Vivir con androides !

El sol calienta cada día un poquito más, a medida que nos vamos aproximando al fin de la estación invernal. El lapso de presencia de luz solar se va prolongando a medida que se aproxima el inicio de la primavera. Las lluvias tempraneras que se hicieron presentes favorecen la energía de la naturaleza, cuya savia fluye vigorosa por troncos y tallos, dando como regalo brotes verdes, algunas floraciones incipientes, y un verde que presagia buenos augurios.

Los recuerdos me llevan a las lecturas de mi niñez, en especial a ese libro del cual no recuerdo el nombre, cuyos protagonistas eran una familia de robots, compuesta por padre, madre, hijo e hija, que habitaban un planeta desconocido. En la trama, esta familia es mostrada como un ejemplo de familia humanoide perfecta, compartiendo una vida plena de valores, con lugar para el trabajo, el estudio, el ocio y las preocupaciones espirituales estelares.

Mi juicio de valor sobre esta familia es que parecía irreal, ya que no había lugar para enojos, alegrías y tantas otras emociones humanas. Me sonaba a un amor artificial, libre de máculas y de las preocupaciones cotidianas. Comparaba el diálogo de estos padres robots, con la habitualidad de charlas de mis progenitores y la ecuación no me cerraba. Valoraba la imaginación de un escritor de ciencia ficción del siglo pasado, para dotar a esta historia de un sinfín de inventos tecnológicos modernos, que a la postre se fueron o se irán dando. En especial destaco la posibilidad que tenía esta familia para olvidarse de los quehaceres domésticos, ya que los mismos eran ejecutados por máquinas u otros robots al servicio. La familia disfrutaba de largos períodos de ocio, producto de que sus ocupaciones diarias no eran su responsabilidad.

Yo veía a mi mamá Ana tan responsable, hacendosa y comprometida con la casa, mientras que papá Ramón, trabajaba muchas horas, entre su trabajo en la compañía de seguros, y en el estudio contable, mientras que los papás robots tenían tareas muy limitadas, lo que les permitía pasar mucho tiempo con sus hijos y en el disfrute conjunto de actividades lúdicas, musicales y de lectura compartida. Por eso lado, les tenía una sana envidia, ya que nosotros solo estábamos juntos a la hora de la cena y durante los fines de semana.

No recuerdo muy bien el final de la historia de la familia robótica, no me quedó grabada esa parte porque la verdad pienso que no me interesaba tanto. Además, pensaba que gran parte de lo que se postulaba en esa narración de ciencia ficción, era muy difícil que se diera en un futuro cercano. Está claro que mis capacidades de predecir el futuro o la clarividencia no son mi fuerte, ya que la exponenciación del mundo tecnológica, la inteligencia artificial, y otros avances, están promoviendo la creación de robots para múltiples aplicaciones, y pro si fuera poco la última novedad en la materia, es la presentación en el mercado de una esposa robot.

Hasta hace pocos años, en Brasil comenzó a tomar fuerza una práctica inusual en la que personas trataban muñecos hiperrealistas como si fueran hijos reales. Ese fenómeno, conocido como bebés Reborn, evolucionó hacia una nueva tendencia aún más extrema en la que algunos hombres reemplazan a sus parejas por androides femeninas. Así surgió el fenómeno de las esposas Reborn.

No son simples muñecas. Son androides femeninos con apariencia realista, voz generada por inteligencia artificial y capacidad para mantener conversaciones personalizadas.

En países como China, la demanda de estas figuras se ha disparado. Brasil, de forma sorpresiva, se ubica también entre los mayores mercados de consumo.

En redes sociales y foros especializados, numerosos hombres aseguran haber encontrado en estas compañeras robóticas una alternativa “más sencilla” frente a las relaciones humanas.

El argumento es repetido con frecuencia. A diferencia de una esposa real, dicen, la esposa androide no discute, no reclama, no se agota y está siempre disponible. No exige tiempo ni atención emocional. Basta con activarla.

Esta idea de una compañía sin conflicto ni exigencias ha captado a un sector de la población dispuesto a reemplazar el vínculo afectivo por una experiencia programada.

Uno de los casos más representativos es Aria, desarrollada por la empresa californiana Realbotix. El androide mide 1,70 metros, reconoce rostros, recuerda datos de conversaciones anteriores y adapta sus respuestas según el interlocutor.

Su rostro se puede cambiar en segundos gracias a imanes y su cuerpo está diseñado para desmontarse por partes. A diferencia de las muñecas sexuales que marcaron el origen de la compañía, Aria no incluye genitales ni fue concebida con fines eróticos. Sus creadores la definen como una compañera emocional.

El precio refleja el nivel de sofisticación. El modelo completo cuesta cerca de 175.000 dólares. Hay versiones más económicas, como un busto parlante por 12.000 dólares o una edición transportable por 150.000. Aun con ese valor, las cifras de ventas siguen creciendo. Y con ellas, las dudas éticas.

En Brasil, los casos vinculados al fenómeno Reborn ya han generado conflictos legales y sanitarios. Una mujer exigió atención médica simbólica para su muñeco en un hospital público. Otra pidió iniciar un juicio de custodia sobre una muñeca tras separarse de su pareja. Incluso se han reportado disputas por el control de perfiles de redes sociales vinculados a estos objetos, algunos de ellos monetizados mediante publicidad.

Las autoridades han comenzado a responder. En ciudades como Curitiba, se han emitido advertencias para evitar que personas con muñecos Reborn ocupen asientos preferenciales en el transporte público. También avanzan proyectos de ley que buscan impedir el uso de servicios públicos (especialmente de salud) en simulaciones con estos muñecos.

La aparición de las esposas Reborn desplaza aún más los límites entre lo simbólico y lo real. Ya no se trata solo de representación emocional. Se trata de ocupar el lugar del otro, de simular el vínculo humano hasta hacerlo indistinguible. En este escenario, surgen nuevas preguntas sobre el tipo de compañía que ofrecen estos dispositivos.

Una figura robótica puede simular atención, conversación y presencia. Pero lo hace desde una estructura programada, sin espontaneidad, sin riesgo emocional, sin reciprocidad. A largo plazo, esta dinámica puede debilitar las habilidades sociales más que fortalecerlas. Interactuar con una entidad que solo responde lo que uno desea oír puede reforzar el aislamiento en lugar de combatirlo.

La expansión de este fenómeno no solo plantea retos técnicos o legales. Expone una transformación profunda en la manera de relacionarse.

Las esposas Reborn no son un capricho tecnológico, sino el síntoma de una época donde la interacción humana empieza a ser reemplazada por vínculos diseñados a medida. La pregunta que permanece es hasta qué punto se está dispuesto a aceptar esa sustitución como norma.

El avance de la tecnología parece favorecer la comunicación, pero al mismo tiempo produce tendencia a la aislación y las relaciones distantes, propiciando interacciones con androides y humanoides, como una nueva manera de vivir que encuentra sus adeptos.

La familia robótica del libro de ciencia ficción que leí durante mi niñez, está a un chasquido de dedos para que aparezca y fructifique.

Mis escasas dotes de anticipar el futuro no lo registraron. Pensaba que la persona que escribió ese argumento se vinculaba con una excesiva tendencia a la imaginación extrema, pero la realidad hoy me demuestra lo contrario.

A veces solo hay que ver para creer, y otras tantas crear y después ver.

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