Salir fuera de casa, juntarse en reuniones, celebrar algo, son por lo general momentos únicos y particulares en cada caso. No es lo mismo, la juntada habitual de un grupo de amigos de años en un bar, que una cena de trabajo, que un encuentro entre nuevas amistades, que una primera cita romántica, o una segunda, o la reunión en un consorcio de vecinos, una salida de padres o madres del colegio con cierta afinidad, o una invitación a la casa de alguien que se transforma en anfitrión.
Cada evento en los que socializamos, dependiendo de su naturaleza posee diferentes objetivos, pero lo que casi todos tienen en común es que requieren de fondos para llevarse a cabo. Así sea sólo degustar una taza de café o de té, o una bebida fresca en el verano, existen cuestiones que necesitan ser aclaradas previamente, para evitar malos entendidos o momentos de tensión a la hora de asumir los costos o pagar las cuentas.
En nuestra cultura occidental existen, aún con diferentes matices, convenciones preestablecidas, según las cuales nos manejamos de cierta manera tácita. Alguna vez he sido testigo de episodios en donde algunas personas, han cuestionado estos acuerdos implícitos, generando que lo que había sido una reunión en armonía, donde se había podido conversar y disfrutar, se transforme en una situación desagradable con un final cuanto menos de mal gusto.
¿Cuáles son esas convenciones aceptadas?
Los manuales de protocolo son claros al respecto, y la norma indica que quien invita es quien paga, sin excepción. Sean negocios, una cita romántica, un evento familiar o una reunión de amigos, si alguien osa decir «Te invito a tal lado a comer tal cosa», uno debe interpretar que puede tranquilamente caer con los bolsillos vacíos y una actitud aristocrática.
En cambio, si decimos «¿Vamos a comer a tal lado?», o «Nos juntamos en tal lugar«, entramos en el sinuoso terreno del «pago a la española o el pago a la sueca». ¿Qué significa eso? Los habitantes de la madre patria llaman «pagar a escote» eso mismo que nosotros nombramos, muy argentinamente, como «hacer una vaquita o pagar a medias». Esto es, cualquiera lo sabe, dividir la cuenta matemáticamente entre los amigos presentes, más allá de quien haya consumido qué. Los suecos, por el contrario, practican la gran jugada que es costumbre en varios lugares del mundo: revisemos el ticket y veamos qué consumió cada uno, y así repartimos los gastos en función de eso.
Cuando se paga a medias (a escote en España), la colecta del dinero puede convertirse también en un momento de inesperado compromiso. A veces no disponemos de los billetes que nos permiten dividir la cuenta en partes completamente iguales, poseemos tickets de descuento que nos gustaría utilizar o se nos ha olvidado pasarnos por el cajero y solo tenemos en la cartera nuestra tarjeta de crédito. La solución es tan simple como acordar con el bar o con el restaurante que cada uno se hace cargo de lo suyo y que sea el local el que se tome la responsabilidad de realizar la división.
Por último, en las reuniones con muchos miembros, pocas veces se espera que una única persona (o un pequeño grupo de ellas) pague por todos los comensales, a no ser que esta se haya ofrecido antes con motivo, por ejemplo, de una celebración como un cumpleaños. Se debe tener cuidado con invitar a todo un grupo pues las connotaciones que dicho acto conlleva pueden ir desde que los demás te consideren un soberbio por hacerte cargo de una suma tan grande, a que te juzguen de manera contraria, como un individuo débil que necesita reafirmarse a través de su dinero.
Respecto de dividir por partes iguales, independientemente de qué consumió cada uno puede dar lugar a situaciones injustas si se quiere.
En boca de algún comensal escuché decir alguna vez:
¿Me molesta que dos fulanos hayan pedido un vino carísimo y yo casi no haya tomado alcohol? Profundamente. ¿Me exaspera que mi amigo Jorge además del vino pida un lomo de mil pesos porque viene del gimnasio y necesita proteínas y a mí esa noche me pintó comer un revuelto gramajo de trescientos pesos bajado con una gaseosa light? Un montón.
Otra anécdota extraída de un blog de un viajero reseñaba:
“Estando en Londres hace unos años fuimos a comer con mi ex y un amigo inglés, y al momento de llegar la cuenta mi ex -que era de buen pasar y de costumbres muy latinoamericanas- depositó su tarjeta sin siquiera desviar la atención de la conversación. El inglesito, muy nervioso, retuvo al camarero para que lo dejara mirar el ticket y sacó de su bolsillo los pounds exactos de lo que había consumido. Mi ex insistió en invitarlo, como hacía siempre con todos, hasta que el tipo pasó de la amabilidad a la firmeza sin soltar su dinero de las manos del mozo. Quisimos pagar, pero no hubo caso”.
La incomodidad ante estas situaciones es tal que hasta ha sido objeto de una investigación publicada por The Economic Journal, en la que se concluye que, aunque todos prefieran pagar por separado y cada uno lo que consumió, esta cuota de egoísmo se profundiza cuando ven que cada uno deseaba minimizar su costo a expensas del de los demás.
El tema ha sido foco de varios estudios. Tantas opiniones encontradas, disparó que un grupo de jóvenes desarrolló una excelente herramienta, disponible en los smartphones, que permite hacer cálculos precisos a la hora de dividir la cuenta. Está disponible únicamente para iOS y es completamente gratuita.
Se trata de “Plates” una app muy simple que permite hacer cálculos por consumo personal o generales y también sobre la propina para que no se complique nada a la hora de hacer el pago de la cuenta.
La interfaz de la aplicación es bastante sencilla. Tiene una barra en la parte izquierda que es donde se hacen los ajustes de cantidad de comensales y en la parte de la derecha aparece un escenario con los platos, que representan la cuenta individual de las personas que están en la mesa. Lo primero que hay que hacer es elegir cuantas personas están compartiéndola, es posible hacer un cálculo para 10 personas, no más.
La aplicación Plates permite dividir la cuenta en cantidades iguales para cada persona, o también es posible crear una cuenta por cada usuario, incluso puedes dividir el precio de algún plato entre dos personas si lo compartieron.
Luego se puede también calcular de forma automática la propina y dividirla en el precio final antes de calcular lo que cada uno deberá pagar
Algunos traumas vinculados al patriarcado
De otro blog fue posible extraer el siguiente texto:
¨Tengo un amigo que tiene muchas citas en Tinder con diferentes chicas y es tan antiguo que hace la pantomima de ir a comer a un lugar lindo y pagar tremenda cuenta en modo patriarcal para ver si después de todo eso logra tener una noche de intimidad. Su actitud cavernícola lo deja siempre en un eterno default salarial, pero finalmente pienso que los traumas y costumbres se respetan cueste lo que cueste. A mí, particularmente, me nace pagar el trago o la cerveza de un encuentro casual y jamás podría tener un one night stand dividiendo lo que tomó cada uno. Llámame antiguo”.
Reuniones de negocio
En cuanto a los negocios, es muy simple: el que convoca a la reunión debe pagar y nadie se sentirá culpable o fuera de lugar porque esto ocurra. El ademán de querer pagar a medias en una situación como esta queda normalmente fuera de lugar, y ponerse incómodo mientras el otro saca la tarjeta o revisa la cuenta tampoco tiene sentido. Se puede hablar del clima o de otro tema trivial, como para matar el silencio, pero siempre con actitud relajada.
Aspectos filosóficos
Pagar o no pagar la cuenta tiene que ver con el significado en sí de la propia acción: ¿si pago yo, estoy poniéndome en un plano superior respecto al que no paga? ¿Si no soy yo el que invita, los demás me van a considerar un tacaño? ¿Si ofrezco siempre el aperitivo estoy permitiendo que mis amigos o mis compañeros se aprovechen de mí?
¿Quién paga en la primera cita?
Para abordar este tema complejo, voy a copiar de manera literal un artículo que escribió para la BBC, la escritora canadiense de 27 años, Anne Rucchetto:
“Cuando empecé a salir con gente, mi madre me advirtió que «no hay nada que sea gratis».
«Los hombres pensarán que les debes algo», sentenció.
Sé bien que mi madre no pretendía llenarme de temor, pero su declaración me causaba preocupación cada vez que conocía a alguien nuevo. Me tomó tiempo librarme de ese sentido de obligación que sentía hacia los hombres que pagaban los US$5 que valía mi cerveza pero, desde ese momento, no volví a hacerlo.
Hoy en día, buscar a alguien con quién salir es más fácil que nunca, con las apps y comunidades online para personas de todas las orientaciones, identidades y antecedentes imaginables.
Pero, ¿quién debería pagar la cuenta en esa primera cita? es una pregunta que siempre enciende una acalorada conversación.
Siempre solía adoptar la lógica de que para que las mujeres seamos tratadas igual que los hombres, debemos pagar nuestra parte y dividir la cuenta con nuestra pareja. Para asegurarme de que eso no fuera problemático, siempre sugerí salir a lugares de módico precio, restaurantes baratos y animados, boliches, recitales, parques.
Hace unos cinco años, mis amistades y maestros me plantearon ideas que me hicieron cuestionar esa estrategia.
Me abrí a escritoras feministas como Gloria Jean Watkins (conocida por su pseudónimo, «bell hooks») que me hicieron pensar en quién se beneficia más de la actual estructura social. Ella y otras me obligaron a cuestionar la mecánica del poder a todo nivel, incluyendo en los pequeños intercambios individuales.
Las personas se benefician de diferente manera según la actual estructura de la sociedad, así que, dependiendo con quién estamos pasando el tiempo, no debería esperarse que ambas partes paguen las mismas cantidades.
En promedio, las mujeres ganan menos que los hombres. Las canadienses ganan 69 centavos por cada dólar menos que un hombre.
Esto no quiere decir que nos cueste menos vivir; en muchos casos puede ser más caro.
La expectativa en torno a la apariencia y los comportamientos de las mujeres tiene un costo material y personal.
La apariencia física de las mujeres se mide con estándares imposiblemente altos y es objeto constante de ridiculización en todas partes, desde la industria de la farándula hasta la Casa Blanca.
De nosotras se espera que seamos más calmadas, más atentas, comprensivas, flexibles y complacientes que los hombres en todos los aspectos de nuestras vidas: familia, trabajo, relaciones y amistades. Cumplir con esas normas es costoso material y económicamente.
Aún más, la cuestión de quién paga no puede reducirse a un asunto de hombres versus mujeres. Todos tenemos diferentes experiencias basadas en nuestro género, estatus socioeconómico, raza, ciudadanía y mucho más.
Al final, la igualdad no es lo mismo que la equidad. Igualdad es todos calzando el mismo par de zapatos. Equidad es que todos calcemos zapatos que nos queden bien. En las buenas relaciones, las personas buscarán la equidad.
Cuando salí por primera vez con un hombre que se pasaba la mayoría del tiempo jactándose de su auto deportivo y sus viajes, me confundió que quisiera dividir la cuenta. Curiosamente, es frecuente que sean estos hombres privilegiados los que le han comentado a mis amistades que yo «soy feminista, así que lo dividimos».
Así los hombres crean o no que el trabajo de las mujeres está infravalorado, eso es un hecho. Más aún, así o no estén de acuerdo con que a las mujeres se les pague menos, ellos se benefician directamente de eso.
Con esto no estoy diciendo que los hombres no trabajen arduamente o que siempre deban pagar: en situaciones en las que es obvio que yo tengo ingresos más altos que el hombre con quien estoy saliendo, me parece bien dividir o pagar toda la cuenta.
Si percibo que un hombre relaciona su pago de la cuenta en la primera cita conmigo como que yo le quedo «debiendo» algo, insistiré en pagarla yo y cerrarle la puerta a cualquier oportunidad de seguir la comunicación. Ese tipo de mentalidad primitiva delata una falta de perspectiva, respeto y consentimiento.
Llevo con mi pareja, Zac, más de un año. Tuve un buen presentimiento sobre él cuando me dijo que amaba los animales, describió su apreciación por sus amigos y compartió sus opiniones sobre derechos laborales. Él pagó en nuestra primera cita y yo en la segunda.
Ahora, compartimos los gastos basados en nuestra capacidad de hacerlo cuando salimos juntos o nos visitamos en la casa del otro. Esto podría cambiar en el futuro, pero hemos encontrado un equilibrio que nos funciona a los dos.
Nuestra meta más importante es asegurarnos de que ambos nos sintamos respetados y que ninguno se sienta menospreciado o abusado.
Las primeras citas son una pequeña oportunidad para reconocer que la gente en la sociedad tiene diferente acceso a los recursos. Si queremos ser buena compañía y buenas parejas, desafiar los desequilibrios de poder es importante en todas las relaciones.
Quién paga en la primera cita no define los términos de la relación.
A medida que los lazos se estrechan, las personas involucradas pueden buscar los términos que les convengan. Independientemente de las expectativas que podamos tener sobre quién debe (o no) pagar en la primera cita, siempre es bueno tener consideración.
Fin.
Se puede estar o no de acuerdo con la manera de pensar de esta escritora, lo que no se puede negar es que aborda el tema desde varias perspectivas interesantes.
Como se puede apreciar si bien existen reglas tácitas que regulan el pago de los tickets de una cena, almuerzo, o reunión cualquiera sea su objeto, o también y porque no de otros gastos, la relatividad también se aplica para muchas situaciones y está bien que así sea.
Esperando que les haya gustado, les vuelvo a repetir la pregunta:
¿Quién paga la cuenta?