El viento furioso arrastra tanto polvo a su paso que es capaz de transformar el paisaje en un semi desierto, donde cada tanto aparecen proyectados algunos arbustos secos, erosionados de raíz por la energía del aire en movimiento. Imposible emitir una palabra en contra de tamaño despliegue de vigor, mientras que, en el caso de hacerlo a favor, las voces suenan como secas, quebradizas y aceleradas.
Así estuvo desde el inicio, esta mañana de sábado a puro y regular viento norte, provocando un abanico de malestares generalizados: dolor de cabeza, desasosiegos corporales, molestias oculares, entre los más comunes. La velocidad y consistencia de las ráfagas nos pone irritables, por no decir de un mal humor de aquellos.
La vida me ha regalado casi sin querer, la ocurrencia de dos episodios bien nítidos donde los aprendizajes y situaciones personales derivaron en resultados beneficiosos para mi salud.
El primero fue cuando arrancó la adolescencia y con ella la necesidad de integrarme a los grupos de pertenencia. Los estándares de admisión no escritos, incluían determinadas prácticas que eran religiosamente aceptadas y seguidas a rajatabla. Una de ellas era la praxis de fumar, pero en este caso no cualquier cigarrillo, sino de los negros largos y bien fuertes. La entrada al colegio secundario nos unía en el kiosco cercano, donde mientras charlábamos (para darle algún tipo de identificación al encuentro) degustábamos esos ricos cigarrillos negros que hoy serían infumables, sólo para calificarlos de forma concreta. El ritual de repetía a la finalización de la jornada educativa, en el mismo lugar y posteriormente en todos nuestros encuentros sociales y recreativos durante los fines de semana.
Mi apego por el cigarrillo duró un lapso de cuatro años, donde si bien distinguía una merma en mi capacidad respiratoria junto a una disminución de mi rendimiento físico y deportivo, prevalecía el vicio de fumar , condición requerida para conservar «la chapa de pertenecer a esa especie de clan con preceptos tácitos e indiscutibles».
Cuando inicié mi primera relación cuasi formal con una señorita, de la cual me sentía muy enamorado, el vicio desapareció por la sencilla razón de que el cigarrillo era un impedimento total para el idilio, ya que a ella le disgustaba sobre manera que las personas fumen, no tanto por el daño o los riesgos que acarreaba (el perjuicio que el cigarrillo producía a la salud no era aún muy difundido) para la vitalidad personal, sino más bien por el insoportable olor que dejaba en el cuerpo y en la ropa, el cual en el caso de un cigarrillo negro era imposible de ocultar o contrarrestar.
Fue así que dejé para siempre el hábito de fumar, ya que jamás volví a probar un cigarrillo ni siquiera en un evento social. Fue mi primer aprendizaje con bajo costo. El amor por esa mujer, pudo más que cualquiera de los preceptos tribales de grupo. El dejar de fumar fue muy beneficioso para mi bienestar general. Hoy soy un convencido que me ahorró un montón de vicisitudes negativas con consecuencias difíciles de predecir. En ocasión de alguna reunión familiar o social, cuando he manifestado que el amor me salvó de muchos problemas de salud, los que no me conocen del todo se quedan mirándome con cierta expectación combinada con extrañeza, hasta que finalmente develo el por qué, generando a partir de ese momento reacciones más bien de desencanto, ya que muchos que esperaban la gran historia, se encuentran con algo que les resulta algo trivial y con sabor a poco.
El segundo episodio fue hace un mes casi exacto donde sufrí un pequeño accidente doméstico, con algunas contusiones y un pequeño corte en mi cabeza. La atención médica fue dispensada in situ por un médico amigo, el cual aparte de vendarme y pedirme la ejecución de algunas rutinas para verificar el estado de mis reflejos, me recomendó tomar cada 8 horas un analgésico fuerte, debido a que me dolía bastante el moretón y la herida. Al día siguiente concurrí a casa del mismo médico para que pasara revista de la situación, el cual además de controlar la herida y las contusiones, me midió de manera preventiva la presión arterial, debido a que los calmantes que estaba tomando podían elevar los valores de tensión, gracias a su alto contenido de sodio. Los valores medidos en tres oportunidades seguidas, daban una condición de hipertensión de leve a moderada. Me dijo que no era normal el valor al cual había subido mi presión sanguínea, sugiriendo que hiciera a partir de allí una dieta baja en sal, pan, café, gaseosas y alcohol, de modo tal que después de unos dos meses pudiéramos verificar que mi nivel de presión se estabilizaba a la baja, cerca de valores normales para mi edad , sin recurrir a medicaciones correctivas.
A partir de ese momento he seguido a rajatabla mi nuevo esquema de alimentación, el cual voy a complementar con mayor grado de actividad física regular. Los resultados por el momento son muy buenos debido a que no sólo he logrado reducir mi presión arterial, sino que mis intensos y recurrentes dolores de cabeza han desaparecido, eliminando por completo mi abuso de analgésicos para mitigarlos.
Por una segunda vez en mi vida, un evento bastante fortuito, ha producido junto a mi decisión de cambiar las cosas, beneficios palpables para mi salud. Otro aprendizaje con bajo costo, que cuando uno lo coloca en una dimensión consciente, es capaz de valorar en su justa medida.
Muchas veces los aprendizajes no son baratos, sino más bien pueden resultar lesivos y nocivos para nosotros mismos y los demás. Razono que detrás de cada situación que se sale de control, han existido un montón de avisos a corto plazo o alarmas que no hemos sabido distinguir como tales. La excusa de la pandemia ha sumado miedos a la hora de hacer los chequeos anuales, los cuales muchas veces tomamos a la ligera, sin una gran convicción para llevarlos a cabo.
Las señales que no vemos nos ponen muchas veces frente a encrucijadas de las cuales salimos airosos sufriendo escasas consecuencias personales, pero en otras tantas nos colocan en situaciones límites donde los márgenes de maniobra se reducen, quedando acotados a la ocurrencia de soluciones casi milagrosas.
Nuestra condición de seres humanos imperfectos y emocionalmente inestables, a veces no es debidamente dimensionada o aceptada, ni siquiera dando autoridad a las personas que nos rodean, para que nos muestren lo que nosotros no podemos ver de nosotros mismos. Se trata de ese lado ciego, que nos mantiene en ese estadío caracterizado por dosis ciertas de soberbia y estupidez.
Aprovecho para agradecer a mi esposa que se ha fidelizado con mis nuevos hábitos, y a mis hijas, las cuales se han convertido en las lectoras más asiduas de las informaciones nutricionales y el contenido de sodio de los alimentos, dándome los avisos preventivos antes de consumir alguno de ellos. Resulta plausible como ellas son capaces de captar esta nueva onda, que es la de poner conciencia sobre la vinculación de la alimentación con una buena salud.
En muchos órdenes de nuestra vida, no sólo en en de la salud, podemos ser partícipes de estos aprendizajes con bajo costo, reconociendo que lo importante es aprender a distinguir las señales, y dando lugar a las opiniones de las personas con las cuales nos relacionamos con distinto grado de afectividad, a sabiendas que somos seres capaces de tropezar dos veces con la misma piedra, como reza alguna canción.
En el historial de averías algunas resultan en advertencias, y otras se vuelven críticas.
Depende de nuestras comprometidas decisiones que muchas de ellas sean…..
Aprendizajes con bajo costo!