El Poema de Gilgamesh, también conocido como la Epopeya de Gilgamesh, es la primera obra plenamente literaria de la historia. Es incluso muchísimo más antigua que la Ilíada y la Odisea, uno de los primeros libros épicos de nuestra cultura occidental. Cuenta las hazañas de un rey de Uruk, una ciudad sumeria que quizá dio nombre al actual Irak. Su argumento se divide en doce tablillas, que podemos considerar capítulos de una misma historia.
La historia nos la cuenta alguien, tal vez un sacerdote de la diosa Ishtar, que muestra su admiración hacia al antiguo rey que construyó las impresionantes murallas de Uruk. El narrador se dirige a sus interlocutores de manera general (“Voy a presentar al mundo”) pero a veces parece hablar con una persona que camina a su lado:
“Voy a presentar al mundo
A aquel que todo lo ha visto,
Ha conocido la tierra entera,
Penetrado todas las cosas,
Y alrededor explorado
todo lo que está oculto”.
A continuación, el narrador parece dirigirse a alguien que está junto a él, tal vez un ayudante, quizá un escriba al que quiere trasmitir aquella historia legendaria. Le dice que contemple la muralla de Uruk, que admire sus zócalos inimitables, que inspeccione los muros de ladrillo cocido. Después le pide que vaya a buscar el relato secreto que nos dejó el rey Gilgamesh:
“Ve ahora a buscar
el cofrecillo de cobre
Manipula en él el anillo de bronce
Abre en él el pomo secreto
y extrae la tablilla de lapizlázuli.
Para descifrar cómo Gilgamesh
Superó tantas pruebas.”
Tras extraer de este misterioso cofre la tablilla de lapislázuli, que contiene un antiguo texto que al parecer hay que descifrar, quizá porque está en sumerio y el narrador es semita, o tal vez porque está codificado como un mensaje secreto, comienza la historia.
Gilgamesh es rey de Uruk. Hijo del rey Lugalbanda y la diosa Ninsun. Cruel y despiadado, aplica el derecho de pernada sobre las novias, es decir, se acuesta con ellas antes que el propio novio; no respeta a los ancianos y maltrata a los jóvenes con los que se enfrenta en combates mortales. Es odiado y aborrecido por su propio pueblo, que eleva sus quejas a los dioses. Los dioses deciden crear a un enemigo que le ponga freno y la diosa Aruru da vida a una criatura salvaje llamada Enkidu, el hombre bestia.
Enkidu vive en los bosques con los animales, como una fiera más, aunque tenga forma humana. Los cazadores y los agricultores temen a la extraña fiera y el rumor llega hasta el rey Gilgamesh.
Gilgamesh decide enviar a una prostituta o una sacerdotisa, o tal vez una hieródula o sacerdotisa sagrada, a seducir a la bestia. Enkidu y la mujer, Samhat, se acuestan y a partir de ese día los animales ya no quieren saber nada de su antiguo amigo y lo rehúyen. A cambio, gracias a la mujer, Enkidu se ha convertido en un ser humano y ha alcanzado el conocimiento:
“Las bestias del monte
rehuyeron su contacto.
…
Mermado estaba Enkidu,
no trotaba ya como antes
pero ya tenía juicio
Y era vasto su saber”
Samhat le habla de la ciudad de Uruk y Enkidu arde en deseos de conocer ese nuevo mundo. Llega a la ciudad y se enfrenta al rey Gilgamesh, cumpliendo así el designio de los dioses.
No se sabe con exactitud el resultado del combate, que no se ha podido reconstruir por completo en los textos conservados. Se suele considerar que el vencedor fue Enkidu, pero no es del todo seguro. Lo que sí se sabe es que tras el combate los dos enemigos se reconcilian y se convierten en grandes amigos.
En busca de aventuras, Enkidu y Gilgamesh deciden enfrentarse al temible monstruo de los bosques llamado Huwawa. Comienza así la que se puede considerar la primera road movie de la historia, cuando los dos amigos se lanzan a la carretera o a los caminos de Mesopotamia, probablemente en dirección al actual Líbano, donde Huwawa reina en los bosques de cedros.
Los dos amigos llegan hasta el bosque de los cedros y se enfrentan al monstruo, logran vencerlo, pero eso despiertan la ira de los dioses, porque el bosque y el monstruo estaban bajo su protección.
Después la diosa Innana/Ishtar/Astarté quiere seducir a Gilgamesh, pero él la rechaza, porque sabe que todos los amantes de la diosa acaban mal. Ella, furiosa, arroja contra Uruk al terrible Toro Celeste, pero los dos héroes lo matan. Ahora es cuando los dioses deciden vengarse y castigar a los imprudentes héroes. El problema es que la madre de Gilgamesh es una diosa, por lo que se conforman con matar a Enkidu.
Es en ese momento cuando Gilgamesh descubre que existe la muerte, viendo pudrirse ante él el cuerpo de su amigo.
Gilgamesh, aterrorizado por la perspectiva de enfrentarse al mismo destino que su amigo muerto, decide ir en busca de Utnapishtim, el hombre que sobrevivió al diluvio y ahora es inmortal.
Tras diversas peripecias, Gilgamesh encuentra al mítico Utnapishtim, quien le cuenta la historia del diluvio y cómo el dios Enki le avisó de que los dioses querían aniquilar a toda la humanidad en un diluvio universal. Utnapishtim construyó una nave en la que embarcó a toda su familia y logró sobrevivir cuando, tras muchos días de lluvia, al arrojar un cuervo a la inmensidad del océano no regresó, lo que significaba que había tierra firme en la que desembarcar.
Cuando se descubrió este relato, los investigadores se quedaron asombrados por su semejanza con el relato bíblico del diluvio de Noé. Hoy ya nadie duda de que Utnapishtim (llamado Ziusudra en sumerio y Atrahasis en acadio) es la inspiración del Noé bíblico. Además del relato contenido en la Epopeya de Gilgamesh, en otro relato mesopotámico, el Atrahasis, se cuentan las razones que llevaron a los dioses a desear aniquilar a los seres humanos.
Tras contarle la historia del diluvio, Utnapishtim le cuenta a Gilgamesh cómo puede lograr la inmortalidad. Se sabe que uno de los requisitos es permanecer despierto durante siete días con sus noches. Gilgamesh no lo consigue y la inmortalidad se le escapa.
Cuando todo parece perdido, la esposa de Utnapishtim le pide que ayude a Gilgamesh y que al menos le revele el secreto que le permitirá recuperar la juventud. Utnapishtim cede finalmente a sus ruegos y cuenta a Gilgamesh que existe una planta en lo más profundo del océano que devuelve la juventud perdida. Gilgamesh se sumerge en el océano y regresa con la planta.
En vez de disfrutar él solo de la planta de la juventud, Gilgamesh demuestra que ya no es el rey cruel y egoísta que era antes de conocer a Enkidu y decide llevarla a Uruk, se supone que para que los ancianos del consejo también recuperen la juventud:
«La llevaré a la amurallada Uruk,
Haré a todos comer la planta.
Su nombre será
“El Hombre se hace Joven en la Senectud”.
Yo mismo la comeré
Y así volveré al estado de mi juventud».
En el camino se detiene junto a una poza de agua fresca y dormita un momento. Es entonces cuando una serpiente sale del agua y le roba la flor de la juventud.
Gilgamesh, desesperado, regresa a Uruk.
El poema acaba como empezó, describiendo la grandeza de la ciudad de Uruk construida por el rey Gilgamesh.
Es bastante llamativo que el primer relato de la historia reserve un triste final a su héroe, aunque al menos le queda el consuelo de ser más sabio.
Existen muchos más detalles en la historia, e incluso en la Tablilla XII, cuya relación con el relato principal es muy controvertida, Gilgamesh desciende al infierno y allí se reencuentra con Enkidu.
Proyecto Gilgamesh
Objetivo: «Curar la muerte para el 2045«.
Del relato de Gilgamesh:
«La vida que persigues no hallarás. Cuando los dioses crearon la humanidad, la muerte para la humanidad apartaron, reteniendo la vida en las propias manos», reza una de las frases más famosas de la epopeya.
Es decir, cuando el hombre fue creado por los dioses, estos decidieron que el hombre debía ser mortal y, por ello, no quedaba otra que aprender a vivir con ese inevitable destino.
¿Tenemos qué conformarnos con ser mortales? ¿Puede el hombre llegar a escapar de la muerte? ¿Se puede llegar a curar la muerte?
José Luis Cordeiro, conferenciante y fundador de la Singularity University –una iniciativa que estudia el uso de la tecnología para atajar problemas globales– se ha hecho ampliamente reconocido por asegurar que en 20 y 30 años el ser humano será capaz de «curar el envejecimiento».
«Vamos a ver la muerte de la muerte», dice en las entrevistas parafraseando el título del libro que escribió junto con el matemático David Wood. Según la teoría que defienden ambos autores, avances científicos como la impresión de tejidos humanos u órganos vitales en 3D y desarrollos en nanotecnología, junto con los avances en células madre para reparar las células ‘dañadas’ permitirán neutralizar el envejecimiento.
Pero, además, consideran que las investigaciones en oncología, diabetes o alzhéimer continuarán progresando hasta lograr curar estas enfermedades. Y, en ese aspecto, laboratorios internacionales anunciaron hace unos años una inversión de 1.500 millones de dólares destinada a desarrollar nuevas terapias para curar enfermedades relacionadas con el envejecimiento, incluyendo enfermedades neurodegenerativas y el cáncer.
Se calcula que ya hay 350 personas criogenizadas en todo el mundo, mientras que la Fundación Matusalén ha recibido cientos millones de dólares en donaciones para investigar terapias regenerativas. Así, varias personas influyentes de Silicon Valley han puesto sus ojos en esta naciente industria que, de convertirse en realidad, sería enormemente lucrativa.
Si tú o un familiar cercano tuviera una enfermedad grave, ¿cuánto estaríamos dispuestos a pagar? Probablemente la respuesta sea todo o gran parte de tu patrimonio, razón por la que muchas compañías están comenzando a desarrollar esta industria. Y si le invierten es porque le ven capacidad de retorno a medio-largo plazo.
2045, año de la inmortalidad ¿estamos psicológicamente hechos para vivir para siempre?
La esperanza de vida ha aumentado significativamente en el último siglo en el mundo desarrollado. En Estados Unidos, un hombre vivía de media hasta los 50 años en 1910, mientras que en 2010 la esperanza de vida está en los 75 años. Nuestra «fecha de caducidad» se ha pospuesto tanto, que varios científicos se han atrevido a fijar el «fin de la muerte» en 2045. Concretamente los impulsores de la Universidad de la Singularidad, fijan el 2045 como el año en el que trascenderemos y seremos inmortales.
Kurzweil, uno de los promotores y escritor de su libro en el 2005 “La singularidad está cerca: Cuando los humanos trasciendan la biología”, definía la «Singularidad» como el momento en que la inteligencia artificial supere en inteligencia a los seres humanos. En ese año, según el autor, obtendremos capacidades sobrehumanas como lograr mayores habilidades cognitivas o incluso ser inmortales.
«Vamos a ser cada vez menos biológicos, hasta el punto en el que la parte no biológica [robótica] predomine», dice Kurzweil en un vídeo en el que comparte algunas de sus visiones más futurísticas.
Sabiendo que parte de la humanidad tiene entre ceja y ceja poner punto y final a la muerte, la pregunta que queda por hacerse es si realmente estamos hechos psicológicamente para adaptarnos a la eternidad.
En la Pirámide de Maslow, que marca nuestra jerarquía de necesidades, la cúspide la ocupa el poder «trascender», justo por encima de la autorrealización.
Motivo de debate en el campo la biología, la ética y varios apartados más, el objetivo de la inmortalidad para el 2045, adquiere en este 2021 y según mi modesto punto de vista, un sesgo de desmesurado e inalcanzable. Algunas opiniones en contra de la idea de vivir para siempre, muestran el carácter pueril de algunos hechos que dan por cierto los seguidores de la eternidad.
«Creo que traducimos nuestra inmortalidad en cosas que hemos logrado continúen vivas una vez que nos hallamos marchado», dice el actor Ben Kingsley en una entrevista en la que califica como una «aspiración tonta», querer ser inmortal.
Si lo pensamos durante un momento, la gran mayoría de las obras de ficción que versan sobre un personaje inmortal, terminan mostrando la vida eterna como una condena en vez de una virtud.
Tan sólo pensemos por un momento en populares historias como la del escocés McLeod (Christopher Lambert) en ‘Los Inmortales’, o en Robin Williams en ‘El Hombre Bicentenario’, basado en un relato de Isaac Asimov.
«Si viviera para siempre, qué motivo tendría para salir de la cama si siempre hubiera un mañana, para qué molestarme», se pregunta el científico Neil de Grasse Tyson.
Los debates en el mediano plazo servirán para definir los límites en varias disciplinas ligadas a la evolución humana: genética, inteligencia artificial, robótica, biología regenerativa.
Capaz el 2045 suene utópico, sin embargo hay muchos indicios que nos muestran que el horizonte, donde exista la posibilidad de crear un ser humano (o algo parecido), con otro nivel de conciencia e indeclinable capacidad de sobrevivir, se encuentra bastante cercano y asequible (si tomamos en cuenta los miles de años de la evolución humana, quizás en un breve suspiro).
¿Quién será y cuando aparecerá nuestro primer Gilgamesh inmortal?