Vivimos inmersos en un mundo urbano plagado de sonidos y ruidos. La sensación de que nuestros niveles de ruido son más altos en la era moderna que en la antigua, tienen su correlato en datos comparativos que muestran nuestro grado de exposición creciente al ruido.
Si hacemos una comparación en dB (unidad de medida) de la intensidad sonora, los porcentajes de incremento son realmente importantes.
Vida Antigua (antes de la industrialización)
– Entorno natural/rural: ~20–40 dB
– Sonidos de pájaros, viento en árboles, agua de río → 20–30 dB.
– Conversación tranquila: 30–40 dB.
– Ciudades pequeñas o pueblos: 30–50 dB
– Actividades cotidianas (caballos, carretas, mercados pequeños) → 40–50 dB.
Vida Moderna (hoy en día)
– Hogar promedio (TV, aire acondicionado, refrigerador): 40–60 dB
– Tráfico urbano (autos, motos, camiones): 70–85 dB
– Cafetera, aspiradora: 70–80 dB
– Conciertos, clubes: 100–120 dB
– Ambiente de oficina abierta: 55–65 dB
¿Por qué la diferencia?
– Mecanización y tecnología: Motores, vehículos, maquinaria pesada, electrodomésticos.
– Densidad poblacional: Más gente, más actividades simultáneas.
– Urbanización: Construcción, tráfico, sistemas de transporte.
Un dato curioso:
El oído humano percibe un aumento de 10 dB como el doble de volumen. Pasar de 40 dB (vida antigua) a 80 dB (ciudad moderna) no es solo el doble, ¡es 16 veces más energía sonora!
El ser humano vive en un mundo de comunicaciones, sonidos incesantes, sin lugar para el silencio, el cual cada vez tiene menos adeptos.
¿Podemos oír el sonido del silencio? ¿O es el silencio la mera ausencia de sonidos?
A pesar de siglos de reflexión, estas preguntas siguen siendo difíciles de responder. Sin embargo, en un estudio reciente, los investigadores han abordado el debate desde un punto de vista científico y sus conclusiones sugieren que el silencio es, de hecho, un sonido.
Históricamente, la naturaleza del silencio se ha dividido en dos perspectivas. La perceptiva y la cognitiva. La perceptiva sostiene que realmente oímos el silencio, mientras que la cognitiva postula que simplemente juzgamos o inferimos su presencia a partir de la ausencia de otros sonidos.
Hasta ahora, hasta que surgió esta investigación, no había habido una prueba empírica clave para esta cuestión. Y eso es lo que se intentó hacer.
Para poner a prueba el silencio, los investigadores trabajaron en una serie de ilusiones sónicas para ver si la gente percibe el silencio igual que oye los sonidos, desde una perspectiva cognitiva.
«La estrategia era comprobar si algunas de las ilusiones auditivas que se producen con el sonido también ocurren con el silencio».
Al igual que las ilusiones ópticas, que engañan a la gente con lo que ve, las ilusiones auditivas pueden hacer que la gente oiga los sonidos como si fueran más largos o cortos de lo que realmente son. Un ejemplo es la ilusión de «uno es más», en la que un pitido largo parece más largo que dos cortos consecutivos, aunque las dos secuencias sean igual de largas.
En pruebas realizadas con más de mil participantes, y para comprobar empíricamente la naturaleza del silencio, el equipo cambió los sonidos típicos de la ilusión «uno es más» por momentos de silencio, transformando la ilusión auditiva en lo que denominaron «la ilusión «un silencio es más»».
La ilusión «un silencio es más» presentaba a los participantes pistas de audio que reproducían entornos bulliciosos como restaurantes, mercados y estaciones de tren. En ellos, el equipo insertó momentos de interrupción repentina, que daban lugar a breves silencios. A continuación, se pedía a los participantes que midieran cuál de los silencios era más largo, a pesar de que ambos tenían la misma duración.
La gente pensaba que un silencio largo era más largo que dos silencios cortos. En otras palabras, la ilusión de un silencio es más produjo los mismos resultados que la ilusión original de uno, es más.
Uno de los investigadores afirmó: «Vaya, esto sí que funciona. Lo hice, lo programé y sabía que la duración de las secuencias de silencio era la misma, pero cuando lo oí, parecía que la secuencia de silencio era más larga».
El hecho de que estas ilusiones basadas en el silencio produjeran exactamente los mismos resultados que sus homólogas basadas en el sonido sugiere que las personas oyen el silencio igual que oyen los sonidos, porque implica un procesamiento cognitivo similar entre ambos.
«El planteamiento era preguntar si nuestros cerebros tratan los silencios igual que tratan los sonidos. Si con los silencios se obtienen las mismas ilusiones que con los sonidos, entonces eso podría ser una prueba de que, después de todo, oímos literalmente el silencio”.
«El mismo procesamiento cognitivo que se produce con el sonido también se desencadena con los momentos de silencio. Y dado que el sistema auditivo trata estos momentos de silencio igual que un sonido, esto sugiere que podemos tener experiencias auditivas del silencio».
Los resultados podrían explicar «por qué cuando uno camina por una calle concurrida y entra en un espacio silencioso, se siente como golpeado por el silencio, y por qué los momentos de silencio durante una representación teatral o una pieza musical ejercen una fuerza tan intensa».
«Hay al menos una cosa que oímos que no es un sonido, y es el silencio que se produce cuando los sonidos desaparecen».
«Los tipos de ilusiones y efectos que parecen exclusivos del procesamiento auditivo de un sonido, también los tenemos con los silencios, lo que sugiere que realmente también oímos las ausencias de sonido».
Aunque el estudio no permite comprender cómo procesa el cerebro el silencio, los resultados sugieren que las personas perciben el silencio como un tipo de «sonido» propio, no sólo como un espacio entre ruidos.
Los investigadores planean seguir explorando hasta qué punto las personas oyen el silencio, incluyendo «lo que podríamos llamar silencio puro, que son silencios que no se oyen en contraste con el sonido».
«Por ejemplo, los silencios que se oyen durante la meditación o cuando se mira por la ventana y se escucha la tranquilidad de la noche».
Parecer ser que los sonidos del silencio existen de manera cognitiva, en un mundo donde los silencios no abundan, produciendo estrés sonoro de manera creciente.
Recuperar los espacios de silencio o niveles de sonido bajos, es la clave para escuchar “los sonidos del silencio”.