En la semana tuve la oportunidad de escuchar una columna periodística que hacía referencia a la acción de «vender humo», vinculándola con nuestra realidad económica y social. Hacía referencia a los encargados de llevar a cabo este tipo de “venta” dentro de nuestro sistema político de gobernanza. Independientemente del grado de certeza de sus afirmaciones, no es muy difícil llegar a la conclusión que, a lo largo de nuestra historia, y dentro de cualquier sistema político quien más, quien menos, todos los responsables de turno han caído repetidas veces en dos clases de acciones, las cuales resultan por demás tentadoras a la hora de cautivar a los votantes o al público:
- Vender humo.
- Vender espejitos de colores.
Si bien existen diferencias entre ambas, ya que la primera se vincula con hechos de ventas de favores que al final no se concretan, y la segunda a realzar las bondades o virtudes de productos que se comercializan, en el devenir se las suele confundir, para ser usadas casi como propuestas con igual sentido.
En cada uno de estas acciones, es posible encontrar elementos comunes:
- El vendedor que suele estar asociado a una persona con pocos escrúpulos (un cara de piedra como se suele decir).
- Mucho marketing, palabras grandilocuentes.
- Una promesa que analizada usando el sentido común luce bastante difícil de cumplir (casi un ideal utópico y un sueño).
- Ausencia de un plan para….
- Datos o estadísticas parciales, cuando no, muy difíciles de comprobar.
- Una estafa moral o real, dado que finalmente la realidad cae por su propio peso.
En la actualidad proliferan en distintas regiones del mundo, casi sin exclusiones geográficas o políticas actividades que pueden ser encasilladas como venta de humo y otras tantas de espejitos de colores.
La realidad que contrasta a la venta de humo son los números, que finalmente nos muestran sin maquillajes los problemas recurrentes de la humanidad:
Pobreza, analfabetismo, falta de educación, corrupción, trata de personas, violencia y guerras asociadas, injusticias, desigualdades y tantas más que las lista sería interminable. Desde hace varias décadas existe un problema que nos afecta a todos que es el cambio climático derivado del calentamiento global, el cual impacta a todo el mundo sin ninguna distinción provocando hoy, por ejemplo, sequías y temperaturas extremas inéditas en toda Europa. La tendencia de esta problemática, sino profundizamos de manera inmediata nuestras acciones de mitigación, nos llevará muy probablemente a que el mundo colapse, derivando en la extinción masiva de las especies de este planeta, lo cual obviamente nos incluye.
Las ventas de humo y de espejitos de colores tienen una vida cada vez más corta, potenciada por la digitalización, la comunicación masiva en línea y acelerada por la exponenciación de los cambios. Los vende humos se van quedando sin creyentes y sin futuro, mientras la humanidad organizada en torno a distintos sistemas de gobernanza no logra resolver sus problemas.
La columna periodística incluía la referencia al origen de la frase “vender humo”. La busqué para verificarla y compartirla con ustedes.
¡Fumo punitor, qui fumo vendidit!
La Venta de Humo ya era conocida en tiempos de los Romanos. Efectivamente, el Derecho Romano recogía el delito de Vendittio Fumi (Venta de Humo), asociado a la corrupción. La figura de Vendittio Fumi legislaba la circustancia mediante la cual un intermediario (generalmente un letrado) recibía de su cliente un dinero a cambio de conseguir los favores de un funcionario público que nunca se llegaban a realizar.
El caso más sangrante de Vendittio Fumi se produjo en el año 282 DC, a cargo de un tal Vetronio Torino, que iba por ahí dándoselas de influencer, presumiendo de que tenía mano con el Emperador y podía conseguir cualquier cosa que se propusiera. Esto llegó a oídos del Emperador, para más señas Alejandro Severo, que le tendió una trampa. Usó un agente a modo de cebo, supuestamente interesado en los favores del Emperador; Vetronio entró al trapo, fue apresado, juzgado y condenado a muerte.
Rodeado de madera y paja húmeda a la que pegaron fuego, Vetronio Torino murió asfixiado por el humo; «Fumo punitor qui fumo vendidit!» cuentan que gritaba en su agonía.
Otra historia vinculada con la venta de humo, se relaciona nada más y nada menos con el libro de Don Quijote de la Mancha. Transcurre en el Capítulo XLVII de la Segunda Parte del Quijote. Sancho Panza está ejerciendo su autoridad en la Ínsula de Barataria y un campesino acude a solicitar mediación para la boda de su hijo con la bella Clara Perlerina. El desarrollo del proceso de marketing que se hace es realmente hilarante, formando parte de la inmensa genialidad de Miguel de Cervantes Saavedra. La primera parte de ese libro y la mencionada segunda parte (se unificarían en un solo libro un poco más tarde de la publicación de la segunda parte) contienen descriptos no sólo este, sino otros tantos comportamientos humanos y sociales, dentro de un desarrollo pleno de ironías, sarcasmos y un humor refinado. Siendo una obra cúspide de la literatura universal recomiendo su lectura y discusiones posteriores.
El labrador de Miguel Turra y la bella Clara Perlerina
Digo, pues -dijo el labrador-, que este mi hijo que ha de ser bachiller se enamoró en el mesmo pueblo de una doncella llamada Clara Perlerina, hija de Andrés Perlerino, labrador riquísimo; y este nombre de Perlerines no les viene de abolengo ni otra alcurnia, sino porque todos los deste linaje son perláticos, y por mejorar el nombre los llaman Perlerines; aunque, si va decir la verdad, la doncella es como una perla oriental, y, mirada por el lado derecho, parece una flor del campo; por el izquierdo no tanto, porque le falta aquel ojo, que se le saltó de viruelas; y, aunque los hoyos del rostro son muchos y grandes, dicen los que la quieren bien que aquéllos no son hoyos, sino sepulturas donde se sepultan las almas de sus amantes. Es tan limpia que, por no ensuciar la cara, trae las narices, como dicen, arremangadas, que no parece sino que van huyendo de la boca; y, con todo esto, parece bien por estremo, porque tiene la boca grande, y, a no faltarle diez o doce dientes y muelas, pudiera pasar y echar raya entre las más bien formadas. De los labios no tengo qué decir, porque son tan sutiles y delicados que, si se usaran aspar labios, pudieran hacer dellos una madeja; pero, como tienen diferente color de la que en los labios se usa comúnmente, parecen milagrosos, porque son jaspeados de azul y verde y aberenjenado; y perdóneme el señor gobernador si por tan menudo voy pintando las partes de la que al fin al fin ha de ser mi hija, que la quiero bien y no me parece mal.
-Pintad lo que quisiéredes -dijo Sancho-, que yo me voy recreando en la pintura, y si hubiera comido, no hubiera mejor postre para mí que vuestro retrato.
-Eso tengo yo por servir -respondió el labrador-, pero tiempo vendrá en que seamos, si ahora no somos. Y digo, señor, que si pudiera pintar su gentileza y la altura de su cuerpo, fuera cosa de admiración; pero no puede ser, a causa de que ella está agobiada y encogida, y tiene las rodillas con la boca, y, con todo eso, se echa bien de ver que si se pudiera levantar, diera con la cabeza en el techo; y ya ella hubiera dado la mano de esposa a mi bachiller, sino que no la puede estender, que está añudada; y, con todo, en las uñas largas y acanaladas se muestra su bondad y buena hechura.
Hasta aquí se hizo la presentación de la bella Clara Perlerina. Como se puede ver, el labrador de Miguel Turra es un artista manejando las expectativas, aunque quizá peca de ser demasiado honesto (o acaso ignorante). El proceso continúa con la primera de las peticiones que el campesino hace al Duque (representado por Sancho) y la descripción del mancebo que la pretende.
-Está bien -dijo Sancho-, y haced cuenta, hermano, que ya la habéis pintado de los pies a la cabeza. ¿Qué es lo que queréis ahora? Y venid al punto sin rodeos ni callejuelas, ni retazos ni añadiduras.
-Querría, señor -respondió el labrador-, que vuestra merced me hiciese merced de darme una carta de favor para mi consuegro, suplicándole sea servido de que este casamiento se haga, pues no somos desiguales en los bienes de fortuna, ni en los de la naturaleza; porque, para decir la verdad, señor gobernador, mi hijo es endemoniado, y no hay día que tres o cuatro veces no le atormenten los malignos espíritus; y de haber caído una vez en el fuego, tiene el rostro arrugado como pergamino, y los ojos algo llorosos y manantiales; pero tiene una condición de un ángel, y si no es que se aporrea y se da de puñadas él mesmo a sí mesmo, fuera un bendito.
Si bien parece que la pareja pudiera ser tal para cual teniendo en cuenta la descripción que se ha hecho de ambos pretendientes, el labrador expone el motivo de la petición: una carta de recomendación para que D. Andrés Perlerino consienta en dar la mano de la doncella. A priori podría parecer que cosa sin mayor implicación en los asuntos del Ducado.
–¿Queréis otra cosa, buen hombre? -replicó Sancho.
-Otra cosa querría -dijo el labrador-, sino que no me atrevo a decirlo; pero vaya, que, en fin, no se me ha de podrir en el pecho, pegue o no pegue. Digo, señor, que querría que vuesa merced me diese trecientos o seiscientos ducados para ayuda a la dote de mi bachiller; digo para ayuda de poner su casa, porque, en fin, han de vivir por sí, sin estar sujetos a las impertinencias de los suegros.
Para tener una idea relativa, en el siglo XVI un médico ganaba 300 ducados al año, un barbero 100, un buey costaba 15 ducados y un cerdo 4. El rescate de Cervantes se fijó en más de 500 ducados. Este hombre estima el valor de la dote entre 300 y 600 ducados, y con las mismas, se las pide a Sancho.
–Mirad si queréis otra cosa -dijo Sancho-, y no la dejéis de decir por empacho ni por vergüenza.
-No, por cierto -respondió el labrador.
Y, apenas dijo esto, cuando, levantándose en pie el gobernador, asió de la silla en que estaba sentado y dijo: -¡Voto a tal, don patán rústico y mal mirado, que si no os apartáis y ascondéis luego de mi presencia, que con esta silla os rompa y abra la cabeza! Hideputa bellaco, pintor del mesmo demonio, ¿y a estas horas te vienes a pedirme seiscientos ducados?; y ¿dónde los tengo yo, hediondo?; y ¿por qué te los había de dar, aunque los tuviera, socarrón y mentecato?
Espero que les haya resultada divertida la historia.
La venta de humo es tan antigua como la humanidad misma.
Es probable que, por error, omisión o exceso de protagonismo, hayamos incurrido o formado parte de alguna venta de humo o de espejitos de colores, ya que creo que ninguno está exento de caer en la tentación.
«Los que detentan mayor grado de responsabilidad más empeñados tienen que estar en accionar sobre bases sólidas, planes, programas y trabajo, guiados por valores como la honradez, el servicio y el compromiso por hacer que las cosas pasen».
La venta de humo tiene cada vez menos cabida. Los datos que contrastan a los cuentos y relatos ya forman parte de nuestro devenir social, cultural y económico.
Una frase memorable de Miguel de Cervantes en boca de Don Quijote de la Mancha nos dice:
“Por la libertad, así como por la honra, se puede y se debe aventurar la vida.”