaba poner prolijo.
La ceremonia matutina continuaba con la colocación de medias y calzados, para culminar con el cruce de ruta para la espera del transporte. Esa repetición día tras día, durante todas las semanas del cursado del colegio primario, sería la evidencia más palpable de la semejanza de mamá con una máquina poderosa, llena de amor y compromiso.
Esa mañana de un quince de noviembre, hubo una diferencia apenas perceptible. La cocina estaba llena de un aroma a rico bizcochuelo de vainilla mezclado con fragancias de chocolate. Me llenó de curiosidad que no alcanzó para preguntar a mamá a que se debían esos olores. Esas exquisitas esencias de la cocina de mamá me acompañan hasta hoy, cuando las huelo en mis recuerdos y em mis mejores sueños.
Al regreso de la actividad escolar, mamá nos tenía preparado el rico almuerzo, el cual devoramos con suma fruición. Papá llegó más tarde de su trabajo, y se sentó en la mesa chica de la cocina para almorzar en compañía de mamá. Mi hermana y yo estábamos absortos llevando a cabo a las tareas escolares, para luego dar rienda suelta a un montón de juegos, acompañados de discusiones y peleas.
Esa noche cenamos algo más temprano, con la presencia de papá y sorprendidos por la compañía de algunos tíos paternos y primos. Cuando iban llegando todos saludaban a mamá de una manera muy especial, deseándole suerte y buena ventura para adelante. Mamá era poco comunicativa de sus cuestiones en general, pero ese día flotaba algo en el ambiente y al menos yo no sabía qué. La torta finalmente era para celebrar su cumpleaños, la cual no era muy afecta a festejar, ya que no le gustaba ser el centro de atención. Sin embargo, no se trataba solo de un cumpleaños común, de una simple celebración de otra vuelta al sol.
Una vez que se fueron todos, luego de haber soplado las velas y cortado la torta, papá y mamá se quedaron como siempre, limpiando y ordenando todo. Por ser día festivo nosotros nos quedamos un rato más, más teniendo en cuenta de que se trataba de un viernes por la noche, a sabiendas de que el sábado no había escuela.
Finalmente, el misterio sería develado por un comentario de papá, bastante escueto, por cierto: “van a tener un hermanito”. Ahí caí en la cuenta de cuál era la razón de todos los saludos familiares afectuosos y con buenos deseos. Mi hermana tomó la noticia con alegría, no en demasía. En mi caso, con ocho años, sentí que el mundo se me venía abajo. Mi mamá era mía, mi ángel de la guarda, mi protectora y ahora vendría a alguien a ocupar ese lugar de privilegio.
Los meses que siguieron me mostraron a mí, mucho más caprichoso y pegado a mamá que de costumbre. Era mi intención dejar en claro que mi posición de hijo pequeño no sería fácilmente arrebatada por un nuevo integrante familiar. Mamá Ana con su paciencia infinita soportaba estoicamente todos mis arrebatos posesivos, que incluía sentarme repetidamente en su falda. Los celos estaban haciendo su mejor trabajo conmigo, provocando molestias familiares y el ceño fruncido de papá. Los recelos inocentes, el sentido de despojo y la falta de conciencia de un niño pequeño, respecto de poder compartir el amor de mamá, fueron el común denominador de todos los meses subsiguientes a la noticia.
En mayo del año siguiente, mamá alumbró a mi hermanito más pequeño, Carlos Ariel, el cual tuvo que ser internado por problemas respiratorios graves durante casi un mes y medio. Mi hermana y yo quedamos al cuidado de un hermano de papá, mi tío Pedro y de su hija Nelly. Alejado de mi hogar sufría por el sufrimiento de mamá, que se pasó todo el tiempo en cercanía de mi hermanito recién nacido, además de seguir sosteniendo esa sensación de ya no ser el número uno.
Carlitos se recuperó del todo y volvimos a casa en familia, siendo bendecidos por la presencia del bebé. Mi madre, que pasó todo ese período bastante angustiada por el pronóstico incierto respecto de la salud de su hijito, recuperó la sonrisa, sus ganas, su empuje vital y volvió a ser la mamá de tiempo completo. Papá nunca dejó de sonreír, siendo optimista de que no pasaría de un susto ya que él sostenía que los pulmones de mi hermanito resistirían. De pocas palabras, papá no era de decaer, sino de confiar en nuestra fortaleza.
Ese 15 de noviembre, no fue un cumpleaños más para mamá sino la confirmación de que volvería a ser madre, luego de más de ocho años de haber concebido a su adorado y pleno de berrinches primer varón. Existen fechas y amores que no se olvidan. Hechos que fortalecen, otros que nos ponen contra la pared, y pasajes para celebrar.
En este nuevo cumpleaños, en donde te mando besos al cielo, recordando tus ojos verdes y añorando esas charlas maduras que teníamos, cuando ya fui más grandecito, te comento que te extrañamos y te queremos tu hijo, tu hija que es mi compañera, y tus nietas que se te parecen en muchas cosas.
Viendo tu foto que tengo en mi escritorio, en donde muestras tu esencia abrazando a tus hermosas nietas, soy consciente de la elegancia y el don de gente, que habitaba en vos.
Uno de mis primeros cuentos infantiles giraba en torno a la figura del monstruo creado y desdeñado por su propio creador.
Con este cuento, era capaz de reunir a varios niños que escuchaban con atención la breve narrativa, hecho que se repitió en varias ocasiones.
Me aseguraba de conocer el nombre de los pequeños, de modo tal de que el nombre del personaje no coincidiera con el de ninguno, de modo tal que la alusión no generara miedos innecesarios.
Buscaba la simpleza dentro de un personaje que finalmente no resultara tan horripilante como el de la historia original.
Tomás y el monstruo
Tomás era un niño de 8 años que amaba leer historias de aventuras y monstruos. Sin embargo, últimamente, había estado teniendo pesadillas terribles. En sus sueños, se encontraba en un bosque oscuro y sombrío, rodeado de árboles que parecían estirar sus ramas hacia él como si fueran garras. De repente, un monstruo enorme y aterrador aparecía ante él, con ojos rojos que brillaban en la oscuridad y una voz que rugía como un trueno.
El monstruo se acercaba a Tomás, y él intentaba correr, pero sus piernas estaban paralizadas. El monstruo lo agarraba con sus garras y lo levantaba en el aire, y Tomás se despertaba con un grito, sudando y temblando de miedo.
Una noche, Tomás se fue a la cama como siempre, pero esta vez, su sueño fue diferente. En su sueño, se encontraba en el mismo bosque oscuro, pero esta vez, el monstruo no lo atacaba. En su lugar, se sentaba a su lado y comenzaba a hablar con él.
«¿Por qué me temes?», preguntó el monstruo, con una voz que sonaba más triste que aterradora.
Tomás se encogió de hombros. «No sé. Eres un monstruo. Eres feo y aterrador».
El monstruo suspiró. «Soy Frankenstein, un ser creado por un hombre que no me amaba. Me dejó solo y me hizo sentir como un monstruo».
Tomás se sintió un poco culpable. «Lo siento», dijo. «No sabía eso».
Frankenstein sonrió. «No es tu culpa. Pero quiero que sepas que no soy un monstruo. Soy un ser vivo, con sentimientos y pensamientos. Solo quiero ser aceptado y amado».
Tomás se despertó con un sobresalto, y se dio cuenta de que su miedo había desaparecido. Se levantó de la cama y se acercó a la ventana, donde vio que el sol estaba saliendo.
De repente, se sintió un poco más valiente. Se vistió y salió al jardín, donde encontró un libro de historias de monstruos. Lo abrió y comenzó a leer la historia de Frankenstein.
A medida que leía, se dio cuenta de que Frankenstein no era un monstruo, sino un ser que había sido rechazado y maltratado por la sociedad. Se sintió un poco avergonzado de haber tenido miedo de él.
Desde ese día, Tomás dejó de tener pesadillas con Frankenstein. En su lugar, comenzó a soñar con un monstruo amable y gentil, que se sentaba a su lado y le contaba historias de su vida.
La Historia de Frankenstein: Un Clásico de la Literatura
La historia de Frankenstein es una de las más famosas de la literatura, escrita por Mary Shelley en 1818. La novela cuenta la historia de Víctor Frankenstein, un joven científico que se obsesiona con la idea de crear vida a partir de la muerte.
Víctor, un estudiante de medicina, se dedica a estudiar la anatomía humana y la electricidad, y se convence de que puede crear un ser vivo a partir de partes de cuerpos muertos. Después de meses de trabajo, finalmente logra crear un ser que se asemeja a un hombre, pero que es enorme y aterrador.
El ser, que no tiene nombre, es rechazado por Víctor, quien se siente asustado y arrepentido de su creación. El ser, abandonado a su suerte, se ve obligado a sobrevivir en un mundo que lo rechaza y lo teme.
A medida que el ser se desarrolla, se vuelve cada vez más inteligente y consciente de su situación. Se da cuenta de que es un monstruo, un ser creado por un hombre que no lo ama ni lo acepta. El ser se vuelve amargo y vengativo, y comienza a matar a los seres queridos de Víctor.
La novela sigue la persecución de Víctor al ser, quien se ha convertido en un monstruo que busca venganza. Al final, el ser muere en un barco en el Ártico, y Víctor muere poco después, agotado por su obsesión.
La Vida de Mary Shelley: La Creadora de Frankenstein
Mary Shelley (1797-1851) fue una escritora británica, conocida por ser la autora de la novela «Frankenstein», considerada una de las obras maestras de la literatura de terror y ciencia ficción.
Mary Shelley nació en Londres, Inglaterra, el 30 de agosto de 1797. Su madre, Mary Wollstonecraft, fue una filósofa y escritora feminista, autora del libro «Vindicación de los derechos de la mujer». Su padre, William Godwin, fue un filósofo y escritor anarquista.
La infancia de Mary estuvo marcada por la tragedia. Su madre murió poco después de su nacimiento, y su padre se casó con una mujer que se convirtió en una figura materna para Mary y su hermana Fanny.
En 1812, Mary conoció a Percy Bysshe Shelley, un joven poeta y filósofo que se convirtió en su amante y, más tarde, en su esposo. La relación entre Mary y Percy fue intensa y apasionada, y se caracterizó por su amor por la literatura y la filosofía.
En 1816, Mary y Percy viajaron a Suiza, donde se encontraron con Lord Byron, un amigo y colega de Percy. Fue durante este viaje que Mary concibió la idea de «Frankenstein».
La idea de «Frankenstein» surgió una noche en que Mary y sus amigos se reunieron para contar historias de terror. Mary se inspiró en la mitología griega y en la ciencia de la época, y comenzó a escribir la historia de un científico que crea un monstruo.
La novela se publicó en 1818, cuando Mary tenía solo 20 años. Inicialmente, la novela no fue un éxito, pero con el tiempo se convirtió en un clásico de la literatura.
Mary y Percy se casaron en 1816, y tuvieron cuatro hijos. Sin embargo, su vida juntos estuvo marcada por la tragedia, ya que dos de sus hijos murieron en la infancia.
Percy murió en 1822, en un accidente de barco. Mary se quedó sola, pero continuó escribiendo y publicando novelas y ensayos.
Mary Shelley murió el 1 de febrero de 1851, a la edad de 53 años. Su legado como escritora y creadora de «Frankenstein» ha sido reconocido y celebrado en todo el mundo.
Qué nos dice la IA acerca de la posibilidad real de crear un Frankenstein moderno.
En la actualidad, la ciencia ha avanzado mucho en el campo de la biotecnología y la ingeniería genética. Es posible crear organismos genéticamente modificados y clonar animales. Sin embargo, crear un ser humano artificial, como el de Frankenstein, es aún un tema de ciencia ficción.
La creación de un ser humano artificial requeriría una comprensión profunda de la biología humana y la capacidad de replicar la complejidad del cerebro humano. Además, la ética y la moralidad de crear un ser humano artificial son temas que deben ser considerados.
Aunque no es posible crear un ser como Frankenstein en la actualidad, la historia de Frankenstein sigue siendo relevante en la sociedad actual. La novela plantea preguntas importantes sobre la ética de la ciencia y la responsabilidad de los científicos.
En conclusión, la historia de Frankenstein es un clásico de la literatura que sigue siendo relevante en la actualidad. Aunque no es posible crear un ser como Frankenstein, la novela plantea preguntas importantes sobre la ética de la ciencia y la responsabilidad de los científicos. La historia de Frankenstein es un recordatorio de que la ciencia debe ser utilizada de manera responsable y ética.
Frankenstein, un monstruo despreciado, que al final de cuentas no daba tanto miedo.
Las empresas están comenzando a valerse de las ventajas que se consiguen con la aplicación de la IA. Algunas han creado un departamento o comité encargado de su implantación y aprovechamiento. Del mismo modo que hace unas décadas se crearon los comités de calidad, basados en la mejora continua del ciclo de Deming (por eso algunos le llamaron círculo de calidad, en relación con su forma), en la actualidad, la aplicación de la herramienta se está materializando con sus aportes positivos y negativos.
Las políticas para el uso de la IA en los entornos laborales aún no son del todo claras. Más allá de la existencia o no, algunas personas han aprendido a usar esta herramienta en su quehacer personal, por lo que ante una dificultad laboral, usan esas aplicaciones para resolver problemas simples o complejos, crear planes, evaluaciones estadísticas, o sólo mejorar sus presentaciones o redacciones de ideas o proyectos.
Dependiendo el estadio de madurez organizacional, la aplicación de la inteligencia no natural puede ser un antes y un después para la mejora de la efectividad en la toma de decisiones. Aprender a decidir en entornos con múltiples entradas y varias salidas, plagado de variables y probabilidades, normalmente requiere un equipo de profesionales senior que no sólo se valen de su conocimiento, sino además de su intuición. La disposición de un equipo de alto desempeño es un paso muy importante, que, si es acompañado por recursos económicos y financieros, deviene por lo general en buenos resultados, con picos y valles de productividad. La inclusión de la inteligencia asistida, en campos claves como el que acabo de mencionar, posibilita incrementar el grado de aciertos, ayudando ciertamente a las personas a decidir.
Hace unas cuatro semanas el equipo estaba inmerso en un proceso de arranque y estabilización de un proceso industrial complejo. El equipo de profesionales con distinto grado de experiencia fue capaz de gestionar ese proceso de presión y resultados, por supuesto con distintas aportaciones de cada uno de sus integrantes. Como líder de líderes, mi tarea era asistir mostrando la brújula, tratando de manejar como podía mis ansiedades, y posibilitando entornos de trabajo relajados dentro de largas jornadas que requerían una máxima concentración.
Las cosas se fueron acomodando, hasta que quedamos presos de algunos detalles que no estaban siendo fáciles de resolver. Para uno de ellos, un ingeniero se valió de la ayuda de la inteligencia artificial, la cual le simplificó enormemente una serie de cálculos complejos. Siendo honesto, al principio me pareció que era una pérdida de tiempo. Más tarde nos juntamos a revisar los cálculos, que la herramienta había entregado, partiendo de una orientación muy buena que este profesional le había introducido a la herramienta. Revisando las preguntas, las respuestas y los resultados y recomendaciones, caí en la cuenta de que el trabajo que había desarrollado la IA, era algo similar a lo que pudiera haber hecho un equipo multidisciplinario de personas, trabajando por varias horas, consultando varias fuentes bibliográficas y debatiendo todos juntos para llegar al objetivo.
La enorme diferencia radicaba en que, a esta aplicación, orientada de buena manera, con indicaciones bastante precisas, por cierto, le había tomado menos de dos horas, para entregar un resultado exacto. Mi sorpresa fue mayúscula cuando caí en la cuenta de la enorme potencialidad que tiene ese cerebro artificial cuando es guiado hacia lo que se desea obtener. Obviamente sacamos rédito de esta situación para encontrar un camino, que nos estaba costando tiempo y recursos encontrar.
Más allá de lo expuesto, que en este caso fue un beneficio, y ya hablando del tema a nivel general, existe asimismo el temor a que la IA implique pérdida de empleo, sobre todo para las personas menos calificadas.
A continuación, un texto extraído de un informe internacional sobre el tema.
Las implicaciones en el mercado laboral
La preocupación más apremiante para muchos trabajadores es que la IA les quite sus puestos de trabajo. Aunque esto se deba, en parte, al catastrofismo provocado por la ciencia ficción, los esfuerzos deben orientarse a identificar el tipo de tareas que sustituirán los sistemas de IA y a preparar el nivel de cualificación de los trabajadores para adaptarlos a las exigencias actuales y futuras del mercado laboral.
El impacto de la IA adopta diversas formas y depende del tipo de trabajo y de la tecnología que se implemente. Una IA que reduzca la demanda de mano de obra puede hacer que el incremento salarial sea más lento y haya un mayor desempleo. Por ahora, los datos indican que es más probable que la IA afecte negativamente a los trabajadores poco cualificados y a las mujeres. Por otro lado, las tecnologías que permitan adquirir más habilidades y mejorar las cualificaciones profesionales de los empleados pueden resultar en un mayor incremento salarial y en unas experiencias laborales más enriquecedoras.
En general, las empresas que despliegan tecnologías de IA presentan un ligero aumento en la demanda de trabajadores. Sin embargo, esto varía en función de los niveles de cualificación, es decir, que hay una demanda más alta de trabajadores cualificados y una demanda más baja de trabajos de cualificación baja y media.
Algunas recomendaciones para desplegar la IA
La IA ofrece muchas oportunidades, pero que su implementación sea un éxito depende de varios factores. El informe al que hago referencia ofrece una serie de recomendaciones que serán de ayuda a los directivos de empresas para encontrar un equilibrio satisfactorio entre la creación de eficiencias y la protección del empleo:
Transmitir mensajes formulados en positivo cuando se hable de la IA para destacar las ventajas que aporta.
Incorporar recursos como asistentes para la tecnología in situ y material didáctico.
Ofrecer formación antes y durante la implementación de los sistemas de IA.
Identificar las tareas y los grupos de empleados con más probabilidades de beneficiarse de la colaboración entre ser humano e IA.
Agrupar las prácticas de trabajo y los mecanismos de apoyo: no tratar a la IA como si fuese una solución aislada.
Aplicar modelos de liderazgo positivo para promover la adopción de la IA.
Fomentar las interacciones entre empleados e IA para promover la productividad y hacer que las tareas sean más agradables.
Garantizar que los empleados tengan un estatus y un valor superior a las soluciones de IA.
Implementar la IA para complementar y ampliar las funciones, y no para sustituirlas.
Ofrecer formación a los empleados que puedan ser reemplazados de sus puestos de trabajo por la implementación de la IA.
Los investigadores de este informe concluyen que, si crean entornos de trabajo favorables y se capacita a los empleados, las organizaciones pueden aprovechar todo el potencial de los sistemas de IA y reducir al mínimo las consecuencias negativas.
En lo personal creo que tenderemos a un equilibrio, como ha sucedido con otros avances de la tecnología, y que resulta imperioso valerse de una herramienta que encierra varias bibliotecas, aprende con nosotros y colabora en la reducción del stress, mejorando de esta manera los ambientes de trabajo.
Natural y artificial, trabajando colaborativamente !
Desde que el homo sapiens fue capaz de comunicarse de maneral oral, más tarde escrita y últimamente mediante otros canales, que le permiten estar más conectado, fue preso de esa propia comunicación, debido a múltiples factores, que están ligados a nuestra propia naturaleza humana y a las diferencias que tenemos como observadores de los objetos, acontecimientos, conceptos y visiones.
Nuestros mapas mentales, estados de ánimo y grado de compromiso, juegan un papel muy importante a la hora de nuestra interacción del tipo que sea. La comunicación cuando se vuelve tortuosa, poco prolija y con contenido cambiante de interlocutor en interlocutor, se dice que se torna ineficaz e improductiva. Humanamente no es tan sencillo replicar un mensaje sin equivocaciones, respetando el sentido original (cuando se conoce), para que finalmente el contenido llegue al objetivo deseado.
La comunicación eficaz es la savia de cualquier organización próspera. Sin ella, incluso los equipos con más talento tienen dificultades para cumplir los plazos, alcanzar las metas y mantener un entorno de trabajo armonioso.
La falta de comunicación también provoca importantes pérdidas económicas debido a que los trabajadores dedican una parte importante de su semana laboral a resolver lagunas de comunicación, lo que disminuye la productividad.
Como líder, gestionar los peligros de la falta de comunicación puede ser todo un reto. Hay que identificar las lagunas de comunicación, determinar sus causas profundas y encontrar formas estratégicas de abordarlas, sobre todo en la coexistencia de diferentes generaciones trabajando en conjunto.
¿Qué es una brecha en la comunicación?
Una brecha en la comunicación se produce cuando el mensaje deseado (entre dos personas o grupos) no se transmite bien o no se entiende con claridad.
En cualquier caso, el resultado es que las personas «no están en la misma página». La falta de comunicación puede producirse de distintas maneras. Algunas instancias comunes que vemos a nuestro alrededor:
Malentendidos: Cuando el mensaje es malinterpretado por la persona que lo recibe
Falta de comunicación: La gente no se comunica o retiene información por miedo o falta de orientación
Comunicación ineficaz: El lenguaje o los gestos inadecuados desvían el mensaje real, creando confusión. Un ejemplo sería un error gramatical que cambia el significado del mensaje
Las lagunas en la comunicación casi siempre conducen al conflicto y a la ineficacia, independientemente del formato y contexto en el que se presenten.
Detectar a tiempo los problemas de comunicación puede evitar que problemas menores se conviertan en graves.
Malentendidos frecuentes: Si los miembros del equipo malinterpretan a menudo las instrucciones o la información, es señal de un posible fallo en la comunicación.
Disminución de la productividad: Un descenso repentino de la productividad, el incumplimiento de plazos, el aumento de errores y la presencia de varias personas trabajando en las mismas tareas son señales de que los empleados no están recibiendo la información adecuada para realizar sus tareas con eficacia.
Baja moral: ¿De repente las personas contribuyen menos en las reuniones o discusiones de grupo? Lo más probable es que se sientan infravalorados o ignorados, posiblemente a causa de las brechas de comunicación.
Aumento de los conflictos: Los frecuentes malentendidos y conflictos entre los miembros del equipo o la falta de colaboración también reflejan una comunicación ineficaz.
Metas desalineadas: Si todos los miembros de su equipo tienen dificultades para ponerse de acuerdo, es hora de examinar los procesos de comunicación y de transmitir las metas con mayor claridad
Retrasos en la toma de decisiones: Los retrasos constantes en la toma de decisiones también son señal de deficiencias en la comunicación, ya que los responsables de la toma de decisiones pueden no tener acceso a información crítica o carecer de claridad sobre las metas del proyecto
Puntos de acción: Si las reuniones de equipo carecen de un orden del día claro, dan lugar a debates improductivos o acaban sin puntos de acción ni plazos fijos, es necesario mejorar la organización, la comunicación en equipo y las prácticas en el lugar de trabajo
Es bueno destacar que la mayoría de las personas razonables no necesitan salirse con la suya en una discusión. Sólo necesitan que se les escuche y saber que su aportación se ha tenido en cuenta y se ha respondido a ella.
Las brechas de comunicación pueden deberse a varios factores, como las diferencias de estilos de comunicación problemas tecnológicos y barreras emocionales o físicas.
1. Problemas tecnológicos
La tecnología desempeña un rol fundamental en la comunicación en el lugar de trabajo. Sin embargo, cuando la tecnología está anticuada o es incompatible con los distintos programas o sistemas utilizados en la organización, puede crear importantes retos y barreras de comunicación.
Uso de múltiples herramientas: Los mensajes importantes pueden perderse o retrasarse cuando diferentes departamentos o miembros del equipo se comunican a través de múltiples plataformas.
Confiar en tecnología obsoleta: Utilizar herramientas de comunicación tradicionales con funciones obsoletas puede provocar problemas técnicos frecuentes, como bloqueos del software o un rendimiento lento, que dificultan la comunicación oportuna.
2. Excesivo spam y gestión ineficaz de los mensajes
Supongamos que el equipo utiliza varias plataformas de comunicación o está incluido en varios canales. En ese caso, lo más probable es que reciban notificaciones de mensajes que no les conciernen o que sean bombardeados con información irrelevante. Esto provoca una sobrecarga de información que hace que su equipo se pierda mensajes importantes.
En los lugares de trabajo multiculturales, las diferencias lingüísticas y los matices culturales también afectan significativamente a la comunicación. Por ejemplo, los empleados que no dominan la lengua principal utilizada en el lugar de trabajo pueden tener dificultades para comprender y transmitir mensajes con eficacia.
4. Diferentes estilos de comunicación
Los empleados pueden tener distintas preferencias comunicativas. Cuando estos estilos chocan, pueden dar lugar a dificultades en la comunicación. Algunos empleados prefieren las conversaciones cara a cara o las llamadas telefónicas, mientras que otros prefieren el correo electrónico o los mensajes. Mezclar diferentes estilos de comunicación puede dar lugar a malentendidos.
5. Conflictos interpersonales
Los desacuerdos personales, los fracasos en el trabajo y los conflictos entre los miembros de un equipo pueden crear importantes barreras para una comunicación eficaz. Los empleados que no confían en sus jefes o compañeros pueden ser menos propensos a compartir información.
A veces, las diferencias jerárquicas dificultan la comunicación abierta, y los empleados de niveles inferiores se muestran reacios a compartir preocupaciones o ideas.
6. Razones emocionales
A veces, los empleados también dudan en comunicarse abiertamente porque temen consecuencias negativas por hablar o cometer errores. Incluso la falta de confianza en tus empleados puede hacer que se guarden ideas brillantes.
¿Cuáles son los impactos de una comunicación deficiente?
Con la información fluyendo libremente , con precisión y los equipos colaborando eficazmente, los proyectos se desarrollan sin problemas y la moral de los empleados en alza. Esta es la descripción de un lugar de trabajo ideal. La realidad de muchas empresas dista mucha de esto, ya que aún sin saberlo se encuentran inmersos en un ambiente impactado por problemas de comunicación, los cuales producen:
1. Disminución de la productividad
Cuando las instrucciones no son claras o las expectativas no se comunican correctamente, un equipo no puede realizar sus tareas con éxito. Esto produce pérdida de tiempo, incumplimiento de plazos y pérdidas económicas.
2. Aumento de los conflictos en el lugar de trabajo y bajada de la moral de los empleados
Cuando las cosas van mal por falta de comunicación, los miembros del equipo pueden empezar a señalarse con el dedo y el espíritu de equipo se va por el excusado. Se puede observar que los empleados se sienten desmotivados y desvinculados. Peor aún, pueden sentir resentimiento hacia la empresa como un todo.
3. Falta de colaboración entre los empleados
Garantizar una comunicación fluida en los equipos ya es bastante difícil. Para los equipos remotos o híbridos, es bastante más difícil. Los silos de información entre equipos remotos o híbridos pueden dar como resultados empleados frustrados, desconfianza entre los miembros del equipo, una toma de decisiones más lenta y oportunidades perdidas.
¿Qué podemos hacer?
Para mejorar como nos comunicamos y reducir al máximo las brechas, se pueden llevar a cabo acciones en pos de….
1. Dar prioridad a la transparencia
Pongámonos en los zapatos del otro e imaginemos cómo te sentirías si pensaras que te están ocultando información. Seguro que eso afectaría la confianza en los miembros de un equipo y habría personas que se sentirían infravaloradas.
De ahí que es recomendable promover una cultura transparente para reducir las brechas de comunicación en el lugar de trabajo.
Algunas recomendaciones:
Compartir información de forma abierta y coherente con todos los miembros del equipo, independientemente de su posición en la jerarquía. Esto fomenta el sentido de inclusión y mantiene a todos en la misma página.
Explicar a los empleados el razonamiento o el contexto que subyace a las decisiones de toda la organización para que comprendan el panorama general.
Priorizar la creación de espacios seguros para que los empleados puedan dar su opinión y hacer preguntas sin miedo a las consecuencias, ya que los entornos de confianza facilitan la comunicación abierta.
2. Utilizar canales de comunicación eficaces
No existe un enfoque único para la comunicación eficaz en el lugar de trabajo. Puede ser necesario hacer algunas pruebas y verificar que funciona mejor. Sin embargo, algo que funciona para mejorar la comunicación es utilizar los canales de comunicación adecuados.
Ajustar unas directrices claras sobre el uso de los distintos canales para comunicar distintos tipos de actualizaciones. Por ejemplo, los miembros del equipo deben utilizar el correo electrónico para los anuncios formales, las apps de mensajería instantánea para las comunicaciones urgentes o la colaboración en equipo, y las videoconferencias para los debates detallados sobre proyectos y las sesiones de formación.
3. Ajustar las normas de comunicación de toda la empresa
Establecer directrices claras para la comunicación garantiza la coherencia y evita malentendidos.
Recomendaciones:
Definir las expectativas de tiempos de respuesta, especialmente para equipos que trabajan en zonas horarias diferentes
Establecer los canales de comunicación preferidos para los distintos objetivos
Marcar la información sensible como confidencial y asegurarse de que está protegida
Establecer directrices básicas para el formato del correo electrónico, como líneas de asunto, títulos y viñetas, para mejorar la legibilidad y garantizar que la información clave se entienda fácilmente
Mencionar las normas de reunión para las videollamadas en equipo
Establecer normas de denominación y formato de los documentos
Utilizar un enfoque descendente para aplicar estas normas. Los líderes deben adherirse a las normas para que el equipo las siga.
Espero les resulte de utilidad, para que las brechas terminan reduciéndose en la organización y no resulten finalmente insalvables.
Las tardes de verano resultaban más soportables, amparados del sol y de las elevadas temperaturas, gracias al follaje de compañeros altos, verdes y frondosos. La fresca sombra era nuestro cobijo, el agua que corría por las canales de riego una bendición, que disipaba nuestra energía incontrolable, aquella que se dispone a raudales durante la infancia.
La ventura del hombre está ligada a la proliferación de las especies arbóreas, del tipo que sea. Ellas oxigenan el planeta, ofrecen sus frutos y dan cobijo a otras especies animales, que con su trinar, sus cortejos y sus nidos, llenan de color al silencio y a la vida.
Por todo esto es que soy un agradecido por haber disfrutado de esa niñez inolvidable, donde hubo presencia de árboles, frutos, juegos y cosecha.
El poeta, periodista y revolucionario Jose Martí expresó alguna vez la frase que da origen al título de hoy: «hay tres cosas que cada persona debería hacer durante su vida, plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro». La declaración adquirió valía por sí misma, dejando en un segundo plano al autor de esta. Una sentencia con una especie de vida propia, fuente de inspiración y caja de resonancia para muchos pensadores, cualquiera sea su orientación política, social, cultural o religiosa.
La simpleza de ese pensamiento les permitió a personas sin grandes vuelos filosóficos como yo, buscar un significado más allá del eminentemente literal.
Trascendencia
El hecho de trascender implica darle sentido a ese sustantivo para que pueda ser abarcado no sólo por el pensamiento racional, sino además por nuestro cuerpo, emoción y lenguaje.
Podemos decir que de nuestro paso por la tierra hablarán nuestras obras, nuestras acciones y nuestros ejemplos, de lo contrario será como si sólo hubiéramos pasado sin más.
Trascender quiere decir ir más allá de nosotros, pasar de “adentro” hacia “afuera”, elevarnos por sobre la cotidianidad, atrevernos a dejar una huella…
La trascendencia no es un atributo de unos cuantos, iluminados, está en el ADN de cada ser humano. Estoy seguro de que aquel que este leyendo este escrito ha trascendido a su manera.
En mi caso personal he plantado varias arboles a lo largo de mi vida, en especial los que dan frutos comestibles. Aún lo sigo haciendo, con mayor o menor éxito, continuando con esta práctica.
Gracias a Dios tengo tres hijas que me alegran, me ayudan a ser mejor cada día y le dan sentido a mi existencia…
Escribir, planificar y corregir los más de cuatrocientos blogs que llevo escrito me ha tomado mucho tiempo, dedicación y esfuerzo.
En cada uno de esos campos he intentado poner lo lo mejor de mí.
Asimismo, he puesto bastante de mi trascendencia en el desarrollo profesional y laboral. Creo que muchos de nosotros han hecho algo parecido en este y otros grandes núcleos de significancia personal y social.
Legar una impronta que pueda ser compartida, disfrutada y apropiada en parte por los que vendrán, es casi como un sueño que da plenitud a quien lo ejercita.
El árbol será un proyecto desde sus incipientes inicios hasta que adquiere una madurez y da frutos, el libro puede ser una exquisita pintura y los hijos pueden ser esos niños por los cuales hago un trabajo solidario permanente para que puedan alimentarse todos los días.
Salir de uno mismo, haciendo por los demás y por uno mismo lo que mejor nos sale.
Significancia
La dimensión humana como un todo viene acompañada por tres condiciones, con las que se corresponden tres tipos de actividad: labor, trabajo, acción.
La labor puede ser entendida al compromiso y responsabilidad asociada en cada una de las tareas que se hacen de manera constante por ejemplo para tener, amar y educar a un hijo.
El trabajo por lo general es asociado un gasto de energía mental y física, hecho en ocasión de una actividad específica, tal es el caso de plantar un árbol.
La acción deviene de una expresión declarativa del lenguaje en sus múltiples facetas incluyendo descripciones y juicios. Cuando uno escribe está accionando desde sus palabras. Es por ello que escribir un libro se asocia a una acción que va más allá del hecho de escribir.
Uniendo las tres maneras de entender la significancia de trascender, podemos decir que tener un hijo, es una parte de nosotros en el mundo, es para algunos una necesidad que nos acerca a una vida plena. Esto se logra con labor, que implica amor, educación, contención, amor junto a valores compartidos.
Plantar un árbol, es crear un ser nuevo, al que hay que cultivarlo y crecerá en parte gracias a nosotros. Es colaborar con la naturaleza para incrementar las posibilidades de esa nueva entidad de vida. Esto lo creamos gracias al trabajo. Laborando en el tiempo, le damos permanencia, constancia y perseverancia a las cosas.
Podemos escribir un libro, dando rienda suelta a nuestra imaginación, creatividad y accionando a través de la palabra. No será perfecto, pero será nuestro punto de partida para movernos hacia….
Los visionarios, dentro de sus rasgos, cuentan con la capacidad de declarar hoy cómo se ven a sí mismos en un lapso determinado. Esa declaración fundamental los orienta a la acción constante y planificada, involucrando labores, trabajos y acciones derivadas de esas sentencias visionarias.
Una pequeña huella en el mundo dentro de nuestra mortalidad de la que no podemos escapar tiene que ser nuestra aspiración para permanecer con un humilde sesgo de inmortalidad.
Marcos de Referencia
En una conversación que mantuve durante la semana pasada, espontáneamente dije: “es que a veces ando medio perdido”. Esta afirmación le produjo risa a mi interlocutora.
Siento que esa frase me devuelve a mi condición humana esencial: «somos seres en búsqueda permanente del conocimiento sin alcanzarlo del todo, cerca de la plenitud sin siquiera darnos cuenta, buscando faros que nos faciliten transitar en el camino que hemos elegido».
Los tres elementos que nos trae Martí son como marcos de referencia que nos permiten encausarnos en el dar y amar en la cercanía de un hijo, en el expresar y declarar lo que sentimos al escribir un libro y en esa pulsión por vivir más allá de nuestra conciencia, por ejemplo, cuando usamos nuestras manos para plantar un árbol.
Cuando me siento perdido vuelvo a la contención de las referencias, a pedir ayuda, a sentir los afectos, a la lectura o escritura, a la música y a todo aquello que me devuelve al centro de mi equilibrio.
Equilibrio dentro de los marcos de referencia es la cuestión central que se debate en la famosa frase de Martí. El equilibrista puede sufrir algún trastabillo arriba de la soga. Para no caer usa su vara, sus brazos para volver al centro, con su mirada enfocada hacia dónde va.
Un interrogante para disparar reflexiones personales:
¿Qué agregarías, reemplazarías o quitarías a la triada elegida por Martí?
La esperanza viene de la mano de las hojas verdes y multicolores, la continuidad de la vida en la trascendencia de los hijos y la palabra en forma de escrito.
Seguro hay varias esperanzas más, en las cuales enfocarnos.
Yo tuve la suerte de vivir protegido por esos custodios altos y exuberantes.
El planeta los necesita para continuar con la trascendencia y la palabra.