La historia parece repetirse inexorablemente. Las semejanzas son aportadas por el hecho de que nuestro cerebro para gastar menos energía, busca ante cada evento una situación ya vivida en el pasado, que contenga elementos con características comunes. De ese modo nos ayuda a sortear obstáculos o situaciones inesperadas, trayendo los files que nos permiten tomar decisiones para sobrellevar las cosas.
Si escuchamos a alguien que empieza su alocución con una frase tal como: «Había una vez……», nosotros automáticamente nos preparamos para escuchar un cuento. Por lo tanto, nos quedamos a la espera de una introducción, un nudo y un desenlace. Nuestro cerebro nos dice, «esto ya lo viviste». Hasta ahora todo parece un cuento de hadas, pero he aquí que nuestra condición humana no sólo contiene razón, sino que nos conecta indefectiblemente con algo más primitivo, aquello que denominamos como «emociones». Por lo general nuestros recuerdos grabados a fuego, son aquellos en los cuales nuestras emociones han estado trabajando a pleno. Miedo, alegría, enojo, frustración, tristeza, felicidad, calma, risa o llanto son componentes esenciales, únicos e irrepetibles con los que cada uno de nosotros vive una situación determinada, pasando en un mismo acontecimiento a vivirlas de manera desordenada y caótica, por momentos juntas y todas a la vez. Mientras esas emociones se suceden nuestro cuerpo pasa por distintos estadios de quietud o acción dependiendo de esos disparadores casi inmanejables.
Poner conciencia ante eventos nuevos o inesperados, de modo tal de aquietar o amortiguar nuestras sensaciones, es un arte cuyo dominio resulta inalcanzable. Ante cada nuevo examen que rendimos, nuestro cerebro nos va conectando con las experiencias anteriores, las cuales nos hacen sentir emociones semejantes aunque influidas por nuestros «nuevos estar siendo para la ocasión» y por otros detalles no menos importantes: si estamos bien dormidos o no, si hace frío o calor, la discusión previa que tuve en casa, cuán preparado me siento (no cuánto efectivamente sé), y otras cuestiones que una vez pasado el trance nos suenan a infantiles o nimiedades, pero que en la coyuntura alcanzan la talla de un Goliat.
Si esa respuesta la sabía, pero…… ¿qué me pasó que respondí mal?
Pues todo esto que les estoy tratando de explicar (pido disculpas si no lo he logrado) adquiere una dimensión especial cuando el devenir nos pone frente a la instancia de «un debut».
Esta semana nos tocó vivir en la empresa una jornada de entrenamiento para «mejorar nuestra condición de oratoria y discurso ante el público». Nuestras profesoras Delfina y Lucia, la primera escritora, la segunda actriz, fueron realmente unas genias, tratando de pulir estos diamantes en bruto, intentando por todos los medios que obtengamos un buen inicio, un aceptable final, y que transitemos el desarrollo mediante algunas boyas que nos sirvieran de ancla para desenredar la historia en nuestra mente. Al mismo tiempo, hicieron sus mejores esfuerzos para que aprendiésemos a vincular la historia que contábamos con distintos tonos de voz, expresiones faciales y posturas corporales, que acompañando al estilo que nos caracteriza, sirvan para matizar el relato con condimentos emocionales de alegría, tristeza, angustia, miedo, tranquilidad o paz. De ese modo, nos explicaban, se logra transmitir un mensaje recargado, que les permita vivir a los demás lo que nosotros ya hemos vivido y ahora estamos compartiendo. Creo, en lo personal, que los doce participantes, y gracias a la conducción magistral de Delfina y Lucia, pudimos al cabo de las dos medias jornadas, lograr un cometido ciertamente decoroso.
Al final de la segunda jornada, nos tocó pasar a contar a cada uno de nosotros su historia frente a los demás. A medida que los que me precedieron pasaban y relataban de manera exitosa, durante un poco más de tres minutos sus motivadoras historias, los nervios se iban apoderando de mí. Los sujetaba diciéndome: «lo vas a hacer bien, porque ya lo has hecho antes». Al mismo tiempo mi cerebro se esforzaba por encontrar en mi disco duro alguna semejanza palpable con algún suceso del pasado. Mientras escuchaba atentamente a cada uno de los oradores, me invadía la sensación de que todos ibamos a poder sortear la enrucijada.
Luego de mi exposición me sentí muy aliviado, percibía nítidamente que había contado mi historia desde el corazón, mostrándome tal cual soy, más allá de un cierto acting y de errores no forzados o no deseados.
¿La historia acaba así nomás?
De ninguna manera…
Casi siempre cabe otra historia dentro de una historia que se está contando.
Procurando hoy develar el misterio de que es lo que intentaba encontrar mi cerebro buscando afanosamente en mi disco duro (algo rayado), mientras esperaba mi turno de entrar al escenario, me sentí atravesado por una revelación, que iluminó la oscuridad de mis recuerdos.
Allí me encontraba yo, esa mañana fría de junio, siendo un niño de colegio primario parado al borde de una cancha de futbol, dentro del predio del Profesorado de Educación Física de la ciudad de Córdoba. Ese día participábamos por primera vez de una final de un torneo de futbol infantil, siendo nuestro contrincante la prestigiosa Academia Argüello. Nosotros concurríamos al colegio parroquial San Roque, una humilde escuela de Villa Corina, en la zona noreste de la ciudad. Un campo de juego de dimensiones pequeñas, para equipos de sólo seis participantes, vale decir un arquero y cinco jugadores de campo. Si bien, yo había jugado en los entrenamientos, aún no lo había hecho nunca de manera oficial, sabiendo de antemano que mi condición era la de ser suplente.
Yo sentía una gran admiración por las destrezas futbolísticas de mis compañeros: el arquero Coqui Ruiz, nuestro delantero estrella el Búfalo Mansilla, acompañado por el veloz Gustavo Marziali, la defensa compuesta por el Gringo Conci, el Colo Gabriel Aguirre y Roberto Acuña, y nuestro ariete central Daniel Nievas, o el maestro Horacio Cano, más los polifuncionales Javier Ruiz, Fernando Montenegro y Alejandro Ruiz. (la memoria me trae estos nombres, mil disculpas por los probables errores u omisiones de nombres o posiciones). Muchos de ellos eran titulares indiscutidos, mientras que yo solo era un diminuto delantero rápido o quizás enérgico pero bastante torpe, que entraba cuando alguno se golpeaba, o porque de vez en cuando hilvanaba algo interesante como delantero por la derecha.
Esa mañana inhóspita de sábado estaban presentes muchos padres y familiares que habían concurrido a alentarnos. Eran nuestra hinchada que se situaba sólo separada por unos metros de la numerosa hinchada rival, la cual contaba con muchas banderas de su colegio y elementos sonoros para alentar. La noche anterior a ese posible debut (no era seguro que debutara) no había dormido muy bien. Los nervios me habían consumido y desvelado. Papá Ramón me había llevado, intentando por todos los medios darme algo de tranquilidad. Mis ojos lo divisaban en el lateral del frente a donde estábamos nosotros, junto con el resto de familiares que nos vitoreaban intensamente. Ese día no se encontraba Alejandro , profesor de educación física, nuestro técnico y uno de los organizadores del evento. Una situación familiar dolorosa lo había obligado a viajar a Brickman, su ciudad natal. Su reemplazante fue el papá del Bufalo, el cual armó nuestra formación de arranque, la cual inició el partido con todas las ganas del mundo.
El partido fue de entrada muy disputado, de hecho, estuvimos igualados en cero durante un largo rato, con pocas situaciones concretas de gol. No recuerdo si a finales del primer tiempo (se jugaba a dos tiempos de 20 minutos cada uno) o al inicio del segundo, nuestro rival abrió el marcador. En una jugada donde predominó finalmente la habilidad del mejor jugador del equipo contrincante sobre nuestra defensa, que había resistido con fiereza varios embates, la valla custodiada por nuestro arquero Coqui Ruiz fue vencida. Luego del 1 a 0 en contra, el partido se nos hizo muy cuesta arriba. El técnico sustituto Mansilla, empezó a meter cambios que no daban los resultados esperados, ya que no arrimábamos peligro al arco rival. La ansiedad y nerviosismo se apoderaron de todos los jugadores de nuestro team, no así de nuestra afición que conservaba la fe en nosotros y seguían alentando a más no poder.
Faltando unos diez minutos para terminar, me sentía decepcionado por partida doble: «íbamos perdiendo y no iba a poder debutar». Me embargaba la tristeza de que mi papá, el cual no había concurrido a su estudio contable a trabajar, para poder ver y alentar al equipo donde jugaba su hijo, no viera al menos unos minutos míos dentro de la cancha. Sin embargo, unos instantes después fui llamado por el técnico para reemplazar a uno de los delanteros. El acto de ingresar me posibilitó pasar de la quietud acongojada a la acción total ni bien recorrí mis primeros metros dentro de la cancha.
Al ver la actitud que puse ni bien pisé el campo de juego, una persona que alentaba al equipo rival, me endilgó inmediatamente el mote de “la hormiga atómica”. Eso derivó en una serie de cantos alegóricos de la tribuna rival donde ese apelativo fue usado para rimar junto a otras palabras, con pretensiones manifiestas de desgastar nuestros ánimos. La hinchada rival no sólo cantaba, sino que hacía sonar de manera estridente unas bocinas y cornetas a gas que habían llevado. Mi primera y casi única intervención relevante fue una corrida por la derecha, donde superé a un defensor y cuando me enfrenté al segundo me enredé un poco con la pelota, aunque pude dar un pase medio mordido a mi compañero delantero que avanzaba libre por el centro, con posibilidades de convertir el empate. Su definición se fue por centímetros afuera del arco, ya que no pude definir bien cuando el arquero rival salió a cortar. Mi pase había sido algo defectuoso y a destiempo de su corrida, lo que no facilitó la potencia y precisión requerida para rematar al arco.
El partido no tuvo ninguna otra instancia a favor para poder empatar y forzar la definición por penales. Participé de varias jugadas más donde no pude concretar nada fructífero para el equipo, el cual finalmente cayó derrotado por la mínima diferencia, habiendo dejado toda la entrega en la cancha. El rival festejó el campeonato con alegría desbordante y merecida, en medios de vítores y abrazos de los padres a los triunfantes jugadores, mientras nuestra congoja se expresaba en tristeza y llanto. Recuerdo que mi papá se acercó a nuestro grupo para felicitarnos por todo lo que habíamos hecho, con esa sonrisa que siempre lo caracterizaba aún en los momentos difíciles. Después de saludar a todos, durante el recorrido hacia el auto, me dijo que había jugado muy bien, que la práctica del deporte de competición tenía buenos y malos momentos, que el combo servía para mejorar y crecer.
Habiendo vivido muchos eventos más de ese tipo, donde en el debut te toca perder o ganar, a veces contra un rival, otras veces contra uno mismo, llego a la conclusión de que lo importante es animarse a dar el primer paso con la confianza puesta en nuestras habilidades, con las emociones a flor de piel, y con la conciencia plena de que siempre se puede mejorar si uno pone la constancia y dedicación necesarias. El talento es muchas veces superado por la actitud perseverante y las ganas de continuar más allá de cualquier obstáculo o imposibilidad.
Lo importante es mantener la actitud debutante…
Ser un convencido de que lo único necesario es aprender a vencer la timidez..
Saber que si bien ignoramos mucho al mismo tiempo contamos con una enorme capacidad para aprender.
El debutante es siempre falible, pero en cada debut va creciendo su potencial para acariciar algún éxito.
Sólo anímate a debutar y verás…..
«Escenarios hay de sobra, protagonistas son los que faltan».