Los últimos días de este aislamiento se parecen a una reedición de una película sin fin. El set de filmación encuentra a todos los actores cansados, perplejos y a los directores presos de varios dilemas que no son sencillos de resolver. Las personas siguen sufriendo dolorosas pérdidas de sus seres queridos, mientras muchos de ellos han visto esfumados sus esfuerzos y emprendimientos.
Es difícil tener una posición equilibrada en este contexto, porque dependerá del grado de afectación que ha tocado vivir a cada uno, desde el comienzo de esta crisis global.
Hay escasez de actitudes pragmáticas y comprometidas de líderes que no reexaminan sus decisiones, siguiendo postulados ideológicos superados. Al mismo tiempo sigue sorprendiendo que parte de la población aún conserve esa resistencia infantil para no seguir indicaciones básicas cuyo único propósito es cuidar su salud.
En todo relato hay un inicio, un desarrollo y un final. Introducción, nudo y desenlace.
El inicio, al menos en lo cronológico, es bien conocido.
El desarrollo nos mantiene en vilo, parece que al escritor no se le acabaran nunca las ideas. Se torna pesado, tantas idas y vueltas, dramatismo por doquier. La idea de abandonar la lectura abunda en la mente de gran parte de los lectores.
No se visualiza el desenlace, y la situación se torna poco sostenible.
«Una narración sin fin no agrega calidad al texto, más bien lo torna inaccesible y complicado de digerir«.
Cuando el escritor no sabe a donde va con el relato genera zozobra en sus lectores. En todo el mundo se viven situaciones parecidas en mayor o menor escala. La pandemia ha roto todas las plumas conocidas. Los que han adoptado actitudes más pragmáticas, equilibrados con una adecuada conducta ciudadana, están viendo como se va acercando el final de esta crisis humanitaria.
La esperanza de superar esta adversidad se mantiene intacta en muchas personas que ponen su cuota de trabajo y responsabilidad. Abundan acciones solidarias de muchas personas, que se suman al trabajo a destajo de todo el sistema de salud. Sistema que en estos últimos días está al límite de sus posibilidades, hecho este demostrado por los factores de ocupación de camas comunes y críticas. Mi profundo agradecimiento a los profesionales y auxiliares de salud que ponen día a día su cuota de sacrificio para salvar vidas.
Necesitamos de manera imperiosa empezar a desatar el nudo a mayor velocidad, para que el desenlace queda más cerca de nosotros. Las pérdidas humanas son millones en todo el mundo, con mayor impacto ahora en nuestras latitudes. No da para seguir alimentando actitudes egocéntricas, vanidosas y mezquinas.
De niño hubo una lectura que me impactó sobremanera.
“Marco, de los Apeninos a los Andes” es un relato breve de ficción incluido por Edmundo de Amicis en su novela Corazón, publicada en 1886. Narra la historia del extenso y complicado viaje de un niño de trece años, Marco, desde Italia hacia Argentina, en busca de su madre, que había emigrado a aquel país sudamericano dos años antes para poder trabajar y poder dar una mejor vida a sus hijos.
Si bien, he copiado un breve resumen de este cuento de ficción, les recomiendo su lectura no sólo por la riqueza técnica, sino por el contenido y fortaleza espiritual que la historia intenta transmitir.
En Génova, al norte de Italia, reside una familia con dos hijos —Antonio, de dieciocho y Marco, de nueve años. La madre se ve obligada a marchar a Argentina para encontrar trabajo sirviendo en una casa. Durante un tiempo la familia recibe por escrito noticias de la madre, pero al cabo de un año, las cartas cesan, tras una en que se daba cuenta de problemas de salud, con lo que se crea una situación de preocupación e incertidumbre.
Tras tratar de conseguir noticias a través del Consulado italiano en Buenos Aires, a los dos años de la partida de la madre, el más pequeño de los dos hijos, Marco, decide afrontar, salvando las iniciales reticencias de su padre, el largo viaje de veintisiete días que entonces debían sufrir los emigrantes a bordo de grandes buques mercantes.
A su llegada a la capital argentina no consigue encontrar a su madre, pues la familia para la que trabaja ha trasladado su residencia a Córdoba. Tras pasar una noche en La Boca, se embarca para remontar el Río Paraná, con destino a Rosario, desde donde le han dicho que le será más fácil llegar a Córdoba. Allí no encuentra al contacto que le habían facilitado y se encuentra en una situación difícil, ante la falta de dinero para pagar el ferrocarril que le llevaría, durante un día de viaje, hasta Córdoba. Sin embargo, la ayuda de un grupo de emigrantes italianos le proporciona el dinero necesario y toma el mencionado ferrocarril.
Con la llegada a Córdoba no acaban los problemas del joven Marco, pues al llegar a la casa del ingeniero Mequínez, para quien trabaja su madre, comprueba que, una vez más, se ha mudado, marchando a Tucumán. Consigue convencer a un comerciante que se dirige a Santiago del Estero para que lo lleve en el tramo común del camino, viajando así durante más de dos semanas en un carro tirado por bueyes que lo dejará junto a la Cordillera de los Andes desde donde marchará a pie hasta Tucumán.
Al llegar a esta ciudad, y tras dirigirse a una finca situada a una jornada más de marcha, encuentra al fin a su madre, enferma y prácticamente desahuciada por los médicos. Debe operarse y, tan lejana de su familia, ha perdido toda esperanza. Se niega a ser operada. Sin embargo, la llegada de su joven y voluntarioso hijo le devuelve la ilusión por vivir y conseguirá ayudarla a sanar.
El relato termina con las palabras del médico, quien dirigiéndose a Marco le dice:
«¡Eres tú, heroico niño, quien ha salvado a tu madre!».
Haciendo un parangón con este cuento plagado de vicisitudes negativas y escollos que parecen insuperables, es sencillo darse cuenta que hoy se requieren muchos Marco, con esa férrea e inquebrantable voluntad para continuar con su búsqueda. Al mismo tiempo varios doctores y gente que los acompañen, facilitando el camino y aportando recursos para salvar la situación.
Es imprescindible poner un mayor grado de sensatez en este contexto.
Hay que trabajar con esa encomiable decisión de Marco para llegar al final del cuento.
La multiplicación de gestos alineados a favor de la superación de la crisis nos llevará inexorablemente al anhelado desenlace.
Al final de cuentas, «la vida es casi puro cuento».
No nos quedemos encerrados en la trama, por favor.