Arboles en flor !

Agosto no es un mes más del calendario. Es el período de las más bellas flores de lapacho o tajy, palabra en guaraní que significa fuerte o resistente. Estas flores de rosado intenso nos regalan una belleza única, indescriptible y sinónimo de abundancia. No se puede transitar la geografía asunceña, sin sentir admiración por el porte, la belleza y la frescura que emanan los lapachos en flor.

El lapacho o tajy, declarado árbol nacional del Paraguay por el Congreso en el 2011 es uno de los principales atractivos turísticos del país y su capital. Asunción se ve hermosa y esplendorosa cuando desde agosto empiezan a aparecer las primeras flores rosadas, blancas y amarillas. Sin dudas, la ciudad se vuelve una postal llena de colores y alegría. El espectáculo natural marca la cuenta regresiva para la llegada de la esperada primavera.

Una de las especies más vistas en la ciudad capital es el lapacho rosado, cuyo nombre científico es Handroanthus impetiginosus. Es del género Tabebuia, un árbol nativo de Sudamérica. Crece desde Paraguay hacia Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia y el norte de Argentina hasta México. Es sumamente distintivo por sus vistosas flores rosadas que aparecen a finales del invierno. Además, requerido por su madera dura y resistente.

A la infusión de su corteza se le atribuyen propiedades medicinales. El extracto que se obtiene a partir de la cocción de sus hojas funciona como un potente cicatrizante y antimicótico.

En Asunción es muy frecuente ver gran cantidad de lapachos rosados que decoran con su majestuosa belleza las plazas y los barrios. También tiñen de rosa las calles con flores que caen de sus ramas.

Otra de las especies vistas en Asunción es el lapacho amarillo, cuyo nombre científico es Handroanthus albus, se halla en todo el Paraguay y en algunos Estados brasileños. Se distribuye limitadamente y habita exclusivamente sitios bajos de suelos húmedos y puede llegar a medir hasta 35 metros de altura. También son visibles en las plazas, parques y espacios verdes de Asunción como el Jardín Botánico.

El más escaso y encantador de todos es el lapacho blanco, Tabebuia roseo-alba, es un árbol nativo del Paraguay y del Pantanal (Brasil-Paraguay). Por lo general, se comercializa con propósitos decorativos por sus características estéticas y se lo conoce comúnmente como el árbol de los copos de nieve.

En Asunción la población de lapachos blancos es muy escasa, pero cuando alguno florece capta de lejos la atención y admiración de todos. Es más fácil hallarlo en el campo o en otras ciudades del interior del país.

Cuenta la leyenda que cuando ocurrió la separación de los hermanos indígenas Tupi y Guaraní, el dios de los guaraníes les habló y les dijo: “Los dos son y serán siempre conquistadores de tierras. Y, en símbolo de sus conquistas, marcarán su territorio con grandes árboles de distintos colores cuyo nombre será tajy”.

Luego de eso, Tupã Tenondete (Dios supremo) les entregó las semillas que había traído del Yvaga (cielo). Además, les prometió que si la cultivaban crecerían árboles de troncos muy fuertes que les serviría para hacer canoas, cubiertos, flechas y casas. Fue así, que desde que comenzó la conquista de los guaraníes se puede observar lapachos de diversos colores por todos los caminos.

Desde ese entonces los nativos afirman que los “tajy” siempre traen la fortaleza de Tupã (Dios) a todo el pueblo, pues, al mirarlo y tocarlo, les transmite una fuerza incomparable. Además, marca claramente el territorio que pertenece a esta tribu. Por esto lo llaman: “El árbol de Yvaga, el árbol de Tupã Tenondete”.

El Lapacho blanco y la viudita

Hace muchísimo tiempo en la zona central del Chaco vivía una comunidad de aborígenes qom. Vivían de la caza y de la pesca, que por ese entonces era abundante. Niagasit, un caciquillo fuerte, valiente y hermoso, iba a casarse con la hija del cacique llamada Chona. Niagasit mantenía a su anciana madre a quien adoraba, y ésta a su vez veneraba a su hijo y a su futura nuera. Pero un año se produjo una gran sequía que secó las aguadas y alejó a los animales. Entonces los jóvenes qom tuvieron que ir a lugares más alejados y bajos en búsqueda de alimentos. Fue así como fueron a las tierras del Machagai. Pero allí, una madrugada, los indios Moqoi, tradicionales enemigos de los Qom, les tendieron una emboscada. En la lucha algunos murieron y otros fueron hechos prisioneros.

Unos pocos se escaparon y regresaron a la comunidad. Allí anunciaron la muerte de Niagasit. Terriblemente apenada por la infausta noticia, su madre murió esa misma noche. Pero Niagasit no había muerto. Sólo fue herido y hecho prisionero. Esa noche se fugó y al día siguiente llegó con los suyos. Allí se encontró con el doloroso espectáculo de que su madre muerta iba a ser enterrada. Niagasit acompaño el cortejo. La mujer fue enterrada a la usanza indígena. Dejaron la cabeza afuera y la cubrieron con ramas. Niagasit no volvió con sus pares a la toldería. Cuando quedó solo, cortó las trenzas blancas de su madre y se las ciñó a su frente en señal de dolor. Así permaneció varios días inmóvil frente al cadáver hasta que el piadoso Dios lo convirtió en el más hermoso árbol de nuestra flora: el lapacho blanco, erguido y elegante como él y con fl ores blancas como las trenzas de su madre. Y su inquieta novia, que iba y venía, la convirtió en un pajarito que vuela, sube y baja, que nunca queda quieto: la viudita.

Hay otra ave que se vincula con las flores en general y asimismo con las flores del lapacho: el picaflor.

El nacimiento de los picaflores

Hace muchos años vivían en armonía Painemilla y Painefilu, dos bellas hermanas. Se separaron porque Painemilla se casó con un inca y se marchó con su amor a tierras extrañas. En seguida quedó encinta y uno de sus sacerdotes predijo que nacerían un varón y una hembra, ambos con un pelo de oro. Cuando se acercaba el momento del parto Painefilu se acercó al palacio para hacer compañía a su hermana.

Pero todo se complicó por los celos de Painefilu hacia la vida fácil de su hermana, sentía envidia por todo lo suyo, especialmente por el embarazo y por el amor que el inca sentía por ella. Disimulaba sus sentimientos, pero se sentía herida en lo más profundo de su ser.

El nacimiento de los sobrinos la enloqueció y fue capaz de hacer creer a su hermana de que había dado a luz una pareja de gatos; mientras, introdujo a los recién nacidos en un cofre y los tiró en un río. Painemilla estaba horrorizada con lo sucedido pues sabía que su marido no la perdonaría nunca. El inca, al enterarse, mató a los gatitos y envió a su mujer a una cueva para no verla jamás. Painefilu siguió viviendo con él.

El cofre con los niños vagó por el río pero protegido con una espuma que Antü, dios del Sol, le proporcionaba desde el cielo, hasta que fue encontrado por una pareja de ancianos. Cuando éstos abrieron el cofre descubrieron a los hermosos mellizos de los que destacaba un pelo oro entre su cabellera. Los ancianos los cuidaron con primor.

En cierta ocasión, el inca paseaba por la orilla del río penando por los acontecimientos y vio a dos muchachos que jugaban en el bosque. Recordó que podían ser sus hijos y les acarició el pelo, descubriendo así el pelo de oro que correspondía, según la profecía del sacerdote. Mágicamente se reconocieron los tres. El muchacho acusó a su padre por expulsar a su madre del palacio y le exigió que ella volviera a casa. Painemilla volvió y la familia no se separó jamás.

El castigo a Painefilu fue llevado a cabo por sus sobrinos, que la ataron sentada en una enorme piedra. El chico tiró hacia el cielo una piedra transparente y pidió justicia a Antü. Un rayo cayó sobre Painefilu quedando reducida a cenizas. Un trocito de su corazón no llegó a quemarse, convirtiéndose en colibrí o picaflor, que según los mapuches predice la muerte.

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