Las hermanas que escribían, entre otras cosas !

Cada año que despedimos nos deja un sinnúmero de aprendizajes, de hechos transcurridos y de historias para contar. De estas últimas algunas se hacen presente y futuro, aunque de este último solo tenemos aproximaciones y ninguna confirmación, más allá de todos nuestros esfuerzos puestos en tratar de controlarlo.

Termina un año y comienza otro, casi como el movimiento de una puerta sobre su bisagra cuando la abrimos. En cada cambio de calendario, confirmo plenamente la más inquietante de las verdades, cuan ignorante soy o somos, aunque nos cueste aceptarlo.

Devorador de libros y aficionado a la lectura desde mi infancia, por momentos me quedo sin el vital elemento. La trampa que le hago a la escasez o no disponibilidad, es recurrir a los volúmenes que atesoran mis hijas, las cuales comparten conmigo la avidez por leer. A quienes pertenecen los libros que hay en casa es una disquisición muy fina, por lo que pedir prestado no se acostumbra, sino más bien, pedir consejos acerca de qué libro leer.

Emilia, una de mis hijas, responde ante mi requerimiento sobre que lectura encarar: «Papá este libro te va a gustar, leí solo unas páginas y me pareció excelente. Que cada uno use su propio señalador y lo leamos de manera compartida. Después lo comentamos«.

Fue así que comencé la lectura de “Jane Eyre” de Charlotte Brontë. Aún no le he terminado, pero tengo que decir, luego de haber leído un cuarto del libro, que estoy sumamente impresionado por la calidad de esta escritora inglesa del siglo XIX. Volviendo al tema de mi supina ignorancia, debo decir que había escuchado sobre Charlotte y las Brontë, pero jamás hube de darle relevancia a su legado, tal es así que no había leído nada sobre ella, ni tampoco sobre sus hermanas, las cuales en conjunto (ahora lo vengo a descubrir) marcaron una época brillante y revolucionaria dentro de la historia de la literatura inglesa. Vivieron pocos años, pero tan intensos que es admirable lo que fueron capaces de hacer, siendo mujeres en un mundo literario vedado para ellas y accesible solo para los hombres.

Romper los moldes y cánones imperantes fue su mayor aporte al mundo de las artes, y es por ello que les quiero compartir una breve reseña de sus hojas de vida, sólo con el afán de que nos ilustremos juntos, sopesando su enorme aporte a la valorización de la mujer y su rol en la sociedad.

Las Brontë

Charlotte, Emily y Anne Brontë nacieron en Thorton, Yorkshire (al norte de Inglaterra), inmersas en la sociedad inglesa del siglo XIX donde las ocupaciones de las mujeres estaban más bien delimitadas. Este fue el principal problema de estas jóvenes inquietas. Apasionadas de la literatura, vivieron en una época que no las comprendía, puesto que la mujer no tenía cabida en el mundo intelectual. Pese a ello, se propusieron luchar contra su tiempo y dedicarse a ello.

Los Brontë conformaban un estrecho núcleo familiar. Charlotte, la mayor de las tres hermanas, nació el 21 de abril de 1816; Emily, dos años después, el 30 de julio de 1818, y Anne, el 17 de enero de 1820.                           

Su padre, Patrick Brunty, de origen irlandés, fue primero aprendiz de tejedor, después maestro de escuela y, finalmente, clérigo. En sus tiempos de estudiante de Teología, cambió su apellido, transformándolo en Brontë, palabra derivada del griego y cuyo significado es “trueno”. El pastor evangelista fue nombrado en 1820 rector de Haworth, un pueblo de los desolados páramos de Yorkshire, por lo que la familia al completo se mudó, y allí, en la destartalada rectoría, las hermanas vivieron la mayor parte de sus vidas.

En cuanto a la madre, Mary Branwell, contrajo matrimonio con Patrick Brontë en diciembre de 1812, y en siete años, entre 1813 y 1820, dio a luz a seis hijos, cinco niñas (María, Elizabeth, Charlotte, Emily y Anne) y un varón (Branwell).  Poco antes de que la más pequeña, Anne, cumpliera un año y, a pesar de que Mary era quince años menor que su esposo, cayó enferma de cáncer (aparentemente de útero, aunque algunas fuentes afirman que de estómago) y hubo de guardar cama y, tras siete meses y medio de tremenda agonía, fallecía a la edad de 38 años. Nadie les habló a los niños de la muerte de su madre, ni siquiera su tía Elizabeth Brandwell, hermana de Mary, que era soltera y a quien, por lo tanto, le correspondía cuidar de los enfermos de la familia.

Tía Elizabeth vino a casa de los Brontë a quedarse sólo unos meses, pero terminó viviendo con ellos durante 30 años, hasta el día de su muerte. Era una mujer áspera y de rígidas costumbres religiosas, que se ocupó de la casa y de la crianza, junto con el padre, de los seis niños huérfanos.

Patrick Brontë, por otro lado, fue un personaje extraño que, pese a ser irlandés y paupérrimo, había logrado la proeza de estudiar una carrera en Cambridge. Era alto, guapo y pelirrojo; escribía y publicaba poemas religiosos, prosa didáctica, cartas y artículos políticos. La tradición dice que fue un monstruo de talante ultraconservador y que descuidó fatalmente a sus hijas. Debía de ser, en efecto, un hombre abrasado por su propia rectitud, autoritario y seco; y es cierto que prestaba mucha más atención al único hijo varón, Branwell, y que en su educación invirtió todo su tiempo y su escaso dinero, mientras que las niñas tuvieron que asistir a terribles internados de caridad y hubieron de trabajar desde muy jóvenes.

Pero todo esto era normal en aquella época ya que, por entonces, la mujer carecía de toda consideración social. Lo que resulta paradójico en este caso es que un padre de esa época alentara en sus hijas el amor por la lectura, que debatiera con ellas, desde muy niñas, los asuntos más candentes de la actualidad, educándolas así en los temas serios propios de hombres, o que mirara con permisivos ojos su afición a la escritura, hasta el punto de regalarle a Charlotte un cuaderno de notas.

Cowan Bridge, un horror que marcó a las hermanas

Transcurrido el tiempo de duelo por la muerte de su esposa, el reverendo Patrick empezó a preocuparse por el futuro de sus hijas. Con Branwell, el varón, no había problemas ya que él se sentía capacitado para educarlo. Pero para las hijas, para quienes descartaba el oficio de modista o vendedora, sólo quedaba la enseñanza. La escuela que Patrick conocía y a la que habían asistido por un tiempo las hijas mayores, María y Elizabeth, sobrepasaba su presupuesto para ingresar a las cinco niñas. Al poco tiempo se abrió una nueva escuela religiosa destinada a niñas necesitadas, llamada Clergy Daughters School Cowan Bridge, en Lancanshire, y el reverendo vio solucionado su problema.

Cowan Bridge si bien era un internado muy barato para hijas de clérigos, por contra, se había convertido en un lugar infernal donde obligaban a las alumnas a rezar durante horas enteras y seguidas, en ayunas y tiritando de frío. Las mataban de hambre: la comida nos solo resultaba repugnante, sino que estaba manipulada con tan poca higiene que las intoxicaciones eran habituales. También abundaban los castigos: humillaciones y azotes con varas de madera irrompible.

Emily tenía sólo seis años cuando entró junto con Charlotte en esa infernal escuela. Era la más pequeña y la más bonita de todas las alumnas, lo cual la puso en un cierto lugar de privilegio respecto de las demás y siempre comía un poco más que sus hermanas. Alguna maestra piadosa la cobijaba cuando tenía mucho frío, pero la educación calvinista de aquel lugar la conecta con el pecado y la culpa de un modo atroz.

Haber sido testigos inermes del horror de ese lugar marcó a las hermanas para siempre y, sin duda, alimentó ese íntimo conocimiento de la injusticia y del dolor que late febrilmente en sus novelas; de hecho, Charlotte Brontë se inspiró en este colegio para describir el infame colegio Lowood que aparece en su novela Jane Eyre (1847).    

Cowan Bridge era un matadero: de las 53 alumnas que había por entonces en el internado, una murió en el colegio y once dejaron la escuela por estar enfermas, seis de ellas para fallecer nada más llegar a sus hogares. Entre esas seis estaban dos de las hermanas Brontë: María, que falleció el 6 de mayo de 1825 con 11 años, y Elizabeth, que murió cinco semanas después, a los 10 años. A consecuencia de las condiciones infrahumanas en que vivían las alumnas en esa escuela, María enfermó de tuberculosis, y no sólo se ocupó nadie de su salud, sino que recibía un trato humillante en los helados salones de la escuela. Más aún: nadie del colegio avisó al padre de que su hija mayor estaba muy enferma, casi agonizando. Unas semanas después, María regresaría a su casa a morir. Elizabeth la seguiría al poco tiempo, también enferma de tuberculosis.

Charlotte y Emily despedían en poco tiempo a sus dos hermanas mayores. María, que había sido la figura materna, fue llorada para siempre y su muerte marcó, de una forma permanente y furiosa, la personalidad de sus hermanas, sobre todo la de Emily. Ella se preguntaba cómo había sido capaz de comerse aquellos bocados de pan extra cuando su hermana se estaba muriendo y así la comida pasó a ser una obsesión en su vida.

Continúa su educación, Angria y Gondal.

Después de enterrar a sus dos hijas mayores, el reverendo Patrick tomó conciencia al fin de las pésimas condiciones del colegio y sacó inmediatamente a Charlotte y a Emily de Cowan Bridge. Durante los seis años siguientes los niños no salieron de su casa más que para dar cortos paseos por los páramos de los alrededores. A partir de entonces, y salvo unas breves incursiones a unas buenas escuelas de señoritas y a un internado en Bruselas, las hermanas se educaron en Haworth. Allí recibieron clases del padre, cosían, leían y, sobre todo, escribían. Tanto Branwell como las niñas tenían libre acceso a todos los libros de la casa, que eran muchísimos, ya que los protestantes propiciaban la educación de las mujeres

Frente al dolor y en el aislamiento de aquel pueblo, los niños se refugiaron en la fantasía. Inventaron mundos paralelos por parejas, transformando en su imaginación unos soldados de madera en personajes de una serie de historias sobre esos mundos imaginarios: Charlotte y Branwell crearon Angria mientras que Emily y Anne idearon Gondal. Durante años confeccionaron libros diminutos escritos en una letra microscópica, que sólo puede leerse con lupa, con las crónicas de sus reinos que eran lugares apasionantes y violentos, luminosos y bárbaros. Si Branwell, por ejemplo, mataba o casaba a un personaje, Charlotte tenía que respetar ese hecho a la hora de escribir sus propias aventuras.

En este sentido, los cuatro niños eran como dioses: lo que escribían sucedía. Ese mundo irreal era para ellos más real que la vida de Haworth. La imaginación y la escritura cumplieron, especialmente en las hermanas, una verdadera función catártica y de autoanálisis. Emily jamás abandonó Gondal, de hecho, su única novela, Cumbres borrascosas (1847), que es una de las obras maestras de la literatura, pertenece, por ambiente y tono, a las crónicas gondalianas. Charlotte sí dejó Angria, con grandes esfuerzos, a los 25 años, curiosamente abandonó su mundo de ensueños cuando se enamoró por primera vez. Emily no se enamoró nunca; vivía encerrada en su mundo imaginario y todo parece indicar que sus problemas alimentarios la convirtieron en anoréxica. Eran muy miopes, poco agraciadas, inteligentes, cultas, orgullosas y pobres, con estas características, y en aquella época, el futuro de las Brontë era muy negro.

Por entonces las mujeres no podrían entrar en las universidades, y una señorita decente no tenía más posibilidades de trabajo que ser maestra o institutriz. Ambos empleos, humillantes y mal pagados, practicaron las Brontë. Pero lo que ellas deseaban era escribir.

Otro obstáculo a salvar

En 1831, a la edad de 14 años, Charlotte fue enviada al colegio de Roe Head, aparentemente por el hecho de que su padre cayera enfermo. Esta partida marca profundamente la vida de Charlotte, ya que le recordaba la marcha de sus dos hermanas mayores a aquel funesto colegio que provocó que enfermaran y que, en última instancia, las mató.

No fue una estancia placentera: fue discriminada por sus compañeras debido a la ropa pasada de moda que usaba y a su tremenda miopía, y, para completar la humillación, las autoridades de la escuela la consideraron una ignorante ya que no sabía nada de lo que se consideraba la educación formal de una joven de esa época. Sin embargo, Charlotte conoce allí a Ellen y Mary, amigas que conservaría por el resto de su vida, que supieron ver algo más en aquella niña de desdichada apariencia. Permaneció en Roe Head un año, tras el cual regresó a casa para seguir estudiando y enseñar a sus hermanas.              

Pero en 1835, la directora de Roe Head la llama para ocupar un puesto de maestra, por lo que regresa llevando a Emily con ella. En realidad, Charlotte odiaba ese trabajo y ese lugar, y sólo quería escribir. Con 20 años, le envió unos cuantos versos al célebre y laureado poeta Robert Southey, a los que el artista le contestó que eran buenos, pero que “la literatura no puede ser el objetivo de la vida de una mujer, y no debe serlo”. El comentario hundió a Charlotte en una de sus grandes depresiones: ella sabía que, como mujer, no debía escribir, e intentó resignarse. Por todo ello entra en períodos de ausencia e hipocondría, e incluso sufre un profundo colapso nervioso. De modo que, a los 22 años, y tras haber trabajado dos años en Roe Head, es enviada a casa de regreso.

Los cuatro años siguientes fueron de un enorme crecimiento artístico y personal para Charlotte, durante los cuales trabajó en varias casas como institutriz y se dedicó a escribir muchísimo. Ya en 1840, se decide a enviar las primeras novelas a algunos editores firmando como C. B.

En cuanto a Emily, cuando es contratada junto a Charlotte como maestra de Roe Head, su vida se convierte en una pesadilla. Emily odiaba las clases, odiaba a sus frívolas compañeras y, como sabía que su padre no aceptaría que dejara el trabajo, hizo lo único que podía hacer: dejó de hablar y dejó de comer. Se debilitó tanto que fue enviada a casa y reemplazada por la menor de las hermanas, Anne.

Con sus huelgas de hambre, Emily ejerció siempre control sobre sus actos y sobre su familia. En 1838, a los 20 años, decide trabajar, pero esta vez parte sola. Durante casi tres años no ha hablado con nadie fuera de casa y el miedo le cierra la garganta, pero sabe que debe hacerlo.

Va a Law Hill, cerca de Halifax, donde pasó seis meses como maestra, pero no puede estar sin escribir de día, podría ser vista; así que lo hace por las noches. Es insomne, escribe, no come y su salud se debilita fuertemente. Según palabras de Charlotte, Emily trabajó “desde las seis de la mañana hasta casi las once de la noche, con sólo media hora de descanso”, y lo llamó esclavitud.

Publicaciones y libros trascedentales

En otoño de 1845, el descubrimiento por Charlotte de los poemas de Emily las decidió, en un alarde de decisión y fortaleza, a autopublicar un libro con las poesías de las tres hermanas, que se editó con el título Poemas por Currer, Ellis y Acton Bell (1846), empleando cada hermana, respectivamente, las iniciales de su nombre como seudónimos, de forma que ni sus editores conocían su verdadera identidad: tres solteronas provincianas de 30, 28 y 27 años, respectivamente. Desgraciadamente, sólo se vendieron dos ejemplares. Aún así, la poesía de Emily Brontë ha sido reconocida como una de las mejores de ese siglo, y sigue siendo admirada por su originalidad, su lírica y sus imaginativas referencias personales.

Este fue el punto de partida para que cada una de las hermanas se embarcara en escribir su propia novela. La primera que se publicó fue Jane Eyre (1847), de Charlotte (pero aún bajo su seudónimo masculino, Currer), que tuvo un éxito inmediato a pesar de las críticas despiadadas, que no hacían otra cosa que aumentar las ventas. Esta novela provocó un considerable escándalo en la sociedad del momento por la forma directa, «vulgar para la época» de abordar las pasiones de su protagonista. Como toda la obra de las hermanas, Jane Eyre es autobiográfica. Se arma con pedazos de su historia. En Londres no se hablaba de otra cosa que de esa novela, y los círculos literarios se devanaban los sesos por descubrir la identidad de los misteriosos hermanos Bell.

Aparecieron más adelante, y en ese mismo año, Agnes Grey, de Anne, y Cumbres Borrascosas, de Emily. La primera era una árida revelación basada en los comentarios autobiográficos del bajo nivel material y moral de una institutriz victoriana. Es considerado un relato íntimo de amor y humillación en el que el yo más vulnerable se enfrenta al yo más severo.

En cuanto a Cumbres Borrascosas, Emily comienza a escribirla en diciembre de 1845 y la concluye en julio del siguiente año. Fue descalificada por la crítica durante mucho tiempo y tuvo muy mala acogida por el público. La intensidad de su sentimiento y la brutalidad de los personajes, las energías primitivas de amor y odio que impregnan la novela fueron juzgadas como salvajes y burdas por los críticos del siglo XIX.  Su estilo, rudo y salvaje, se aparta por completo del imperante en la literatura de la época, hasta el punto de que la obra yació olvidada por no considerarla, ni siquiera, una buena novela. Pero años después, los críticos comenzaron a preguntarse cómo accedió aquella joven tan aislada geográfica y emocionalmente a ese profundo conocimiento de las actitudes, deseos y motivaciones de los hombres; cómo alguien que no estuvo jamás enamorada y no mantuvo nunca una conversación con un joven pudo escribir semejante historia de amor y pasión.

Debido a la confusión y a la especulación sobre la identidad de las autoras de las diferentes novelas, ellas mismas deciden desvelar su identidad mediante una visita a Londres en la que se dieron a conocer a sus editores y que tuvo una gran repercusión social en la capital.

El fin

El año 1848 es fatal para la familia Brontë. Branwell nunca llegó a saber que sus hermanas habían publicado, ya que murió de tuberculosis en septiembre de ese año, no sin antes contagiar a Emily, que fallecería de la misma enfermedad tres meses después, el 19 de diciembre de 1848.

En los últimos meses de vida de su hermano Branwell, Emily fue la persona más allegada a él física y afectivamente. Lo cuida, lo cambia, le da de comer, lo cual provoca que se contagie la enfermedad. En septiembre, tras la muerte de Branwell, Emily se niega sistemáticamente a comer y a que la vea un médico. Un rato antes de morir, accedió a que el médico la viera para darle el gusto a su familia, pero lo único que aquel pudo hacer fue firmar el certificado de defunción.           

También para entonces, Anne había sido atacada por el mismo mal y murió cinco meses después que Emily, el 28 de mayo de 1849, un año después de publicar su segunda novela, La inquilina de Wildfell, una obra sumamente audaz en sus ideas y por la que se la considera la primera y más completa novela feminista.

De Anne se sabe que estuvo muy enamorada de Weightman, un pastor anglicano a quien esperó durante años pero que jamás la correspondió, y, cuando parecía que eso iba a ocurrir, el pastor murió de cólera. Al poco tiempo de este hecho, murió su amada tía Elizabeth.

Cuando se contagió de tuberculosis, al contrario que su hermana Emily, Anne hizo todo lo posible por curarse. Incluso aceptó la sugerencia del médico de ir a vivir cerca del mar para recuperar su salud. Y hacía allá viajó junto a Charlotte y Ellen, amiga de Charlotte, en 1849. Tras un durísimo y largo viaje, llegaron a Scarborough. Anne se sintió feliz de ver el mar y, agonizante, caminó por la playa. Un anochecer, junto al fuego, murió a los 29 años. 

Sola y desesperada después de la muerte de sus hermanas, Charlotte quedó viviendo con su padre en Haworth, dedicada a la literatura. En los años siguientes, Charlotte fue varias veces a Londres para promover la publicación de su obra, y a Manchester, donde visitó a su futura biógrafa, la novelista Elizabeth Gaskell, a quien invitó a Haworth. Charlotte se convierte en un personaje muy famoso y por fin reconocida por grandes escritores de la época. Publicó otras dos novelas, Shirley (1849), en la que aborda el impacto de la revolución industrial en su Yorkshire natal, y Villette (1853), en la que recupera como argumento su experiencia en aquel internado de Bruselas que le había marcado para toda su vida. Ambas novelas disfrutaron de enorme éxito.

Además, en 1850 se reeditó Cumbres Borrascosas, con un adjunto de una selección de poemas de Emily y una biografía escrita por la propia Charlotte, pero ¿hasta qué punto fue esta fiel a la memoria de su hermana? Según parece, Charlotte revisó la novela de su hermana una vez fallecida, recortando fragmentos con el fin de que Cumbres Borrascosas se pudiera publicar en un solo volumen en lugar de los tres originales, por razones de espacio o tal vez para que su edición resultara mucho más económica; también se le permitió cambiar la puntuación. Y, desde entonces hasta 1963, la versión que corrió del famoso libro y fue objeto de numerosas traducciones, era de Charlotte y no de Emily. Pero en 1963, finalmente, se publicó la versión tal como lo escribió su autora.

En 1854, Charlotte, a pesar de haberse prometido mil veces que jamás lo haría, contrae matrimonio con el joven reverendo Arthur Bell Nichols, coadjutor de su padre y que fue el cuarto hombre en proponérselo. Él estaba profundamente enamorado de ella y ella aprendió a quererlo. Se podría decir que fue feliz por un tiempo, pero, al quedar embarazada, se desata el tremendo final al que parecía estar predestinada, como sus hermanas.

Releyendo la obra de Charlotte, se puede comprender el temor profundo a los embarazos y la asociación inconsciente entre nacimiento y muerte (hay que recordar que la madre muere aparentemente a causa de los múltiples partos). De modo que la neurosis se apodera de ella con toda su fuerza.

María, su madre, había muerto a los 38 años. Al poco tiempo de casarse, Charlotte enfermó de tuberculosis, al igual que sus hermanas, y murió el 31 de marzo de 1855, unos días antes de cumplir los 39 años, estando todavía embarazada. Aun así, había empezado otro libro, Emma, que no consiguió terminar.

Una vida dedicada a la literatura, superando la pobreza, las muertes prematuras de seres queridos, penosas enfermedades y una sociedad que tenía prejuicios invalidantes para la mujer.

¡Las hermanas que escribían, entre otras cosas!

Deja un comentario