¡Enojarse es un arte exquisito!

Transitar las calles conduciendo un vehículo es muchas veces una odisea. Somos muchos los que queremos apropiarnos de ese espacio vital, con la expectativa de fluir sin interrupciones, haciendo prevalecer nuestras necesidades de movernos a la de los demás. Las ciudades suramericanas, sobre todo las más grandes, no están preparadas, para tanto flujo vehicular, y mucho menos para que coexistan en movimiento camiones pequeños, utilitarios, camionetas, automóviles, motocicletas y rodados menores como bicicletas y ahora patines eléctricos.

Manejar, es como adentrarse en una jungla, como tantas veces hemos escuchado, y ganan los que tienen el tamaño y la potencia más grande. Proliferan actitudes imprudentes, y salvo honrosas excepciones, todos y cada uno de nosotros, tenemos una marcada vocación por no respetar las señales.

El enojo, las discusiones, las disputas acompañadas de agresiones verbales y físicas, son comunes y recurrentes en todo momento, siendo fuente de inspiración para la trama de cualquier libro o película, en donde por lo general, existen escenas que se desarrollan conduciendo vehículos, a toda velocidad, con derivaciones y consecuencias disparatadas y/o terroríficas.

Si hubiera la posibilidad de instalar un aparato para medir “el enojo o crispación generalizada”, de seguro las mediciones más elevadas, se darían durante las horas pico de tránsito en ciudades multitudinarias.

El enojo, la crispación y su amiga más elevada y persistente que llamamos “IRA” son moneda corriente, en todas las interacciones humanas, incluyendo una versión más íntima “el enojo con uno mismo”.

El enojo es una de las emociones más presentes desde nuestro nacimiento. El ceño fruncido es algo muy común en los infantes, siendo la reacción más natural que tenemos al alcance de la mano, para decir que algo no está gustando o resultando confortable.

Recuerdo el haber sido un niño con bastante tendencia a la ofuscación. Me producía irritación que otros infantes no quisieran jugar, que mis padres no me compraran un juguete, una mala nota en el colegio, sólo por citar ejemplos comunes. No vivía crispado, pero sí con una gran frecuencia, me sentía irritado con las cosas, vale decir intranquilo, inquieto y molesto. A pesar, de eso siempre hacía todo lo que se me pedía, no tenía problemas para estudiar y relacionarme con los demás. Era algo más vinculado a mi mismo y mis expectativas.

Durante la adolescencia, los enojos pueden ser más reiterados, impulsivos y derivar en situaciones complejas de violencia o descontrol. Los púberes, adolecen o están en búsqueda de muchas cosas, una de las cuales, es la posibilidad de frenar a tiempo, sin descarrilar con sus emociones. En mi caso, esa etapa fue de bastante equilibrio en ese aspecto, no así a la hora de frenar la parranda, en donde, por cierto, frecuentemente descarrilé.

Unida a la frustración y camino previo a la ira, a una edad más madura, el enojo se produce fundamentalmente, debido a aquello que se interpone con nuestros objetivos personales. Es por ello, que nos molestan situaciones, actitudes de otras personas, pedidos no satisfechos, errores propios y ajenos, metas que no alcanzamos. Vivir como un adulto enojado, considero que es una de las peores decisiones de modo de vivir, por la que podemos optar.

Te quiero compartir ahora algunas reflexiones sobre el enojo y sus derivados. Como siempre te digo, puedes tomarlos, dejarlos o considerarlos parcialmente, dentro de tu esfera de pensamiento crítico.

Vivir enojado, puede resultar nocivo para mantener relaciones estables, conservar amigos, trabajo. Nos limita la oportunidad de expandir nuestras posibilidades.

En el otro extremo, no enojarse por casi nada, puede implicar la aceptación pasiva de agresiones. La exacerbación de la calma, puede atentar contra nuestra dignidad humana. Vale decir, ante una agresión manifiesta recibida, mantenerse sin decir palabra, puede resultar contraproducente.

La exasperación usada como un mecanismo de manipulación hacia los demás, es inconducente para mantener sanas relaciones humanas.

La calma fingida, utilizada como un mecanismo de simulación para mostrar equilibrio, es una condición de inautenticidad, que se puede caer por su propio peso.

Poner conciencia y detectar lo que nos está enfadando, nos permite encontrar una salida para no permanecer en esa emoción. De este modo evitamos entrar en la cólera.

No manifestar enojos a tiempo, puede derivar en el resentimiento, que prolongado en el tiempo nos lleva al odio.

El enojo reduce el espacio de posibilidades para accionar. Es espontáneo y una reacción impulsiva.

Poner conciencia de la limitación que produce, es clave para sortear obstáculos y conseguir metas.

En un sentido práctico, cuando nos disgustamos con alguien, estamos emitiendo una señal de alarma hacia el otro. Le estamos diciendo:

¡Oye esto que estás haciendo es inaceptable!

Ahora bien, si nuestro devenir no es acompañado de otras señales en sentido contrario, de que aceptamos determinadas cosas de los demás, la cuestión se torna poco sostenible.

Los orígenes del cabreo pueden ser muy variados:

Enojos amorosos en relaciones profundas entre personas.

Enojos en el entorno de la amistad por promesas incumplidas.

Enojos por desavenencias laborales o contractuales.

Enojos por inconductas a la hora de conducir.

Enojos por situaciones injustas.

Así podemos enumerar cientos de razones.

El común denominador de los motivos, es por lo general un disparador o sea algo que no esperaba. No estaba en mi radar.

Mantener una adecuada gestión de lo que nos irrita, nos puede llevar a tomar mejores decisiones.

Estoy enojado conmigo mismo, porque las cosas no me salen cómo quería:

  • concurro a terapia, buscando ayuda profesional.
  • busco la asistencia de un coach.
  • genero nuevas relaciones.
  • indago en otras personas que hacen lo mismo, para saber cómo lo hacen.

Poner conciencia sobre el enojo, me permite articular numerosas acciones posibles.

Es por ello que mi escrito de hoy tiene este título:

¡ENOJARSE ES UN ARTE EXQUISITO!

¿Hay que aprender de nuestros disgustos?

Sin lugar a dudas.

Estando en una situación de rabia, o frustración, es probable que al hablar ofendamos, o produzcamos un daño que puede ser irreparable. Al mismo tiempo si no manifestamos adecuadamente lo que nos enoja, el efecto puede ser nocivo para nosotros mismos.

El hilo es muy delgado, por lo tanto, se puede romper fácilmente. Nosotros somos como equilibristas manteniéndonos arriba, muchas veces en situaciones distintas con personas diferentes, aunque con algunos elementos comunes.

Ser un maestro viviendo nuestras irritaciones y las de los demás, suena a utopía, pero cuando más nos acerquemos a bajar a tierra esta emoción, tendremos nuevas oportunidades para crecer.

¿Cómo andas de enojos?

¿Cuál es tu equilibrio en relación con los acontecimientos y otras personas que te disgustan?

¿Te sale fácil la cara de…..?

Hace miles de años, Aristóteles, un filósofo de los más reconocidos, nos regalaba esta frase genial.

“cualquier pueda estar enojado, eso es fácil, pero estar enojado con la persona correcta, en la intensidad correcta, en el momento correcto, por el motivo correcto y de la forma correcta…. eso sí que no es fácil”.

Tantas veces escuchamos:

¿Es tan difícil no enojarse por pavadas?

Depende las pavadas……

Un chiste malo para el final:

Me gritó: “Sal de mi vida”.

Yo le respondí: “Pimienta de mi corazón”.

Y luego de eso, se enojó aún más.

La verdad no entiendo.

No te irrites por mi broma, por favor.

Créeme, que el humor salva vidas y relaciones.

Al menos, en mi caso, ha venido sucediendo.

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