Casi nunca me había sucedido tener que elegir a uno entre varios temas para escribir. Por lo general la realidad hace aportaciones de todo tipo a mi mente limitada. Sin embargo, no sucede con frecuencia que las mismas tengan un peso específico tal que me permitan ahondar o profundizar en los conceptos. En parte por impericia, o en parte por liviandad, los sucesos rebotan en mi cerebro sin motivarme a escribir sobre ellos. Solo aquellos que me producen estrépitos en mis fibras emocionales adquieren la relevancia tal que me impulsa a detallarlos, desmenuzarlos o cuando menos ponerlos en una crónica.
Los seres humanos nos movemos al ritmo de las emociones las cuales nos acompañan , incluso antes de que evolucionáramos desde nuestras formas más primitivas. Por lo tanto, aquello que nos produce emociones fuertes, queda registrado en nuestro presente, para constituir probablemente nuestra fuente prodigiosa de recuerdos.
Si me remito a recuerdos profundos hay tres que se me vienen como una tromba.
El primero de ellos tiene que ver con mi primera caña de pescar, que me fuera regalada por mi padrino. Esa vara con tanza y anzuelo, fue con la que pesque cuando tenía unos ocho años, mi primera palometa. Un pez que me pareció el más grande del mundo, el más revoltoso e inquieto cuando luego de pescarlo en la pequeña represa de la quinta, lo puse dentro de una palangana con agua, de la cual saltó varias veces buscando su libertad, que conseguiría algunos minutos después cuando lo devolviera a su hábitat natural. De ahí en más, cultivaría la pasión por la pesca deportiva, la cual me ha tenido muchos fines de semana viajando por la geografía argentina, en busca del «gran pez», en compañía de otros aventureros y aficionados por este deporte.
El segundo evento marcado a fuego fue cuando compré mi primer álbum de figuritas, acompañado por el primer paquete, el cual abrí casi sin respirar. Imágenes de jugadores del futbol argentino aparecieron ante mí, provocando una mezcla de asombro y de alegría muy difícil de describir. Ese fue el primer álbum de muchos que trataría de completar durante todo el colegio primario. A causa del horario de los transportes siempre llegaba media hora antes del inicio de clases, por lo que tenía tiempo de sobra para comprar figuritas y pegarlas en las páginas. Esos momentos previos al aula, eran aprovechados, en conjunto con los recreos, para intentar los canjes correspondientes para tratar de conseguir las figuritas difíciles.
Durante los últimos días se habían vivido momentos de zozobra, casi de incertidumbre total por la dificultad de acceder a los álbumes y figuritas del mundial. La empresa proveedora, creo que, a nivel de Latinoamérica, había tenido problemas de aprovisionamiento y logísticos que llenaron de pesar las almas de niños y no tan niños, que recorrían en vano quiosco tras quiosco, para encontrar en cada uno de ellos carteles que rezaban: “no llegaron los álbumes”, “no hay figuritas del mundial”. Los más precavidos, que los habían encargado con anticipación, fueron los primeros en recibir los álbumes y cierta provisión de figuritas a precios elevados. Con el correr de los días la situación de provisión y precios se fue normalizando para la alegría de muchos, los cuales ya contaban con cierta cantidad de casilleros completados. La ansiedad o fiebre por las figuritas fueron mermando, bajando el nivel de criticidad a rangos manejables. Todo parecía indicar que finalmente algunos llegarían al mundial con su álbum lleno, haciendo gala de ese logro como uno de los más importantes del año.
El tercer evento grabado en mi corazón, sucedió cuando conseguí por primera vez un libro prestado de la biblioteca del colegio secundario donde concurría como estudiante. Ese momento mágico se repetiría desde primero hasta sexto año del colegio secundario sin ninguna interrupción. Cada vez que llegaba a ese recinto único, me esperaba la bibliotecaria con una amplia sonrisa. Después de saludarnos, ella me recomendaba sus lecturas predilectas, las cuales por lo general tomaba. Mi mentora era muy amplia en sus gustos literarios y géneros, por lo que mi adolescencia estuvo signada por libros gratamente disímiles y heterodoxos. Clásicos, juveniles, románticos, filosóficos, psicológicos, antiguos, modernos, policiales, reflexivos y obras maestras estuvieron en mis manos, horadando mi cerebro con destellos multicolores, generando en mí esa habilidad tan única como íntima, la de «aprender a distinguir».
El mundo de las palabras nos permite recrear conceptos, abstracciones que sólo los seres humanos somos capaces de hacer. Las distinciones asociadas a nuestro vocabulario son un fenómeno que nos ha permitido construir nuevas realidades individuales o colectivas. La capacidad de expresarnos adecuadamente dentro de cualquier contexto, nos permite incluir una extensa gama de colores, solo para explicarlo de una forma metafórica. Reseñaba un artículo periodístico que un libro antiguo en inglés había sido escrito empleando unas 30.000 palabras diferentes. Ernest Hemingway, autor entre otros libros del afamado “El Viejo y el Mar”, había usado unas 2.000 palabras disímiles en su escritura. Mientras, que en la actualidad cualquier conversación entre jóvenes chateando, empleaba no más de 100 palabras distintas. La reducción en la cantidad de palabras con las cuales nos comunicamos, nos imposibilita en grado creciente “hacer distinciones”, viviendo cada vez más en un mundo de simplificaciones dentro de escenarios cada vez más complejos.
La abreviación de opiniones hasta llegar al nivel de emplear conceptos sólo dicotómicos es una vertiente filosófica desarrollada en el siglo pasado, signado por la división del mundo entre el pensamiento capitalista y el comunista, donde se estaba o de un lado o del otro. Los conceptos antagónicos, de relacionarse con el otro solo desde ser amigo o enemigo, nosotros o los otros, amor u odio, son extremismos que nos deshumanizan y nos dividen sin más. Cuando me alejo a los fines tomar perspectiva de los últimos acontecimientos vividos, no dejo de sorprenderme ingratamente, por los niveles de simplificación de los mensajes, por nuestra incapacidad para asumir los hechos con sentido crítico y común, buscando puntos de encuentro o coincidencias que sólo se logran cuando ampliamos la mencionada paleta de colores.
El sistema educativo tendría que servirnos para recrear o generar nuevas realidades desde el aprendizaje de muchos conceptos que no son necesariamente antagónicos, sino más bien complementarios, suplementarios o variantes amortiguadas o exacerbadas de ideas, abstracciones y proyecciones. La extrema simplificación y facilitación de nuestros sistemas de enseñanza, están creando una brecha cada más grande entre la educación pública y privada, creando más diferencias que concordancias, sin promover la formación de personas preparadas, ilustradas, libres y con capacidad crítica propia, ajena y de los sucesos.
Las distinciones nos han posibilitado disponer de una capacidad de transformación de la realidad. Los países más evolucionados están trabajando hace bastante tiempo en crear un presente de alfabetización tecnológica e innovadora que les permitirá sortear los próximos desafíos. Vale decir, estas empeñados en aprender “NUEVAS DISTINCIONES” para sortear horizontes desafiantes y sumamente exigentes.
Reducir la gama de distinciones, resumiendo todo a blanco y negro, no nos permitirá confluir hacia un mundo más inclusivo y civilizado.
¡Sin distinciones! es casi lo mismo que decir ¡Sin oportunidades!
Para finalizar va una frase que no me pertenece y que nos invita a reflexionar:
“Nuestros sistemas conceptuales expresados a través del lenguaje, son los lentes con los cuales contemplamos el mundo”.
La idea, si se quiere superadora,es la de aprender a usar muchos lentes.