Me produce mucha alegría apoyar nuevamente mis brazos en este hermoso escritorio, que utilicé tantas veces para estudiar durante mi carrera de ingeniero. Hoy estoy escribiendo este blog encima de este mueble lustroso, fuerte y acogedor, que tiene muchísimo historia y simbolismo, representando una parte muy importante y esencial de mi familia. Mi papá lo hizo construir por un carpintero ebanista en conjunto con una hermosa biblioteca, que también ha vuelto a mi vida. Ambos son de roble macizo, diseñados para durar, y con el único objetivo de que nos facilitarán el estudio a mí y a mis hermanos.
Hace poco más de un mes, mi madre apagó sus luces terrenales, migrando su energía de nuevo a la creación, siendo parte de otro mundo, seguro al encuentro del que fuera su único y gran amor, mi papá Ramón. Estos muebles quedaron en la casa vacía y a la vez llena con su presencia en conjunto con otras cosas que eran su tesoro, no por su valor sino por su significancia. La charla con mis hermanos fue muy fluida. Todos estuvimos de acuerdo en conservar la esencia de lo que nos define, aquello desde donde venimos, que nos dio entidad en el amor de nuestros padres, en los valores que ellos nos enseñaron, y que nos sirvieron de guía por tantos años. De esta manera, no elegimos objetos por conservar, sino conexiones que nos vinculen con nuestra manera de ver y sentir la vida, con el esfuerzo de nuestros padres y con ese inconmensurable deseo de vivir.
Del mismo modo y bajo la misma emoción, fui recolectando los libros, las fotos y los recuerdos imborrables y sumamente necesarios para encarar esta nueva etapa, de este duelo sin padres que arrancó este 28 de diciembre. Esto es un después de otros después que ya tuve, que acepté y sobrellevé como pude, como me salió.
Soy muy afortunado de haber sido hijo de mis papás, Ana y Ramón. Ellos fueron siempre un ejemplo a seguir y bajo muchas circunstancias. Amorosos y entregados por completo a su familia, no tuvieron ni una pizca de egoísmo, dando todo por sus hijos. Capaz alguien pueda opinar que es un modelo anticuado de ver la vida, que uno debe no aferrarse a la historia, a los recuerdos o a la melancolía. En mi caso, siento que me hace bien en este presente que respiro y que se hace pasado a cada instante, buscando la imagen ilusoria del futuro, detenerme a pensar de que estoy hecho, cuáles son las vivencias más profundas que me impulsaron e impulsan a seguir. Por supuesto que allí están ellos dos, mis ángeles de la guarda por siempre.
Papá, no tuve la oportunidad de agradecerte, porque no caí en la cuenta, por haber compartido tu exquisita devoción por la libertad, la educación, la honestidad y el ser servicial con todos. Mamá, capaz no te exprese cuanto te admiraba por tu energía, tu orden, tu perfección creativa y tu infinita vocación de cariño. En este después, escribiendo encima de este escritorio, percibo claramente con que están fabricadas las fibras más íntimas de mi cuerpo y de mi alma.
El camino sigue, junto con mi compañera y con mis hijas a las cuales adoramos. El tiempo por venir no existe, sólo existe el hoy, ese minuto que te encuentra respirando, ese segundo que compartiste con una sonrisa, una palabra, un abrazo.
Mi resiliencia es en parte una condición heredada de estos dos seres únicos que me dieron la vida. El resto es una edificación personal, sobre la base de muchos ejemplos que vi en ellos, sobre la base de muchas posibilidades que me brindaron desde su abnegado trabajo y sentido de la existencia. Mi inspiración para hacer lo que hago, deviene de todas las veces que los ví haciendo, procurando el bienestar y dandome su cariño.
Hoy siento que los padres no son un recuerdo cuando ya no están, porque conviven con nosotros en nuestros pensamientos, acciones y emociones.
La melancolía de los que vinieron en los barcos, mis bisabuelos y abuelos, perdura aún atenuada en nosotros. Las emociones a flor de piel, nos distinguen como humanos. Hoy necesito mostrarte las mías, aquellas que me unen de manera sagrada con las personas que son parte del sentido de mi vida. Quizás este no sea un escrito con la sintaxis perfecta, la frase pulida y sin tachas. No tiene importancia para lo que quiero transmitir, para el propósito que persigo al abrir mi corazón.
Este escrito muy personal, que quiero compartir con mis lectores, tiene condimentos únicos que lo hacen irrepetible: mis vivencias en el cariño y la idea de seguir apostando por esta sucesión de hechos maravillosos que es la vida.
Los poderosos vínculos que unen a padres e hijos, quedan imborrables por siempre. Lo compruebo apoyado como tantas otras veces en este sólido escritorio, donde me siento muy cercano al inmenso cariño de mis padres.
El amor es aquello que nos hace humanamente dignos para poder honrar y abrazar la vida.
No existe frase final, sólo el agradecimiento eterno a Ana y Ramón, a su infinito amor y a su enorme bondad.
Algo muy personal, pero que de seguro nos une a la vez.
Estimado Marcelo, vivo cada palabra como reflejo y transito las mismas desde mí condición de hija y madre sujeta a la pérdida física. Solo queda el amor compartido ese profundo amor que nos sostiene. Pienso en los acuerdos y fortalezas que tenemos como familia para continuar, algunos que se evidencian solo en la pérdida pero que han sido construidos durante toda la vida. Mí respeto y afecto para Vos y los tuyos. Gracias por compartir.
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Algo muy personal, y que nos une… No tengas dudas.
En mi juventud, llamábamos “escritorio” a la sala de estudio. Aquí introduzco una breve digresión:
En alguna oportunidad Albert Einstein supo aludir a la Oficina de Patentes de Zurich, donde a escondidas en sus momentos libres de oscuro empleado público sentó las bases de la física moderna, como “el lugar donde se gestaron mis más bellas y profundas ideas”.
Con absoluto irrespeto, yo solía parafrasear al genio para referirme del mismo modo a mi “escritorio”, porque era el lugar donde estudiaba, hablaba por teléfono con mi novia, me apasionaba, y era feliz, aunque algunas veces también lloraba protegido por la privacidad de mi rincón de silencio y puertas cerradas. Es en una de sus paredes donde están colgados los diplomas de mis hermanas y el mío, como muestra de gratitud a nuestros padres, que tanto se esforzaron por ayudarnos a crecer.
Mis viejos ya no están. Aprendí que el verdadero dolor es infinito y eterno. Por suerte o lo que fuera, en toda mi vida, no hubo un solo día que no los viera, o pasara a visitarlos, salvo que estuviera fuera de la ciudad. Pero en tal caso, les hablaba al menos una vez por teléfono. Agradezco ahora no haber perdido ninguna oportunidad de abrazarlos y decirles cuánto los amaba. Y aprendí también que eso me da sosiego, tan necesario para sobrellevar la ausencia. Es algo que siempre les recuerdo a mis hijas.
Te agradezco enormemente tus pensamientos profundos. Siempre oportunos, en este caso, a pocos días de una fecha importante en mi vida.
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Que alegría me da este comentario, porque es coincidente 100 por ciento! Un gran abrazo por esa fecha especial!!!!
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