¡Sueños de bailarina!

Faltando poco más de un mes para una de sus noches más esperadas, sobreviene lo impensado. Esa pequeña molestia en unos de sus pies, se intensifica, transformándose en un dolor incipiente y luego en un sufrimiento constante, que se manifiesta y agudiza con cada movimiento. El dolor es casi invalidante para desplegar la destreza, la fuerza física acompañada de elegancia, que se necesita para entrenar toda la secuencia de su baile.

Elegida para bailar un solo como “Cupido”, en la parte central de la pieza con el mismo nombre, es su oportunidad para brillar con su propia luz, aquella que deriva de su nombre “Lucía”. Parece ser que aquello que había deseado tanto, tiene pronóstico reservado, se escurre como el agua, en la grieta de su malestar físico. El paso de los días no muestra una evolución favorable.

Las lágrimas que son la manifestación del desconsuelo, se hacen presente. Rápidamente se pide cita con el traumatólogo, el cual le pide unos estudios. El problema, por suerte, no es tan complejo. Es una articulación inflamada, que se puede aliviar con sesiones de kinesiología, las cuales se activan y planifican de inmediato. La recomendación es reposo y no más movimientos bruscos ni exigentes, sobre la parte afectada. Ante la pregunta, de si se puede entrenar suavemente, para tratar de llegar a la noche del primer día de noviembre, de modo tal de poder estar presente en la celebración, donde oficiaría de “Cupido”, la cara del doctor ya refleja la duda, y sus palabras lo confirman:

“Mi dictamen profesional es de no hacer ninguna actividad física. Con la evolución de las sesiones de kinesiología, más los calmantes, quizás pueda intentar y probar. No descarto incluso que pueda agravarse”.

Lucía, ya de pequeña se manifestaba como una persona con tendencia a sobrellevar las adversidades, y poner todo lo que haya que poner, para avanzar en lo que se propone. Este evento activa el modo de acción que lleva incorporado, aquel que la motiva y le dice que puede superar el escollo. Lucía entra en la modalidad actitudinal: “esto no me quitará la posibilidad que se me presenta”.

Cumple con el tratamiento a rajatabla, aguanta las molestias y dolores, que poco a poco van cediendo. Habla con su profesora de danza clásica, y acuerda que bailará en media punta, no de punta entera, como para no forzar por demás el pie lastimado. Participa como puede y paulatinamente en los ensayos, a los cuales concurre con una sonrisa, llevando su vitalidad como estandarte y su compromiso como un valor innegociable. Así se toma las cosas, mientras no cede en sus intenciones de ser una buena “Cupido”, lanzando flechas de amor, mientras danza.

En los últimos ensayos se nota un poco más plena. Los dolores casi han desaparecido, le permiten soltarse, mostrar sus cualidades, desplegando toda su energía en el escenario. Su papel en solitario dura unos setenta segundos, que semejan varios minutos, cuando se tiene que armonizar el compás, la precisión, el cuerpo entero y la fortaleza del espíritu. Los sueños nacen para ser vividos, para ser un cúmulo de acciones para llegar al objetivo deseado. Mientras baila, la voz de la profesora la alienta, la inspira y le da sorbos de aire que la mantienen respirando acompasadamente.

Finalmente llega el día, que viene completo de preparativos, que incluyen el vestuario, los apliques, el maquillaje y los nervios. Mamá se encarga de todo. Desde que nació la acompaña, la alienta y le da fuerzas para alcanzar sus anhelos. Cuando llega al teatro municipal, reparte alegría para todos. Lucía más que un Cupido, es un sol irradiando energía, generosa con su entrega y devoción por lo que hace.

Cuando arranca por fin con su turno de danza, la interpretación que hace de “Cupido” es superlativa, al menos para mis ojos de papá, y para muchos que se asombran de su teatralidad, su baile rítmico y contagioso, que adereza con sus mejores gestos, sonrisas y gráciles movimientos. Los comentarios por lo bajo, culminan en un sinfín de aplausos para la bella Cupido. Sus disparos han dado en el blanco del público, al cual ha comprado con esa mezcla equilibrada de cuerpo, mente y alma.

Al final de la jornada, la gente se acerca a ella y la felicita. Ella agradece con una sonrisa humilde, al tiempo que se saca algunas fotos. Los resabios de la lesión han quedado atrás, se volvieron insignificantes, debido al empeño de la bailarina, que eligió vivir su sueño. Durante su interpretación que fue decididamente artística, sobrevolaban sus abuelos que ya no están, como ángeles custodios de sus pies. Ramón, Ana y Rodolfo, estaban presentes y felices observando sus compases. Su abuela Coqui la aplaudía a más no poder, lo mismo que sus hermanas. Nosotros, los papás, nos quedamos sin respirar, por espacio de los eternos segundos que duró la magia. El resto de familia, está expectante de los videos y las fotos de “Cupido”. Todos embelesados, viviendo cada movimiento en nuestro corazón.

Llegará el momento, en que nos queden estos recuerdos como un tesoro preciado, imágenes y vivencias que no tienen parangón. Los momentos felices, son tan únicos e irrepetibles, que disfrutarlos no admite discusión.

Cuando las luces del escenario se apaguen, quedará en nosotros, nuestra propia luz, aquella que Lucía nos regala cada día. Decidida, firme en lo que quiere y proyecta, es una pequeña giganta, que desborda de emociones y protagonismo.

Sus sueños de bailarina la llevan a lugares inefables, difíciles de describir.

Felicitaciones hija, te deseo que sigas brillando, y superando aquello que semeje ser un escollo.

¡Gracias por todo!

¡Te amamos!

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