La decisión de “quemar las naves” que trajeron a los expedicionarios españoles desde Cuba hasta Veracruz, tomada a principios de agosto de 1519 y generalmente atribuida a la voluntad individual de Hernán Cortés, es tan famosa que se ha convertido en un dicho en el español de México. Cuando una persona toma una determinación radical de romper con su pasado solemos decir, en efecto, que “quemó sus naves”, haciendo alusión a esta temeraria acción llevada a cabo hace 500 años.
Claro que las propias historias españolas aclaran que, en verdad, el capitán no quemó literalmente ninguna de sus naves, una imagen romántica inventada siglos después. En vez de eso, las barrenó o les dio de través, es decir las perforó para inutilizaras para la navegación. Posteriormente, dispuso de partes de la madera con la que estaban construidos los navíos para construir parte de las fortificaciones de la recién fundada Villa Rica de la Vera Cruz. Preservó, sin embargo, todos los aparejos de metal, indispensables para cualquier navío y que serían imposibles de sustituir en la tierra en la que habían desembarcado, a diferencia de la madera que podía ser obtenida sin tanta dificultad. Por otro lado, los historiadores afines a Hernán Cortés le atribuyeron la responsabilidad y el mérito de esta decisión, además del ardid con que la realizó. Lo más probable, sin embargo, es que no la tomara solo, sino con el consentimiento y apoyo de sus principales capitanes y aliados, Gonzalo de Sandoval, Pedro de Alvarado y otros.
Vista más allá del refrán romántico, desarmar las naves fue una compleja decisión política y estratégica que sirvió para varios fines. De manera directa, inutilizar los navíos impedía que pudieran huir y regresar a Cuba los numerosos miembros descontentos del contingente español: todos los que sentían miedo justificado ante la temeraria empresa de conquista que estaban a punto de iniciar y aquellos que aún apoyaban a Diego Velázquez, gobernador de esa isla. Cortés y sus capitanes se rebelaron contra este poderoso gobernante a principios de 1519, al rechazar sus instrucciones de realizar una expedición de exploración y comercio en las nuevas tierras y no una de conquista; habían fundado una ciudad propia, Veracruz, para sustraerse a su autoridad, y acababan de enviar una embajada a España para defender su posición ante el mismo rey. Con la destrucción de los navíos impusieron de manera definitiva su voluntad sobre los expedicionarios que estaban descontentos con estas acciones. Con esa misma intención, en las semanas anteriores, Cortés y sus hombres habían juzgado y ejecutado a varios miembros leales a Velázquez.
Al mismo tiempo, conservar los aparejos de metal de las naves abría la posibilidad de volver a construirlas en diversas circunstancias. En primer lugar, los expedicionarios habían recibido informaciones fidedignas por parte de sus aliados indígenas de que la ciudad capital del imperio de los culúa, como llamaban a los mexicas o aztecas, estaba rodeada de agua. Por eso, los capitanes españoles no descartaban la necesidad de utilizar naves para asaltar esa capital. Esto fue precisamente lo que sucedió un año y medio después, cuando resolvieron asediar y asolar México-Tenochtitlan y construyeron una pequeña flota de bergantines diseñados especialmente para navegar en el lago de Texcoco, aparejados con las piezas de metal rescatadas de la flota marítima destruida en 1519. En otro caso, los aparejos también podrían ser usados para construir naves que los llevaran de vuelta a Cuba, a otra isla del Caribe o a la misma Península Ibérica.
La acción de desarmar las naves fue además una atrevida apuesta, a la altura de las circunstancias en que se encontraban los expedicionarios. Su rompimiento con el gobernador Velázquez, el representante legítimo y directo de la Corona en Cuba, era un acto de rebeldía que los hacía merecedores de una sentencia de muerte, que el airado gobernante no vacilaría en aplicar. En esta situación, la única salvación posible para los rebeldes era perseverar en su empresa y conquistar riquezas y territorios suficientes para convencer al rey de que perdonara su traición. En este sentido, podemos decir que Hernán Cortés y los capitanes doblaron su apuesta, en una estrategia de todo o nada, una medida también de lo desesperada que era en verdad su situación.
Sin embargo, “quemar las naves” no fue un salto al vacío. Después de vivir en las costas de Veracruz durante tres meses, los expedicionarios habían construido vínculos fuertes con los cempoaltecas y su gobernante, el llamado Cacique Gordo y podían confiar en su amistad y su apoyo. Además, habían conocido a otros enemigos de los poderosos mexicas que habían dado muestras claras de su disposición a apoyarlos. Es por ello por lo que al desarmar sus navíos Hernán Cortés y los suyos apostaron, en verdad, por sus alianzas con los naturales de Mesoamérica y se pusieron, por así decirlo, a su merced. Esta confianza, justificada por la lealtad de los aliados en los siguientes años, fue la verdadera ganancia de la temeraria apuesta de los expedicionarios.
Esta historia, sirve para que muchos usemos esta metáfora de “quemar las naves”, para dar significancia a decisiones estratégicas, avalados por los siguientes hechos, que son parte de mi pensamiento personal:
- Decidir es una acción que puede llevarnos a muchos lugares, pero no decidir casi siempre nos deja en el mismo lugar.
- Tiene que haber un tiempo para realizar análisis previos a las decisiones que necesitamos tomar, pero ese tiempo no puede ser infinito, ya que no prosperamos en base a escenarios analíticos (salvo que nos dediquemos a eso, vendiendo consultoría), sino en base a la ejecutividad de nuestros actos.
- “Quemar las naves” no puede ni debe ser sólo una decisión basada en la temeridad, sino en que cuando nuestro proyectos o proyectos adquieren una solidez suficiente en lo financiero, técnico, comercial y humano, está bueno declarar esa frase, para que todos los que están en el barco sepan, cuál es nuestro nuevo rumbo, ese propósito que nos diferencia de nuestro estado anterior.
- Hay momentos para quemar naves y momentos que no. Avalados por datos podemos tomar la mejor decisión de cuando hacerlo. En un proyecto que ya está desarrollado en un 75 %, “quemar las naves” es casi una decisión que no se puede postergar.
- “Quemar las naves” es ante todo un estado anímico derivada de una declaración fundamental: “vamos a llegar a lo que nos proponemos dando lo mejor de nosotros y a toda costa”. Acelera los procesos internos personales y de equipo que nos permiten llegar a lo que anhelamos.
Quemar las naves no es condición suficiente para garantizar el éxito de un proyecto o de lo que estemos decidiendo, pero orienta a todos sobre el rumbo común e inequívoco que estamos dando. En mi vida, hubo varios episodios de “quema de naves”, de los cuales por lo general salí fortalecido, aunque el proceso no haya sido del todo sencillo, producto de las emociones que atravesamos.
Para finalizar algunas reflexiones ligadas:
“Si no sabes a que puerto zarpa tu barco, ningún viento te será favorable”. (Séneca).
“Un barco está seguro en el puerto, pero no es para ello que fueron construidos los barcos” (Paulo Coelho).
“El pesimista se queja del viento, el optimista espera que cambie y el realista ajusta las velas” (George Ward).