La mañana había arrancado algo movida. Llamadas desde bien temprano para coordinar diferentes eventos laborales y personales.
El sol presagiaba una presencia rutilante, aportando calor a ese jueves 27 de agosto de 2020.
Las jornadas son únicas e irrepetibles. Encierran matices distintos y particulares que las diferencian como huellas dactilares.
La llamada de Eugenia mi esposa me resultó rara, su voz entrecortada por las lágrimas, lo terminó de confirmar:
«Creo ha fallecido mi Papá».
Los castillos cuando se derrumban a veces sólo producen un gran estrépito interior.
Así nos sentimos en ese breve instante donde no hay lugar para nada más.
Cuando sobran las palabras, sólo quedan los sentimientos.
Rodolfo, con casi ochenta años, había sucumbido súbitamente. Una mezcla de depresión, encierro, imposibilitado de socializar, se sumó a una decadencia física y mental producto de viejas afecciones. Un combo determinante, muy negativo para una persona amena y sociable.
La pandemia y su gestión, causan estos efectos en las personas mayores que quizás no se están viendo como un problema real. Miedo, indefensión, angustia desmedida, son componentes que conviven con nosotros pegando muy fuerte a edades avanzadas.
Quedaron los cafés a los que asistía preguntando por aquel hombre que repetía historias y hablaba de su familia y sus queridos nietos. El diario de papel que leía todos los días perdió una de sus más fieles seguidores. Las biromes que usaba para marcarlos tendrán un momento de descanso de esas manos que escribían comentarios.
Abuelo Papi como lo llamaron mis hijas mellizas desde pequeñas, pertenece a los corazones de quienes compartimos con él innumerables momentos.
«Yo soy descendiente de vascos franceses por un lado y raíces indígenas por el otro», solía comentar entre risas, este puntano que supo ser jugador de futbol, defensor para más datos. Las fotos de su partido en Uruguay con el Banco Nación eran su gran tesoro. Allí mostraba a alguno de sus amigos, mientras se señalaba. Este era yo, el número 6.
A todos con ironía les preguntaba:
«¿vos las ves parecidas a mí a estas chinitas rubias?»
La inmortalidad existe en el momento desde el cual se comparten historias, pero sobre todo cuando antes de decidir algo te preguntas:
¿Qué hubiera hecho Rodolfo en este caso?
Un abogado que se recibió trabajando, con mucho sacrificio, superando un grave accidente después del cual tuvo que aprender a hablar y caminar de nuevo. Profesional intachable, humanamente considerado y protector. Sabiendo de las dificultades que tienen las personas para acomodarse en la vida, le dio cobijo primero a su hermano Juan y luego a sobrinos y sobrinas para que pudieran vivir en su casa mientras estudiaban en Córdoba.
El ayudó a tanta gente sin más expectativa que la de servir y poder brindar lo que tenía.
Una persona de fierro para sus amigos ,familiares, vecinos , fue un soporte para todos ellos.
Nunca se adaptó a la tecnología porque no era para él, que prefería el contacto y las conversaciones. Cuando hace unos diez años no pudo manejar más, empezó a dar largas caminatas, por la ciudad de Córdoba y por su querido Valle de Anizacate. Un gran bajón el de no manejar porque él siempre era materia dispuesta para acercar a alguien a dónde fuera, sin importar horarios e incomodidades.
Cuando hablas con las personas que lo conocieron, todas lamentan su partida, muchas de ellas te repiten:
«Un hombre bueno, honesto, transparente, correcto y sencillo como pocos».
El conjunto familiar y de amigos ha sido impactado por esta repentina partida.
Rodolfo el que escuchaba música de folclore con la radio a pilas ya no estará físicamente con nosotros. Una última canción de sus queridos Fronterizos le sirvió de guía para encarar su más larga y definitiva caminata. Nos regaló algunas poesías camperas que él escribía a su manera.
Habita desde ahora ese mundo de conversaciones, palabras de aliento y ausencia de juicios infundados. Ese era él, incapaz de accionar con maldad, premeditación o interés.
Osvaldo su consuegro muy emocionado nos dijo:
“Jamás lo escuché hablar mal de nadie. Para mí el simbolizó la pureza humana en su máxima expresión”.
Las desapariciones de este mundo no son nunca temporalmente correctas, ya que quedan cuentas pendientes, proyectos frustrados, determinadas cosas que no se dijeron, anhelos no concretados , expectativas propias y de otros que no se cumplieron.
Sin embargo, cuando repensamos el balance general ahí aparece su dimensión humana que termina por develar un hombre íntegro, casi sin máculas, al que el encierro terminó de condenar a la soledad y la tristeza.
«Rodolfo, cuando me abriste las puertas de tu casa, traje pescado para las brasas y vos como criollo que eras, pusiste la tira de costilla». Un detalle gracioso del cual nos reiríamos tantas veces, ya que después compartiríamos el futbol, los asados con vino tinto y el amor de Eugenia tu hija.
Nos acompañaste con Coqui tu esposa, en visitas prolongadas a donde el destino familiar nos iba llevando: Bahía Blanca, Cipolletti y Rio Cuarto. Marcaste presencia de amor con tu hija a donde ella fuera con nuestra familia.
Por eso y tantas cosas más seguirás tan presente en nuestros corazones, con tu nobleza y tu don de gente.
No quiero extender mucho más este pequeño homenaje a una gran persona.
Agradecer infinitamente a los que estuvieron acompañando a la familia pese al COVID.
El blog de este domingo es muy personal. Lo escribo quizás de forma egoísta, dejando de lado muchas delicadezas técnicas de la escritura, pero es lo que me hacía falta para superar el dolor y la ausencia. Prefiero darle rienda suelta a este sentimiento de añoranza que necesitamos recuperar como tantos otros más en este período de insoportable confinamiento.
Abuelo Papi, tus acciones valieron más que mil palabras.
En el firmamento fulguran estrellas de todo tipo. La tuya estaba reservada desde hacía mucho tiempo.
Brilla con la “B” de bondad, benevolencia, mezclando la “P” de prudencia, paz, para finalmente destellar la “I” de integridad e inmortalidad.
Capaz no podamos abarcar aún la verdadera dimensión de tu trascendencia porque somos muy limitados, pero sí podemos reconocer la grandeza de tu humildad y hombría de bien.
Abuelo Papi te vamos a extrañar.
Lo mejor de ti quedo para siempre en nosotros.