Hoy no me cuesta tanto escribir. Lo hago con una mezcla de muchas emociones, recuerdos y varias sensaciones que son difíciles de poner en palabras. Si me está costando en demasía, encontrar un título. Estoy redactando y probablemente el fluir de las palabras me regalé una frase que haga el honor.
Para los lectores, que comparten el sufrimiento creativo, pueden saber a qué me refiero. Más allá de eso, ustedes empezaron leyendo un encabezamiento al cual he dedicado mucho tiempo. Muchos dirán, y con razón, que es algo muy simple, que lo que importa es el contenido. Para mí y sobre todo en este caso, el cómo empezar lo es todo.
Transcurrido poco tiempo de recibido, tuve la suerte de participar como integrante de un equipo de proyecto, para la construcción de una planta industrial completa, dedicada el embotellamiento de bebidas gaseosas y aguas minerales. La parte del proyecto que me correspondía se centraba en el diseño y contratación de la provisión de todos los servicios centrales: agua, aire comprimido, vapor y sistema de refrigeración. Este último era el de mayor envergadura y complejidad técnica.
Para ser honesto con apenas 27 años, y sin experiencia previa en el diseño de sistemas de refrigeración, a lo que se sumaba la presión existente por definir rápidamente los proyectos, para desarrollar la ingeniería conceptual, de detalle y ejecutiva, parecía que el mundo se me venía abajo. En un lapso menor a los 30 días, todo debía estar listo para salir a cotizar la provisión de los equipos, el montaje y todo el resto de los elementos (electricidad, tableros, automatismos, cañerías) vinculados con el sistema que enfriaría nuestra bebida, para que pueda ser carbonatada eficientemente en nuestro proceso industrial.
Comencé a buscar proveedores que pudieran proveer el sistema, pero no había uno que pudiera abarcarlo todo. Mi jefe, me tiró un salvavidas, cuando luego de un par de días, en los cuales aún no había encontrado la solución, me habló de una empresa de Mar del Plata, asociada con una de Buenos Aires. Me pasó dos contactos: uno, que ya no recuerdo, de la parte radicada en la Capital y otro que lideraba la empresa en Mar del Plata, cuyo nombre no olvidaría: Alfredo García. Conversa con ellos no bien puedas, por favor. Ya estamos atrasados.
Intuición o fruto del azar, a lo que se sumaba cierto resquemor provinciano por conversar con personas de la capital, me incliné por contactar telefónicamente con Alfredo. A fines de la década del 90, los celulares no abundaban, existían los famosos zapatos y ninguno de nosotros disponía de ellos, por lo que la primera llamada y las sucesivas se hicieron mediante línea fija.
El ingeniero García, desde esa primera comunicación, demostró ser una persona interesada más en colaborar que en vender, en enseñar que en demostrar y en la transparencia de mostrar todo, que en ocultar detalles para generar adicionales y sobreprecios. Me ayudó a diseñar todo el sistema, aunque finalmente no le comprara a su empresa, generando conmigo toda la documentación necesaria para salir a cotizar. Estoy seguro de que voy a ser el más competitivo, repetía.
Hicimos dos reuniones en Buenos Aires. Una de apertura y otra de cierre del proyecto, junto a su socio. Finalmente, salimos a licitar, con todo el pliego de condiciones técnicas terminado. Efectivamente su propuesta resultó ser la más económica, y que cumplía con todos los parámetros solicitados, entre cuatro que se presentaron, por lo que compramos el sistema a la empresa de Alfredo.
Sucedieron después varias etapas, en donde seguimos interactuando, con visitas de Alfredo a Córdoba, donde hubo que hacer algunas correcciones del proyecto en la etapa del montaje, hasta llegar finalmente a la puesta en marcha del sistema, en donde Alfredo se hizo presente durante varias jornadas seguidas.
El sistema que manejaba amoníaco como fluido refrigerante, resultó tener una performance muy buena. Estaba muy bien diseñado y funcionaba cumpliendo con creces el propósito de enfriar la bebida para carbonatarla. Fundamentalmente gracias a Alfredo, es valioso acotar. Recuerdo las charlas con Alfredo, respecto de la peligrosidad del amoníaco, los cuidados que se había de proveer en materia de manejo y seguridad, pero al mismo tiempo recuerdo las fortalezas que él mencionaba de este fluido, respecto de la eficiencia energética y del cuidado del medio ambiente y la capa de ozono. Durante ese período nadie hablaba aún del problema climático, sin embargo, Alfredo ya lo hacía, demostrando una vez más, su solvencia técnica y profesional.
Entablamos una relación, que en ese momento no se podía catalogar como amistad, ya que era más bien técnica. Transcurrido un año, sobrevino mi decisión de abandonar la empresa, por razones varias, que no vale la pena mencionar. Mi decisión era de abrirme camino de manera independiente. Sobrevino una de las tantas crisis políticas y económicas, que me dejó un poco a la deriva. Alfredo se enteró de mi situación a través de otra persona, que continuaba en contacto con él, y me llamó un día para ofrecerme trabajo en su empresa, en este caso como empleado para el desarrollo de proyectos y comercialización de equipos. Recuerdo que me dijo que me ofrecía la posibilidad, no sólo por mi condición técnica, sino por mi condición como persona. Eso hablaba mucho de él, de su compromiso y don de gente, de su honestidad y generosidad, por encima siempre del resto. Los que han recibido una mano de alguien, en momentos difíciles, saben muy bien lo invaluable que es eso. Lo esencial que es que alguien te tienda un puente y te anime a recuperar tu valor.
Hicimos varias cosas juntos, que afianzaron nuestra vinculación, pero la crisis no cejaba de golpear y mis planes de formar una familia apremiaban, por lo que decidí emprender otro camino. El, nuevamente me apoyó en la decisión, quedando al servicio en caso de que algo resultara mal. La vida nos fue distanciando, con algunos contactos esporádicos, en donde me contaba cosas de su vida laboral y personal, del crecimiento de sus hijos, de como estaba su padre de salud, entre otras cosas. Del mismo modo, yo le compartía mis avances profesionales y personales, los cuales lo llenaban de orgullo. Desde su humildad, bajo nivel de juicios, sus consejos siempre iban en la línea correcta. Un ser humano con todas las letras, por encima de toda mezquindad y egoísmo.
Los compromisos laborales y personales crecientes de ambos nos incomunicaron por varios años, en los cuales no tuvimos más novedades el uno del otro. Hace poco más de un año, alguien comenzó a seguir este blog dominical, pidiéndome mi número de teléfono. Era nuevamente Alfredo, ya retirado de su empresa, la cual había vendido por problemas de salud. Volvimos a encontrarnos, ya en una faceta completamente distinta, mucha más humana que profesional. Se transformó en un lector asiduo de mis escritos, le gustaba mucho lo que yo trataba, además de que podía escucharlos, ya que se le dificultaba mucho leer. Me dijo algo que atesoro en mi corazón: “Marcelo, realmente admiro lo que haces”. No será para tanto, le dije, pero él insistía con su indefectible apoyo y ganas de reconocer al resto, más que a él mismo.
En una de las tantas charlas telefónicas, me contó de una pérdida muy trágica que hubo de sobrellevar, además de la de su padre. Por respeto, y porque él se encontraba algo triste aún, jamás ahonde en lo sucedido. Lo importante era volver a conversar y relacionarme con una persona de un nivel humano poco común, muy por encima de la media.
Todos los domingos comentaba mis escritos, con palabras halagadoras y llenas de positivismo. En noviembre del año pasado dejó de hacerlo, y le escribí algunas veces ya sin respuesta de su parte.
La penosa confirmación de su desaparición física me llegó de su esposa Cristina, hace unos domingos atrás. Le pedí permiso para poder hablar de Alfredo, a lo cual accedió gustosamente. Me dijo que estaban consternados porque no lo esperaban, y que estaban tratando de asimilar su pérdida. Además de lamentarlo profundamente, le dije que era comprensible, producto de la calidad humana de Alfredo, de la buena persona que realmente era.
Para mí, como creo que, para muchos, nunca será una despedida, ya que en cada cosa que hago o decido como ingeniero, se encuentra parte de la impronta de quien supo ser un maestro para mí. Además, en cada situación humana, muchas veces me digo a mi mismo: ¿Qué pensaría Alfredo sobre esto?. Sus cualidades y virtudes morales, éticas y humanas, que me superan con creces, son realmente inalcanzables para quienes lo hemos conocido. Es un regalo que no tiene precio.
Nuestras últimas conversaciones siempre fueron de posibilidad, de positivismo y de ganas de vivir. Alfredo era un gran luchador, pero por sobre todas las cosas “un gran tipo”. Este escrito, ni todos aquellos que les pueda dedicar hacen honor a sus inmensas dotes personales que lo distinguían: prudencia, don de gente, ganas de ayudar, honestidad, amorosidad con su familia e hijos, solidaridad, responsabilidad al extremo, compromiso y bondad.
Ojalá algún ingeniero me recuerde como yo lo hago en este momento a Alfredo. Ojalá pueda despertar en alguien, una mínima porción de lo que despertaba él con cada tema que hablaba, sin esconder nada, abierto, sincero y genuino.
Hoy me toca contarle a gente que no lo conocía, lo que significada Alfredo para las personas que habían tenido la suerte de cruzarse en su camino.
Disculpas si me fallaron o faltaron algunas palabras. Como ya di a entender, no resulta sencillo.
Lamento no haberlo honrado en vida, como realmente correspondía. Me queda el consuelo de haberle agradecido en vida. Eso cuanto menos, aunque me suene a poco.
Gracias por todo, querido amigo.
¡Hasta siempre!