Maradona, ni Dios, ni Demonio !

Ese 1986 era nuestro último año en el colegio secundario. Lo arrancamos pletóricos de ganas por terminar esa etapa de nuestras vidas, disfrutando de la adolescencia a pleno, mucho compañerismo y vivencias compartidas. Algunos de nosotros queríamos develar que carrera universitaria seguir, otros en la disyuntiva de trabajar y estudiar, o sólo hacer una  de estas actividades.

Desde el inicio del período lectivo, muchos de los profesores con los cuales habíamos compartido bastante tiempo de calidad educativa, se abrieron a participar de actividades comunes con los estudiantes. Eso incluía salidas al parque, mateadas, reuniones en casa de alguno de ellos.

En lo personal había conocido a Carina, una estudiante del cuarto año del colegio, con la cual entablamos una profunda relación, que nos mantuvo unidos por espacio de dos años, período que abarcó mi servicio militar, que hice al año siguiente de haber finalizado el colegio. La profesora de formación cívica, Marta, era muy amiga de ambos, y vivía a pocas cuadras del colegio donde cursábamos. Por ello es que muchas tardes, luego de terminar la jornada educativa concurríamos a casa de ella. Mientras merendábamos aprovechábamos el tiempo para organizar la normalización del centro de estudiantes que se llevó a cabo durante ese mismo ciclo lectivo. Marta nos ayudaba con la redacción del reglamento electoral, la organización de listas y de los comicios.

En eso estábamos cuando sobrevino la ilusión de un nuevo mundial de fútbol, el de México 86.

Luego de ser campeones en nuestro suelo en el año 78, España 82 había significado un gran traspié para nuestra selección ya que en la segunda ronda habíamos perdido ambos partidos en una zona compartida con Italia y Brasil. Ese año había sido muy duro ya que además habíamos sido derrotados por Inglaterra en la Guerra de Malvinas, contienda en la cual se perdieron muchas vidas de jóvenes soldados argentinos, provocando que otros tantos compatriotas regresaran sufriendo graves consecuencias y enfermedades. Ya se avizoraba el reencuentro con la democracia que se produjo un año después.

Si bien España 82 lo tuvo a Diego Maradona, dentro del equipo dirigido por César Luis Menotti, su paso por ese mundial no fue bueno. Fue sometido a un juego muy brusco, y terminó siendo expulsado en el partido con Brasil, luego de reaccionar a una patada previa que había recibido. Su temperamento impulsivo lo acompañó dentro y fuera de la cancha a lo largo de toda su vida.

Muchos de nosotros, los futboleros de corazón teníamos la esperanza de reivindicarnos durante el campeonato mundial a disputarse en México. Sentíamos que alguien iba a liderar ese resurgimiento de nuestro seleccionado. Muchos creíamos que un Diego Maradona, en su apogeo físico y futbolístico, pudiera darle a la Argentina un nuevo título mundial.

Arrancamos viendo por TV la participación de Argentina dentro de ese mundial del 86 en casa de Marta. Debido a los buenos resultados obtenidos, seguimos por cábala compartiendo juntos todo el campeonato completo en ese lugar acogedor. El grupo de hinchas estaba compuesto por Carina, algunos de sus compañeros, un celador del colegio, Marta la dueña de casa y quien escribe. El número de entusiastas hinchas oscilaba entre siete y diez, dependiendo de las posibilidades de cada uno. Nos juntábamos media hora antes de cada partido, mate, bizcochitos y alguna pasta frola.

El gran triunfo sobre Inglaterra lo mostró a Maradona en todo su esplendor. Los amantes del fútbol jamás olvidaremos al inolvidable jugador, eximio ejecutor de una carrera zigzagueante jamás vista, que terminó desparramando medio equipo inglés, para convertir el mejor gol de todos los mundiales de fútbol, dejando sin chances a un arquero que pareció sentir como irreal ese momento. La mano de Dios, el primer gol convertido por Diego ese día, quedo eclipsado por una creación inigualable, un hechizo mágico de uno o varios genios juntos que se habían escapado de una lámpara. Ya con ese triunfo sobre la superpotencia que nos había doblegado en ultramar, el pueblo salió a festejar a las calles. Diego era aquel que, con su zurda privilegiada, había puesto de rodillas a los ingleses, nuestros enemigos acérrimos, los ladrones de nuestras islas y asesinos de nuestros jóvenes soldados.

La final con Alemania significó su consagración definitiva como ídolo popular. Ese exquisito pase final para la escapada de Burruchaga que convirtió el 3 a 2 definitivo sobre Alemania, sólo podía ser ejecutado por un iluminado petiso, dueño de una precisión, ritmo, aceleración, pausa y visión de juego reservados para pocos seres humanos en la faz de la tierra.

La imagen del capitán del equipo Diego Maradona besando esa copa es una de las fotos más emblemáticas de la historia de los mundiales. Ese recordado momento se grabó en nuestras retinas, provocando un cosquilleo cada vez que lo rememoramos. Ese día los festejos fueron como una liberación de tensiones, un anhelo argentino hecho realidad, una imagen magnificada de que se podía triunfar nuevamente, con toda Argentina rendida a los pies de un dedicado y comprometido concertista, que vestía nuestra camiseta celeste y blanca.

Durante Italia 1990 Argentina no pudo revalidar el título, perdiendo una polémica final con Alemania, habiendo dejado antes en el camino a Italia y a Brasil. Ese match final lo tuvo a un Diego protagonista, lesionado e infiltrado para poder jugar.

Lo que sigue nos muestra la declinación física y futbolística de nuestro eximio jugador, que fue expulsado del mundial de Estados Unidos del 94, por un dopaje confirmado.

En lo personal no he vuelto a observar a ningún jugador de fútbol que revelara en cada movimiento dentro de ese rectángulo de 100 x 70, la pasión y el compromiso por la pelota, ni que hablar del sentimiento arraigado por los colores de nuestra camiseta.

El Diego persona recogió afecto y amor en cantidades equiparables al rechazo y el encono. Polémico, llano, sencillo, no tenía medias tintas a la hora de opinar, profesar cariño o manifestar enojo.

El Diego futbolista pagó algunas consecuencias por su espíritu combativo y denunciante de situaciones poco claras en los manejos de la organización mundial del fútbol.

Enfermo muchas veces, recuperado de la muerte por un pelito, apremiado por sus públicas adicciones, el personaje le fue ganando a la persona, derivando en su temprana desaparición física a la edad de 60 años.

El Diego persona asumía las equivocaciones del Diego personaje, que por momentos se creía inmortal, ese ídolo que fue aprovechado muchas veces para fines políticos, económicos o publicitarios.

Ni Dios, ni demonio, sino una persona humilde que profesaba mucho amor por su familia, sus amigos, sus hijas, y por su suelo, que se convirtió en un personaje difícil de manejar para esa persona de gran corazón que siempre llevaba consigo, y que al final quedó profundamente escondida, salvo en los sentimientos de otros seres humanos que lo quisieron y lo conocieron con sus aciertos y errores, con sus luces y sus matices oscuros.

Por ello, quiero despedir hoy a la persona que fue un gran futbolista, que nos alegro el corazón cuando engañó con su gambeta endiablada al equipo de la Reina de Inglaterra y su principito.

Por ello, no vale la pena ahondar en el personaje que algunas veces opacó a la persona, porque como el mismo dijo: «si a alguien le hice mal fue sobre todo a mi mismo».

No tuvo pretensiones de ser el ejemplo para nadie, a veces la persona le pedía a su propio personaje y a los que vivían de él que les dejarán vivir su propia vida.

Los abrazos y los festejos compartidos, cuando fuimos campeones del mundo gracias a él, tienen ese sabor especial, parecido a beber agua en el desierto.

Ni Dios, ni demonio, un ser humano con luces y sombras que era feliz jugando al fútbol.

Gracias por los momentos de alegría que nos hiciste pasar.

Quedarás en el cariño de todos los que amamos a la celeste y blanca.

Hasta siempre Diego !

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