No hay que ser un genio !

Algunas genialidades marcaron un antes y después en la historia de la humanidad. Provienen de la acción de ciertas mentes iluminadas que, sobrepasando el umbral promedio de la inteligencia, la creatividad y la inventiva de los mortales comunes, fueron capaces de imaginar cosas, que para otros hubieran sido ciertamente imposibles. Los genios muchas veces no han contado con recursos ilimitados, ni nada que se les parezca, ya que sus ideas revolucionarias no han encontrado eco inmediato en los proveedores de dinero, de relaciones, de vínculos o cuanto menos del apoyo necesario para que sus ideas prosperaran de manera rápida y consistente.

En muchas ocasiones las genialidades han sido reconocidas y valoradas en su real dimensión, toda vez que los sus creadores hubieron desaparecido físicamente, sumidas en la pobreza y en el descrédito general. Son raras las veces, en donde existe una congruencia temporal de reconocimiento, de beneficios sociales y económicos, para los que fueron capaces de ver más allá, de descubrir un potencial en algo en lo que para la mirada estandarizada no había valor.

“No hace falta ser un genio para darse cuenta”, es una frase que escuchamos a menudo, en las conversaciones coloquiales, en las sobremesas o en episodios en donde una o varias personas, se alegan la solución o a las acciones a tomar ante determinadas circunstancias. Una frase dicha de esta manera, deja fuera de juego a un conjunto de personas, que ni por asomo se hubieran percatado sobre la decisión correcta a implementar. Esto es así porque depende de qué tipo de observador entrenado somos y en qué dominios. En una conversación entre un grupo de electricistas, es probable que no haga falta ser un genio para darse cuenta que sea necesario cerrar un circuito eléctrico, para que la corriente fluya de una zona de mayor potencial eléctrico a otra con menor potencial. Ese mismo concepto no puede ser dilucidado en una conversación entre expertos en filosofía, aunque estos últimos pueden esbozar ideas mucho más claras, acerca por ejemplo, de los pensamientos basales de la filosofía griega clásica.

En esas referencias del párrafo anterior, es posible determinar con claridad, que existen distintas experiencias y conocimientos que nos caracterizan y que al mismo tiempo nos complementan, suplementan o potencian, de modo tal que los equipos humanos o la sociedad misma pueda evolucionar hacia estadios superadores. Pero volviendo al tema con el cual arrancamos el texto de hoy, cuando nos referimos a un genio o una genialidad con todas las letras, es cuando incluso en la comunidad de pertenencia (científica, social, religiosa, política, deportiva, literaria, etc, etc), en donde se supone que han observadores entrenados y capacitados, las ideas, proyectos, proposiciones o creaciones de algunas personas (los genios), no pueden ser comprendidas, validadas o aceptadas por el resto de integrantes de esa comunidad.

«Si hace falta ser un genio para proponer, idear, proyectar, o visualizar cosas», que amén de que a observadores no entrenados en la materia les resulten chino básico, casi de igual manera para personas capacitadas en la materia, las mismas no resulten tan claras, concluyentes o inequívocas como para reconocerlas o apoyarlas. En la historia hay episodios en donde los celos, la envidia y los egos, han jugado, asimismo, un papel decisivo a la hora de reconocer los logros de otros.

Muchos genios sencillamente estaban muy adelantados para su época, otros, sin embargo, alcanzan a ser comprendidos en la actualidad. Pero a pesar de esto, han hecho grandes aportes a la humanidad, aunque en su momento fueron tildados de «locos» y algunos incluso fueron castigados.

Ejemplos de genios hay muchos, pero aquí un resumen de los más poco reconocidos o los más incomprendidos en su época.

Nikola Tesla (1856-1934)

Es el pionero de la electricidad comercial y la corriente alterna, y gracias a él fue posible la construcción de las primeras centrales hidroeléctricas, entre otros avances. No obstante, estaba tan adelantado para su época, que por sus ideas le consideraron «loco», fue relegado de los medios académicos y finalmente murió en la pobreza.

Vincent Willem van Gogh (1853-1890)

Este pintor neerlandés y figura destacada del Postimpresionismo, pintó 900 cuadros (27 de ellos autorretratos) y 1.600 dibujos, todos ellos de un gusto exquisito. Pero no fue sino hasta después de su muerte (en la pobreza) que ganó popularidad. Tuvo una vida tortuosa y solitaria y ahora sus cuadros se valoran en miles y hasta millones de euros.

Charles Darwin (1809-1882)

Cuando publicó su teoría naturalista en su libro “El origen de las especies”, sufrió burlas. Incluso se le dedicaron caricaturas satíricas que se mofaban de su teoría. Incluso en 1872, la Academia Francesa le rechazó como miembro honorario de la sección de zoología.

Galileo (1564-1642)

Cuando Galileo dijo que la Tierra giraba alrededor del sol, dijeron que estaba «loco de atar». Incluso, fue llevado a juicio durante la Inquisición y terminó viviendo bajo arresto domiciliario hasta su muerte.

Franz Kafka (1883-1924)

Este genio literario murió mucho antes de que sus obras fueran si quiera publicadas. De hecho, se dice que su última voluntad fue que no se diera conocer su obra más famosa, «La Metamorfosis». Sin embargo, un amigo suyo consideró que el escrito era demasiado bueno como para mantenerlo en secreto.

Nicolás Copérnico (1473-1543)

Este genio, muy adelantado a su época, defendió la teoría heliocéntrica (la Tierra gira alrededor del Sol). Sin embargo, los más importantes líderes del protestantismo (Lutero, Calvino y Melanchton) la objetaron porque contradecía lo que afirmaban las Escrituras.

Ignacio Felipe Semmelweis (1818-1865)

Es el fundador de la asepsia y la antisepsia. En su momento, discutió que los hospitales debían tener normas de higiene para evitar la proliferación de enfermedades y la contaminación de heridas. Sin embargo, los cirujanos importantes de su época rechazaron la idea.

Sigmund Freud (1856-1939)

Su teoría de psicoanálisis fue y sigue siendo motivo de polémica. A principios de siglo XX se la descalificó por no partir de una base experimental, mientras que los países comunistas la calificaron como “una ciencia burguesa y reaccionaria”.

Louis Pasteur (1822-1895)

Al principio, la teoría de los gérmenes fue rechazada. Por ejemplo, el profesor de fisiología en la Universidad de Toulouse, Pierre Pachet, aseguró que esta “era una ficción ridícula”.

Hay quienes piensan que un genio nace, no se hace; sencillamente, tiene el talento para una actividad concreta y le basta con desarrollarla para alcanzar la excelencia. Pero esto es una visión muy simplista de la realidad y, además falsa, como han comprobado numerosas estadísticas. No cabe duda de que un genio es talentoso por naturaleza, pero el talento no es ni de lejos la característica más importante del mismo. Hay cualidades o características comunes que, sin excepción, cumplen quien más quien menos, todos los denominados genios, siendo por cierto poco frecuentes y quizás no agradables o elegibles para el resto de los mortales.

Son curiosos e impulsivos.

Para elaborar su libro Creatividad (Paidós, 2008), el profesor Mihaly Csikszentmihalyi entrevistó a 91 genios, de todas las disciplinas, incluyendo a 14 premios Nobel. Una de sus principales conclusiones es que las personas con mentes privilegiadas, que logran creaciones excepcionales, tienen dos cosas en abundancia: curiosidad y determinación. “Están absolutamente fascinadas por su trabajo y, aunque haya otras personas más brillantes, su enorme deseo de lograr lo que se proponen supone el factor decisivo”, asegura Csikszentmihalyi.

Lo importante no es la educación, son las horas que dedican a su especialidad.

Se suele asociar el expediente académico con la excelencia, pero son cosas que no siempre están relacionadas. El profesor de la Universidad de California en Davis, Dean Keith Simonton, realizó un estudio en que analizó los expedientes académicos de más de 300 genios nacidos entre 1450 y 1850, entre ellos gente como Leonardo da Vinci, Galileo, Beethoven o Rembrandt. Determinó cuánta educación formal había recibido cada uno y midió sus niveles de eminencia a través de sus obras de referencia. Sus resultados fueron sorprendentes. La relación entre educación y excelencia, al trasladarse a un gráfico tenía forma de campana: los creadores más destacados eran aquellos que había recibido una educación media, algo así como una diplomatura. Los que habían recibido una mayor y una menor educación eran menos creativos. No cabe duda de que los genios más destacados seguían estudiando, pero eran autodidactas y, sobre todo, unos adictos al trabajo. “Los genios son todos iguales”, explicaba el crítico literario V.S. Pritchett, “nunca dejan de trabajar, no pierden un minuto. Es deprimente”. La realidad es que, sin esfuerzo, el talento importa poco. Los creadores más destacados son, siempre, aquellos que más han trabajado en su especialidad, han dedicado su vida a ella, han aprendido todo lo que se podía aprender, y han llevado su pasión al límite.

Son muy críticos con su trabajo.

Según el psicólogo Howard Gardner, Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2011, los grandes genios como Picasso, Freud o Stravinsky tenían un patrón similar de trabajo, que se basaba en el ensayo y error: analizaban un problema, creaban una solución, la probaban y generaban una retroalimentación constante. “Los individuos creativos”, asegura Gardner, “emplean una considerable cantidad de tiempo en reflexionar acerca de lo que quieren alcanzar, si han tenido éxito o no y, si no lo han logrado, qué deben hacer diferente”. Las mentes creativas son también las más metódicas.

Son sacrificados, solitarios y, en ocasiones, neuróticos.

Los genios están todo el rato pensando en su obra y esto tiene múltiples desventajas. Dedicar todo tu tiempo al trabajo implica un sacrificio inmenso y una merma en las relaciones sociales. Según Csikszentmihalyi, la mayoría de genios son marginados durante la adolescencia, en parte porque “su intensa curiosidad e intereses muy focalizados resultan extraños a sus compañeros”, en parte porque los adolescentes demasiado gregarios no están dispuestos a gastar tiempo, en soledad, para cultivar su talento. “Practicar música o estudiar matemáticas requiere una soledad temible”, asegura el profesor. En ocasiones, el sacrificio necesario para ser un genio puede rozar lo patológico. La entrega puede tornarse en obsesión: las personas excelentes no son necesariamente felices. Basta ver el ascetismo que alcanzaron Freud, T. S.Eliot o Gandhi, o la soledad autoimpuesta que desarrolló Einstein. Muchos genios desarrollan, además, una personalidad neurótica: su trabajo les volvió maniáticos y egoístas.

Trabajan siempre por pasión, nunca por dinero.

Los verdaderos genios se desviven por su trabajo y, en ningún caso se entregan a éste por dinero, sino por pasión y vocación. “Los artistas que han desarrollado su pintura y escultura por el placer de la actividad en sí más que por las recompensas extrínsecas, han producido un arte que ha sido reconocido socialmente como superior”, asegura el pensador y escritor Dan Pink en su libro La sorprendente verdad sobre qué nos motiva (Gestión 2000). “Además, son aquellos a los que motivaba menos las recompensas extrínsecas los que, finalmente, las recibían”.

De genios y de locos todos tenemos un poco, pero algunos tienen mucho más de ambas cosas. Son personas que, por su talento natural, dedicación y compromiso alcanzan niveles de excelencia poco habituales, que los vuelven trascendentes.

Por eso antes de emitir la frase: “no hay que ser genio para darse cuenta”, nos invito a reflexionar antes de enjuiciar con tanto despojo, la condición de ser una persona brillante.

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