La vida en este planeta no resultó ser la que todos esperaban. Eso de vida es una manera decir, ya que la colonización de este “nueva tierra” fue una idea planificada desde el vamos, por la más alta estructura de autómatas inteligentes, que habían dominado al planeta tierra y a los pocos 4 humanos que aún quedaban. Eso ocurrió durante el año 2252, cuando las “personas humanas” perdieron totalmente el control, luego de la gran ola de calor, que aniquiló veinte mil millones de seres humanos, dejando sólo unos cientos de miles vivos. Esta poca cantidad no fue suficiente, ni autosustentable, por lo que las “personas robotizadas” se hubieron de hacer cargo del desastre en que el planeta tierra quedó sumido. Los recursos desaparecieron casi por completo, provocando la mortandad más masiva que se haya conocido, por lo que los autómatas mejor preparados, no tuvieron más remedio que valerse por sí mismos, para perpetuar su especie, en desmedro de la humana, que quedó reducida a una existencia servil y para nada placentera.
Luego de la hecatombe, las brillantes mentes artificiales de los robots, no demoraron mucho para hacer cálculos y simulaciones, que los llevaron a identificar que necesitaban migrar a un nuevo planeta, que contará con más recursos, para poder continuar con la reproducción de versiones cada vez más evolucionadas de su especie. Su migración no podía extenderse más allá del año 2255, ya que las predicciones climáticas auguraban que las temperaturas llegarían a los 60 °C, producto de las tormentas solares constantes y repetitivas. A esa temperatura los mecanismos de refrigeración interna no aguantarían, provocando el colapso de las réplicas infalibles de sus órganos vitales tecnológicos, incluyendo graves quemaduras de piel, ojos y cerebros, que les producirían tendencias erráticas y una marcada agresividad y descontrol emocional. Las emociones habían sido el último grado evolutivo al que habían accedido, luego de la incorporación de una pequeña réplica de cerebro humano, que les había costado casi una década cristalizar.
Durante el año 2252 los robots eran en realidad una especie vinculada con la noción de «hombres como dioses», ya que no eran afectados 33dzzcasi por ninguna enfermedad, y contaban además con centrales de autodiagnóstico y control de parámetros críticos. La realidad del homo sapiens distaba mucho de esto, demostrado por la gran mortandad que sufrieron durante la gran ola de calor que los afectó durante ese año. Vistos uno al lado del otro (la persona humana y la persona robot) prácticamente no había diferencias físicas ni de comportamiento, pero cuando entraban en movimiento las destrezas y fuerzas de los autómatas eran insuperables, además de que los robots eran cuasi inmortales; mientras que los seres humanos, apenas llegaban a los cincuenta años, producto de su fragilidad y su vulnerabilidad a los virus y priones, los robots sólo dejaban de existir por algún accidente con destrucción total, por lo que la tendencia natural era la prevalencia de una especie sobre la otra. Incluso la tasa reproduxctiva del homo sapiens había caído a niveles dramáticos, desde que las temperaturas promedio se habían incrementado por encima de los 3 °C, allá por el año 2200. Los robots ya habían podido incorporar su propio sistema de reproducción y gestación, de modo tal de no depender más de los “seres humanos” y sus precarias tecnologías para crecer en número. Al fin de cuentas, en el año 2252 cuando ocurrió la catástrofe nadie sabía a ciencia cierta, si las «personas robots» fueron una creación humana, o bien sólo una evolución especial a partir de ciertos humanos que disponían de más conocimientos y recursos técnicos y económicos que el resto.
Los planes se cumplieron a rajatabla, por lo que el planeta tierra fue cuasi abandonado a fines del 2254, dejando unos miles de seres humanos, bajo el poder de unos cientos de “personas robots”. La idea era tratar de recuperar al planeta tierra mediante el uso de poderosa tecnología, de modo tal de que este planeta se convirtiera a futuro en el hogar que ellos (los robots) tanto anhelaban, planeando un regreso heroico al lugar de la epopeya, aquel que los vio nacer y crecer en prestigio y poder. La colonización de este nuevo planeta que estaba distante a unos cientos años luz de la tierra, demandó casi una década, durante la cual, varias naves se perdieron en el camino. Vaya casualidad, fueron en su mayoría las primeras y ocupadas solo por seres humanos. Los yerros de trayectoria y estructura fueron corregidos, a partir de las experiencias iniciales, lo que logró reducir la tasa de fracasos y accidentes a niveles mínimos. Hacia el final de la migración (año 2265), el viaje que demandaba bastante tiempo, se convirtió en algo parecido a un viaje de placer. Los niños robots corrían y jugaban a las escondidas en las amplias instalaciones de los transbordadores espaciales, hasta que los mayores se cansaban y desactivaban temporalmente sus mecanismos, para disfrutar de una travesía en armonía y relativa paz. Al elegir la «nueva tierra», existieron dudas de que la misma ya no estuviera habitada; del mismo modo no hubo ninguna certeza de que sus naves no fueran a ser atacadas en el camino. Los tratados de no agresión con los habitantes de algunos planetas cercanos, eran sólo para las incursiones que estos hacían en la tierra o viceversa, pero no aplicaban a la jurisdicción del espacio sideral. Sin embargo, algunas naves fueron destruidas a lo largo de esa década de migración, desconociéndose si festos hechos fueron producto de impactos de meteoritos o de ataques de fuerzas enemigas que disparaban usando algún arma lejana.
Volviendo a la situación imperante en el año 2270, se podría decir que la nueva vida no era color de rosa. Si bien el planeta era confortable térmicamente, contando además con grandes recursos naturales, un efecto desconocido hasta el momento, que se desencadenaba luego del largo viaje, volvía a las personas robots, tristes, desanimadas y ciertamente depresivas. Por el contrario, las pocas personas humanas que lograron llegar (sólo unas miles) se habían adaptado mucho mejor, no sufriendo el efecto del «extra jet lag», que si afectaba a la otra especie. Los pocos animales que habían sido transportados tipo arca de Noé, tampoco la pasaban tan mal, y una vez arribados empezaron a reproducirse y a poblar vastamente el nuevo planeta. Por lo que los seres humanos, que estaban a su cuidado, vivieron una especie de revival de sus orígenes ancestrales. La expectativa de vida de las “personas humanas” fue creciendo en este nuevo hábitat, mejorando su tasa de reproducción y su desarrollo físico y cerebral. Las “personas robots” que eran cien veces más en número que los humanos, comenzaron a preocuparse, primero por ellos mismos, y luego por el crecimiento no esperado de la otra especie, que en teoría era la más débil y vulnerable. La autoridad política, económica y de todo tipo que detentaban las “personas robots” se organizaba bajo un sistema absolutista bastante primitivo, que recaía en un triunvirato de notables, el cual tenía el control de un sistema policial, a partir del cual todo se conocía y se vigilaba. El triunvirato de notables, necesitaba tomar medidas urgentes y así lo hizo.3e3,como d,que f
El plan para recuperar el estado de bienestar y felicidad perdidos dentro de la comunidad de personas robots, que provocaba el escaso interés por reproducirse y muchísimos casos de autodestrucción, consistía en planes turísticos especiales, jornadas reducidas de trabajo, y otros beneficios educativos y de recreación. El programa fue decretado de inmediato, siendo de ejecución obligatoria y no optativa, de modo tal de las «personas robots», fueran felices contra viento y marea. Las «personas humanas», no corrieron con la misma suerte, ya que la idea del triunvirato fue lograr su desaliento, por lo que fueron compelidos por el mismo decreto a trabajar más horas, sin goce de vacaciones, a lo que se sumó la quita de todos los beneficios sociales y económicos existentes. Luego de unos meses de la puesta en marcha del programa, los efectos parecían ir por el camino deseado, provocando una especie de algarabía generalizada en el “mundo robot”, y como contraparte, una frustración creciente en el pequeño “mundo humano”. Sin embargo y como casi siempre sucede, atacar los efectos y no las causas, suele derivar en un espejismo transitorio, hasta que la sensación de placebo se acaba, producto de la repetividad y rutina. Los robots rápidamente se cansaron de sus nuevos beneficios, y volvieron a sumirse en la más profunda desesperanza y soledad. Los humanos que al principio se vieron afectados de manera muy negativa, recurrieron a viejas recetas practicadas durante siglos para superar los escenarios más oscuros. Pese a las largas y continuadas jornadas de trabajo, empezaron a juntarse para bailar, crear música y teatro, y escuchar poesía y cuentos. No tenían ningún medio técnico a disposición, por lo que acudieron a lo profundo de su esencia de “personas humanas”. Las grandes reuniones se replicaron de a cientos, en todos los confines del nuevo planeta que habitaban. Con ello surgió, como era de esperar, una creciente voluntad por salir de la opresión, el encierro y el ostracismo. Se organizaron, tal como hicieron los primeros cristianos en las catacumbas, en principio para resistir, pero con la idea final puesta en la independencia del “dominio robot”.
Lo que vino a continuación es más o menos como todos nos lo podemos imaginar, con la salvedad de que las personas robots, finalmente encontraron la cura a su penosa y extendida enfermedad. Casi como el mago Cacarulo (de puro……), una investigación que estaba destinada a encontrar una salida definitiva para la calvicie (casi todas las personas humanas y robots eran calvos), derivó en que las “personas robots” que se sometían al largo tratamiento anticalvicie, volvían con el tiempo a mostrarse alegres y desinhibidos. Lo paradójico del caso, es que, de cualquier manera, el triunvirato no dio por válido esto, hasta que un grupo selecto de seres humanos con tendencia a la tristeza, se sometieron a la medicación, tipo conejillos de indias. Hasta que no fue validado en humanos, el tratamiento fue prohibido en la especie robot, provocando un alto grado de ansiedad. Luego de un año, el remedio fue distribuido de manera masiva en la comunidad robot, no así en la humana, donde según el triunvirato no había ninguna necesidad.
Si la idea de rebelarse, prosperaba de manera masiva entre la gente humana, los cuales seguían creciendo en número (por ahora sólo niños en desarrollo), este último hecho fue la chispa que encendió todo el combustible derramado. La situación no daba para más, no había que perder más tiempo, ni energías en largas y nocturnas discusiones a escondidas. Si bien no disponían de armas, ni de elementos tecnológicos de vanguardia (los robots se habían encargado de ello), idearon un plan para migrar junto con todos sus animales a ese lugar del nuevo planeta del que todos hablaban, pero al cual ninguno (incluido los robots) osaba ir. Parece mentira que aún una especie altamente tecnificada como las “personas robots”, tenía incorporada cierta cuota de mitología, que incluso los más eruditos robots con todas sus demostraciones científicas no pudieron desterrar. El mito, incluso asumido por el propio triunvirato, es que más allá del paralelo 33 del nuevo planeta, las condiciones de vida se volvían insostenibles, ya que una expedición entera organizada ni bien llegaron había perecido sin más, devorada por unos diminutos y microscópicos seres, a los cuales sólo les tomó unos minutos su cometido. Todas las filmaciones y evidencias recuperadas con drones robots, nunca mostraron nada parecido, pero al triunvirato en el poder le vino bien crear este mito irrefutable, de modo tal de tener a la población robot más concentrada y por lo tanto más a «la merced de su dominio y voluntad».
De la noche a la mañana largas caravanas de humanos que salían con lo puesto (el clima era estable ya que no había estaciones), y en compañía de todos sus animales, tomaron rumbo a la “tierra de la muerte segura”, decididos a buscar su libertad, sin importar si el mito fuero o no verdad. En un principio las autoridades robots trataron de impedir “la colectiva rebelión”, usando la fuerza física y de las armas, pero luego recibieron la orden de no intervención, ya que el mito superaba con creces a la realidad, y debía ser sostenido de todas las formas posibles. El triunvirato razonaba que las diferencias técnicas y de especie, harían casi imposible una prosperidad plena para los humanos, al menos en los próximos miles de años. Por otro lado, su objetivo final era volver al planeta tierra, por lo que debían enfocarse en ellos mismos , y no en esta especie humana, que tantos recursos habían malgastado en el pasado, siendo los principales responsables de la destrucción de la tierra. Además, que garantía habría de que, si los seguían controlando y oprimiendo, finalmente no se rebelarían de una manera mucho más insensata y destructiva, como tantas veces lo habían hecho en su historia.
Así, casi sin ruidos de fondo, los seres humanos, iniciaron y terminaron la rebelión más pacífica de su devenir como especie, ayudados por un mito y por su adquirida condición de especie no competitiva con la de los robots. No hubo víctimas, ni victimarios, los humanos vencieron sus prejuicios y fueron en busca de su autonomía, emancipándose de la potestad de los autómatas. Las crónicas interestelares no se han conservado acabadamente, vaya uno a saber porque, de modo tal que nadie conoce el destino final de las “personas humanas”, como así tampoco de esta denominada especie de “personas robots”. Cada tanto algún viajero espacial, de esos que pululan comerciando de planeta a planeta, trae consigo algún amuleto de la suerte, los cuales pretenden vender a muy buen precio, bajo el argumento de que perteneció alguna vez a un ser humano, describiendo en su relato de que «fue recuperado por una expedición que fue más allá del famoso paralelo 33». Si bien, quizás se trate de un acontecimiento ciertamente incomprobable, «comprar espejitos de colores», sigue siendo una costumbre que supera con creces todos los avances tecnológicos que supieron aportar las generaciones de modernos individuos que nacieron y crecieron como habitantes galácticos. Lo cierto es que la especie humana, más precisamente el homo sapiens, tuvo un esplendor muy acotado, y parece ser que fue devorado por sus propias ambiciones desmedidas. Tampoco eso es tan cierto, como si lo fue la eclosión del sol, que finalmente acabó con la tierra, que vista desde este lugar desde donde tengo la satisfacción de escribir, no es más que un ínfimo punto dentro de este vasto universo de galaxias.
Como historiador me hubiese gustado encontrar más detalles de la rebelión menos característica que llevaron a cabo en su etapa final las “personas humanas”. Es muy poco lo que pude encontrar sobre esto y sobre la especie en general. Desde una óptica meramente racional, los individuos que surgieron antes de mi generación, ya habían decidido no incorporar la emocionalidad típica de las especies menos evolucionadas, lo mismo que la división en distintos sexos, y la diferenciación física, aplicando un sentido pragmático y económico a los nuevos desarrollos de “entes comunicacionales y sociales”. Por ejemplo, mi especie, ya cesó en su búsqueda del origen y sentido de la vida. Lo consideramos una tarea perimida y sin ningún propósito, ya que somos descuidados y perezosos por toda la eternidad, objetivo que ya nos hemos asegurado. Cada tanto surge la idea de la filosofía, cuando alguien cuestiona nuestra propia inmortalidad. Del mismo modo que la “última rebelión” que se conoce fue un suceso impropio de ese sustantivo, esa misma persona que se cuestiona ser inmortal, casi siempre termina no sabiendo bien que está indagando, ya que nadie desde hace mucho tiempo tiene una idea acabada sobre qué es morir.
Otra cosa que no hacemos cuando escribimos es inventar un final. Los finales al fin de cuentas no existen en nuestro mundo, por qué habrían de existir en nuestra literatura.
«De alguna manera esa es nuestra más exquisita Rebelión».