Este fin de semana viene recargado de luminosidad. El benévolo invierno austral, se ha asociado por estos días, con un imaginario barredor de nubes y un pintor al que sólo le gustan los azules. El resultado es este clima maravilloso, hospitalario, con poco viento y algo de calorcito, que invita a disfrutar del aire libre.
No son pocos los recuerdos, que tengo de inviernos más crudos.
Cuando era pequeño, a la hora de la fría siesta, solíamos comer batata dulce cocinada en el horno de leña.
Tío Marochi era el hacedor de tamaña exquisitez.
La ceremonia comenzaba con el fuego, que transformaba en brasa la madera de duraznos y ciruelos de la poda. Con el horno caliente, los preciados tubérculos eran puestos por espacio de una hora al calor del horno. Una vez cocidos, Marochi las repartía en las manos de los niños y niñas presentes, envueltas en trapos para evitar las quemaduras.
Las batatas ya listas, eras abiertas con sumo cuidado, usando nuestros dedos. El placer era degustar el riquísimo contenido. El sabor de esos apetitosos bulbos asados, me resulta aún hoy incomparable.
El ritual se repetía varias veces durante la temporada de las escarchas.
Nosotros, éramos muy felices, colaborando con las tareas que involucraba la actividad.
Marochi nos enseñaba y nos cuidaba.
Hablaba poco, y hacía mucho. Su gran recompensa, era escuchar nuestros diálogos, y disfrutar de nuestra presencia, mientras comíamos.
Lo estoy viendo, sentado en esa silla de madera antigua, manos callosas sosteniendo el mate, receptando frases inverosímiles y riendo con nuestras ocurrencias.
Todo esto transcurría debajo de la higuera, donde ubicábamos nuestras sillas bajitas, al lado del horno.
Momentos mágicos, irreemplazables por su esencia y contenido.
El condimento especial de las batatas era el amor que Marochi nos profesaba.
Ese ángel de espaldas anchas, sonrisa generosa, y manos laboriosas, nos amaba incondicionalmente.
La ternura que ponía en cada una de sus cocciones no tenía parangón.
El humor y las frases divertidas las poníamos nosotros. El clima propicio se generaba con la espontaneidad propia de la infancia.
Los enojos y frustraciones que a veces traíamos, resultaban incinerados en el fuego ceremonial.
Estoy buscando una palabra que se asemeje al Amor y lo contenga.
Creo que mi indagación puede resultar infructuosa.
Del mismo modo, trato de explorar algo que se asemeje al Buen Humor.
De nuevo, es probale fracase en el intento.
Las tardes invernales resultaban sumamente acogedoras por el amor y el buen humor.
El poder de la buena onda, nos ponía en otra sintonía.
Pienso en muchos de los problemas que podríamos evitar, haciendo la mejor composición que nos salga, de amor y buen humor.
¿Podemos aprender a conservar todo el tiempo que podamos, nuestra risa de niños?
¿Habrá que aprender a reírse más de uno mismo?
¿A todo nivel, es necesario generar más espacios para disfrutar del amor y el buen humor?
Como es habitual, lamento decirte que no tengo las respuestas.
Uno trata de equilibrar trabajo, familia, intereses, estudios, dedicaciones, compromisos con el tiempo disponible.
¿Son el amor y el buen humor asociados, la amalgama que suavice la presión y las responsabilidades, posibilitándonos un tiempo de mayor calidad?
La propuesta puede ser constituirse en un primer actor, o al menos actor de reparto, en esta película cotidiana que nos toca vivenciar.
Un actor que se brinde desde el amor y el buen humor, para mitigar la ansiedad, la depresión y otros males.
¿Cómo andas de amores y buenos humores?
Algunos chistes, que nos sirven de cierre.
Número 1:
¿Crees en el amor a primera vista o vuelvo a pasar?
Número 2:
Sabes querida, cuando hablas me recuerdas al mar.
¡Que lindo mi amor! No sabía que te impresionara tanto.
¡No, si no me impresionas, me mareas!
Número 3:
Me voy a comprar algo fundamental.
¿Qué cosa?
Un gorro, jajajaja.
Funda-mental. ¿Lo entendiste?
No te vayas, no tengo amigos.
Número 4:
¿Doctor, que hago para adelgazar?
Basta que mueva la cabeza de derecha a izquierda y de izquierda a derecha.
¿Cuántas veces?
Todas las veces que le ofrezcan comida.
Número 5:
¡Papá me pican los mosquitos!
Pues apaga la luz.
La apaga y entran dos luciérnagas.
Papá. ¡Ya me están buscando con linternas!
Que bueno Marcelo, yo también comía batatas al horno a la siesta cuando mis padres dormían . Las cortabamos, le agregabamos chorritos de leche y con cucharita las íbamos comiendo. Me transportarse a mi niñez, parte en Córdoba, parte en Río IV. Tenés esa facilidad..
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Gracias Pablo. Como me alegra compartir costumbres y vivencias.
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