El enojo es una de las emociones más presentes desde nuestro nacimiento.
Recuerdo el haber sido un niño con bastante tendencia a la ofuscación. Me producía irritación que otros infantes no quisieran jugar, que mis padres no me compraran un juguete, una mala nota en el colegio, sólo por citar ejemplos comunes.
Durante la adolescencia, los enojos pueden ser más reiterados, impulsivos y derivar en situaciones complejas de violencia o descontrol.
Unida a la frustración y camino previo a la ira, a una edad más madura, el enojo se produce fundamentalmente, por todo a aquello que se interpone con nuestros objetivos personales. Es por ello, que nos molestan situaciones, actitudes de otras personas, pedidos no satisfechos, errores propios y ajenos, metas que no alcanzamos.
Vivir enojado, puede resultar nocivo para mantener relaciones estables, conservar amigos, trabajo. Nos limita la oportunidad de expandir nuestras posibilidades.
En el otro extremo, no enojarse por casi nada, puede implicar la aceptación pasiva de agresiones. La exacerbación de la calma, puede atentar contra nuestra dignidad humana. Vale decir, ante una agresión manifiesta recibida, mantenerse sin decir palabra, puede resultar contraproducente.
La exasperación usada como un mecanismo de manipulación hacia los demás, es inconducente para sostener relaciones humanas sanas.
La calma fingida, utilizada como un mecanismo de simulación para mostrar equilibrio, es una condición de no autenticidad, que se puede caer por su propio peso. Ser una persona absolutamente inalterable, puede esconder una faceta de no involucramiento y de poco compromiso con las situaciones y las relaciones. Manifestar que algo no está bien, con gestos que son sinceros y coherentes con las palabras, es ciertamente legítimo. Acompañarlo de una propuesta de acercamiento de posiciones suele ser absolutamente superador.
Poner conciencia y detectar lo que nos está enfadando, nos permite encontrar una salida para no permanecer en esa emoción. De este modo evitamos entrar en la cólera.
No manifestar enojos a tiempo, puede derivar en el resentimiento, que prolongado en el tiempo nos lleva al odio.
El enojo reduce el espacio de posibilidades para accionar. Es espontáneo y una reacción impulsiva.
Poner conciencia de la limitación que produce, es clave para sortear obstáculos y conseguir metas.
En un sentido práctico, cuando nos disgustamos con alguien, estamos emitiendo una señal de alarma hacia el otro. Le estamos diciendo:
¡Oye esto que estás haciendo es inaceptable!
Ahora bien, si nuestro devenir no es acompañado de otras señales en sentido contrario, de que aceptamos determinadas cosas de los demás, la cuestión se puede tornar insostenible.
Los orígenes del cabreo pueden ser muy variados:
Enojos amorosos en relaciones profundas entre personas.
Enojos en el entorno de la amistad por promesas incumplidas.
Enojos por desavenencias laborales o contractuales.
Enojos por inconductas a la hora de conducir.
Enojos por situaciones injustas.
Así podemos enumerar cientos de razones.
El común denominador de los motivos, es por lo general un disparador o sea algo que no esperaba. No estaba en mi radar.
Mantener una adecuada gestión de lo que nos irrita, nos puede llevar a tomar mejores decisiones.
Si estoy enojado conmigo mismo, porque las cosas no me salen cómo quería o esperaba, entonces puedo:
- concurrir a terapia, buscando ayuda profesional.
- buscar la asistencia de un coach.
- generar nuevas relaciones.
- indagar en otras personas que hacen lo mismo, para saber cómo lo hacen.
Mi estimado Marcelo, cuanta verdad y claridad en esto que planteas. Las emociones son, los sentimientos son, sin embargo existe un flagelo oculto. A medida que nos volvemos mayores, logramos descubrir, y poder corregir el rumbo, aunque también es cierto que muchos no lo logran. Cada uno de nosotros, aprendió de nuestras familias, de nuestra socialización primeria y secundaria «el deber ser de la gestión emocional»; muchas veces esto hace, que la cultura, la generación, haya sido censurada, cuestionada, impartiendo leyes sobre cómo es correcto responder ante una emoción, por ejemplo como el enojo. «Los varones no lloran», «las mujeres sufrimos de una enfermedad mensual que nos hace irracionales», entre otras cuestiones. Entonces, hoy en un mundo donde la información vino a ayudarnos, deconstruir, estudiar, y analizar nuestras emocionales, así como las palabras que utilizamos al rotular a otro u otra de «ansioso» cuando esta siendo impaciente, y viceversa; nos permite, tal como el lenguaje lo ordena, construir otro tipo de conversaciones, acercándonos más la certeza que al juicio que viene promovido por el marco cultural donde nos desarrollamos en nuestros primeros procesos.
Me gustaMe gusta