Las noticias derivadas de expresiones de personas influyentes no dejan nunca de sorprender. Para bien o para mal, con más o menos sensatez o cordura, se encargan de difundir sus propios pensamientos, opiniones o juicios de valor, sobre temas que normalmente son objeto de debate, pero que, puestas en la boca de personas con poder político, económico, religioso, deportivo, empresario, gremial o de la índole que sea, adquieren connotaciones rimbombantes, siendo el foco de atención de la prensa, y de la opinión pública en general durante varios días.
Existen cada vez más ejemplos, en donde las redes sociales son usadas, como una especie de arena, donde el primer posteo, expresado por lo general como una verdad indiscutible, genera reacciones en cadena, que terminan en réplicas de mal gusto, incluso peores que la fundamentación original. Pocos usuarios de esa plataforma terminan por entender muy bien, cuando, dónde y con qué sentido, arrancó la discusión, la cual termina tergiversada, enredada entre palabras e ideas, que no tienen que ver con la provocativa estocada inicial.
El habla responsable y equilibrada, debería tener o, aunque parece que no, un nivel superlativo en las personas que más poder social detentan. La realidad hoy nos muestra que en muchas ocasiones sucede lo contrario. Los lideres, al igual que cualquier mortal, amparado por el derecho a la libre expresión, no reparan en las consecuencias de sus palabras, a veces tampoco en las implicancias de sus actos y decisiones.
Somos libres de expresar nuestras ideas, eso es algo que debe sostenerse. Como contrapeso, tenemos que comprometernos responsablemente con lo que decimos, sosteniendo luego eso con nuestros actos. Haz lo que digo, pero no lo que hago es una frase, que se puede aplicar en cualquier contexto y en muchas circunstancias, en las cuales la coherencia del pensar, decir y hacer falta de manera manifiesta y evidente.
Muy pocos resistimos archivos, ya que por lo general nuestras maneras de pensar mutan, con nuestro desarrollo personal y el ámbito en donde estamos inmersos o bien producto de la autoridad que damos a otros, al dar por más fundamentadas o válidas sus opiniones. Del mismo modo, nuestros valores, se mantienen como nuestra guía a lo largo de nuestras vidas. En este juego de opiniones propias, ajenas y compartidas, se tejen nuestras relaciones humanas, entrelazadas por los afectos y los proyectos en común.
La sociedad ha avanzado sobre la base de acuerdos escritos, a las cuales hemos denominado “leyes”, que no son más que códigos de convivencia. Gracias a estos pactos fronteras adentro y algunas veces internacionales, existen marcos de referencia para castigar conductas personales reprobables y otras que tienen que ver con la erradicación de flagelos tales como:
- La trata de personas, el tráfico y secuestro de personas
- La esclavitud
- El maltrato y racismo en todas sus formas
- La discriminación de cualquier índole
- El narcotráfico
- El tráfico de órganos
- La desaparición de personas
- El genocidio
- El terrorismo en todas sus formas
- El abuso sexual y la pedofilia.
La lista puede continuar, pero todas estas aberraciones representan cuestiones que no se discuten, en su reprobación y condena, como parte de nuestra condición humana evolucionada.
Volviendo al inicio de mi escrito de hoy, respecto de las expresiones tiradas al aire, o expresadas frente a algún medio, dichas por personas influyentes, en los últimos días hemos sido testigos, de manifestaciones por redes, en donde el jefe de un programa estatal (líder de una empresa de vanguardia), aboga para que empleados públicos de una nación hiper desarrollada, trabajen en jornadas de trabajo de 120 horas semanales, considerando propicio que de esos trabajadores, los que tengan IQ elevado, lo hagan sin recibir remuneración o paga. La justificación de ello, palabras más o palabras menos, es que el éxito que él hubo de conseguir a lo largo de su vida, se basó en esta modalidad de trabajo.
Estas ideas manifestadas, en un entorno de cero censuras, promulgada desde la constitución, que es el marco de referencia de todas las leyes, no puede ser prohibida, respetándose de este modo, el derecho fundamental de las personas a expresarse libremente. Volviendo al hecho de que la responsabilidad en los contenidos, debe ser mayor cuando mayor es la posición de poder que una autoridad detenta, es que esta misma libertad de expresión, queda ultrajada y desprovista de sentido, siendo manipulada por el extremismo de pensamientos retrógrados y cercanos a conceptos feudales y totalitarios.
Pensar que la solución a un problema puede ser obligar a que las personas trabajen en un régimen de jornada super extendida, por largos períodos de tiempo, incluyendo que no gocen de sueldo, es retroceder varios casilleros en la historia de la evolución histórica del hombre y de sus reglas mínimas de convivencia.
En lo personal, siempre cuento una historia que involucra a mi padre. Siendo contador público llevaba la contabilidad de una empresa con muchos empleados. En las visitas que hacía regularmente, me llevaba y yo disfrutaba de ello, ya que, con mis apenas nueve años, era una salida donde podía ver a los peces exóticos, que nadaban en una gran pecera exhibida en las instalaciones de la empresa. Cierto día, caí en la cuenta de que hace varios días que no íbamos. Cuando pregunté a papá, por qué ya no íbamos más, su lacónica respuesta fue que él ya no disponía de tiempo para atenderlos. Ramoncito, como le llamaba cariñosamente esta gente a papá, había decidido por motivos de exceso de trabajo no trabajar más con ellos. Años después, con mi padre ya desaparecido físicamente, en una charla con mamá, surgió el recuerdo de esa enorme caja de peces, que yo observaba extasiado. Ella me contó la verdadera historia, que papá había decidido no ser más el contador de esa empresa, producto de que no estaba de acuerdo con las prácticas laborales abusivas, a los que se sometían a los empleados, que consistían en jornadas semanales sin descanso dominical, de más de doce horas por día, sin pago de horas adicionales, ni compensaciones de ningún tipo. Que antes de irse había tenido varias charlas con los dueños, en donde les explicaba las distintas modalidades de trabajo y las reglas aplicables en cada caso, pero que esto no había tenido eco, por lo que fiel a su ética personal, había decidido no continuar con su prestación profesional. Fiel a su estilo personal, papá había preferido no develar el motivo real, producto asimismo de su ética profesional, y a su decisión de transmitir sólo los hechos positivos.
Casi cincuenta años después, la historia vuelve a repetirse, en este caso de la mano de un líder con pensamientos de vanguardia.
Mis sensaciones personales en estos casos me llevan a decir una frase, que por momentos deja de usarse y en otros adquiere un significado superlativo:
“Es hora de llamar a las cosas por su nombre”.
Pretender justificar que el éxito de algo está basado en la extensión indefinida de la jornada de trabajo de las personas, no tiene cabida en la sociedad que hemos construido.