Libre Albedrío !

No hay concepto que me haya llamado más la atención cuando escuché esas palabras, que salían de la boca del rector del colegio secundario.

“Carreras, no puede usar su libre albedrío, acá hay reglas que cumplir”.

Las palabras compuestas serían usadas por el rector durante varios sucesos, que involucrarían a mi compañero de secundario, Fernando Benigno Carreras, llegando al momento cúlmine, cuando este último desoyendo las recomendaciones, y haciendo gala de una rebeldía sin fin, pondría una bomba de estruendo en un lavamanos de la escuela, lo que provocó que microsegundos después de la explosión, hubiera una puerta destrozada, y el lavamanos depositado en el pasillo, mientras el colegio entero se paralizaba producto de la iniciativa irreflexiva de Benigno.

El libre albedrío, mal entendido, por cierto, derivó en que Don Carreras, hubiera de buscar otro colegio, para nuestro aguerrido bombardero, no sin antes verse obligado a pagar todos los gastos y asumir todas las responsabilidades en nombre de su hijo.

En la próxima clase de filosofía, pleno de curiosidad, me encargué de preguntarle al profesor, que significado tenía el famoso “libre albedrío”. El docente se encargó de clarificar su significado, para darle un sinónimo más entendible usando para ello los vocablos similares “libre elección”. La libertad de decidir, sería de ahí en más, una manera de pensar y actuar que me acompañaría y que a la postre implicaría decisiones fundamentales que tomé a lo largo de mi vida: la elección de mis estudios, de la compañera que me acompañaría en la formación de una familia, de mis trabajos, sólo por citar las más relevantes.

Más allá del romanticismo que encierra el concepto, resulta claro, que existen ámbitos en los cuales, el libre albedrío no tiene cabida. Cuando una persona le dice a otra: “lo dejo a tu libre albedrío”, le está transfiriendo una responsabilidad muy grande, que es la decidir en ocasión de una circunstancia.

El albedrío (de la deformación vulgar del vocablo latino arbitrium, a su vez de arbiter, “juez”​), libre albedrío o libre elección es la creencia de aquellas doctrinas filosóficas según las cuales las personas tienen el poder de elegir y tomar sus propias decisiones. Muchas autoridades religiosas han apoyado dicha creencia, mientras que ha sido criticada como una forma de ideología individualista por pensadores tales como Baruch Spinoza, Arthur Schopenhauer, Karl Marx y Friedrich Nietzsche.

El principio del libre albedrío tiene implicaciones religiosas, éticas, psicológicas, jurídicas y científicas. Por ejemplo, la ética puede suponer que los individuos son responsables de sus propias acciones. En la psicología, implica que la mente controla algunas de las acciones del cuerpo, las cuales son conscientes.

La existencia del libre albedrío ha sido un tema central a lo largo de la historia de la filosofía y de la ciencia. Se diferencia de la libertad en el sentido de que conlleva la potencialidad de obrar o no obrar.

Existen varios puntos de vista sobre si la libertad metafísica existe, eso es, si las personas tienen el poder de elegir entre alternativas genuinas.

El determinismo es el punto de vista según el cual todos los eventos son resultados inevitables de causas previas, de que todo lo que pasa tiene una razón de ser.

El incompatibilismo es el punto de vista según el cual no es posible reconciliar una creencia en un universo determinista con el verdadero libre albedrío. El determinismo duro acepta tanto el determinismo como el incompatibilismo, y rechaza la idea de que los humanos poseen un libre albedrío.

Lo contrario a esto es el libertarismo​ filosófico, que mantiene que los individuos tienen libertad metafísica y por lo tanto rechaza el determinismo. El indeterminismo es una forma del libertarismo que, según su punto de vista, implica que el libre albedrío realmente existe, y esa libertad hace que las acciones sean un efecto sin causa. Es una filosofía separada de la teoría económica y política del libertarismo. El libertarismo metafísico se llama a veces voluntarismo para evitar esta confusión.

El compatibilismo es el punto de vista que sostiene que el libre albedrío surge en el exterior de un universo determinista aun en ausencia de incertidumbre metafísica. Los compatibilistas pueden definir al libre albedrío como el surgimiento de una causa interior, tal como los pensamientos, las creencias y los deseos que uno piense que existen en uno mismo. La filosofía que acepta tanto el determinismo como el compatibilismo se llama el determinismo suave.

El determinismo sostiene que cada situación se condiciona íntegramente y así es determinada por los estados de los propósitos que la precedieron. Una formulación del determinismo es el fatalismo, donde se afirma que existe una necesidad (destino) que rige todo, negando la libertad. Esta posición la sostenían los estoicos y puede registrarse en Parménides de Elea. ​El determinismo filosófico es ilustrado a veces por la idea del demonio de Laplace, que conoce todos los hechos acerca del pasado y presente y todas las leyes naturales que gobiernan el mundo y utiliza este conocimiento para prever el futuro hasta el más mínimo detalle. El pensamiento de Laplace, sin embargo, no representa la postura científica actual acerca del tema.

Por otro lado, el indeterminismo especula que esta proposición es incorrecta, ya que hay acontecimientos que no son determinados enteramente por acontecimientos previos. Los pitagóricos, Sócrates y Platón intentaron conciliar la libertad con el determinismo y la ley causal. Aristóteles fue uno de los primeros en argumentar a favor del indeterminismo.​ Lucrecio afirmaba que el libre albedrío surge del azar, de movimientos caóticos de átomos llamados «clinamen».​

El incompatibilismo mantiene que el determinismo no se puede reconciliar con el libre albedrío. Los incompatibilistas generalmente afirman que una persona actúa libremente solo cuando ésta es la única que origina la causa que desencadena una acción y que podría haber terminado auténticamente de otra manera. Ellos mantienen que, si el determinismo es verdad, cada elección es determinada por acontecimientos previos.

Baruch Spinoza comparó la creencia del hombre en el libre albedrío con una piedra que piensa que escogió el sendero al cual llegó por el aire y el lugar en el cual aterrizó. En la Ética escribió: «Las decisiones de la mente no son nada salvo deseos, que varían según varias disposiciones puntuales». «No hay en la mente un absoluto libre albedrío, pero la mente es determinada por el desear esto o aquello, por una causa determinada a su vez por otra causa, y ésta a su vez por otra causa, y así hasta el infinito». «Los Hombres se creen libres porque ellos son conscientes de sus voluntades y deseos, pero son ignorantes de las causas por las cuales ellos son llevados al deseo y a la esperanza».

Arthur Schopenhauer, estando de acuerdo con Spinoza, escribió: «Todos creen a priori que son perfectamente libres, aun en sus acciones individuales, y piensan que a cada instante pueden comenzar otro capítulo de su vida… Pero a posteriori, por la experiencia, se dan cuenta, a su asombro, de que no son libres, sino sujetos a la necesidad; su conducta no cambia a pesar de todas las resoluciones y reflexiones que puedan llegar a tener. Desde el principio de sus vidas y al final de ellas, deben soportar el mismo carácter…”.

Thomas Hobbes, nos dice que una persona actúa libremente si no encuentra un obstáculo en hacer lo que tiene en la voluntad de hacerlo por decisión propia. Articulando esta cláusula elemental, Hume escribe que “esta libertad hipotética se aplica universalmente a cualquiera que no sea un prisionero encadenado”. Los «compatibilistas» apuntan con frecuencia a casos en donde la libertad de alguien es negada — violaciones, asesinatos, asaltos, y la lista continúa. La clave para estos casos no consiste en que el pasado esté determinando el futuro, sino en que el agresor está dominando sobre los deseos y preferencias de las acciones de la víctima. El agresor está forzando a la víctima, y, de acuerdo con los compatibilistas, esto es lo que domina sobre el libre albedrío. Además, argumentan que el determinismo no es lo que importa, sino el hecho de que las acciones de los individuos son el resultado de sus propios deseos y preferencias, sin estar dominados por alguna fuerza externa o interna. Para ser un compatibilista, uno no necesita endorsar alguna concepción particular del libre albedrío, sino aceptar que el determinismo está relacionado con este. El compatibilista más conocido de la historia de la filosofía fue David Hume.

Aristóteles creía claramente que nuestras deliberaciones involucraban elecciones entre posibilidades alternativas, y esto implica tanto la posibilidad de hacer lo contrario. Su definición de la voluntad voluntaria como causada desde dentro de un agente (libertarismo) todavía hoy es válida. Aristóteles desafió a quienes dijeron que nuestras acciones están determinadas por nuestro carácter, ya que negaría la responsabilidad moral. Admitió que algunos aspectos de nuestro carácter pueden ser innatos y, por lo tanto, limitar nuestra responsabilidad, pero somos al menos parcialmente libres. Siguiendo a Aristóteles, Epicuro pensó que los agentes humanos tienen la capacidad autónoma de trascender la necesidad y el azar.

El filósofo Isaías Berlín clamó que para tener opción de libertad el agente debería poder actuar de manera contraria. Este principio, que van Inwagen llama el “principio de las posibilidades alternativas”, dice ser un requisito para la libertad. Desde este punto, las acciones llevadas a cabo desde la influencia de una coerción irresistible no son libres y el agente no es moralmente responsable de ellas.

A lo largo de la historia, las personas han hecho intentos de responder a las preguntas del libre albedrío a través de principios científicos. La primera mentalidad científica muchas veces mostró al Universo como determinista, y muchos pensadores creían que era simplemente cuestión de recolectar suficiente información el poder predecir eventos futuros con perfecta precisión.

Esto motiva a los individuos a ver el libre albedrío como una ilusión. La ciencia moderna es una mezcla de teorías deterministas y estocásticas. Por ejemplo, la decadencia radioactiva ocurre con probabilidad predecible, pero no es posible, aún en teoría, decir exactamente cuándo un núcleo particular decaerá. La mecánica cuántica predice observaciones solo en términos de probabilidad. Esto coloca dudas sobre el determinismo del Universo. Algunos científicos deterministas como Albert Einstein creen en la teoría de la variable escondida; que por debajo de las probabilidades de la mecánica cuántica hay más variables.

Esta teoría ha traído grandes dudas sobre sí misma, por las desigualdades de Bell, que sugieren que “Dios puede jugar a los dados en verdad” después de todo, quizás poniendo en duda las predicciones del demonio de Laplace. El filósofo contemporáneo más importante que ha capitalizado el éxito de la mecánica cuántica y la teoría del caos para defender la libertad incompatible es Robert Kane, en La importancia del libre albedrío y otros escritos. Los argumentos de Kane, aun así, se aplican perfectamente a cualquier entidad “impensable” que se comporte de acuerdo con la mecánica cuántica.

Como los físicos, los biólogos han cuestionado el libre albedrío. Uno de los debates más odiados de la biología es el de “lo innato y lo adquirido”. Este debate cuestiona la importancia de la genética y la biología en el comportamiento humano cuando se compara con la cultura y el medio ambiente. Los estudios de genética han identificado muchos factores genéticos que afectan la personalidad del individuo, como en casos obvios como el Síndrome de Down, a efectos más sutiles como una predisposición estadística hacia la esquizofrenia.

Aun así, no es certero que la determinación ambiental afecta menos el libre albedrío que la determinación genética. Los últimos análisis del genoma humano muestran que solo tiene veinte mil genes. Estos genes, y el reconsiderado material genético intrón, permiten un nivel de complejidad análoga a la complejidad del comportamiento humano. Desmond Morris y otros antropólogos han estudiado la relación entre el comportamiento y la selección natural en humanos y otros primates.

La síntesis de estos dos campos de investigación es que la genética humana puede ser lo suficientemente compleja como para explicar tendencias del comportamiento y que los factores ambientales beneficiosos para la evolución, tales como el comportamiento de los padres y los estándares culturales, modifican estos factores genéticos. Ninguno de estos fenómenos, complejidad genética o desventajas en el comportamiento cultural, requieren del libre albedrío para explicar el comportamiento humano. Sin embargo, la presencia de los genes que juegan un papel en algunas conductas, como por ejemplo desórdenes mentales, no vuelve a un comportamiento automático, y los estudios sugieren que hay personas que sufren de una predisposición genética a ser más explosivos, pero el comportamiento violento no necesariamente se vuelve un rasgo en la conducta del individuo.

Parece que es necesario más de un gen, y un posible combustible ambiental para expresar el rasgo; esto sugiere que la naturaleza y la crianza juegan un importante papel en nuestro comportamiento. Algunos difieren y afirman que alguna forma de libre albedrío puede todavía existir, ya que el factor ambiental en el libre albedrío le permite a una persona manipular ese ambiente de manera tal que esta manipulación implique un compromiso entre su propio cuerpo y mente, porque una acción aislada no existe, una motivación parecida o comparable a ambos actos existe, y los factores genéticos permiten a esas dos o más acciones ser tomadas en cualquier situación o momento, pero solo a veces ese compromiso puede significar un evento que no es al azar, al menos en algunas instancias, el argumento tiende a implicar.

La parte de crianza aquí puede estar en conflicto con información a corto plazo, así que no necesariamente predice o explica el resultado del curso de la acción a ser tomada. Aun así, otros discuten que esos factores en solitario pueden explicar el resultado del comportamiento sin la necesidad del “libre albedrío”. Las investigaciones sobre el tema siguen en proceso.

ambién se ha vuelto posible el estudio del cerebro vivo y los investigadores ahora pueden observar la maquinaria de la toma de decisiones trabajando. Un experimento en este campo fue conducido por Benjamín Libet en los años 1980, en el cual él les pedía a sujetos escoger un momento cualquiera para agitar su muñeca mientras él lo asociaba con la actividad cerebral.

Libet descubrió que la actividad cerebral inconsciente que llevaba a la decisión consciente de mover su muñeca comenzaba medio segundo antes de que el sujeto conscientemente decidiera moverla. Esta masa de carga eléctrica ha sido llamada potencial de estar listo (o potencial de preparación). Los descubrimientos de Libet sugieren que las decisiones tomadas por un sujeto son primero hechas en un universo inconsciente y después son traducidas a una “decisión consciente”, y la creencia del sujeto de que esto ocurrió bajo su voluntad se debe únicamente a la visión retrospectiva del evento. Por otro lado, Libet todavía encuentra espacio en su modelo para el libre albedrío, en la noción del poder del veto: de acuerdo con este modelo, los impulsos inconscientes que ocasionarán un acto voluble pueden ser suprimidos por los esfuerzos conscientes del sujeto. Cabe acotar que esto no significa que Libet crea que las acciones inconscientemente incentivadas necesitan la ratificación de la consciencia, sino que, más bien, la consciencia retiene el poder de negar la actualización de los impulsos inconscientes.

Como se puede apreciar con todo lo detallado, el libre albedrío es un concepto que ha generado mucha tela para cortar a lo largo de la historia humana, sin un acuerdo respecto de su potencial y grado de determinación de la vida de cada persona.

Para finalizar les traigo una sentencia que no me pertenece, pero que muestra un punto de vista sobre el particular:

“Siempre he creído que existe algo que se llama destino, pero siempre se ha creído también que hay otra cosa que se llama albedrío. Lo que califica al hombre es el equilibrio de esa contradicción”.

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