Lucía, mi pequeña hija de 6 años, llora desconsoladamente porque sus hermanas mayores Emilia y Paula, mellizas muy próximas a los once, no quieren jugar con ella. Le cuesta aceptar el rechazo a su oferta de divertirse con la casita de muñecas.
Me acerco a consolarla con un abrazo. Intento conversar con ella. No hay palabras para contenerla. Su mundo parece destrozado por el destrato de sus antecesoras. Me dice que está enojada. Nunca más va a jugar con ellas a nada.
Se me ocurre proponerle otra actividad, bastante simple por cierto. Me mira y dice que sí. Puede parecer algo estúpido pero sólo caminamos por la casa sin pisar las juntas del piso. Se olvida de su llanto. Se pone en acción y libera esa energía contenida. Cada vez lo hace más rápido y más preciso. Me equivoco pisando y se siente triunfadora.
Luego de unos quince minutos, más o menos, nos sentamos a charlar en el sillón del living. Me cuenta, con una gran sonrisa, que en el colegio están ensayando para la fiesta de fin de año de su jardín.
Vas a ir Papá no?
Seguro hija!
Vamos a cantar una canción muy bella.
Se pone a practicar. Lo sorprendente es que se sabe la letra y suena bastante entonada.
En el lapso de pocos minutos ella ha transitado varias y diferentes emociones.
Tristeza, alegría, desánimo, dolor, contención, tranquilidad, calma, enojo, dicha, frustración, exaltación.
En ese tiempo la he acompañado con mis propias sensaciones por cierto.
Desde pequeños, tenemos un lazo muy fuerte con nuestros mecanismos humanos más profundamente arraigados.
Estamos tan bien concebidos que venimos con distintas alarmas incorporadas, con el propósito primario de sobrevivir. Asimismo las emociones que nos dan placer, elevan nuestra autoestima, nos permiten dar y recibir amor, están presentes equilibrando los miedos y las angustias. Cada uno de estos antiquísimos impulsos cerebrales nos pone en movimiento liberando distintas sustancias químicas en nuestro organismo, para que la conexión entre nuestro cerebro y cuerpo sea lo más precisa y eficiente posible.
La ausencia de emociones o un desequilibrio de las mismas, son estados patológicos.
La permanencia de emociones, que son decididamente transitorias, por lapso de tiempos prolongados dan lugar a estados de ánimo asociados, tales como la euforia, la depresión, la ira.
Nuestros estados de ánimo pueden ser encajados en cuatro muy básicos: el Resentimiento y la Resignación (cuando no acepta situaciones de mi vida); la Paz y Equilibrada Ambición (cuando acepto lo que me toca); este último estadio nos pone mucho más cerca de la Proyección y Crecimiento Personal. Nos pone en la senda del estar siendo en el Buen Convivir.
Con la madurez vamos aprendiendo a distinguir nuestras emociones.
Para qué nos sirve?
Discernir nuestras emociones nos permite ponerlas en un estadio superior de conciencia; luego desde ese lugar podemos canalizar nuestros impulsos primarios y ponerlos de nuestro lado para accionar.
Gracias a nuestra naturaleza las emociones están presentes.
Lo que nos conmociona nos pone en maniobras, nos motiva para lograr lo que queremos.
La simbiosis de cuerpo, emoción y lenguaje es permanente, por lo que las actividades corporales tales como bailar, hacer deportes, nos sacan de los estados de desánimo y frustración.
Fuimos migrando en el concepto:
Durante un tiempo se hablaba de controlar emociones. Es decir desactivar nuestras alarmas y nuestros dispositivos de confort, con los que venimos equipados.
Luego la idea derivó en gestionar las emociones. Un poquito mejor, si se quiere, pero suena a mecanismo rebuscado.
Más tarde apareció el concepto de Inteligencia Emocional unido a la Inteligencia Social. Ya avanzamos un peldaño más. Nos amigamos con nuestra condición humana.
Cuál es la propuesta que se ajusta mejor en mí?
La idea de VIVIR CON NUESTRAS EMOCIONES, INCLUYENDO LAS DE LAS DE LOS OTROS.
Vale decir ser artífices del BIEN-ESTAR, propio y ajeno, en una coexistencia donde nos conectemos reconociendo nuestras emociones, para accionar juntos.
Parece simple pero es un desafío permanente.
Caben las preguntas:
Qué nos anda emocionando hoy?
Con qué estados de ánimos estás conviviendo?
Daniel Goleman nos trae, dos pensamientos formidables.


Mientras releo las frases, mi atención vuelve al punto de partida.
Mi hija Lucía , me propone, ofuscada:
Papá retalas porque siguen sin jugar conmigo!
Las llamo a las tres, para generar el diálogo necesario.
Hablan y discuten entre ellas. Observo sin poder intervenir. Argumentos van y vienen.
Una nueva danza de emociones, previa a la cena.
Se va calmando la cosa. Ahora se ríen.
Me alejo y ni lo notan.
Misión cumplida….. al menos por un rato….