! Adiós Betty !

La vida nos da casi siempre oportunidades para cerrar las historias o incluso las heridas, sólo hay que saber distinguirlas y tomarlas. En ocasiones, uno no sabe que sucede con absoluta claridad en su propio interior, y mucho menos en el de otras personas, a raíz de hechos que acontecieron de manera tal, que los impactos fueron profundamente desiguales, dejando huellas que perduran de manera consciente o porque no inconsciente, para aflorar cuando uno menos se imagina. Afrontar conversaciones difíciles es un arte, que nos amplia la mirada, pero por sobre todo nos enseña y mucho.

– Hola Marcelo. ¿sos vos?

– Hola Betty, ¿como andás?. ¡Qué bueno poder escucharte!.

– Son muchos años sin vernos, sé que te casaste y he visto fotos de tus hijas y de tu esposa. Muy linda familia.

– Así es, muchas gracias. Estamos viviendo ahora en Rio Cuarto, pero estuvimos viviendo en el sur, primero en Bahía Blanca y después en Cipolletti. Entiendo que es probable este sea nuestro último destino familiar.

– Lo he visto a Ariel, tu hermano, el que lo ayudaba mucho para cortar alfalfa a mi papá, tu tío Eugenio. El los quería como a sus hijos, siempre hablaba y los recordaba con mucho cariño, incluso contaba cuando ustedes lo visitaban y siempre los esperaba. El murió muy perdido al final, pero nunca dejó de mencionarlos.

– Nosotros también lo queríamos mucho, ya que era el último hermano vivo de papá. Cuando nos mudamos de la quinta, a la casa cerca de la avenida Alem, siempre nos visitaba con tu mamá Carola y se quedaba a cenar, incluso después que falleciera mi papá Ramón, conservaron la costumbre de visitar a mi mamá Ana. La verdad que eso fue muy bueno, porque ella realmente la pasó mal después de la partida de papá.

– Viste que yo estuve muchos años en Italia, y me perdí de muchas cosas, que me contaban mis hermanas, Elsa y Miriam. Nosotros éramos primos más grandes que ustedes, por lo que ese salto de generación hizo que no fuéramos muy compinches, como ustedes con otros primos. Por ahí, Claudia tu hermana más grande charlaba mucho en las reuniones con Elsa, que era un poco más grande que tu hermana.

– Si es cierto, pero seguro te acuerdas que mi papá Ramón era el que unía toda la familia y de alguna manera siempre nos mantuvo a todos juntos. Cuando el falleció en el 90, ninguno más de la familia tomó ese rol, y nos fuimos distanciando todos, casi sin darnos cuenta, cada uno en lo suyo. ¿Cómo están tus hijos María Eugenia y Amílcar?

– Muy bien, gracias a Dios. Ella es veterinaria y Amílcar maneja un taxi, como su papá. ¿Sabías que yo me divorcié y estoy con Roberto no?.

– Si lo sabía. Todos hablan muy bien de Roberto, que da la casualidad es el padre de Nicolas, el cual estuvo casado un tiempo con una prima hermana de mi esposa Eugenia. Ella se llama Verónica y cuando nos juntamos hablamos de vos.

– Que coincidencias que tiene la vida.

– ¿Qué estás haciendo ahora Betty?

– Me he jubilado de la docencia. Mi profesión de pedagogía la ejercí siempre, y cuando decidimos volver de Italia, con mi primer marido, unos años después de que volviera la democracia, me dediqué es escribir, de hecho, tengo un libro publicado sobre cuestiones pedagógicas. Ahora, formó parte de un grupo pitagórico, con el que me siento identificada.

– Que bueno Betty!. Yo escribo un blog, todos los domingos, el cual si te parece te puedo compartir. No escribo sobre temas específicos, pero si vinculados en cierta forma con la filosofía. Siempre tuve esa dualidad de las ciencias duras, por eso estudié ingeniería y de la parte más blanda, por lo cual me encanta la filosofía, aunque soy solo un entusiasta.

– Dale si, mándamelo los Domingos. Yo siempre leo, aunque para la tecnología y los celulares soy muy poco hábil.

– Creo, por lo que me cuenta Vero, que además de Roberto, vivís con Maria Eugenia y una nieta, capaz ella te pueda ayudar.

– Si ella me desburra y me ayuda con todo eso. Ya tengo casi setenta años y la verdad me cuesta horrores el manejo del celular. Prefiero leer. Jajaja.

– Si leer está muy bueno. Si te acuerdas, por decisión de papá nosotros no tuvimos televisor en la quinta de los abuelos donde vivíamos, sino cuando ya fuimos adolescentes. El nos llenó de libros para leer, pero no quería que viéramos televisión. En su momento lo sufrí, pero ahora a la distancia lo agradezco. Eso me sirvió para adquirir una gran vocación por la lectura y la escritura.

– Tu papá Ramón era el mejor tío que teníamos, pero hay algo que necesito que vos sepas. Espero que no te ofendas.

– Si, decime Betty. Espero que no.

– Para ser concreta, en lo personal, tanto mi mamá como yo, estuvimos muy dolidas con él, porque desde mi detención en el 76, él se alejó de nosotros, porque él decía que yo era guerrillera y deshonraba la familia y el apellido. Hay más detalles, pero eso es lo que en resumidas cuentas me costó digerir.

– Me dejas sin palabras, porque si hay una persona buena y que no juzgaba a nadie y no hablaba mal de nadie, ese era mi papá. No sé si te acuerdas, que él fue el único de los ocho hermanos, que estudió, gracias a que sus hermanos, le pagaron en parte los estudios de contador. Mi papá era el menor de todos, y siempre se sintió en deuda con sus hermanos, por lo que se encargó de cubrir los gastos de estudios de sus sobrinos, tanto en el primario, como en el secundario. El quería que todos estudiaran.

– Si tu papá era un gran hombre, muy querible, pero te repito ese dolor que tengo. Para que vos sepas, yo trabajaba dentro del movimiento tercermundista de la iglesia católica, y por eso me metieron presa junto con mi primer marido, estando yo embarazada de mi primera hija Maria Eugenia. Gracias a mi papá y a mi mamá, que se recorrieron todos los cuarteles e iglesias y le rogaron a muchas personas, mi hija pudo nacer y después de casi dos años presa, nos extraditaron a Italia.

– Si Betty, lamento mucho lo que les pasó. Pero, mi papá también hizo lo suyo porque los militares le entregaron a Maria Eugenia cuando ella nació a mi papá, el cual fue a buscarla con su hermano, tu papá Eugenio. Mi papá Ramón contaba, que cuando recibió ese llamado del comando del ejército, pensaba que le iban a dar noticias trágicas, pero finalmente fue para decirles que le entregarían a mi papá, la beba que vos habías dado a luz, que la fuera a buscar con algún otro familiar, pero no con tu mamá.

– Por eso, no me explico cómo se alejó tu papá, todo ese tiempo previo, durante y después de mi encierro.

– Recuerdo que mi papá estaba muy triste, por todos ustedes, y por lo mal que estuvo, sobre todo tu mamá con tu detención, y luego tu exilio forzado a Italia. Mi tío Eugenio era más fuerte, y pudo sortear con más entereza las circunstancias. Tu mamá, producto del stress, estuvo mucho tiempo internada cuando vos estuviste en Italia. Mi papá siempre estuvo en todo eso. Eran tiempos muy difíciles, mi papá seguro hizo lo mejor que pudo con la situación. Lamento que hayas percibido que mi papá estuvo lejos. Entiendo que esto te lo tuvo que transmitir tu mamá, ya que nos no tenías contacto con nadie cuando estuviste detenida, creo en la Perla primero y luego en Campo de Mayo. Sin embargo, yo que tenía diez años, te puedo decir que no era fácil estar cerca sobre todo de tu mamá, por el estado en el que estaba. Nosotros cuando íbamos de visita en ese período, a veces no entrabamos a tu casa, porque tu mamá no quería recibir a nadie, sobre todo si ella pensaba que hablarían mal de vos después.

– Es cierto lo que decís, pero yo necesitaba contártelo porque no tuve la oportunidad de hablarlo con tu papá. Cuando yo regresé de Italia, sobre todo para estar al lado de mi mamá, que vos sabes no quedó para nada bien, tu papá ya ha había fallecido y no pude hablarlo con él, con el cual tenía mucha confianza. Con tus hermanos no me animé a hacerlo, pero a vos te percibo una persona más abierta que tus hermanos y tu mamá, por eso me animé a transmitirte la sensación que me había quedado.

– Te agradezco Betty, y te vuelvo a reiterar que, en lo personal, y creo que en nombre de todos mis hermanos y mi mamá Ana, que aún está en este mundo, lamentamos por todo lo que tuviste que pasar, incluyendo no poder ver a tu hija recién nacida, sino varios meses después de haber dado a luz. Recuerdo que cuando íbamos a casa de tus papás, cuando ella empezaba a hablar, les decía mamá y papá a mis tíos, ya que vos estabas aún en Buenos Aires. No pudiste volver a Córdoba, sino que los tíos se fueron a llevar a Maria Eugenia a Buenos Aires, junto con tu ex marido que ya habían liberado, para que todos pudieran irse a Italia, creo que en el 77 o 78. Vos no pudiste volver a tu casa familiar de Córdoba, sino después que volvieras del exilio.

– Bueno Marcelo, me da una alegría inmensa todo lo que decís, porque yo pensaba que a vos y a tus hermanos, les había quedado la idea de que yo era subversiva, y que salía a robar para el pueblo, y otros tantos chismes y comentarios que le hacían a mi mamá y a mi papá, que después ellos me contaron. Nosotros lo único que queríamos era ayudar a los pobres, junto con la iglesia. Teníamos esos ideales, capaz medio de inocentes que éramos, y pensando que las cosas podían cambiar. Quizás hubo otros que si robaron, y mataron, y que se yo cuantas cosas más, que no sé a ciencia cierta. No juzgo a nadie, sólo que yo no estuve en esas actividades.

– Está bueno que cuentes todo eso, porque todo eso lo relataba tu mamá cada vez que nos juntábamos cuando vos estabas en Italia. A tu papá, mi tío Eugenio, no le gustaba vivir en el pasado y le pedía a tu mamá que no siguiera con el tema, pero eso era más fuerte que ella. Además, ella decía que ustedes trabajaban muy bien allá, pero que lo mismo se iban a volver porque extrañaban Argentina.

– Si, nos volvimos estando muy bien económicamente en Italia, porque anhelábamos regresar y estar con la familia. Amílcar nació allá y no conocía a nadie. Queríamos recomponer los lazos con todos. Al volver, después nos agarraron varias crisis que nos tumbaron, pero bueno, pudimos zafar. Después en el 2013, fui recompensada con dinero por todo el daño que me habían hecho, cuestión que yo nunca pedí, porque en realidad yo siempre quise dejar todo atrás y mirar para adelante. Vivir en el pasado no tenía sentido para mí.

– Una excelente manera de pensar que habla muy bien de vos Betty.  A mi esta charla me ha servido por varias razones, y sobre todo, ahora que lo pienso, para clarificar algunas cosas, que está bien que hayan salido, y hablarlas en primera persona. Lo que si lamento, es que no hayas podido tener la chance de hablar con mi papá, que se fue relativamente joven. El quería a su familia íntima, y a la ampliada por encima de todo y hacía lo que estuviera a su alcance para que todos los domingos lo pasáramos juntos. Si por él fuera, viviríamos todos en un predio, compartiendo a cada minuto. Eso disparaba algunas discusiones con mamá, que se cansaba un poco con eso.

– Lo importante es que pudimos hablar. Cuando estes por Córdoba te pido que vengas a verme con tu familia, por favor. De tus tres hijas, una es la que más se parece a los Bordolini. Las otras dos son la cara de tu esposa.

– Si así es. Emilia es la más parecida. La melliza de ella, Paula nada que ver, y Lucía la más pequeña tampoco. Cuando yo era pequeño, veía a tu papá Eugenio, con tres hijas mujeres, y yo me decía siempre que era lindo, pero que a mi me gustaría tener un hijo varón, además de hijas. Pero bueno, al final seguí los pasos de mi tío Eugenio. Respecto de visitarte, aceptada la invitación. Nos estamos viendo, chau Betty, saludos a Maria Eugenia y Amílcar, y a toda tu familia. Un cariño especial a Roberto.

– Chau Marcelo, gracias por la charla, y envíame los blogs. Saludos a todos.

Después de esa conversación telefónica, pudimos hablar usando el mismo medio en alguna ocasión más, por cierto, ya de manera más distendida. Lo que subyacía latente y no resuelto había sido finalmente zanjado. Si habían quedado trazas de resentimiento, nuestras charlas de varios minutos las borraron. La visita nunca se dio por diferentes razones. Cada vez que viajaba a Córdoba, tenía que dividir mi tiempo en varias actividades, incluyendo la salud de mi mamá que se deterioraba rápidamente.

La última llamada fue desde su teléfono. Esta vez, una voz de hombre que no pude reconocer, me hablaba casi susurrando. Entre lágrimas y con tinte de desconsuelo, Roberto me dijo como pudo:  hace unas horas Betty, tu prima, nos ha dejado, ahora descansa en paz. Le dije que lo sentía profundamente, que le agradecía el llamado y que nos había dejado sin su presencia física, una gran mujer, que había pasado por mucho, pero siempre portando esa sonrisa franca y grande que era su sello distintivo y de casi toda la familia. Con mucha tristeza, continúo relatando Roberto, que a Betty su corazón la había abandonado, desde hace unos días cuando tuvo su primer infarto; que había salido de eso, pero que estando en casa unas horas después de salir de alta, se había descompensado fatalmente, sin que se pudiera hacer algo para salvarla.

Mientras escuchaba la noticia con mucha congoja, mis sentimientos y pensamientos, giraban en torno de su profunda historia de vida, sus tremendos pesares y su férrea voluntad por superarlos y por seguir dando lo mejor de sí, perdonando todo y mirando siempre para adelante munida de mucho amor, convicciones e ideales. Para quienes pudimos conocerla, ese es su mayor legado.

Betty, la sonriente, la mujer que con temple y alegría fue capaz de superar muchas cosas, fue alcanzada finalmente por ese destino que es común a todos y del que no podemos escapar.

Las luces parecen apagarse, pero siguen brillando producto de lo que son capaces de iluminar. Betty alumbraba mucho con sus ojos celestes, y contagiaba esperanza, fe y una férrea voluntad.

Las despedidas son dolorosas, pero nos dejan enseñanzas.

¡Hasta siempre Betty!

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