Historias y algo más !

Cuando niños era habitual que nuestros padres, tíos y abuelos nos relataran fábulas, cuentos y otras composiciones que nos mantenían ciertamente entretenidos. Durante el invierno en aquellos domingos de sobremesa del mediodía, quedábamos los primos expectantes de que alguno de nuestros mayores tomará la iniciativa de contarnos esas historias, que se habían traspasado de generación en generación, llegando desde Italia, España y de otros confines del planeta. Sumaban asimismo otras narraciones autóctonas con los cuales acaparaban nuestra atención, provocaban asombro y mantenían en alto nuestra curiosidad. Mientras el frío, las nubes, el viento y la llovizna eran dueños del exterior, en el interior de la casa de campo reinaba la calidez de las palabras, expresiones faciales y alguna que otra representación que nos sostenía concentrados.

Sentados alrededor de esa gran mesa, con todos nuestros sentidos alertas, pequeñas y aleccionadoras crónicas ingresaban por nuestros oídos para impactar en nuestras emociones que se manifestaban largamente en nuestros rostros y cuerpos. Sonrisas, caras de asombro, miradas inquietas y perpejlidad, se sumaban a otras sensaciones inefables, en ese lapso cuando las leyendas eran el centro de atención. Esa hora y media era aprovechada para beber distintas infusiones y degustar exquisitos bollos dulces caseros, bañados con azúcar impalpable o miel. La luz natural que se filtraba por las ventanas, nos regalaba un entorno único, mezcla de claros y sombras, proyecciones de objetos sobre el mantel y otros efectos que engalanaban este ambiente mágico y teatral.

Las narraciones casi siempre arrojaban como saldo alguna enseñanza, reflexión o aprendizaje. Los niños preguntábamos sobre algunos detalles que no nos quedaban tan claros. Las respuestas no se hacían esperar, en especial del Tío Berto o Marochi (como todo el mundo le llamaba), el cual tenía una facilidad especial para la inventiva. Las descripciones que aportaba eran aceptadas tal y como si Marochi hubiese estado presente en los acontecimientos. Era ciertamente nuestro tío preferido, un amor de persona sencilla, un niño más entre nosotros, con un carisma y una sonrisa sin igual. Sus ojos grises y bondadosos, contrataban con sus manos fuertes y callosas, producto del trabajo de labranza sobre la tierra. Cuando surgen conversaciones sobre la bondad, a mí se me viene a la mente ese hombre grandote y fortachón, que solo sabía hacer el bien, sin pedir ninguna devolución a cambio.

Acto seguido de finalizar con los relatos, aparecían las cartas, las cuales al son del chinchón, la escoba o la casita robada, intensificaban los gritos, las burlas y el alboroto. Las historias y los juegos nos hacían inmensamente felices en esas jornadas de domingo que yo no quería que se acabasen nunca. Me costaba aceptar y me producía una cierta depresión, que el lunes tendría que ir al colegio, y comenzar de nuevo con la rutinas y obligaciones. El domingo era el mejor día de la semana, inigualable e irremplazable.

Las vivencias de la niñez parecen dormidas, pero se despiertan muy rápido ante el menor incentivo. Una foto, un recuerdo, una pregunta de mis hijas, un momento feliz, son disparadores de hermosas sensaciones que vienen a mi encuentro. Los domingos invernales de mi infancia forman parte de ese tesoro invaluable por el cariño y la sensación de bienestar pleno. En mi caso personal, tengo recuerdos parciales de las historias que nos contaban, porque quedaron más grabados a fuego los momentos vividos y compartidos entre niños y mayores. La vida nos estremece de muchas maneras y nos sacude de a ratos con las remembranzas de la niñez y la adolescencia.  Hoy disfruto la dicha de poder transmitir mediante mis escritos la belleza de lo intangible, buscando la perfección que paradojicamente resulta poco perfecta o efectiva para contar lo que son profundas vivencias.

Amerita decir que quizás mi afición por la lectura y escritura hayan nacido durante aquellas tertulias dominicales. La verdad es que no estoy cien por ciento seguro de esa afirmación, porque hubo otros momentos de mi vida donde hubo otras siembras de palabras y textos. La génesis de las decisiones y predilecciones, es un ámbito sumamente difícil de dilucidar, sobre todo para una mente abarrotada de información como la mía. Saber que es lo que nos motiva, es todo un arte para personas muy entrenadas y entendidas.

En homenaje a mis precursores en esto de contar historias, les traigo a continuación algunas narraciones sencillas, parecidas a aquellas que nos relataban siendo niños.

El sabio

Cuentan que, en un antiguo reino, habitaba un hombre que era conocido en todas partes por su gran sabiduría. Al comienzo solo aconsejaba a sus familiares y amigos cercanos. Sin embargo, su fama creció tanto que el propio soberano lo llamaba frecuentemente para consultarlo.

Todos los días llegaban muchas personas a recibir sus sabios consejos. Sin embargo, el sabio notó que había varios que iban todas las semanas. Lo peor es que siempre le contaban los mismos problemas y luego escuchaban el mismo consejo, pero no lo ponían en práctica. Todo se había convertido en un círculo vicioso.

Un día, el sabio reunió a todos esos consultantes frecuentes. Luego les contó un chiste tan divertido, que llevó a que casi todos se desternillaran de la risa. Después esperó un rato y volvió a contar el mismo chiste. Siguió contándolo por tres horas. Al final, todos estaban desesperados. Entonces el sabio les dijo: “¿por qué no pueden reírse varias veces del mismo chiste, pero sí pueden llorar mil veces por el mismo problema?”.

Los dos amigos

En cierta ocasión, dos grandes amigos decidieron hacer una travesía por el desierto. Uno confiaba en el otro ciegamente y sentían que no habría mejor compañía. Sin embargo, cuando ya estaban cansados tuvieron desacuerdos en sus opiniones.

Del desacuerdo pasaron a una discusión y de esta a un debate encendido. La situación llegó a tal extremo que, en un momento dado, uno de los amigos golpeó al otro. Enseguida se dio cuenta de su error y le pidió perdón. Entonces, el que había sido golpeado, escribió en la arena: “Mi mejor amigo me golpeó”.

Continuaron el camino y más adelante se encontraron con un extraño oasis. Todavía no habían entrado en él, cuando el suelo comenzó a moverse. El amigo que había sido golpeado comenzó a hundirse. Era una especie de pantano. Como pudo, su amigo se estiró, poniendo en riesgo su vida, y lo rescató.

Fue entonces cuando el chico, que primero había sido golpeado y luego rescatado, escribió sobre una piedra: “mi mejor amigo me salvó la vida”. El otro lo miraba con curiosidad, así que le explicó: “entre amigos, las ofensas solo se escriben para que se las lleve el viento. En cambio, los favores se graban hondo en la piedra para que no se olviden nunca”.

El león codicioso

Había una vez un león soberbio que estaba hambriento. Llevaba un rato largo sin comer y tenía pegadas las tripas. Sabía que en el lugar en donde estaba no abundaban las presas. Comprendió que debía ser paciente y acechar con mucha cautela, ya que, si aparecía alguna presa y la perdía, no iba a encontrar otra tan fácilmente.

El león se quedó muy quieto, detrás de un matorral. Pasaron algunas horas y no aparecía nada. Sin embargo, cuando ya estaba desanimado, en una zona cercana apareció una liebre. Había un pastizal y la liebre salió a comer la hierba, desprevenidamente. El león sabía que las liebres son muy rápidas, así que debía lanzar un ataque contundente y súbito. De lo contrario, con toda seguridad, la liebre se escaparía.

Esperó un rato y se puso en guardia. Cuando iba a echarse encima de su presa, vio de pronto que un hermoso venado estaba caminando a unos metros de allí. La boca se le hizo agua. En un par de segundos cambió sus planes y atacó al venado, que había tenido tiempo de verlo y se echó a correr. La liebre, por supuesto, se escapó. “Tal es así que es león codicioso se quedó sin el pan y sin la torta”.

Suelta el vaso

Durante una sesión grupal, un psicólogo tomo un vaso de agua y lo mostró a los demás. Mientras todos esperaban la típica reflexión de ‘¿este vaso está medio lleno o medio vacío?’, el psicólogo les preguntó:

-¿Cuánto pesa este vaso?

Las respuestas variaron entre los 200 y 250 gramos. Pero el psicólogo respondió:

-El peso total no es lo importante. Más bien, depende de cuánto tiempo lo sostenga. Si lo sostengo un minuto, no es problema. Si lo sostengo una hora, me dolerá el brazo. Si lo sostengo durante un día entero, mi brazo se entumecerá y se paralizará del dolor. El peso del vaso no cambia, siempre es el mismo. Pero cuanto más tiempo lo sostengo en mi mano, este se vuelve más pesado y difícil de soportar.

Y continuó:

– Las preocupaciones, los rencores, los resentimientos y los sentimientos de venganza son como el vaso de agua. Si piensas en ellos por un rato, no pasará nada. Si piensas en ellos todos los días, te comienzan a lastimar. Pero si piensas en ellos toda la semana, o incluso durante meses o años, acabarás sintiéndote paralizado e incapaz de hacer algo.

El paquete de galletas

Una señora que debía viajar a una ciudad cercana llegó a la estación de tren, donde le informaron que este se retrasaría aproximadamente una hora. Molesta, la señora compró una revista, un paquete de galletas y una botella de agua. Busco una banca y se sentó a esperar.

Mientras ojeaba la revista, un joven se sentó a su lado y comenzó a leer el periódico. Sin decir una sola palabra, estiró la mano, tomó el paquete de galletas, lo abrió y comenzó a comer. La señora se molestó; no quería ser grosera pero tampoco permitiría que un extraño se comiera su comida. Así que, con un gesto exagerado, tomó el paquete, sacó una galleta y se la comió mirando al joven con enojo. El joven, tranquilo, respondió tomando otra galleta, y sonriéndole a la señora, se la comió. La señora no podía creerlo. Furiosa, tomó otra galleta, y con visibles muestras de enojo, se la comió mirándolo fijamente.

La actuación de miradas de fastidio y sonrisas continuó entre galleta y galleta. La señora estaba cada vez más irritada y el joven cada vez más sonriente. Finalmente, ella notó que solo quedaba una galleta. Con paciencia, el joven tomo la galleta y la partió en dos. Con un gesto amable, le dio la mitad a su compañera de almuerzo.

-¡Gracias! -respondió, arrebatándole la galleta al joven.

Finalmente, el tren llegó a la estación. La señora se levantó furiosa y subió al vagón. Desde la ventana, vio que el joven continuaba sentado en el andén y pensó “Qué insolente y maleducado. ¡Qué será de nuestro mundo a cargo de esta generación tan grosera!”.

De pronto sintió mucha sed por el disgusto. Abrió su bolso para sacar la botella de agua y se quedó estupefacta cuando encontró allí su paquete de galletas intacto. Todo este tiempo, ¡el joven le estuvo compartiendo sus galletas! Apenada, la señora quiso regresar para pedirle disculpas, pero el tren ya había partido.

Piedras

Un experto asesor de empresas en Gestión del Tiempo quiso sorprender a los asistentes a su conferencia. Sacó de debajo del escritorio un frasco grande de boca ancha. Lo colocó sobre la mesa, junto a una bandeja con piedras del tamaño de un puño y preguntó:

“– ¿Cuántas piedras piensan que caben en el frasco?”

Después de que los asistentes hicieran sus conjeturas, empezó a meter piedras hasta que llenó el frasco.

Luego preguntó:

“– ¿Está lleno?”

Todo el mundo lo miró y asintió. Entonces sacó de debajo de la mesa un cubo con gravilla. Metió parte de la gravilla en el frasco y lo agitó. Las piedrecillas penetraron por los espacios que dejaban las piedras grandes.

El experto sonrió con ironía y repitió:

“– ¿Está lleno?”

Esta vez los oyentes dudaron:

“– Tal vez no.”

“– ¡Bien!”

Y puso en la mesa un cubo con arena que comenzó a volcar en el frasco. La arena se filtraba en los pequeños recovecos que dejaban las piedras y la grava.

“– ¿Está bien lleno? preguntó de nuevo.”

“– ¡No!, exclamaron los asistentes.”

Bien, dijo, y cogió una jarra de agua de un litro que comenzó a verter en el frasco. El frasco aún no rebosaba.

“– Bueno, ¿qué hemos demostrado?, preguntó.”

Un alumno respondió:

“– Que no importa lo llena que esté tu agenda, si lo intentas, siempre puedes hacer que quepan más cosas.”

“– ¡No!, concluyó el experto: lo que esta lección nos enseña es que, si no colocas las piedras grandes primero, nunca podrás colocarlas después. ¿Cuáles son las piedras grandes en tu vida?”

¿Tus hijos, tus amigos, tus sueños, tu salud, la persona amada? ¿O son tu trabajo, tus reuniones, tus viajes de negocio, el poder o el dinero? La elección es tuya.

Una vez te hayas decidido…, pon esas piedras primero. El resto encontrará su lugar.

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