De niños los mirábamos pasar. Apenas cambiaban de vestuario. Él con una chaqueta verde, y ella camisa y elegantísima falda, hasta debajo nada más y nada menos que de la rodilla. Ella venía de un tiempo de faldas largas. Parecía aún más esbelta de lo que era. Él parecía conducirla por todo el paseo sin parar de hablar; ella sólo escuchaba sonriendo con la mirada puesta en la acera. En realidad era ella la que lo conducía.
En las ciudades pequeñas, como en la que yo nací, lo mismo que en los pueblos grandes, los secretos se guardan en voz alta. La continuidad de los rumores se vuelve una señal de identidad y de leyendas.
Aquel rito lo contemplábamos todos los sábados por la tarde. Ningún otro día de la semana volvíamos a verlos así. Porque cualquier otro día de la semana, él no salía y ella se dejaba ver con otro hombre y unos niños que parecían suyos. A veces, el hombre de los sábados, la tomaba del brazo, por encima del codo, mientras hablaba sin parar. Lo curioso era que, al acercarnos (niños disimulando un juego alrededor de aquel paseo), no captábamos nada. No podíamos escucharlo, como si a través de las palabras y del ligero roce del brazo se hubieran creado un mundo para ellos mismos, insonorizado del exterior. Para nosotros, sólo quedaban los gestos, la plena seguridad que entre los dos lograban entenderse a la perfección.
Una vez, un amigo me dijo que tal vez ella era sorda. Pero si lo hubiera sido, lo habría mirado a él y no al asfalto, durante todo el paseo. La piel tendría que haber sabido transmitir los mensajes del hombre para que fuera posible. Yo creía que aquello se trataba de pura magia. Pero una magia muy simple: una mujer y un hombre que vivían dos vidas; la de los sábados y la de los otros días de la semana, y ambas igualmente posibles.
Les preguntamos muchas veces a nuestros padres sobre aquella extraña pareja, pero no parecían reconocerlos por nuestra descripción. O en toda la ciudad se guardaba el secreto que había entre ellos. No podía ser que no supieran de quiénes se trataban. Eran de edad madura, y allí todo el mundo se conocía entre sí. No podía tratarse de fantasmas.
Una tarde decidimos seguirlos hasta el final del paseo, pero en algún momento se esfumaron: otra vez la magia. Sin embargo, nuestra curiosidad tuvo una pequeña recompensa.
Creo que fue la mamá de un amigo la que nos reveló finalmente el secreto. Se trataba de dos antiguos novios que desde el tiempo que se conocieron, nunca se habían atrevido a ir más allá de los sábados por la tarde. Eran extranjeros. Él austriaco, ella francesa. Llegaron de pequeños a mi ciudad durante la segunda guerra mundial. Contaban que él dejó embarazada a una muchacha, con la que se casó más tarde. Otros rumores hablaban de que simplemente no se atrevió a convivir por siempre con aquella mujer a la que amaba, y prefirió dejar el amor como al principio, un noviazgo de sábados por la tarde.
Las familias de ambos habían asumido con total naturalidad ese juego. Incluso decían que un hijo de ella hablaba de su papá y del novio de su mamá como dos seres con los que se había acostumbrado a convivir en distinto grado.
Les prometo que cuando uno les veía, no había pasado por ellos el desgaste de la rutina. Él hablaba y ella vigilaba el camino. No he conocido a nadie que haya contado el amor en tantos kilómetros como ellos dos. No he conocido más discreción que la de una ciudad pequeña que se prestaba al juego sabatino de aquellos dos niños de edad madura que no querían dejar de jugar sin obligarse a una convivencia imposible. Era como si hubieran querido vivir dos vidas, la de adultos y la de niños.
Difícil de entender. Finalmente, un día estuvimos escondiéndonos tan cerca de ellos, que cuando se despedían, logramos oír, por una única vez, lo que él le dijo. Sólo se despedía de ella por su nombre: “Adiós Emile”. Y desde entonces, ese nombre se me quedó pegado a la luz de los sábados, y los sábados pegados a la creencia en la libertad de aceptar las vueltas que dan los amores de siempre. Imposibles, no desgastados, puros en cierta manera. Difícil de explicar. Pero “quien lo probó, lo sabe”.
Copia fiel de Historia de Dos Amantes.
Para entrar de lleno en la génesis de lo reservado como SECRETO, que puede definirse como:
Práctica de compartir información entre un grupo de personas, en la que se esconde información a otros que no están en el grupo.
Información clasificada, que resulta información sensible que debe ser restringida por ley o regulación a diferentes tipos de personas.
La historia en su incesante devenir los ha categorizado, de muy diversas maneras:
Secretos de alcoba: parte esencial de la atracción entre dos personas, que comparten intimidad y amor.
Secretos de estado: fundamentos del poder y de las decisiones que no se publican, generalmente hasta pasados varios años.
Secretos de familia: historias del pasado que causan vergüenza o pueden provocar consecuencias en el presente y hacia el futuro.
Secretos corporativos: aquellas políticas, procedimientos o situaciones confidenciales.
De esta manera, en la mayoría de las relaciones humanas tejidas en entornos privados, públicos, sociales, organizativos o de Comunidad, es posible distinguir alguna información que no ve la luz.
Algunas personas, toman conocimiento de circunstancias o hechos, que por decisión propia los guardan para sí, hasta más allá de su propia vida: se llevó el secreto a la tumba, se suele comentar.
La inclinación y devoción del ser humano por LO SECRETO, lo llevó a crear una función primordial en muchas organizaciones:
El Secretario o Secretaria, como aquel o aquella que guarda los secretos, muy ligada al poder y las decisiones. El Secretario de Estado, es en varios sistemas políticos, el que detenta la autoridad real, el que marca el camino, con sus estrategias de comunicación y gobierno.
La tecnología, con sus avezados ojos, oídos, y manos, se ha encargado por un lado de blindar lo confidencial, respecto de los desarrollos espaciales, armamentísticos, de política exterior, de relaciones públicas internas y externas, de reservas de materias primas, entre otras cosas, pero al mismo tiempo brinda las herramientas para abrir de un tris, la delicada información subyacente en operaciones bancarias, de política internacional. Los últimos años han sido un claro ejemplo de que los más ocultos y velados sistemas de información pueden ser violados y su contenido dado a conocer con lujo de detalles.
En un sentido más íntimo:
Me guardas el secreto?
Es una elección del depositante, que confía en el que recibe la ofrenda.
Genera en el depositario del mismo, un gran compromiso por no romper la confianza y el respeto recibido.
En este mundo de elementos que se atraen y se repelen, existe una amalgama que une y se llama compartir un secreto.
Producen controversia?
Por supuesto que sí, porque son fuente de desconfianza para los que no están incluidos.
Sin embargo, alguna información no revelada, resulta de forma natural, basado en que no podemos conocer todo y todo el tiempo, dada nuestra limitada condición humana.
Las novelas más famosas, guardan hasta el último párrafo, la final y buscada explicación de los por qué de determinados comportamientos. Eso mantiene en vilo, al lector o al espectador cuando son protagonizadas en cine, teatro, televisión o cualquier social media. La trama va goteando los enigmas a medias, para tenernos atrapados en una maraña de escondidos interrogantes.
Secretar es sinónimos de segregar, y la explicación resulta obvia.
Cuál es tu mayor misterio?
Dónde lo tienes segregado?
Con quien o quienes lo mantienes callado?
Se puede decir:
Dime el nivel de tus secretos y te diré quién eres?
Qué sensación te produjo, develar una confidencia o recibirla?
En esto de ocultar versus transparentar, como actos conscientes o inconscientes, pasado, presente o futuro revelado o encubierto, discurre nuestra vida: Como una narración, relato, cuento, ficción, fábula, leyenda o romance.
En ella puedes ser protagonista, espectador, actor de reparto, extra, acomodador, iluminador, sonidista, escritor.
Lo que es cierto, es que cualquiera sea el papel, tenemos opciones para ser y transformarnos.
Que la hoguera de vanidades no nos haga creer que somos los únicos que tenemos información reservada.
Encontrar el secreto del éxito desvela y quita el sueño.
Para ese cometido un grafiti, que me resultó imperdible:

Telón de fondo.