Los libros tienen un no se qué, elementos que los hacen únicos y atrapantes. Del género que sean, aportan, cada uno a su modo, esa impronta personal de quien los escribe. El escritor es aquel quien regala sus ideas, pensamientos, emociones y acciones sin pedir nada a cambio. Por más que sea escrito desde la perspectiva de los personajes, cuando se narra una historia, o cuando deviene desde un trasfondo reflexivo como en el caso de un ensayo, o incluso abordando un espacio de imaginación y recreación, como en una novela, revoletean en sus páginas, cual mariposas sobre un alfalfar en verano, cuestiones íntimas y poderosamente propias del arquitecto de la palabra. La escritura constituye un acto de sanación y redención, un espacio de aprendizaje, donde la elasticidad de las palabras y sus significados, permite recrear un nuevo mundo a medida que se redactan las ideas, dentro de una sucesión de introducciones, nudos y desenlaces, bucles que retroalimentan los juicios y declaraciones fundamentales. En un libro descubrimos al escritor en sus si, sus no, sus perdones, sus gratitudes y su amor.
Desde la óptica del lector, la cuestión parece más sencilla pero no lo es tanto. Si bien no tiene la responsabilidad por lo que está escrito, leer es un hecho que implica un grado de compromiso con lo que el libro generará, el impacto que ese presente de lectura e introspección provocará en la mente, el cuerpo y el corazón de quien lee. No tengo referencias de lectores desapasionados, sino más bien de ávidos devoradores de hojas, frenéticos e incesantes por naturaleza. Leer un libro es más bien un acto filosófico, mezcla de asombro, curiosidad y duda. El hábito de la lectura, es sin lugar a dudas el ejercicio más barato para equilibrar nuestras ansiedades, buscando aquello que no encontramos en nosotros mismos, puesto a disposición por la apertura de quien escribe en un texto.
“La tierra prometida”, es una narración autobiográfica de Barack Obama, ex presidente demócrata de los Estados Unidos. Al tratarse de una autobiografía, lo expresado en el primer párrafo de este blog, adquiere un carisma muy especial. No hay ninguna duda de que el espíritu de quien escribe se encuentra muy presente. Es muy probable, asimismo, que se explaye una visión, que aunque por cierto sesgada, este despojada de egoísmos y reluciente bronce. Salvo casos excepcionales, la idea central siempre va acompañada de la autocrítica, y la honestidad para identificar aciertos y errores.
Por lo general toda vez que empiezo con la lectura de un libro largo (en este caso de casi novecientas páginas), suelo practicar algunos rituales previos, como quien va a saborear esa comida predilecta, que ya tiene servida en su plato.
¿A qué hace referencia el título, de qué se trata el libro?
Leer el prólogo o prefacio nos sirve para encontrar indicios claros de que es lo que inquieta al escritor en ocasión de escribir el texto. El propósito o sentido principal suele estar presente acompañado de sus emociones más profundas.
Barack empieza a concebir este libro, durante su último viaje en el avión presidencial, yendo a disfrutar junto a su esposa de un merecido descanso después de sus incesantes actividades como presidente. Le tomó poco más de tres años, incluyendo la pandemia de por medio, la culminación del desarrollo del texto. Esto nos muestra su priorizada necesidad de expresar lo que sentía, lo que anhelaba transmitir.
De palabras de Barack. “Por último (según mi opinión lo primero), quería contar una historia más personal que pudiese inspirar a los jóvenes a plantearse una vida de servicio público: como mi carrera política en realidad, había empezado como la búsqueda de un lugar donde encajar, una manera de explicar las distintas facetas de mi herencia mestiza, y como solo al ligar mi destino a algo que me trascendía había logrado en última instancia encontrar una comunidad y un sentido a mi vida.
Calculaba que podría contar todo esto en unas quinientas páginas. Esperaba haber terminado en un año.
Puede decirse que el proceso de escritura no transcurrió exactamente como yo lo había previsto. A pesar de mis mejores intenciones, el libro no hacía más que crecer en extensión y en alcance, motivo por el cual acabe decidiendo dividirlo en dos volúmenes. Soy plenamente consciente de que un escritor más dotado habría encontrado la manera de contar la misma historia con mayor brevedad. Pero cada vez que me sentaba a escribir, ya fuese para detallar las fases iniciales de mi campaña, la gestión de la crisis financiera por parte de mi administración, las negociaciones con los rusos sobre la gestión de los armamentos nucleares, o las fuerzas que lideraron la primavera árabe, descubría que mi mente se resistía a un relato simple y lineal”.
Particularidades de las primeras páginas.
A menudo, quien empieza el desarrollo de un libro lo hace mediante la recreación de un hecho basal que da origen a su vocación en la vida. Es bastante común que ese acontecimiento se encuentre esbozado en los primeros trazos. Para mi sorpresa, de palabras del ex presidente es posible leer:
“No provengo de una familia muy interesada en la política. Mis abuelos maternos eran gente del medio oeste, de ascendencia mayormente escocesa e irlandesa. Se los habría podido considerar progresistas, sobre todo para los estándares de la época de la gran depresión en los pueblos de Kansas donde nacieron, y ponían interés en mantenerse al tanto de las noticias. Forma parte de ser un ciudadano bien informado, me decía mi abuela, a la que todos llamábamos Toot (apócope de abuela en hawaiano), mientras me miraba por encima de la edición matutina del Honolulu Advertiser. Pero ni ella, ni mi abuelo tenían firmes inclinaciones ideológicas o partidistas propiamente dichas, más allá de lo que consideraban sentido común. Pensaban en trabajar – mi abuela era subdirectora de depósitos en uno de los bancos locales; mi abuelo, vendedor de seguros de vida-, en pagar las facturas y en las pequeñas diversiones que ofrecía el día a día.”
En lo personal hubiese esperado que tamaño político proviniese de una familia con una gran raigambre política pero no fue así según la historia que cuenta Obama en primera persona.
“Mi madre, Ann Dunham, era distinta, sus ideales prevalecían sobre los hechos puntuales. Era su única hija y se rebeló contra las convenciones en el instituto: leía poetas beatniks y a los existencialistas franceses, se escapaba durante días a San Francisco, con una amiga sin avisar a nadie. De niño la oía hablar de las marchas por los derechos civiles, y de por qué la guerra de Vietnam era un desastroso error; del movimiento feminista (a favor de la igualdad salarial, pero no tanto de no depilarse las piernas) y de la lucha contra la pobreza”.
La influencia de su madre en su accionar político y en sus firmes convicciones democráticas, resultó decisiva desde un primer momento.
“Una vez, cuando descubrió que yo había formado parte de un grupo que estaba molestando a una chica en el Instituto, me obligó a sentarme frente a ella, con un gesto de decepción en los labios.
Sabes que Barry?. Dijo (este era el apodo con el que mis abuelos y ella se dirigían a mí cuando era niño, a menudo abreviado como Bar). En el mundo hay personas que sólo piensan en ellas mismas. Les da igual lo que les pase a los demás, con tal de conseguir lo que quieren. Menosprecian a los demás para sentirse importantes. Y también hay gente que hace lo contrario, que es capaz de imaginar lo que sienten los demás y se esfuerza por evitar hacerles daño. Entonces – dijo, mientras clavaba la mirada en mis ojos -, ¿Qué clase de persona quieres ser tú?
Me sentí fatal. Su pregunta se me quedó grabada durante mucho tiempo, como era su intención.”
Aquí es posible visualizar a su madre sembrando en él el germen de la empatía y el servicio por los demás, característica distintiva de casi todo el accionar de su programa de gobierno.
Como se puede apreciar en esta breve reseña sobre los enunciados iniciales del libro, la profundidad y riqueza de los conceptos es un aliciente para que me constituya en un lector con muchas expectativas sobre el contenido.
Rasgos interesantes.
Al tratarse de un libro extenso, uno puede quedar mareado o perdido, sobre todo si no se dispone de tiempo para una lectura continuada y sin tantas pausas.
Para evitar caer en ello, dotando además al libro de un ordenamiento extra más allá de los capítulos en los que está dividido, al final del mismo es posible encontrar dos apartados distinguidos:
- Créditos para las fotografías, muy detallado y pormenorizado
- Índice alfabético de los temas, personas públicas, eventos, conceptos y opiniones.
Este último punto, resulta muy bueno a la hora de buscar alguna referencia sobre el pensamiento del ex presidente sobre los problemas que debió enfrentar a lo largo de su gestión.
Habiendo culminado con estos simples rituales, que arrancan con el ejemplar en mis manos y que me sirven para empezar a degustar el plato servido, creo con firmeza estar en condiciones de proceder a una lectura comprensiva de este interesante libro. Estoy en contexto como para conocer más a la persona y la figura pública que gobernó uno de los países más importantes del mundo durante dos mandatos consecutivos.
Es uno de mis objetivos que después de culminar con una lectura interesada del texto pueda ser capaz de quedarme con algo de la esencia humana del autor, alcanzando pequeños hitos de crecimiento personal sobre la base de sus postulados. El hecho de que fructifique la lectura en mí, probablemente implique que pueda contarte en otro escrito aquello que me impactó por encima de la mediana intelectual de este aprendiz de la pluma.
Para finalizar, traigo a colación otros párrafos iniciales del libro:
“El hábito de la lectura se lo debo a mi madre que me lo inculcó desde muy niño: era a lo que ella recurría cada vez que me quejaba de estar aburrido, o cuando no podía permitirse mandarme al colegio internacional en Indonesia, o cuando tenía que acompañarla a su oficina porque no tenía una niñera.
Lee un libro – me decía-, y luego ven y cuéntame algo que hayas aprendido”.
Luego de haber leído varios libros clásicos, tales como Crimen y Castigo, el joven Barack reflexiona:
“Cuando terminé con el primer conjunto de libros, fui a otros rastrillos en busca de más. Apenas entendía buena parte de lo que leía; empecé a marcar las palabras desconocidas para buscarlas en el diccionario, aunque era menos escrupuloso a la hora de buscar su pronunciación; hasta pasados con creces los veinte años, supe el significado de palabras que era incapaz de pronunciar. No me guiaba por ningún sistema, ni seguía ningún orden ni patrón, era como un joven inventor en el garage de la casa, acumulando antiguos tubos, de rayos catódicos, tornillos y cables sueltos, sin saber muy bien qué hacer con todo ello, pero convencido que sería útil cuando por fin averiguase la naturaleza de mi vocación”.
Parece desprenderse de los propios dichos de Barack, que la idea que él soñaba, que era tratar de crear una tierra prometida para todos, arrancó durante aquella ocasión cuando decidió adoptar a los libros como fieles e inseparables compañeros.
Una tierra prometida, estrechamente ligada a su vocación aprendiente y su costumbre por leer…
Leer, idear y comprometerse !