Ella se apresura por terminar de acomodar la pequeña corbata azul en el cuello de la camisa blanca de ese chiquillo, que hace unos instantes dormía plácidamente. Las mañanas antes de ir al colegio son todas bastante parecidas. Media hora antes ella ya estaba en pie, metódicamente llevando a cabo, un sinnúmero de actividades previas, para que sus hijos tengan todo listo, antes de dirigirse a la parada del colectivo que llevará a las cercanías de la escuela a sus dos retoños. Nada puede fallar porque de perder el transporte que pasa cada hora, la llegada tarde es un hecho. Ella es una máquina de ser responsable y laboriosa, sin fisuras, con lo que, por descontado, es una garantía que llegarán cinco minutos antes de la hora prevista a la parada.
Mientras ella peina a Claudia la hermana mayor, el chiquillo rubiecito sorbe con absoluta rapidez la taza de té, al tiempo que mordisquea un pedazo de pan con miel o dulce de durazno casero, lo que se encuentre disponible. Claudia siempre es más remolona, por lo que es la última en levantarse, lo que significa que casi nunca tenga tiempo de desayunar. Mamá Ana acepta a cada uno como es, porque permanece enfocada en llegar a tiempo con las cosas. Acto seguido, descuelga los guardapolvos de cada uno y procede con el ritual de ayudarnos a poner esa prenda. Claudia es más hábil que Marcelo el chiquillo, el cual es bastante inútil a la hora de vestirse. Sin embargo, ella no pierde tiempo en reprimendas, cuando sus manos precisas y veloces como la luz, culminan la tarea en unos instantes.
Aseados, peinados, vestidos y listos para emprender la caminata de unos pocos metros hasta la parada. Los chequeos incluyen la revisión en última instancia del contenido de los portafolios de cuero marrón, donde van las carpetas, los libros y el resto de los utensilios escolares. El de Claudia es siempre más liviano, ya que incluye sólo los útiles del día. El de Marcelo, contiene por las dudas lo de todas las clases de la semana, por lo que es bastante más pesado. Ana, le ha pedido un montón de veces, que morigere su carga, que le va a dañar la espalda andar con tanto peso, pero él se mantiene firme en su postura. Esta es una de las tantas batallas que Ana perderá con su malhumorado y aguerrido chiquillo, al cual cariñosamente a veces nombra como Chelo, aunque cuando este se pasa de la raya con sus caprichos o necedades, ese mismo nombre es usado por ella, para decirle que se parece a esas lagartijas venenosas y malas que hay que evitar.
La vuelta del colegio espera a Claudia y Marcelo con la mesa servida, siendo un poco más de la una y media, dentro ya de la incipiente tarde. Papá llega del trabajo cerca de las quince horas por lo que almuerzan sólo con mamá y tío Luis, que vive con ellos desde hace ya mucho tiempo. El trabaja en la quinta familiar jornada tras jornada. Con su trabajo provee los mejores manjares de frutas y hortalizas, que Ana transforma en exquisiteces culinarias. Muchas provisiones tienen origen en esa quinta familiar donde se cultiva, y se crían animales tales como conejos, gallinas y cerdos. El trabajo mancomunado, donde los niños también son parte les facilita la vida. Ana es capaz de hacerlo todo y mucho más. Es una mamá omnipresente, polifuncional y servicial que no tiene descanso.
Culminado el almuerzo, Ana se recuesta unos instantes a la espera de papá. Claudia duerme la siesta con una facilidad asombrosa. El infatigable Marcelo, juega con sus autos y soldaditos, aguardando a papá. Ana le ha pedido innumerables veces que duerma la siesta, sin ningún éxito. El prefiere sumarse a las charlas con papá Ramón, al cual le encanta contarle de sus progresos escolares y hazañas deportivas del día. Papá almuerza en una salita contigua a la cocina, en una mesa chiquita, que otorga una condición más íntima, al lado de una ventana por la cual fluye una luz que resulta maravillosa. Ana se sienta en frente de Ramón, a veces con el ceño algo fruncido, cuando le cuenta lo que le ha costado encausar el día, y aparte todas las actividades previstas para el resto de la tarde. Ramón sonríe cuando Ana le cuenta sobre algunas travesuras del Chelo. Ella demuestra cierta angustia en el relato, declarándose en cierta manera inservible «para domesticar al chiquillo». Papá la escucha con suma atención, mirando al niño con el rabillo de sus ojos grises, como buscando explicaciones. Nunca la cosa pasa a mayores. Sólo una amonestación verbal, acompañado por un repetido llamado a la reflexión, el cual no tiene ningún efecto concreto ni en lo inmediato, ni en lo futuro.
Claudia, ya ha despertado de su siesta y se suma a la mesa donde el «pequeño símil de rebelde sin causa«, se encuentra empeñado en terminar lo más rápido que pueda sus tareas escolares. Ana, se siente orgullosa de sus dos hijos, ya que son muy comprometidos y estudiosos. Al menos ella no se tiene que encargar de asistirlos con las tareas, salvo con los deberes de plástica. Se la ha escuchado protestar contra las maestras de esa materia, ya que según ella piden hacer cosas inverosímiles con materiales escasos, caros y cuya ejecución demanda mucho tiempo. Más allá de eso, las manos de Ana son hartamente efectivas para llevar a cabo desde pinturas hasta creaciones más complejas. La ayuda de Claudia complementa provechosamente las ejecuciones, ya que ella dibuja y pinta cuasi a la perfección. La ayuda de Marcelo es poco probable que resulte efectiva, por lo que Ana prefiera que se mantenga alejado del arte. Algunas veces, dejando de lado la ansiedad que lo caracteriza, él ha mostrado que puede crear sin problemas, sobre todo cuando hay que acompañar al dibujo con una historia. Los relatos le fascinan y lo mantienen con la mente ocupada y el cuerpo en estado de quietud, reduciendo la probabilidad de romper algo con la pelota.
Ana sirve la merienda, para que junten fuerzas antes de llevar a cabo pequeñas tareas domésticas o colaborar con Tío Luis en la quinta. Claudia por lo general se queda en casa, ayudando a Ana en los acomodos generales. Marcelo, aprovecha la libertad para salir despedido al pequeño campo, donde lo espera su tío Luis. Este desarrolla las más variadas tareas, que incluyen por ejemplo la recolección de frutas u hortalizas. Marcelo lo acompaña, observando todo lo que él hace. El pequeño siente admiración por las habilidades comprobadas de su tío, que semeja tener algunas condiciones de mago. De la nada, en ese suelo terroso y yermo, gracias a sus labores, aparecen unas deliciosas plantas de lechuga, que él cultiva con mucho cariño. La tarde termina con Marcelo volviendo a casa, hasta la coronilla de tierra, con toda la ropa sucia, pero con su corazón a pleno y la felicidad a flor de piel.
Ana prepara el baño previo a la cena, para que el pequeño demonio vuelva a aparecer detrás de la greda. Hace rato que Papá se ha levantado de su siesta para irse a su trabajo vespertino como contador independiente. Ramón gusta de encontrar aseados a sus hijos antes de cenar, a su regreso del estudio contable. Ana, como siempre, se encarga de todo. No hay detalle que se le escape. La pregunta que se hacen muchos es: ¿de dónde saca tanta energía? ¿Cuántas personas hay dentro de Ana? ¿Cómo hace ella para que todo le salga tan bien? Además de madre a tiempo completo, ella es hija, esposa y amiga. Aunque parezca mentira, su última creación son dos camisas para Marcelo, que ella ha confeccionado, y que le calzan al pequeño a la perfección. Una amiga de ella que vive en la quinta del frente, que se llama también Ana, le preguntó donde compró esas camisas. Ella se ha ruborizado un poco, cuando le respondía que ella las había confeccionado. No te puedo creer, le dijo Anita la vecina, mientras las palpaba en busca de encontrarles algún detalle o imperfección en la costura.
Antes de la cena, está permitido ver algo de televisión. Ana prende el aparato, pero los programas de esa hora no son atractivos para los niños, por lo que se baja el volumen, mientras tío Luis ya de vuelta de su salida vespertina al club, aprovecha para jugar a las cartas con sus sobrinos. El pequeño Marcelo es de hacer a veces alguna trampa que su tío deja pasar. Marcelo no admite la derrota ni por asomo. Eso divierte a su tío, pero no tanto a Claudia, que pretende ser más justa en los juegos y por lo general en la vida. A la llegada de Ramón, arranca el ritual de la cena. En ese acontecimiento diario están todos juntos. Es uno de los momentos más alegres del día. No hay lugar para discusiones, ni reyertas de ningún tipo. Los niños comen el postre y se preparan para irse a dormir. Ana los acompaña y los despide con un beso. Marcelo se queda acostado leyendo algún cuento por un rato, mientras escucha a lo lejos a mamá que junto a papá levantan la mesa, lavan, secan y acomodan la vajilla. Charlan sobre situaciones que pasaron, pero también sobre actividades o acontecimientos que vendrán. Son muy compañeros, unidos y buenos padres. Marcelo piensa que eso no tiene precio.
Ana, se queda después de hora porque aún quedan cosas por hacer. Es increíble que las tareas nunca se acaben. Es por sobre todas las cosas una mamá. No conoce de enfermades propias que la hagan desfallecer o menguar en sus fuerzas. Ha atravesado coyunturas difíciles como cuando perdió al nacer a su primera hija, o como cuando papá Ramón salvó su vida de milagro en ese choque. Su tenacidad, férrea voluntad e inquebrantable fé, la sostienen por encima de cualquier hecho aciago. En tantas ocasiones ha reído y llorado en silencio, casi al mismo tiempo y sin motivo aparente. Es una mujer relativamente alta y fuerte, cuyo temperamento supera con creces su fortaleza física. Puede demostrar una dulzura sin igual, y ante una ligera enfermedad de sus pequeños, permanece allí con ellos, acariciando su pelo y velando por sus sueños. Le gusta vestir bien y elegante, porque su familia de origen gustaba de ser muy prolija. Del mismo modo, sus dos retoños, siempre lucirán impecables y bien puestos, porque ella hará todo lo posible porque así sea.
Marcelo ha despertado algunas noches, preso de sus recurrentes pesadillas, para encontrar después de unos minutos la cara de Ana, que lo mira y le pregunta si está bien. ¿Cómo hace esa mujer para estar presente a cada momento? Cuando la fiebre no baja, jamás faltará un paño de agua fría que se repite a cada rato, para enfriar la frente. ¿Cómo hace esa mujer para ser tan rápida y solícita? Los berrinches, los sollozos, las risas y cualquier otra expresión emocional, la tiene ahí expectante, intentando proteger a sus pequeños, cuidando de que nada les pase. Ella es mucho más que la medida del tiempo de lo que obra, superando ampliamente las horas del día, que a un común mortal no le alcanzarían. Incluso, antes de cerrar sus ojos, tiene tiempo de rezar y pedir por todos, otra costumbre heredada de sus ancestros, los cuales eran todos italianos furlanos sumamente religiosos.
Ana es una especie de querubín, que ama ser mamá, oficio a tiempo completo que es su vida. No se la escucha hablar del amor, porque ella lo profesa de mil maneras distintas. Sus acciones hablan por sí solas, quedando las palabras relegadas a un segundo plano. Cualquier visión más egoísta escapa de la órbita de sus pensamientos. Muchas veces se ha relegado a si misma, priorizando el afecto y su excelsa dedicación de mamá. Para algunos resulta exagerada, para otros una maravilla de mujer. Ella se mantiene firme en sus convicciones y creencias que la impulsan a contener, cuidar y educar a sus hijos en el respeto y el sentido común. Ella siente que a veces falla, pero es mejor errar por hacer que por omitir. En esa concepción responsable discurre su vida.
Ana es un ángel, sus hijos lo saben muy bien. Para ellos la mejor mamá del mundo.
¡Una mamá a tiempo completo!
En homenaje a Ana, nuestra mamá desaparecida físicamente hace unos meses, a la cual amamos profundamente. Besos al cielo!
¡Feliz día de las madres!