Me remontó al año 1990. Mis recuerdos de aquellos momentos tienen muy poco de buenos. Recién salidos de la hiper-inflación de la última etapa del gobierno de Alfonsín, estrenabamos el famoso 1 a 1 , de la mano de otro gobierno. La sociedad argentina empezaba a visualizar algo de luz, que fue efímera, ya que los ciclos de bonanza y crisis nos siguieron acompañando hasta nuestros días. En efecto el slogan de un dolar igual a un peso, no se pudo sostener, cayendo como un castillo de naipes. No es mi intención hacer valoraciones políticas, ni económicas, no me considero preparado para ello. Quizás sólo puedo esgrimir alguna opinión fundada y personal sobre cómo me afectaron los hechos acaecidos.
Esta introducción a modo de contexto, es útil para dar un marco de referencia a aquel año, donde a la inestable situación general, hube de sumar la pérdida física de mi Papá Ramón, producto de una penosa enfermedad. Diagnosticado con cáncer de próstata en el año 1989, con múltiples metástasis óseas, peleando y luchando por vivir, apagó su luz en nuestra casa, rodeado de sus afectos, de sus amores. No pudo probar el último asado en familia, ese frío Domingo de Julio. A partir de allí vivimos nuestro duelo sus hijos Claudia de 24, Carlos Ariel de 13, y Marcelo, quien escribe de 22 años de edad, acompañando a nuestra mamá Ana, a quien le costó mucho superar su pérdida.
Ramón tuvo una vida intensa, comprometida con su trabajo, su familia, sus pequeñas diversiones, como jugar aún con sus 62 años cumplidos con nosotros sus hijos varones y amigos, al fútbol. Hombre con mucha vitalidad, equilibraba defectos y virtudes, con un incondicional amor para su esposa Ana y con un cariño a más no poder con sus Yuyén y Yenyú (Claudia y Marcelo) y su Nené (Carlos Ariel).
Nuestra familia no resultó bien económicamente, hubimos de remar bastante y numerosos años para salir y conseguir una cierta estabilidad; lo que más nos costó fue aceptar su partida, acomodar las piezas emocionales desgastadas. Cada uno de nosotros vivió el duelo a su manera y como pudo. Ana mi mamá quedó sumida en una profunda depresión. A mí me costó tomar ritmo con mis estudios en la facultad. Si bien el año no fue perdido, no resultó lo productivo que hubiera sido en otras circunstancias. Me faltaba esa guía, ese Padre compañero y alegre, que nos miraba orgulloso por lo que aprendíamos, por las contingencias que sorteaban sus hijos.
De a poco fuimos aceptando y eligiendo como sobreponernos a las dificultades. En mi caso personal elegí la opción de continuar, de sostener a mi Mamá, de proseguir trabajando como ayudante en la Facultad en varias cátedras de Ingeniería Química, carrera que estudiaba; haciendo lo que estuviera a mi alcance por asistir a mi hermano adolescente. El nuevo escenario implicó para mí un gran compromiso y gasto de energía. Al mal tiempo buena cara, frase conocida y muy fácil de pensar y decir, resultaba a veces escurridiza de aplicar. Yo sé que mi Papá no quiere que estemos mal, seguro es feliz si seguimos adelante y ponemos ganas, era otra oración que repetía y me ayudaba, aunque a veces esa frase me ponía a llorar.
Tiempos difíciles…..
Con la madurez que me regaló el tiempo, ahora sé que en muchas ocasiones no se puede optar por el marco de referencia o coyuntura; lo que me rodea, que calificó de positivo y negativo esta allí, a veces independiente de lo que este a mi alcance hacer. Puedo gestionar sin embargo, que ese entorno me afecté de modo tal que no resulté tan nocivo y pernicioso, buscando con mis acciones transformarme para aceptarlo, digerirlo, buscarle la vuelta para que poniendo un mejor estado de ánimo me resulté una oportunidad en vez de un gran problema.
Aceptar que hay cuestiones que no dependen de nosotros, es tan importante como tener un plan para que nuestras acciones influyan con un sesgo positivo en el ámbito personal , y en el entorno de personas que nos rodean, tanto en lo familiar y laboral, o en cualquier ámbito en donde tengamos la posibilidad de convivir. Lo que decidimos emprender puede generar un contexto alentador, en las esferas en donde participamos, pero estas últimas no son independientes unas de otras. Con frecuencia desconocemos las interrelaciones que las vinculan. Pretender controlar todo y todo el tiempo produce tanto desgaste físico y emocional, que definitivamente no está hecho para nosotros.

Muchas veces me resulta útil pensar que no soy el agujero negro del mundo, la única persona a la cual le suceden cosas malas, no creo ser tan importante. Me alegro ante circunstancias que signifiquen un éxito o logro, sopesando la relatividad de los hechos, sabiendo que elementos que veo agresivos o quiebres (circunstancias no esperadas) están allí mismo, a un tris de aparecer. Muy a menudo está en mí poner conciencia para que la afectación que me producen esos eventos se transformen en emociones amortiguadas y equilibradas con la razón. Bajo ese paraguas, mi enojo, mi euforia, mi desazón, mi desconsuelo, mi placer, son un pequeño estado transitorio, que me sirve para pasar a un nivel de mesurada y relativa calma, para finalmente tomar las mejores decisiones. No pretendo juzgar a las emociones dentro de etiquetas definidas como positivas y negativas; las mismas son elementos esenciales de nuestra humanidad, necesitan ser disfrutadas o sufridas, sólo que acotadas a cada balance personal. Una mala relación con ellas no nos permite gestionar adecuadamente nuestros buenos y malos momentos.
A modo personal vivir mis emociones y estados de ánimo, con el devenir más natural posible, sabiendo y aceptando que la tarea no es sencilla, es un desafío diario. A menudo pierdo, otras tantas gano, en la búsqueda del adecuado balance, pero soy consciente de que parte de mi vida discurrirá inevitablemente en ese tarea.
Me pregunto y te pregunto:
- Cómo llevas tus tiempos difíciles?
La respuesta a la pregunta que te acabo de hacer es tan personal y única, que no existe un procedimiento universal escrito y validado.
Estamos más preparados y resulta placentero vivir lo que nos produce alegría, felicidad. Sin embargo, aunque usemos nuestro GPS bienestar, los entornos inmanejables nos traen de vuelta a la realidad, golpeándonos la cara con un puñetazo de knock out.
No nos queda más remedio que recurrir a la mesura y poner paños fríos.
Ser un líder en la tormenta es una buena opción.
Yo sólo te mostré mi brújula, la cual te aseguro que no me orienta en todo……
Son tantas veces las que tengo que recalcular mi trayecto…….
Te compartí un tiempo muy pero muy difícil de mi vida……
Me sirvió para aprender…… y poder vivir otros……
Que aprendiste vos del tuyo o de los tuyos?