A lo lejos se divisaba una polvareda. Fijando mejor la vista, era posible distinguir pequeñas figuras que emergían, cuasi olas naranjas, de esa indescifrable danza de cuerpos entremezclados.
Una voz. De nuevo la misma voz, solicitando que pararan el juego y se acercaran.
El pedido tuvo efecto luego de varios minutos, mientras algunos aún se empeñaban por seguir la trayectoria del balón, más allá de cualquier indicación en contrario.
Finalmente, el profesor Guillermo, nos pudo juntar a todos alrededor de él. Teníamos ocho años de edad y estábamos en tercer grado de la escuela primaria.
Chicos, escuchen por favor: de esta manera no se juega al futbol. Necesitamos ordenarnos en el campo de juego, asumir distintos roles, y trabajar juntos divididos en dos equipos.
Acto seguido, el profe nos otorgó distintas funciones, de acuerdo a habilidades y destrezas físicas detectadas, en el indescifrable torbellino anterior.
Los dos más altos ocuparon sendas plazas de arqueros, los menos habilidosos y fuertes fueron designados como defensores, al medio campo los de mejor manejo de pelota, los más rápidos y decididos como delanteros. La función de capitán y líder de los equipos, recayó en dos compañeros, los cuales el profe consideraba los más pensantes y equilibrados.
Ya más ordenados, esa mañana de primavera soleada, volvimos al campo de juego. Nos costaba sobremanera, refrenar el impulso de ir todos tras el balón. De tanto en tanto, volvíamos a generar el impetuoso remolino, pero ahora había más jugadores atentos a la voz del profesor, que nos requería: ¡vuelvan a sus posiciones!
Guillermo oficiaba de organizador y árbitro al mismo tiempo, para lo cual tenía un silbato bastante potente.
Empezamos a practicar con regularidad, dos veces por semana.
Cada vez menos con menos frecuencia, se generaban esos lapsus de persecución alocada y desaforada por la pelota.
Cerca de fin de año, los dos equipos habían logrado entender el juego. Guillermo, nos entrenaba en cuestiones básicas de la táctica y disposición para jugar.
Se competía sanamente, se ganaba y se perdía regularmente, debido a los aciertos y errores propios y ajenos.
Los gritos y festejos de gol eran habituales, acompañados de golpes y contusiones normales de la actividad física.
El juego brusco o malintencionado, no muy habitual, era castigado con suspensión de semanas sin jugar.
Su majestad, el balón de futbol, al principio invisible detrás de cuerpos y energía mal empleada, viajaba elegante de una posición a otra, elevado, rasante, impulsado por las zapatillas o las cabezas.
Los interpretes de la sinfonía, unos con camisetas naranjas y los otros azules, habían adquirido cierta maestría, para que la pelota fuera armónicamente bien tratada y distribuida.
Al año siguiente, continuamos con los entrenamientos, para poder competir desde mitad de año, en una liga de fútbol infantil.
En ese primer campeonato, tuvimos una consecución de resultados apenas aceptable.
Al año siguiente nos fue un poco mejor.
La pelota de futbol, nos resultaba más amigable. Alguno de mis compañeros la manejaban con cierta exquisitez y marcada destreza.
Por analogía, en distintos ámbitos podemos distinguir situaciones similares.
Los elementos son comunes:
Individuos, equipos, medios, disposiciones, reglas, orden, planificación, comunicación, habilidades, sumadas o multiplicadas para lograr algo.
Regresa a mi mente, la imagen del principio del relato, de esa pelota sumamente anhelada, escondida y maltratada.
En cualquier proceso que llevemos a cabo, opino que nos urge responder una pregunta concreta:
¿Cuál es la pelota?
Como aquello que tiene que ser el foco central y decisivo de lo que estamos haciendo.
Ponernos de acuerdo y reconocer la pelota resulta ineludible e insustituible.
A medida que transitamos el proceso, de la naturaleza que sea, además de distinguir cuál es la pelota, la tenemos que tener el mayor tiempo posible de modo reconocible, gestionable y accesible a todos.
La segunda pregunta concreta, por lo tanto, es:
¿Dónde está la pelota?
Para anotarse un tanto, la pelota debe cruzar la línea de meta.
Parece algo tan sencillo, pero para alcanzarlo se requiere un juego de equipo, apartado de vanidades personales, comprometidos con las funciones que nos tocan, respetando al otro, valiéndonos de las fortalezas, y cubriendo las falencias derivadas de las debilidades transitorias.
Decidir cómo, cuando, a quien, y para qué tenemos que pasar la pelota, es una práctica que se entrena. Alguno tiene la función de parar la pelota y transformarse en el distribuidor del juego, asumiendo un rol de liderazgo sumamente necesario.
En ocasiones hay que aceptar que no siempre la pelota estará en tus pies, o ni siquiera del lado de tu equipo.
Aprovecho para preguntarte:
¿En qué procesos estás inmerso?
¿Cuál es y dónde está la pelota?
Hay esquemas que naturalizan la polvareda. Los responsables de construirlos, perdemos de vista la importancia de tratar de mantener un ambiente lo más claro y despejado posible.
Corregir esta situación, es un antes y un después para cualquier proceso, donde se necesiten consensos para lograr objetivos comunes, elementales como anotar un gol.
Para culminar y relajarnos un poco, algunos chistes vinculados:
Va el 1:
El diablo visitó a san Pedro y le pregunta:
– ¿Por qué no hacemos un partido de futbol entre el infierno y el cielo?
San Pedro con una sonrisa.
– ¿Cree usted que tiene la más mínima posibilidad a ganar? Todos buenos jugadores de fútbol están en el cielo: Pelé, Beckenbauer, Charlton, Di Stefano, Müller…”
El diablo le devuelve la sonrisa.
– No te preocupes, tenemos todos los árbitros!
Va el 2:
Un árbitro entra en un campo de fútbol y ve a todos los espectadores con una escopeta en la mano. El árbitro le pregunta a un hombre:
-¿Por qué va todo el mundo con una escopeta?
El hombre le responde:
Es que cuando gana el equipo lo celebran disparando hacia arriba.
Y el árbitro vuelve a preguntarle:
Y si pierden?
El hombre le responde:
!!Nada, todavía no se ha dado el caso!!
Va el 3:
Un hombre tenía boletos para la final del mundial de fútbol.
Cuando se sienta, otro hombre se acerca y le pregunta si está ocupado el asiento junto a él.
– No, está desocupado.
Asombrado el otro dice:
– Es increíble, ¿quién en su sano juicio tiene un asiento como éste para la final del mundial, el evento más grande del mundo, y no lo usa?
El hombre lo mira y le dice:
– Bueno, en realidad el asiento es mío. Lo compre hace dos años. Se suponía que mi esposa me iba a acompañar, pero falleció. Éste es el primer mundial en el que no vamos a estar juntos desde que nos casamos en 1982.
Desconsolado el otro dice:
– OH! Qué pena oír eso. Es terrible. ¿Pero, no pudo encontrar a alguien más? ¿Un amigo, o pariente, incluso un vecino para que usara el asiento?
El hombre niega tristemente con la cabeza mientras dice:
– No….. están todos en el velorio.