El fin de semana nos regala un cielo bastante límpido, como hace mucho que no disfrutábamos. Las últimas lluvias han calmado algo la sed de la tierra, que aún con necesidades insatisfechas, nos empieza a regalar colores más llenos de vida. El viento vuelve a encontrar resistencias propias de la primavera, frenando su impulso en hojas verdes, renovadas y vigorosas.
El coronavirus nos sigue acosando con invisibles amenazas y golpes directos en los lugares más sensibles, impidiendo la afectividad acostumbrada, provocando pérdidas humanas y obstaculizando las actividades.
La situación de cada persona respecto de este escenario impensado para este año, las predispone emocionalmente a transitar distintos estados de ánimo. La posibilidad de poner conciencia para amortiguar las emociones ante la difícil coyuntura depende de varios factores internos y externos, que están dentro y fuera de nuestra esfera íntima, pero muy ligada a nuestras relaciones. Nuestra red de relaciones y contactos de todo tipo es importante para mitigar los resultados negativos de esta crisis, creando oportunidades por la complementación exitosa de ideas y proyectos en pos de…
La red de relaciones abarca a las familiares, de amistad, laborales, vecinales, de actividades comunes, de esparcimiento, de deportes, de estudios, de tarea específicas, de padres del colegio, sólo por citar las más comunes. La novedad es que normalmente cada una de ellas tiene su espacio para comunicación, información, compartir novedades. Ese espacio que ante alternaba contacto cara a cara, con grupos de Facebook, WhatsApp, u otros, ahora y debido a la pandemia ha quedado limitado en su gran mayoría a estas últimas instancias de virtualidad.
La facilidad de crear grupos en redes y fundamentalmente en WhatsApp, que ahora agrega la posibilidad de llamadas grupales, más la proliferación y masividad de uso de herramientas de reuniones virtuales como zoom, ha generado una multiplicación exponencial del tiempo que dedicamos a estar conversando, discutiendo y debatiendo.
Por momentos parece que la vida misma pasara de pleno por las redes, de modo tal que cuando no tenemos señal de internet, o se cae algún programa nos sentimos en cierta manera desconectados y ansiosos por saber que pasa del otro lado.
La dificultad mayor surge cuando pretendemos reemplazar una reunión o comunicación en persona, entre varias personas por un encendido debate por WhatsApp.
Resulta, al menos para mí, impracticable poder seguir un tema de conversación por ese u otros medios electrónicos, cuando se pretender debatir o decidir algo, donde necesariamente se necesita un ordenamiento mínimo, pedir permiso para hablar, un moderador, que todos los argumentos sean escuchados.
Los malentendidos, los tonos altos, las agresiones surgen como reguero de pólvora, cuando pretendemos imponer ideas, consejos, juzgamos fácilmente y queremos tener la razón.
Muchas veces no se percibe un hablar responsable por redes. Lo que no nos animamos a decir en persona, se dice sin ningún prurito por los grupos, generando que la red de relaciones se resienta, se generen conflictos personales, se obstaculice llegar a acuerdos necesarios y positivos.
Sobrevienen los enojos, personas que abandonan los grupos, mensajes privados criticando a tales y cuales, conversaciones paralelas que no llegan a ningún sitio, calumnias y juicios infundados que no aportan nada sino sólo el hecho de salir victorioso o mejor parado en una discusión que no lo es tal. El tiempo, que es muy valioso, se pierde segundo a segundo en mensajes, respuestas, lecturas, audios, que no son más que interpretaciones personales y de ninguna manera verdad develada.
A la situación de crisis derivada de este virus impredecible, donde nuestras relaciones sociales son el soporte clave para generar una mejora de nuestras condiciones, y nos permiten dar una pelea mancomunada y superar la adversidad, le sumamos contiendas estériles en redes sociales, que son una de las pocas maneras o medios que disponemos para organizar cosas a la distancia, disminuyendo el contacto, vital para minimizar el riesgo de multiplicar los contagios.
He sido testigo esta semana de un hecho lamentable, donde una persona fue acusada de inhumana por no haber manifestado dolor por el fallecimiento por covid 19 de una persona, sin ni siquiera haber escuchado sus argumentos de porque no lo hizo cuando otros pensaban que era correcto hacerlo. Este tipo de acusación derivó en que esta persona a la cual destaco por sus virtudes humanas, aclarara el porque de su decisión y optara por irse de ese grupo en particular, debido a que se sintiera irrespetado y menospreciado en su condición.
La solución que muchos encuentran para no discutir es poner límites acerca de los temas que se pueden hablar y los que no. De no ser así, los grupos de vinculación se van concentrando en personas que piensan de igual manera, ya que los otros se terminan yendo.
La consecuencia final es que los debates que necesitamos dar para superar las adversidades se diluyen, porque las diferencias o pensamientos distintos no son aceptados, sino más bien combatidos, criticados sin sustento, erradicados de raíz. Las grietas del pensamiento se van acrecentando, provocando facciones bien diferenciadas que parecen no tener ningún punto en común.
Los grupos de comunicación no cumplen algunas veces una función social definida, ya que finalmente no terminan sirviendo para promover la socialización sobre objetivos y proyectos comunes y superadores. Terminan constituyendo en cierta medida un cúmulo de información a la cual accedemos, pero que no nos permite profundizar acerca de aspectos esenciales de convivencia y acordar sobre ellos.
Aprender de malas experiencias respecto de los mensajes y comunicaciones en redes es esencial para saber cuál es la utilidad concreta que le podemos dar.
En lo personal he tratado de mantener una comunicación responsable y cuidada en los grupos a los cuales pertenezco, pero en mayor o menor medida todos hemos caído en la tentación de escribir sin filtrar nuestros estados de ánimo y emociones que atravesamos.
La heterogeneidad y disparidad de pensamientos nos hace únicos e irrepetibles, pero asimismo el seguimiento de valores como el respeto, la palabra cuidada, aunque plena, la empatía, la solidaridad, la humildad y la benevolencia, nos dan la posibilidad de establecer comunicaciones sanas, inclusivas, para conformar grupos de relacionamiento fuertes y con posibilidades de construir y edificar nuevas ideas y propósitos comunes.
La pregunta que debemos hacernos es como transformar en social una red de comunicación del tipo que sea, no por el mero hecho de que sea accesible a los socios, sino porque nos permita una mejor socialización.
Las ventajas de poder comunicar todo lo que se nos ocurre en muchos lugares a la vez, casi de manera instantánea, no nos tiene que hacer perder de vista que puede ser al mismo tiempo un mecanismo para acrecentar las diferencias, faltar el respeto y provocar ofensas irreconciliables, sino consideramos la responsabilidad, el compromiso y el cuidado que tiene que contener lo que manifestamos.
Los grupos y las redes son una herramienta, no la vida misma.
Al menos esa es mi opinión basada en los argumentos que fui explayando en este escrito.
¿Cuál es tu opinión?
¿Qué lugar ocupan las redes sociales en tu día a día?
¿Te relacionas responsablemente dentro de ellas?