Tantas y repetidas veces hemos escuchado la frase con la que se titula mi blog de hoy, como en tantas otras ocasiones ha llegado a nuestros oídos, sentencias tales como:
- La verdad, esa persona no tiene actitud.
- Si sólo cambiará su actitud.
Siempre por supuesto hablando de terceras personas, siendo por cierto menos común, sentencias similares, pero con un sentido autocrítico:
- Me falta actitud.
- No hice todo lo necesario.
Y otras tantas veces rehuimos hablar de uno mismo, para incluir a otros en el río revuelto, y de paso le damos un tinte positivista:
- Hicimos todo lo que pudimos, pero no alcanzó.
- Con la información disponible actuamos en consecuencia.
Vale decir, que algunas veces preferimos adquirir maestría para excusarnos, en vez de adquirir sabiduría para actuar desde la actitud y la constancia, sintiéndonos cómodos en el resguardo de frases típicas y hechas a la medida, para no comprometernos con la mejora que necesitamos dar desde uno mismo, prefiriendo la inacción al compromiso y la responsabilidad.
Aparece otra sentencia que me revolotea en la conciencia:
“La combinación de un talento razonable y la capacidad de superar las adversidades nos permite obtener resultados extraordinarios”.
La bajo a tierra, sacando lo de superlativo, quedándome con una versión más modesta.
APTITUD + ACTITUD = ALTITUD + RESULTADOS
¿Cuántas personas conocemos que superan el promedio general de actitud positiva y comprometida, en varias áreas de su vida?
Escogen la mejor actitud posible que está disponible en su rango de alcance y a partir de ahí construyen mundos plenos de posibilidades.
Los hechos y las circunstancias no las puedo muchas veces cambiar, pero si puedo elegir la actitud para enfrentarlos.
Interpretar que muchas veces existe la oportunidad de ver y vivir los acontecimientos de otra manera nos pertenece.
Les comparto a continuación un cuento que viene como anillo al dedo, respecto de lo que queremos transmitir hoy:
Tres actitudes frente a la adversidad
Se cuenta que, en una ocasión, un joven que estaba lamentando la amargada vida que llevaba en la que nada le salía bien, se encontró con una anciana sabia sobre la que volcó, como solía hacer últimamente, toda su frustración.
La anciana, después de escucharle atentamente, le hizo un gesto en silencio indicándole que le siguiera. Dos calles más abajo del parque donde se habían encontrado llegaron a la casa de la anciana. Ésta, aún sin mediar palabra, abrió la puerta e invitó con un gesto de la mano y una sonrisa amable al joven a que entrara. Él, sin pensárselo dos veces, lo hizo.
Una vez dentro, la anciana le llevó a la cocina. Allí sacó tres pequeñas ollas, las llenó con agua y las puso a calentar a la vez, una en cada fuego. En ese momento, al joven le vino a la mente un cuento infantil donde una vieja bruja se llevó a unos niños a su casa y los coció en un caldero. Riéndose para sus adentros pensó: menos mal que yo no quepo dentro. Mientras aún reía por ese pensamiento fugaz que le vino a la mente observó como la anciana puso en una olla una gran zanahoria, en otra un huevo y en la tercera un puñado de café.
Le hizo un gesto al joven para que se sentara y observara, y así lo hizo él. La anciana se marchó a hacer sus tareas y un rato después volvió. Apagó las ollas humeantes, y preparó tres cuencos encima de la mesa. En el primero puso la zanahoria cocida, en el segundo el huevo duro y en el tercero el agua que había oscurecido al hervir con los granos de café. Acto seguido le indicó al joven que se acercara.
Una vez el joven estuvo de pie mirando los platos la anciana rompió su silencio. –¿Qué es lo que tenemos en estos cuencos? –le preguntó al joven.
–Una zanahoria, un huevo y un poco de café. –contestó el joven en tono de obviedad.
Entonces la anciana le preguntó –¿qué ha cambiado al cocerlos? Toca la zanahoria.
–Está blanda. –dijo el joven.
A continuación, le pidió que intentara romper el huevo. –Está duro. –comentó él.
Y por último le pidió que probara el café. –Uumm… está bueno –dijo sobre el último elemento.
En ese momento la anciana sabia le dijo unas últimas palabras:
– La zanahoria, el huevo y el café, los tres han vivido el mismo proceso, y sin embargo han sufrido cambios diferentes. Algunas personas son como la zanahoria, que aparentan mucha fortaleza, pero cuando aparece la crisis personal se deshacen completamente. Otras son como el huevo, más frágiles, pero ante la dificultad acaban fortaleciéndose interiormente y pudiendo afrontar muchos más retos. Pero por último están las personas que pertenecen al tercer grupo. Estos son como el café, son las personas que ante la adversidad no sólo evolucionan ellos, sino que además influyen en todo el entorno que les rodea impregnándolo con su sabor. Las personas más grandes son aquellas que deciden actuar sobre las circunstancias que les rodean y, si no consiguen cambiarlas como les gustaría, como mínimo dejan una marca inconfundible en su entorno. ¿Cuál de los tres quieres ser tú?
Aprovecho esta pregunta para disparar otras tantas:
¿Qué actitudes estas adoptando últimamente?
¿A dónde te llevan? ¿Guían tus acciones hacia la meta elegida?
Mientras repaso mis propias respuestas, agradezco que después de varios días hayamos recuperado el sol, y el frío lentamente nos esté abandonando.
Le tengo que poner ganas y actitud positiva a este fin de semana.
Una serie de dificultades que emergieron, dentro del combo de alegrías y sinsabores que es la vida.
Nada que no se pueda resolver con una buena predisposición para…
Por supuesto que existen adversidades y oportunidades que no tienen comparación con lo que acabo de decir.
En todo caso a mayores desafíos, mejor nivel de conciencia, buenos estados de ánimo, pero por encima de todo:
ACTITUD PARA GANAR ALTITUD.
No puedo afirmar que resulta infalible, aunque sin actitud de seguro no hay acción posible.
Además de que sí que nos da una gran ventaja.
Si te parece, no la desaproveches por favor.
¡Es sólo una cuestión de actitud!