¡La Navidad y el perdón!

La Navidad está tan próxima que casi podemos tocarla, percibir sus perfumes más íntimos, escuchar el tañido de sus campanas y ver esas estrellas en el firmamento que guiaron a los Reyes Magos al pesebre de Jesús.

¿Cuántas maneras existen de celebrar la Natividad?

Mi respuesta es que tantas como tantos afectos existan, aquellos que nos unen junto a la mesa de nochebuena, o nos disparan los más intensos recuerdos por aquellos que supieron ser nuestra amorosa compañía.

Fui alimentado en el fervor navideño, por dos sesgos familiares distintos. El materno, para los cuales la Navidad era un momento de recogimiento, oración, dar gracias y bendecir el nacimiento de Jesús. El paterno, para los cuales la Navidad era una fiesta para celebrar con inusitada alegría, disfrutar de grandes banquetes y estar unidos en familia.

Con esa mezcla de intimidad y desparpajo, con el tiempo fui viviendo un nuevo sentido personal agregado a los otros dos, que me permitieron vivirla desde otra dimensión. Le fui agregando el condimento del perdón a uno mismo y a los demás, por todo aquello que nuestra conciencia registra como cuestiones a perdonar para lograr esa paz interior, sumado a la aceptación del perdón que otros necesitan para conseguir su propia condición de paz.

Lo del perdón tiene para mí un significado muy especial, arraigado en esta historia, que, si bien me emociona como muchas, adquiere una valoración muy grande en mi corazón, desde el hecho que involucra a mi papá Ramón.

La historia se remonta a cuando tenía unos doce años de edad, mientras vivía en contacto con la naturaleza, y las labores de la tierra, en la quinta familiar de Villa Esquiu. Aunque fue un acontecimiento aislado, y aparentemente sin importancia, significó el alejamiento de dos entrañables amigos, mi Papá y el Petiso.

Los recuerdos me transportan a una de esas tardes de verano, una de aquellas, donde como era costumbre, me encontraba deambulando por el fondo de la quinta; allí había una frondosa línea de árboles de los más variados tamaños y especies, plantados próximos a la canaleta de riego; en momentos en los cuales estaba degustando unas moras negras, fue cuando divisé en la copa del árbol, dos extraños pájaros, muy bonitos, altivos, copete rojo y un trinar maravilloso. Conocedor de las aves que habitaban la zona, jilgueros, mixtos, urracas, tordos, cabecitas negras, corbatitas, brasitas, palomas, cardenales, zorzales, entre otros, era claro que estos bellos y entonados pájaros no pertenecían a la fauna local, y estimaba que habían escapado de alguna jaula, buscando su libertad, y comida rica, como estas dulces moras. Me quedé un rato escuchándolos y admirando su porte, luego volví para contarle de mi hallazgo a Papá, un apasionado amante de los pájaros en libertad.

Al día siguiente y a la misma hora, fuimos al lugar donde los había divisado, y mi Papá pudo observar esos bonitos pájaros, provisto de esa mirada de niño que tenía, la cual emanaba de sus ojos grises e inquietos. Esa misma jornada, algo más tarde y como todos los sábados, nos visitó en la quinta, el querido Petiso, quien tenía afición por las aves, y que había construido en su casa de la ciudad una inmensa pajarera, donde mantenía cautivos, aunque bien cuidados y alimentados, un sinnúmero de aves nativas y otras exóticas. Papá lo invitó a ver los raros y hermosos pájaros, y él quedó maravillado ya que se trataba de Federales, un ave de la zona del litoral. Nos confirmó lo que presumíamos, que de seguro habían escapado de su encierro, los que ahora vivían gustosos y libres en nuestra quinta.

El Petiso le dijo a mi padre que los entramparía, ya que, caso contrario, estos pájaros serían presa fácil de algún halcón, aguilucho o chimango. Mi Papá le dijo: “ni se te ocurra, deja esas aves en libertad”. Con esa frase terminante, se acabó la discusión respecto de ese tema. Yo no sabía que posición tomar, ya que de hecho una vez había entrampado un jilguero, a pedido de un amigo, aunque después de eso, no volví a hacerlo de manera regular. La conversación derivó en aspectos futbolísticos, pasión de ambos, mi padre, hincha de Belgrano de Córdoba y el petiso, hincha de Racing de la misma ciudad. Ambos eran amigos desde muy jóvenes, mantenían una estrecha y fluida relación, con más coincidencias que desavenencias.

Durante la semana apareció el Petiso en la quinta. Fue con su auto hacia fondo de la quinta, usando el callejón que llegaba hasta ese lugar, y colocó unos tramperos cercanos a los árboles de mora. Le pregunté: ¿le pediste permiso a mi Papá? Él no me respondió, sino solo me dijo que no me hiciera problemas, que los iba a cuidar muy bien y que los podríamos ver todas las veces que quisiéramos. Al cabo de unas horas ambos federales copete rojo, viajaban rumbo a la ciudad, a encontrarse con otros compañeros de cautiverio, en la inmensa jaula de Carlitos, el Petiso. No quiero entrar en detalles de qué sucedió cuando por la noche volvió mi Papá de su trabajo en el estudio contable. Una vez que estuvo enterado de lo sucedido, su enojo fue tal, que no recuerdo en toda mi vida posterior, haberlo visto una vez más de esa manera. No dijo mucho, sólo se notaba un nivel de crispación difícil de explicar con palabras.

Al sábado siguiente, como era habitual, apareció a la siesta Carlitos, su amigo, y mi Papá directamente no quiso hablar con él, ni aceptar explicaciones de ningún tipo. Fue así que el Petiso, fue varios sábados más a tratar de congraciarse, pero no hubo caso. La relación estaba rota, mi Papá no lo perdonó, y los que supieron ser como hermanos, se distanciaron definitivamente. Las reuniones familiares y de amigos a las que asistían juntos, ya que compartíamos lazos de todo tipo, los mostraba a cada uno en extremos opuestos de la mesa, apenas dándose un saludo por protocolo y sin dirigirse la palabra.

Transcurrió el tiempo, y sobrevino la penosa enfermedad de mi Papá. Diez años después del suceso de los pájaros, este se debatía y luchaba como podía y con todas sus fuerzas por conservar su vida. El petiso, a través de su hermana, esposa de un primo hermano mío, estaba consciente de lo que sucedía. Acompañando a mi Papá en la clínica, yo esperaba que Carlitos apareciera en algún momento, ya que Ramón a veces se acordaba y preguntaba por él. Finalmente, el Petiso apareció una tarde, y estuvieron charlando largo rato. Antes de irse, me abrazó, lloró como un niño y me pidió perdón por haber estado alejado tanto tiempo. Le dije que estaba bien, que lo que importaba es que finalmente se hubieran reconciliado. Mi papá Ramón, casi un mes después, falleció en nuestra casa, rodeado por sus seres queridos, esposa, hijos e hija, habiendo dado en su vida lo mejor de sí. Dejó para nosotros un legado plagado de valores, compromisos y amor.

El espíritu navideño me trae consigo el perdón. Este episodio profundo del pasado, me sirve para ahondar en mi interior, y a reconocer en él, donde tengo alojado el perdón, el que pido y el que acepto; otros lo situarán en el corazón, y otros lo tendrán allí no muy bien identificado, aunque haciendo memoria, podrán visualizar situaciones de las más diversas, donde no estuvo presente, donde no lo dimos, donde paso el tiempo, y la emocionalidad quizás hoy te permita decirlo: Te pido perdón, o te perdono.  

En mi vida he tenido y tengo varios episodios de Pájaros Federales, propios y ajenos. pero la historia que acabo de contarles, me sirvió para aprender que vivir en el resentimiento y en el No Perdón, es una energía que desgasta y limita, por lo que he buscado encontrar el timing, para que, verificada la ofensa, el destrato, o lo que haya ofendido o me haya ofendido, destrabar lo acontecido con un Te pido Perdón o Te perdono. En general las situaciones donde cabe pedir perdón u otorgarlo, me resultan muy emocionales y mezcladas en algunos casos con condimentos de nuestro  ego, por lo que, poniendo un poquito de conciencia, percibimos que podemos achicar la línea de Pájaros Federales y reconocer que los otros y nosotros mismos, muchas veces no hacemos las cosas con mala intención, las hacemos lo mejor que podemos, dentro de nuestras limitaciones y mapas mentales.  Perdonar para mí no implica olvidar, pero si meternos por el lado de la Paz, haciendo las paces….

Llegado a este punto, cabe preguntar:

¿Cómo te vinculas con el Perdón?

¿Percibís cuando ofendes a otro?

Mirar demasiado en el pasado o vivir anticipadamente el futuro, te saca energías para vivir el presente, que está allí a tu alcance, por lo que, si te resulta útil, puedes detectar cuál es tu línea de Pájaros Federales, y proponte al menos revisarla, cada tanto.

Allí aparecerán varios Perdones que no dimos o que no pedimos.

Atrevámonos a abrir las puertas del Perdón y por favor incluyamos los que tengas que perdonarte a vos mismo, tus propios Pájaros Federales.

Que esta Navidad, nos posibilite encontrar la paz y el perdón, mientras esperamos el nacimiento de Jesús.

¡Feliz Navidad!

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