Desnudar el alma !

Hacia fines del siglo XVIII los acordes musicales de Mozart aún mantenían a Europa cautivada. Las genialidades del eximio compositor se creían insuperables. En un mundo amedrentado y diezmado por las guerras, hambrunas y pestes, los músicos hacían lo imposible por trascender y mostrar otro rumbo.

Durante el año 1770, en el seno de una familia muy humilde, de raigambre campesina, aunque habituados a la música, nacía en Bonn, Alemania, Ludwig van Beethoven. La combinación, entre el hecho de que su padre percibió en él habilidades notables para el delicado arte de la música, con la necesidad de lograr un mejor sustento económico, pusieron a Ludwig, desde pequeño, bajo una sostenida presión por transformarse en un músico de renombre. Tan temprano, como a la edad de siete años, el infante Ludwig animaba en Colonia, tertulias, eventos familiares y sociales de la alta cultura aristocrática, clerical y de las cortes.

La historia de los músicos acumula éxitos y fracasos, mecenas que van y vienen, reconocimientos y desaires, apoyos económicos, fama y ruina. De hecho, Mozart, aquel que supo ser el creador musical más exitoso y reconocido, murió en la más absoluta pobreza. Beethoven, no escaparía a los designios trascendentales, que vienen acompañados de múltiples sinsabores.

Algunas crónicas se refieren a un encuentro breve, entre un Mozart en retirada, con un adolescente Beethoven. Luego de ese mutuo y corto conocimiento, el aclamado artista, habría manifestado claramente, que «el novel artista Ludwig dejaría un legado superior al suyo».

Hubo de trasladarse, transitar y vivir mucho tiempo en la capital de la cultura de la época, la ciudad de Viena. En esa cuna hacedora de talentos, donde residiera por primera vez a la edad de 17 años, el novel creador encontraría las mejores condiciones para desarrollar su calidad compositora, esa íntima visión filarmónica. La carrera de Beethoven no fue meteórica, ya que recién a la edad de 30 años presentó en público, su primera de nueve sinfonías.

Según los amantes y conocedores de la música, la genialidad de Beethoven no puede explicarse por la complejidad o exquisitez, ya que sus tonos musicales anodinos, y sus creaciones, basadas en la combinación general de cuatro notas, con una sola relevante, situadas de manera aislada, lo transformarían en un mediocre compositor. Sin embargo, la simbiosis perfecta de esos elementos simples, ubicados en los momentos justos, con los compases e instrumentos adecuados, constituyen obras maestras, pletóricas de vida. Son tan exquisitas, espirituales y profundas, que algunos llegaron a decir, que sólo a través de una conexión directa con Dios, se podría lograr semejante inspiración creativa.

Cuando uno observa la temática de las nueve sinfonías, lo que ellas revelan sin embargo, además de la elevada clase y perfección musical, es algo mucho más profundo: «Beethoven nos muestra su vida, que podría ser la vida de cualquiera de nosotros, aún varios siglos después».

El músico, expone en cada una de sus composiciones más conocidas, la indescriptible sensación de estar vivo:

«Aquí vengo yo, esto es lo que soy, lo que voy transitando».

Hagamos un repaso:

Su primera sinfonía, nos vincula a la necesidad de protección y cuidado, que tenemos desde niños. La búsqueda incesante de que alguien nos apadrine y cobije con esa contención emocional que nos amortigua.

La segunda, nos muestra a un joven y pujante Beethoven (tengamos presente que las sinfonías se iban escribiendo y podían presentarse en público, varios años o incluso décadas después) ya instalado lejos de su familia. Como casi todas, está también fue dedicada a un príncipe que le proporcionaba el requerido sostén económico.

La tercera, algunos dicen la más famosa, denominada La Heroica, hace referencia a la figura de Napoleón como el salvador que todos esperaban. Produciendo un concepto nuevo en el estilo musical, trasciende los límites hasta entonces conocidos. Nos relaciona con ese valor humano compartido que nos permite seguir adelante: «la esperanza». Luego sobrevendría la autoproclamación de Napoleón como emperador, hecho por el cual Beethoven manifestaría su voluntad de destruir su obra, por sentirse estafado y sumamente defraudado.

La cuarta, nos trae de regreso a su juventud, a las fuentes, un respiro después de la tercera. La perfección del año sabático.

La quinta sinfonía, escrita cuando tenía unos cuarenta años, nos refleja su furia creativa, producto de las guerras napoleónicas en su apogeo. Viena está invadida, Europa conquistada. Encierra una terrible angustia por esta situación, sumada a su sordera que crece día tras día.

La sexta, denominada la Pastoral, fue compuesta en simultaneo, con la quinta. El contraste es tan marcado, producto de que, de la desazón y enojo de la quinta, en la siguiente se transforma en la dulzura, el lirismo y romanticismo de la naturaleza, de la presencia de arroyos, pastores, ruiseñores, codornices y cucos. Algunos pastores aparecen encadenados, como un hecho denunciativo y lastimoso.

La séptima, fue descripta varios años después, como un himno a la danza, un presagio para lo que vendría y completaría después con sus octava y novenas sinfonías.

La octava, despierta alegría y desenfado, a una edad madura del compositor. Se contradice con el sufrimiento que le provoca alejarse de su más preciado amor, además de distanciarse de su hermano. Una etapa oscura donde amenaza con su posible suicidio, debido entre tantos contratiempos, a no soportar en absoluto su casi total sordera. Es esta realización, una completa reacción de supervivencia, necesaria en este período sumamente sombrío.

La novena sinfonía, llamada «La Coral», es su última muestra de su gran carácter de aprendiz, aún siendo ya un maestro consagrado. Resulta ser la más difundida del autor, y la que lo sitúa a la postre como un genio musical. La produce estando totalmente sordo , con graves problemas físicos y de salud. Imaginemos por un momento, escribir partituras, impedidos de oir, sin poder escuchar lo que se escribe. Fue solicitada por la Sociedad Filarmónica de Londres,y basada en el Himno a la Alegría de Schiller. Estrenada en Viena, con poco público presente, fue ovacionada. Ludwig, estaba en el auditorio, emocionado por su música, aún sin poder oírla. Tuvieron que avisarle para que agradeciera a los presentes, cuando seguía imaginando los sonidos, sin darse cuenta que la presentación había concluido, y la gente lo vitoreaba.

El gran legado de la novena, quiso ser igualada por otros trabajos de músicos contemporáneos, pero ninguna tuvo el éxito de la persona, cuyo apellido significaba en el idioma flamenco originario: “campo de remolachas”.

A los 56 años, moría en compañía de su hermano y de su cuñada. Habiendo tenido grandes problemas de salud, crónicos a lo largo de su vida, pudo desarrollar una existencia plena, apasionado por su gran amor: la música. Personalidad algo antisocial, tímido, con cierto apego a la tristeza, opuesto a la autoridad y el sistema de clases sociales. Todo eso se mostró en su obra, sin esconder nada.

Ningún otro músico, pudo retratar a través de sus creaciones la naturaleza del ser humano, en nueve grandes capítulos, que hacen vibrar y emocionar al más fuerte.

DESNUDAR EL ALMA Y ENTREGARLA POR COMPLETO.

De eso se trata, Ludwig.

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