Parece mentira o suena a realidad paralela, pero este fin de semana he arribado a este número, que aún no se muy bien porque, quiero destacar y valorar. Son tres centenas y media de fines de semana que estoy publicando de manera ininterrumpida, este escrito con diseño de blog, que tantos fines de semana me ha costado y por mucho crear.
En algún momento he querido abandonar, saltear algún domingo, o hacerlo más escueto, pero al final me he mantenido en la lucha y en la senda, que me permite aprender desaprendiendo y por sobre todas las cosas, sanar viejas y nuevas heridas.
He escrito y publicado porque pienso que el valor del respeto por uno mismo no tiene precio. Forma parte del APRECIO, un concepto que yo compartí hace ya unos años, cuando escribía lo siguiente (de paso un recuerdo más de Ana, mi ángel de la guarda que brilla en otra dimensión.
APRECIO
Esa tarde de otoño encontré a mi madre con lágrimas en sus ojos. Observaba un pequeño objeto que tenía en su mano. He hecho infructuosos esfuerzos por recordar su forma o su tamaño. Es muy probable que el foco de mi atención haya anclado en sus ojos llorosos, por lo que las características de ese objeto hayan quedado relegado a un segundo plano.
Mi memoria me trae con mayor facilidad aquello grabado en mi corazón, por donde pasa la vida y las emociones que marcan huellas indelebles.
Cuando Ana se percató de que la miraba insistemente, se secó las lágrimas con suma rapidez, y se dirigió a su habitación. Yo era bastante infante, un fiel seguidor de ella por entonces. El pequeño elemento fue guardado en su cómoda, mientras yo la seguía contemplando.
Dos semanas después, Rosita la cual se dedicaba a tratar los pies de las mujeres a domicilio, visitó a mi madre para una sesión dentro de sus citas programadas. Ella la recibió agradeciéndole su presencia. Cuando comenzó su trabajo, mi madre le dijo que no hacía falta que le haya regalado esa virgencita (el objeto que produjo el llanto de mi madre). Rosita levantó su vista para decirle: «es algo insignificante para que Ud. Anita pueda rezar como le gusta».
Con los años pude entender el valor de aquel presente que había recibido mi mamá. Pude comprender porque se había emocionado. Fui capaz asimismo de vislumbrar la relación humana que ligaba a aquellas dos mujeres.
Rosita, era por esos tiempos una incansable emprendedora a tiempo completo, madraza dedicada a la crianza de sus hijas, único sostén de su familia. Había superado instancias dolorosas, incluyendo algunas situaciones de pérdida personal. Su vida no era para nada sencilla, pero había recibido, según ella manifestaba continuamente, las enseñanzas de su padre «para no rendirse ante las adversidades y seguir trabajando».
Con el fruto de su denodado esfuerzo, les había dado la posibilidad de educación y estudio a sus hijas, para que sean personas de bien, como ella acostumbraba decir.
«Para mí, la libertad de poder valerme por mi misma no tiene precio Anita». Mis padres eran muy humildes, pero nunca les faltaba voluntad para aprender y trabajar. No tuve un gran matrimonio, pero dejé a eso en el pasado. La sonrisa, una buena manera de hablar, acompañada de gestos naturales de empatía eran muy habituales en la manera de ser de María Rosa.
Durante muchos años la relación entre ambas se fue construyendo en torno a esas sesiones donde aprovechaban para charlar y compartir vivencias, sobre todo de los hijos.
Cuando emprendí mi propio camino, para trabajar fuera de Córdoba y luego formar mi familia, dejé de tomar contacto con Rosita y sus actividades. El tiempo la volvió a poner en mi camino, bastantes años después mientras iniciaba un entrenamiento como coach. Allí apareció Rosita, a la cual en un principio me costó distinguir. Seguía con ese enorme empuje que la caracterizaba, la sonrisa, las ganas de conversar, compartir y ayudar. Durante todo ese período se noto su decisiva influencia y su inmensa energía para generar un ambiente propicio para relacionarnos y aprender.
María Rosa, tiene claramente una mirada apreciativa por la vida, por su familia, por lo demás.
Son de esas personas que te hacen sentir bien, que te dan una palabra de aliento, que demuestran gratitud y que están ahí para lo que haga falta. Van por la vida repartiendo buenas vibras, impulsando a ellos mismos y a los demás para superar instancias, crecer, aportando siempre una mirada positiva.
Aprecio es una palabra que como todas tienen un significado etimológico. En este caso, podemos establecer que se trata de una palabra que deriva del latín. En concreto, es fruto de la suma de dos partes claramente diferenciadas:
-El prefijo “a-”, que significa “hacia”.
-El sustantivo “pretium”, que es equivalente a “premio” o a “recompensa”.
En mi caso personal, yo le agrego una significación que me hace más sentido: A-PRECIO, podría ser definido como lo que no tiene precio.
Se le conoce como la apreciación del acto y el resultado de la apreciación: es decir, para valorar o estimar a alguien o algo. La apreciación, de esta manera, puede interpretarse como una manera de relacionarse. Hay diferentes formas de afecto interpersonal, la apreciación muestra afecto hacia otra persona a través de una visión positiva de otra persona. Una persona que aprecia a otra valora sus virtudes, tiene estima y consideración por la otra.
El aprecio, de este modo, puede resultar equivalente al cariño o el afecto. Por ejemplo: “Sabes que te tengo mucho aprecio, pero no puedo permitir que actúes de este modo adentro de la empresa”, “Me da pena lo que ocurre con Pedro: siento aprecio por él y por su familia”, “Mi padre le tiene aprecio a esta casa, por eso no puedo venderla”.
Si hubiera una escala de sentimientos, podríamos decir que el afecto es menos intenso que el amor. Es decir, un padre no se preocupa por sus hijos, sino que los ama. Lo mismo sucede entre miembros de una pareja u otros vínculos familiares. Por el contrario, entre los compañeros de trabajo o vecinos, es posible que exista una estimación como la apreciación y no amor. Esto se debe a la falta de cercanía emocional o incluso al conocimiento limitado que estas personas pueden tener entre ellos.
Este tipo de afecto, aunque es posible que sea más superficial que la verdadera amistad en la que existe una confianza profunda, también nutre la autoestima personal ya que las relaciones personales en diferentes grados también brindan felicidad cuando estas relaciones son positivas. Este tipo de relaciones se definen por cordialidad y respeto hacia el otro. Además del placer que producen estos tipos de enlaces.
En esta clase de relaciones interpersonales puede haber una mayor distancia o perder la relación ya que este tipo de enlaces suelen ser causados por un evento específico, por ejemplo, coinciden en el mismo trabajo o en el mismo curso universitario. Cuando dos personas son realmente amigas, se mantienen en contacto durante sus vacaciones de verano y hacen planes con más frecuencia.
Una persona puede tener pocos amigos verdaderos a lo largo de su vida ya que la amistad profunda implica compromiso y dedicación de tiempo. Sin embargo, una persona conoce a muchas personas por las cuales siente una apreciación sincera, ya que este vínculo a ser más superficial requiere menos compromiso.
Una persona puede apreciar a otra al valorar y darle importancia a aspectos tales como que es respetuosa y agradable, que se preocupa por los demás, que le da más importancia al interior que al exterior, que facilita la convivencia o el trabajo…
De la misma manera, podemos determinar que el antónimo de aprecio es desprecio. Este es un término que se utiliza para indicar que se le tiene aversión, odio, indiferencia y absoluto asco a otra persona, a una actitud, a una idea…
En nuestra red de relaciones podemos actuar de forma constructiva, criticando y aportando sin falsedades, centrando nuestro discurso en una valoración constante de lo que nos brindan los demás, promoviendo el crecimiento y las interconexiones productivas.
María Rosa es una maestra en este campo de promover ambientes generosos y colaborativos desde la acción de mostrar aprecio.
Por un amigo me he enterado que este próximo 9 de abril cumple 82 años.
Aparece en mi retina su menuda y sonriente figura que vive para apreciar la vida, a los demás y a ella misma.
¡El valor de lo que no tiene precio!
¡El valor del a-precio!|
Para culminar con este escrito y agregarle valor unos tres años después, quisiera reforzar una idea central:
El aprecio y el valor que se da a uno mismo es uno de nuestros mejores argumentos para que podamos crear solos y con otros.
Apreciarse no implica caer en la vanagloria y el narcisismo, sino más bien aceptarse a uno mismo, con sus virtudes y defectos, como un ser con capacidad de aprender, y al que no le faltan las ganas y la voluntad para hacer.
Nos invito a practicar el A-PRECIO!
Por otros 350, la semana que viene arranca de nuevo el uno!