El almanaque nos marca que este domingo se celebra en nuestra Argentina un día bastante especial. Durante el mes de agosto, a partir del año 1960, se festeja el “Día del Niño”, rebautizado como el “Día de la Niñez” y más recientemente como el “Día de las infancias”. Inicialmente la celebración tenía lugar durante el primer domingo de agosto. En 2002 se pasó para el segundo domingo del mismo mes a pedido de la Cámara del Juguete. A partir del año 2011, a raíz de una coincidencia electoral, se decidió pasarlo para el tercer domingo de agosto, quedando a partir de allí y hasta nuevo cambio como fecha instituida para esta jornada festiva.
Se promueve la denominación “Día de la Niñez” con el propósito de incluir a toda persona que transita la etapa previa a la adolescencia o pubertad.
Es una celebración anual dedicada al reconocimiento y a la comprensión de las infancias en el mundo, en que se efectúan actividades para la promoción del bienestar y de los derechos de las personas en esta etapa temprana. Esta efeméride es festejada en diferentes fechas dependiendo de cada país.
En 1925, el “Día Internacional del Niño” fue proclamado por primera vez en Ginebra durante la Conferencia Mundial sobre Bienestar Infantil, y desde entonces se celebra el 1 de junio en la mayoría de los países.
El día 20 de noviembre de 1959 marca la fecha en que la Asamblea de Naciones Unidas aprobó la Declaración de los Derechos del Niño y la Convención sobre los Derechos del Niño en el año 1989. Esta fecha se considera el “Día Universal de la Niñez” y se celebra todos los años. La legislación argentina declara que el “Día del Niño” puede ser festejado hasta por los niños menores de 18 años de edad.
El origen de esta celebración se vincula con la protección y el reconocimiento de los derechos de los más pequeños, en épocas donde la situación distaba por lejos de ser la ideal.
Tras la Primera Guerra Mundial se comenzó a generar una preocupación y conciencia sobre la necesidad de protección especial para los infantes. Una de las primeras activistas sobre este tema fue Eglantyne Jebb, fundadora de la organización “Save the Children”, la cual con ayuda del Comité Internacional de la Cruz Roja impulsó la adopción de la primera Declaración de los Derechos de los Niños. Esta declaración fue sometida para su aprobación ante la Liga de las Naciones, la cual la adoptaría y ratificaría en la Declaración de Ginebra sobre los Derechos de los Niños, el 26 de septiembre de 1924. Al año siguiente, durante la Conferencia Mundial sobre el Bienestar de los Niños, llevada a cabo también en Ginebra, se declaró, por primera vez, el «Día Internacional del Niño», señalando para tal efecto el 1 de junio.
El 12 de abril de 1952 la Organización de Estados Americanos (OEA) y UNICEF redactaron la Declaración de Principios Universales del Niño, para protegerlos de la desigualdad y el maltrato. En esta oportunidad se acordó que cada país debería fijar una fecha para festejar a los niños.
En 1954, la Asamblea General de las Naciones Unidas, mediante la resolución 836 (IX) del 14 de diciembre, recomendó que se instituyera en todos los países un Día Universal del Niño y sugirió a los gobiernos que celebraran dicho día en la fecha que cada uno de ellos estimara conveniente.
“Recomienda que, a partir de 1956, se instituya en todos los países un Día Universal del Niño que se consagrará a la fraternidad y a la comprensión entre los niños del mundo entero y se destinará a actividades propias para promover los ideales y objetivos de la Carta, así como el bienestar de los niños del mundo, y también a intensificar y extender los esfuerzos de las Naciones Unidas a favor y en nombre de todos los niños del mundo…..”
Entre los principales derechos que se estipulan en la «Declaración internacional de los derechos de los niños», podemos listar:
- El derecho a vivir.
- El derecho a tener una familia.
- Derecho a la educación.
- Derecho a una religión.
- Derecho a la salud.
- Derecho al amor.
- Derecho a una identidad.
- Derecho a un nombre.
- Derecho a ser felices.
- Derecho a un hogar.
La conmemoración del “Día del Niño” ha adquirido con el paso de los años un cariz bastante comercial o material, dando lugar a los anhelados regalos que todos los niños esperan recibir durante esa jornada maravillosa. Más allá de eso, me parece oportuno recordar que esta fecha se vincula más bien con todo lo enunciado en los párrafos anteriores, siendo una jornada de compromiso y generación de conciencia respecto de la erradicación de muchos flagelos que aún sufren muchos niños en el mundo, tales como: maltrato, trabajo infantil, pobreza, violencia, falta de salud y educación, ausencia de un hogar, sólo por citar los más relevantes.
Puedo decir a título personal que he disfrutado de una infancia feliz, en el marco de un hogar sano, bajo el cuidado y amorosa protección de mis padres. Con el mismo propósito, nos esforzamos todos los días junto a mi compañera de vida, para prodigar todos los recursos y el cariño, de moto tal que nuestras hijas transiten de la mejora manera posible el camino a su juventud y madurez. Todos los que nos ocupamos día a día de constituir el mejor escenario posible para el desarrollo de nuestros niños o adolescentes sabemos que no es una tarea fácil ni sencilla. Conlleva un enorme grado de compromiso, responsabilidad, sabores y sinsabores, que forman el combo maravilloso denominado “hogar familiar”.
Durante nuestra infancia, quien más quien menos, todos hemos disfrutado de la lectura de cuentos que los mayores nos contaban, ya sea por la lectura de un libro (las más) o por la improvisación de alguna historia inventada. Antes de dormir era común escuchar de boca de nuestros padres algún cuento infantil, donde abundaban los clásicos cuentos de niños. Más allá de la digitalización creciente que lo abarca casi todo, creo que esa costumbre aún se conserva en las familias, siendo un hecho recomendable por varias razones: reforzar lazos estrechos entre padres e hijos, generación del hábito de la lectura, desarrollo de la imaginación y la creatividad, más la conciliación del sueño de los menores.
Terminada mi adolescencia, la familia se vió bendecida por el nacimiento de mi primera sobrina. Mi hermana trabajaba, por lo que todas las tardes Florencia era dejada en mi casa materna para que mi mamá Ana (su abuela) cuidara de ella. En aquellos años yo me dedicaba a estudiar ingeniería, por lo que pasaba bastante tiempo en casa. Mientras ella fue una bebé los cuidados y atenciones eran los normales para ese estadio, pero cuando comenzó a caminar y luego a expresarse, las cosas se fueron poniendo más interesantes. Florencia era una personita que requería atención plena, y sus demandas fueron in crescendo. Yo era uno de los encargados de entretener a Florencia, por lo que gran parte de las siestas le inventaba historias tras historias, a manera de cuentos, «los cuales eran devorados por ella con suma fruición».
Los cuentos la involucraban en la trama, a la cual nunca le faltaban monstruos buenos, niños aventureros, tesoros, cuevas recónditas, mapas, piratas, personajes de fantasía, un inicio desafiante y un final feliz. Se podría decir que el nivel de éxito de mis entregas vespertinas era aceptable, ya que por lo general mi sobrina escuchaba mis historias hasta que se dormía, no sin antes hacer algunas preguntas para las cuales a veces no tenía respuestas convincentes:
¿Por qué el monstruo vivía solo en la cueva? ¿Dónde estaban sus papás?
¿Dónde queda el fin del mundo?
¿Si los ángeles nos cuidan quien cuida de ellos?
¿Decime tío, por qué todas las brujas son malas?
¿Quién es más malo: el lobo feroz o el cazador que lo mató?
Como es bien sabido el dicho “hazte la fama y échate a dormir”, mi facilidad para contar cuentos infantiles trascendió los límites de mi casa materna. De ahí en más, en ocasiones donde se celebraba algún acontecimiento que involucraba a mi sobrina, junto a primos de ella por parte de su padre, yo era el encargado oficial de entretener un rato a los niños, con mis renombrados cuentos.
En presencia de un público más abultado, con una más amplia gama de edades, mis historias tenían que incluir no sólo palabras, sino vívidas representaciones de lo que se trataba de contar. Antes de cada interpretación tenía que buscar algunos elementos acordes que complementaran mi vestuario: sombreros, pañuelos, una espada improvisada, vincha, capucha y varias cosas más. Además, debía tener presente las recomendaciones de los padres respecto de no generar miedo, demasiada angustia, excesivo suspenso, ya que, de ser así, yo sería el causante de que los niños tuvieran pesadillas o no pudieran dormir bien de noche.
Mi efectividad ante un público más numeroso pero repetitivo, tuvo sus altibajos, para luego decaer muy rápidamente. Me resultaba difícil sostener la atención, sobre todo de los varones más grandes, los cuales necesitaban historias más truculentas, con mucha acción y finales explosivos. Fui perdiendo público hasta quedar con un número reducido de niñas, las cuales me pedían historias más sensibles y emocionantes.
Finalmente, mi «carrera de cuentista de ocasión» se fue diluyendo hasta el nacimiento de mis hijas y mis sobrinos, donde recuperé algo de la impronta que me había caracterizado durante «mis épocas de esplendor» (jajaja, para darle un tinte rimbombante) como intérprete de cuentos. Para ser honesto, tuvieron más logros mis cuentos con mis sobrinos varones, que, con mis hijas, las cuales resultaban bastante críticas de mis historias, respecto de que les resultaban poco convincentes, muy fantasiosas o harto repetidas.
“No me digas papá que el dragón no podía tirar fuego. Todos los dragones lanzan fuego y este el único que no lo hace”.
“Papá, ese personaje ya lo vimos en muchos cuentos tuyos”.
“A ver explícanos: si el cíclope tenía un solo ojo como podía tener predecir el futuro”.
“Justo sucedió la explosión, se pudo transformar en un ave y salir volando”.
“No creemos que la casa de chocolate pueda estar de pie con ese tremendo calor”.
En la actualidad mis virtudes como cuentista aparecen de cuando en vez, toda vez que logro captar la atención de mis sobrinos, mientras dejan de lado por un rato las distracciones digitales, tales como el celular, la Tablet, la Play y otros dispositivos tecnológicos que los mantienen atrapados.
Resulta complicado y difícil superar la rapidez y versatilidad de las imágenes y las improntas tecnológicas, por lo que creo que mi carrera de interprete de cuentos infantiles requiere de cambios radicales e incorporación de las herramientas digitales para encausarla.
Con el paso del tiempo, escucho cada vez menos el típico pedido:
¡Contanos un cuento, dale!
Mientras me digo a mi mismo que la esperanza es lo útlimo que se pierde, ya que por ahí tengo la fortuna de ser abuelo, aprovecho esta fecha especial para celebrar junto a todos los niños, en su día, apelando a la conciencia de cada uno para aportar lo mejor de nosotros en beneficio de construir realidades superadoras para las infancias.
Para el final les regalo estas frases que encierran parte del espíritu de lo que quiero transmitir:
“En cada niño nace la humanidad.” (Jacinto Benavente).
“Todas las personas mayores fueron al principio niños, aunque pocas de ellas lo recuerdan.” (Antoine de Saint-Exupéry).
“Muchas de las cosas que nosotros necesitamos pueden esperar, los niños no pueden, ahora es el momento, sus huesos están en formación, su sangre también lo está y sus sentidos se están desarrollando, a él nosotros no podemos contestarle mañana, su nombre es hoy.” (Gabriela Mistral).
“La palabra progreso no tiene ningún sentido mientras haya niños infelices.” (Albert Einstein).
“Protegedme de la sabiduría que no llora, de la filosofía que no ríe y de la grandeza que no se inclina ante los niños.” (Khalil Gibran).